Capítulo 12: Dios de la alabarda

Dafmay sentía la gran fuerza de la espada de Kierab caer sobre él. Aflojó su defensa un segundo y se libró de la espada, deslizándola por el filo de la suya, pero Kierab volvió a atacar.

Intercambiaron ataques estando muy cerca del otro, Dafmay no podía quitárselo de encima y volver a desplegar su látigo. Kierab parecía renovado, golpeando su espada con tanta fuerza que Dafmay sentía calambres en ambos brazos y sus manos entumecidas.

—Alguien tan débil como tú jamás me vencerá—exclamó con una mirada frívola y serena.

Kierab, con sus veintisiete años estaba en la flor de su juventud, mientras que Dafmay, con sus cuarenta y ocho ya se estaba quedando atrás.

—¿Eso crees? —rugió indignado.

Dafmay comenzó a atacar con más impaciencia. Su aliento se escapaba de su boca sin control y le dolían los brazos. Kierab no dejó de sonreír mientras se miraba bastante relajado, resistiendo sin esfuerzo.

Dafmay apuntó a su cabeza. Se sintió eufórico al ver qué su espada estaba a punto de conectar con su cuello, pero Kierab se movió más rápido que él, dio un paso hacia adelante, bajó su cuerpo y esquivó su ataque. Estando desde esa posición apuntó su espada al pecho y la clavó.

La espada traspasó su corazón, saliendo por su hombro derecho. Kierab la sacó de inmediato y la sangre no tardó en salir. Su ropa y rostro se manchó, pero no le importó. Siguió observando a Dafmay con ira, y dijo:

—Gané.

Dafmay sentía arder sus ojos al tenerlos completamente abiertos, sintió calor y luego un repentino frío bajar por su cuerpo. Exhaló por último vez sin poder creerlo, y cuando la espada salió de su cuerpo se mantuvo de pie unos segundos, se tambaleó y cayó.

Kierab se limpió la sangre cerca del labio y exhaló un poco fatigado.

Todo el ejército de Krastos gritó jubiloso y agitaron sus armas haciendo ruido.

—¡Imposible! —exclamó furioso, Ram-medmat, primer príncipe de Rouseth. Quién estaba en las primeras filas del ejército, no muy lejos de la pelea.

Kierab logró notar su disgusto, pero no alcanzó a oírlo del todo.

—Es un tramposo—volvió a decir Ram—El bastardo de Kierab engañó a nuestro rey y lo mató injustamente. Incumplió el trato.

Los líderes del ejército de Rouseth estaban en shock, molestos e impactados, pero dudaron de las palabras de su príncipe.

—Si se hacen llamar soldados de Rouseth levanten sus armas y maten a ese rey mal nacido—gritó, levantando su espada—¡Ataquen!

Con la muerte de Dafmay ahora él estaba a cargo. Dudaron unos segundos, pero estaba furiosos y querían venganza, además debían seguir las órdenes del próximo rey, así que todos dieron un fuerte grito de batalla y corrieron hacia Kierab.

Kierab supo lo que pasaría al ver gritar a Ram, y en cuanto escuchó la orden de atacar corrió hacia su ejército.

—¡Protejan al rey! —gritó Naurif cabalgando de inmediato.

Hirbaz logró llegar primero y se paró delante de Kierab, listo para recibir los primeros ataques.

En tan sólo unos segundos ambos ejércitos colisionaron. Kierab consiguió su caballo y se unió a la pelea, dando órdenes a todo pulmón y matando a todos los soldados con gran agilidad y rapidez.

La sangre comenzó a manchar la tierra clara y pura, los cadáveres se amontonaron, haciendo difícil la pelea.
Sus números estaban igualados, pero el ejército de Krastos tenía un poco más de ventaja.

La economía de Krastos se resumía en pesca, cultivo de frutas tropicales y arquitectura. Muchos deseaban contratar a los arquitectos de Krastos, ya que sus habilidades eran las más destacables de todos los reinos.

Y aquí es donde Kierab y su padre vieron el problema. Su reino de destaca en todos esos aspectos, pero carecían de fuerza militar.

Su abuelo, el rey glotón como lo llamaban muchos, no le importó la calidad de su ejercicio y confiaba plenamente en las murallas. Pero cuando el padre de Kierab tomó el poder eso cambio, y Kierab, al ver que el proceso era lento, decidió tomar el asunto en sus propias manos.

