Capítulo 2: Amable
Se vistió con una hermosa túnica celeste de manga corta, pantalones blancos, holgados, botas altas de color negro, joyas de oro, aretes, collares y brazaletes.
Su cabello ligeramente ondulado estaba suelto, llegando hasta la mitad de su espalda, y sus serenos ojos verdes, miraban el pasillo aún con somnolencia.
Detrás de él lo seguía su esclavo, siempre observando el suelo.
Su padre lo esperaba, junto con el consejo real, pero cuando entró en el salón había alguien más en la habitación.
Una joven de unos veintitrés años, con un largo cabello café, rizado. Ojos ámbar y piel clara, con un rostro sumamente hermoso, y una figura que se notaba a la perfección, a través de ese delgado vestido lila.
—Hijo, adelante. Toma asiento—exclamó el rey con una sonrisa.
—Saludos mi rey—dijo Kierab, y se inclinó en reverencia, al igual que su esclavo.
Kierab tomó asiento en la mesa ovalada, a la derecha de su padre, mientras que su esclavo se quedó detrás de él, con la cabeza inclinada.
Los únicos esclavos que podían seguir a sus amos en todo momento, eran los de reyes y príncipes. Por ende, los únicos que estaban en la sala, eran los esclavos de Kierab y Seuriph, el rey.
Que además de eso, también eran los únicos que usaban grilletes de oro, para que los demás identificaran quién era su dueño.
La junta comenzó y Kierab les contó un poco sobre el tiempo que pasó lejos del reino, por petición de su padre.
Que, junto con un ejército de seis mil hombres, conquistaba o derrotaba a las pequeñas tierras enemigas que habían alrededor para expandir el territorio, y las volvía parte de Krastos. Hacía tratos con otros reinos más grandes y formaba alianzas, ya sean políticas o comerciales, gracias a su intuición y gran capacidad diplomática. Todo para hacer crecer a Krastos.
Ya sea en el área política o militar, Kierab lograba sus objetivos. Por su vasta experiencia y sabiduría, obtenida con el paso del tiempo, y el estudio.
—Gracias a la alianza que tenemos con el reino de Thuart, podemos negociar con ellos a mejores precios. Sus minerales y materiales de construcción son de los mejores que se puede encontrar—habló un miembro del consejo. El mandatario de asuntos económicos.
—Y todo fue más fácil, ya que el príncipe heredero, futuro rey de Krastos, hizo el trato en persona—comentó el rey, quién bebió del vino servido por su esclavo, y añadió con alegría—Y ahora que tocamos ese tema, quería hablar de tu futuro como rey...
Seuriph miró con una sonrisa a la joven dama que estaba presente en la mesa, y observó a Kierab con un gesto suave.
—Espero que aún la recuerdes. Ella es la hija mayor del gobernante del Estado "Bella florida", Fa'ya Lergus.
—Un gusto verlo de nuevo, príncipe Kierab—saludó Fa'ya.
—Igualmente, joven Lergus—dijo con una sonrisa.
—Cuando eran niños ustedes jugaban mucho cada vez que los Lergus venían a visitarnos. Por eso pensé que ella sería una buena prometida para ti—exclamó el rey—Ya estás en edad de casarte, debes pensar en el futuro.
—Tiene razón, querido padre. Confiaré en sus consejos, y con gusto tomaré a Fa'ya como esposa.
—Me alegra que estés de acuerdo con mi decisión. Entre más pronto te cases mejor—comentó el rey, totalmente complacido.
—Felicidades, príncipe Kierab—exclamó el tesorero real. Un hombre bajo, con una gran barriga y una barba castaña.
—Le deseo lo mejor—dijo, el de asuntos militares. Un hombre de unos treinta años, ojos oscuros y cabello negro.
—Gracias a todos....
La junta terminó y Kierab al fin pudo salir del salón. Le resultó aburrida la parte de su matrimonio, ya que el tema se extendió por casi una hora.
"Que fastidio..."
Pensó con fatiga, y se detuvo en un solitario camino, apoyando los codos en el borde, y recostando la cabeza en una columna. La vista desde ahí era esplendida por la tarde, miraba las diminutas casas, los edificios, y los numerosos caminos de agua, que recorrían toda la cuidad.
—Todo se ve tan sereno y pacífico desde aquí, imperturbable.... Es una hermosa vista, ¿no te parece?
—Es así como dice, alteza... Una hermosa vista del reino—comentó el esclavo, sorprendido por la repentina charla.
—No importa cuánto tiempo pase lejos de aquí, nunca podría olvidar esta vista...
"¿Por qué el príncipe habla conmigo?"
Para su sorpresa, en la reunión resultó ser alguien de pocas palabras (a menos que se tratara del rey), diciendo sólo lo necesario, con un tono formal y elegante. Se comportaba como alguien serio y firme, pero amable. Cualquiera que lo viera pensaría que no le gusta hablar con las personas. Pero ahí estaba, teniendo una conversación con él, un esclavo.
—¿Cómo ha estado Krastos desde que me fui? —interrogó Kierab.
Inconscientemente comenzó a hablar de lo primero que se le vino a la cabeza. Pensó que, si pasaría todo el tiempo pegado a él, al menos no quería que todo fuera tan silencioso.
"¿Por qué me pregunta eso a mí? Yo sólo soy un esclavo..."
—Respondiendo a su pregunta, alteza. El reino de Krastos ha florecido con gran esplendor, y sus habitantes viven felices, en paz y sin falta de sustento. Eso es...lo que he escuchado—respondió, luego de pensar su respuesta.
—Que buena elección de palabras—exclamó sorprendido, y secretamente fascinado. Le resultó agradable saber que su vocabulario era amplio, sería un excelente compañero de conversación.
—El rey me ha instruido para servirle correctamente, en todos los aspectos.
—¿Qué hacías antes de que mi padre te escogiera? —preguntó curioso.
—Transportaba materiales pesados en construcciones. Era un esclavo de "hierro", no uno "doméstico", por eso su padre se preocupó mucho por mi educación. No estaba familiarizado con los deberes de un esclavo de compañía.
"Ya veo. Es por eso que su cuerpo no es tan delgado como el de los esclavos domésticos..."
—¿Y cómo te encontró mi padre?
—Participé en "Las luchas de fosa", por órdenes de mi antiguo amo. Ahí fue donde su majestad el rey, me encontró.
Las luchas de fosa eran populares en todo el reino, gladiadores y esclavos podían participar en esta costumbre. Siendo una batalla a muerte o hasta que el otro sea derrotado. Se apostaba dinero y los dueños de esclavos obtenían mucho dinero si el suyo resultaba ganador.
—A mi padre siempre le gustaron las luchas—comentó con nostalgia—En cambio yo... En mis viajes siempre veo sangre y violencia, suficiente como para no tener que ver las peleas de fosa. No son mucho de mi agrado.
—¿Qué es de...su agrado, alteza? —a media pregunta se arrepintió de hablar. Se sentía muy cómodo hablando con él, que por un instante se había olvidado de su lugar como esclavo. Se sintió ansioso, arrepintiéndose profundamente en su corazón.
—Mirar lo que me rodea en silencio, la calma del lugar donde me encuentre, leer y tomar largas siestas—respondió sin importarle su pregunta—¿Y a ti? ¿qué cosas son de tu agrado?
El esclavo se sintió aliviado al ver qué no se ofendió con su pregunta. Sin embargo, no sabía que decir, y no le parecía correcto seguir con la conversación, pero aun así debía responder a la pregunta de su amo. Y sin pensarlo mucho, dijo:
—Mirar el cielo—realmente nunca había pensado en qué cosas eran de su agrado.
A lo largo de toda la conversación ninguno se vio directamente a los ojos, él se quedó detrás de Kierab, guardando cierta distancia.
Pero en un momento, al escuchar sus palabras, Kierab se giró y lo miró a los ojos.
El esclavo de asustó, ya que no debía ver los ojos de su amo, a menos que fuera estrictamente necesario o pedido por este. No se dio cuenta en qué momento llegó a levantar la cabeza...
Ser sorprendido mirándolo con descaro y sin permiso, era una clara ofensa, merecedora de un castigo.
Pero Kierab ni siquiera notó ese detalle, y con una sonrisa, comentó:
—A mí también me gusta mirarlo. A veces, es el único sitio donde hay paz, en medio de todo el caos...
La mirada del esclavo estaba llena de sorpresa y nerviosismo. Y al tener la cabeza levantada, sus ojos cafés relucieron con la luz de sol, junto con su piel, que se veía suave y agradable al tacto. Kierab se deleitó en su interior, escondiendo sus pensamientos muy en lo profundo de su corazón. Encontró fascinante poder ver por fin una expresión en su rostro. Una expresión natural y humana.
Y él, quién nunca había recibido una sonrisa, se sintió aturdido, y su corazón se volvió agitado. La mirada de Kierab era serena, tal vez un poco seria, pero al mismo tiempo era cálida y amable.
"¿Por qué el príncipe habla de esta manera conmigo? ¿por qué se comporta de esta forma? ¿por qué no me dio un castigo? ¿por qué...no es como los demás?"
"¿Por qué...?"
—Vaya, esa historia fue muy interesante, gracias por compartirla. Puedo imaginar lo fascinante que fue esa pelea—dijo Fa'ya.
—Si, sus movimientos eran muy extraños, apenas podía seguirle el ritmo...
Ella y Kierab estaban sentados en el jardín del palacio, hablando sobre técnicas de pelea y armas. Hace mucho que no pasaban tanto tiempo juntos, y era importante convivir, ya que pronto serían marido y mujer, pero por suerte tenían este tema en común, ya que a ella le gustaba practicar dichas técnicas, especializada más que todo en pelea con cuchillos dobles.
—Aún tengo que hacer un par de cosas. Sólo vine aquí por un mes, para que mi ejército recupere fuerzas y se prepare. Aún tenemos que estabilizar un territorio recién conquistado.