En sus viajes hizo muchas cosas, y en el proceso logró formas un ejército impresionante. Sus hombres se templaban con cada batalla y se volvían dignos de ser llamados los soldados del príncipe conquistador.

Debían cuidar a Krastos de la envidia y los deseos de codicia, como los de Dafmay y muchos otros iguales a él. Ahora Krastos contaba con un ejército formidable, uno que no se doblegaría ante nadie.

Hirbaz se enfrentó a Ram-medmat en una lucha sin control. Hirbaz usaba espadas dobles, que se veían bastante ligeras en sus dos fuertes y grandes brazos, por otro lado, Ram usaba un sable. Los movimientos de ambos eran violentos y llenos de furia. Pero el orgullo oscureció el talento de Ram y pereció luego de varios intercambios, con su cabeza rodando por el suelo, siendo pisada por ambos bandos.

La moral de Rouseth comenzó a caer, el capitán, los coroneles y sargentos entraron en pánico al quedarse sin rey ni príncipe. Muchos de ellos murieron en la desesperación, arrepintiéndose de haber escuchado a ese príncipe insensato.

El ejército de Kierab iba ganando sin ninguna duda, pero justo cuando pensaban que tenían la victoria, las filas enemigas comenzaron a ganar terreno repentinamente. Dejaron de estar dispersas, e hicieron extrañas formaciones que les permitieron traspasar un poco las defensas de Krastos.

Kierab supo que algo había cambiado, por lo que prestó más atención a su entorno.

—Ejército de Rouseth—gritó una fuerte voz de entre la multitud, rasposa y ronca, llena de autoridad. Un jinete vestido de negro, cabalgando en un gran corcel negro, vistiendo una armadura de bronce, cubriendo su pecho y abdomen, en sus muñecas, tobillos, brazos... Y un elegante casco que dejaba ver sólo los ojos, del que colgaba una larga mecha azul, hecha de hilos de seda, y una larga trenza de cabellos negros.

Esta persona vestida de negro, junto con más caballos, llevaban grandes banderas blancas, ondeando salvajemente en el aire sangriento.

—Les ordeno que se detengan—volvió a hablar esa persona.

Los soldados de Rouseth se detuvieron al ver a esa elegancia persona. Kierab también ordenó que cesara el ataque, y luego de un tiempo todo se tornó tranquilo.

El hombre de negro cabalgó hasta Kierab, se detuvo a unos metros de él, se bajó del caballo y dio tres pasos para clavar la bandera blanca en la tierra impregnada de sangre.

—El rey Dafmay Khazal ha cometido un acto deshonroso, manchando su honor y el de todos los Rouseth—exclamó el hombre—El príncipe fue imprudente y no cumplió con su palabra... ¿quién tomara en serio la palabra de un Rouseth ahora? ¿con qué cara volveremos a dar nuestro juramento?

Los soldados de Rouseth bajaron sus cabezas, aceptando las palabras del hombre, llenos de vergüenza.

—La ira por ver morir a su rey y la incitación del príncipe los llevó a esto, los entiendo, pero no deben entregar sus vidas en una batalla sin razón ni honor. No deseo ver su sangre, no deseo ver sus muertes, no así...— dijo, dirigiéndose al ejército verde. Luego miró a Kierab, se arrodilló, con una de ellas en el suelo, bajó la cabeza y dijo—Por favor, honorable rey de Krastos, perdone a mi ejército, ellos no tomaron esta decisión. Ellos sólo seguían a un líder irracional. Le ruego que tome esta tregua de paz y termine con esta batalla sin sentido.

Los soldados de Rouseth palidecieron al ver que el hombre se arrodilló.

Por la manera en que hablaba, su ropa, y como era tratado por su ejército, Kierab supuso que debía ser alguien importante. Un miembro de la familia real. Ya que en su armadura tenía el hermoso tallado de una espada, llena de enredaderas y rosas. Símbolo de la realeza.

—Por favor, póngase de pie—dijo Kierab—Estoy sorprendido por sus palabras y su manera de pensar. Esta ofensa no podrá ser olvidada tan fácilmente, pero concuerdo con usted en que esta batalla debe terminar. Demasiada sangre ha sido derramada por los errores de dos hombres.