—¿Entonces, cuando nos casaremos? —preguntó preocupada. Triste por sus palabras.
—Cuando vuelva. Estimo que será dentro de dos años.
—...Ya veo—dijo decaída. Pero Kierab no se molestó en consolarla.
—Hasta que no sea el rey, tengo que seguir ayudando en lo que pueda. Hay cosas que sólo yo puedo hacer por mi padre. Que sólo puedo hacer mientras no sea rey.
—Entiendo. Tu papel es muy importante, nunca he dudado de ello. Sólo espero que tengas cuidado.
—No te preocupes, estaré bien—dijo sin más.
Aún que se llevaba bien con Fa'ya simplemente no era su tipo, la miraba sólo como una buena amiga.
Pero era la mejor opción, y la mejor candidata a esposa que podía tener.
Continuaron hablando por un rato más, hasta que el sol se puso...
Su tiempo en el reino fue efímero, pasando la mayor parte de el hablando con su padre, compartiendo experiencias y anécdotas de sus días más interesante, de sus ideas y sueños para el futuro.
Pero Kierab se fue tan pronto, como la espuma del mar, que se desvanece en la arena.
Arregló todo para su partida, sus soldados estaban esperándolo, listos, frente las puertas del reino, sólo para recibir sus órdenes.
—En mi ausencia mi padre se encargará de ti. No puedo llevarte a dónde voy, no sería conveniente.
El esclavo terminó de ayudarlo con su armadura, y lo observó con cautela.
Se sentía inútil al no cumplir con su deber, debía seguirlo a dónde él fuera, pero Kierab lo estaba dejando atrás.
—Durante todo este tiempo sirviéndole usted ha rechaza mis servicios numerables veces, y ahora que tiene que irse, no desea llevarme con usted—se arrodilló en el suelo, apoyó las manos e inclinó su cuerpo, con la frente pegada al piso—Si he cometido algún error o he hecho alguna acción que resultara desagradable para usted, ruego por su castigo, el que desee darme. Por favor, imploro su guía.
Esperó, apretando los dientes y conteniendo el aliento. Pero en vez de ser azotado y golpeado, sintió cómo una mano se posaba con cuidado en su hombro.
—Levanta la cabeza.
Aún con cierto temor, obedeció.
De inmediato se encontró con sus ojos, de un brillante color verde, con algunos rayos de color celeste. Su mirada era seria y pacífica, nadie podría decir que esa era la mirada de un guerrero.
Pero lo que más le sorprendió fue que Kierab también estaba agachado, con una rodilla en el suelo.
Estar a la misma altura que un esclavo cuando se arrodillaba era impensable, humillante. Nadie, ni estando ebrio, haría semejante cosa.
—No has hecho nada malo, soy yo quien está mal. Llevo tantos años sin un esclavo, que no me siento bien recibiendo ese tipo de servicios, no estoy acostumbrado—lo tomó del brazo e hizo que se pusiera de pie—Allá afuera no hay tiempo de ser servido por un esclavo, porque soy yo quien está sirviendo a mi reino.
Es peligroso y podrías resultar herido, o incluso morir, al igual que yo. Enfermedades, bandidos, desastres naturales, emboscadas, batallas... Cualquier cosa podría matarnos.
Es mejor que esperes aquí a mi regreso, prometo volver, así que no te preocupes.
—Y-Yo...—estar tan cerca de él, mirándolo a los ojos, ser tratado y hablado de esa manera. Ser tocado con cuidado, sin apartar la mano, lo sorprendieron en gran medida. Tanto, que no se sentía digno de ello.
"El príncipe... ¿es amable conmigo?"
Esa mera idea no lograba entrar en su cabeza. No había razón para ser tratado así, a nadie le importaría si era golpeado o humillado, si le hablaban con respeto y le agradecían por su labor.
Era un esclavo, un objeto.
—Lamento mi actitud, alteza. No merezco tales palabras—dijo nervioso. Ni siquiera sabía exactamente de que se estaba disculpando.
—No hay de que lamentarse...
Tal como pensaba, su piel resultó ser muy agradable al tacto. Lisa, sintiendo los músculos de sus brazos.
Pero apartó su mano para no hacerlo sentir incómodo, y dijo:
—Vamos, tengo que despedir a mi padre...
[...]
—Te esperaré con el doble de regalos cuando vuelvas—dijo el rey. Dándole un abrazo.
—No se moleste, las joyas y el oro no es algo que codicie. Prefiero una buena espada.
—Entonces tendrás cientos de ellas.
Kierab sonrió al escuchar a su padre, y tomándolo de la mano, exclamó:
—Lo extrañaré mucho, padre. Prometo volver lo antes posible.
—Espero que así sea....
Se despidió, y junto con su padre dejó a su esclavo, quién lo vio partir, con un torbellino de sentimientos y pensamientos inexplicables. Aún aturdido por su comportamiento inusual.
Y así emprendió su viaje.
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