—Agradezco sus palabras desde el fondo de mi corazón—dijo, con un tono aliviado. Tomó su mano en un puño, presentándolo hacia adelante e hizo una reverencia— Y entiendo que esta ofensa ha sido muy grave, por lo que yo acepto el castigo que desee darme y cualquier condición para que usted y todo su pueblo quede satisfecho. Aunque sé que eso no será suficiente por toda esta sangre derramada...

Los soldados miraron al hombre angustiados y temerosos, murmurando la palabra "Alteza" con preocupación, pero él les dirigió una mirada tranquilizadora.

—No importa lo que nos des, no será suficiente—dijo Hirbaz, mirándolo con ira e indignación. Levantó una de sus espadas y la apuntó en su dirección—Todos esos soldados que murieron, sólo por la vergüenza de su miserable rey y el capricho del desvergonzado príncipe. ¡Ustedes ya no tienen una palabra que podamos creer! No son personas honorables...

Los soldados de Rouseth se crisparon, con claras intensiones asesinas en sus ojos. El hombre de negro levantó su mano para que se calmaran, los soldados apretaron los dientes, pero obedecieron.

—Entiendo cómo te sientes, pero no es adecuado recurrir a más violencia justo ahora—dijo Kierab con seriedad.

—Si su excelencia quiere obtener venganza o desahogar su ira, acepto con mi cuerpo esos sentimientos—dijo el hombre lleno de convicción—Si quiere mi brazo o mi pierna con gusto se lo daré.

Kierab pensó en sus palabras. Si este hombre era parte de la realeza lo más seguro era que sería el futuro rey de Rouseth. No quería seguir teniendo conflictos, no era conveniente, además, parecía que él tomó el liderazgo en el último momento, dejándoles tomar un poco de ventaja. Con un hombre así era mejor cuidarse, si podía establecer la paz todo iría mejor, pero tampoco debía dejarlo ir impune, de alguna manera tenía que pagar un precio por el error cometido. Por todas las vidas que se perdieron.

—¿Entonces que dices de tener un duelo? —dijo Kierab—Hirbaz peleará contigo en un "Combate de deshonor".

En un combate de deshonor se buscaba humillar a la persona. Dicha persona debía pelear con todo lo que tenía, pero debía bajar la guardia a propósito y demostrar sus debilidades para recibir los ataques del otro, siendo avergonzado y humillado, haciéndolo ver cómo alguien débil y cobarde. Era un castigo para los guerreros que cometían actos deshonrosos, faltaban a su juramento o desobedecían órdenes de sus superiores.

—El honorable rey de Krastos es un hombre misericordioso—dijo en una reverencia—Acepto el combate.

—Bien.

Kierab miró a Hirbaz y asintió.

—¿Piensas pelear sin un arma? —preguntó Hirbaz con disgusto, dejando sus espadas y tomando una lanza sin punta, ya que no debía matarlo. Todos retrocedieron, limpiaron la zona y formaron un círculo, dejando mucho espacio para la pelea.

—Si usted me permite tomar una lo haré.

—Toma una, así será más vergonzoso verte perder.

—Le agradezco mucho.

El hombre miró hacia un lado y dijo a su ejército.

—¿Alguien podría prestarme su alabarda?

—Aquí tiene alteza—dijo un soldado corriendo hacia él de inmediato.

—Gracias—dijo con un tono sincero.

El soldado se inclinó nervioso y emocionado de hablar con él, pero también triste debido a las circunstancias, y regresó para formarse.

El hombre giró la alabarda y dijo:

—Puede comenzar.

Hirbaz lo miró con desdén y atacó.

Hizo un movimiento horizontal, pero el hombre se agachó a la velocidad de un rayo y uso su arma para atacar desde abajo. Hirbaz medía un metro noventa, mientras que el hombre medía un metro sesenta y siete. Una gran diferencia, la cual parecía que el hombre tomaba ventaja de ello.

El palo de Hirbaz parecía resbalarse en la alabarda como si estuvieran lleno de aceite. El hombre la hacía girar, la movía de un lado a otro sin dejar ningún ataque sin bloquear. Su cuerpo delgado también era muy flexible. Doblaba su espada en noventa grados y esquivaba con bastante agilidad. Sus piernas parecían tener mucha fuerza más que sus brazos, las movía con gran rapidez, usando el suelo arenoso a su favor.

Apoyó la mano en el suelo y saltó hacia atrás con una pirueta veloz sin soltar la alabarda. Corrió en círculo rodeando a Hirbaz y atacó. Usaba la punta para apuñalar de vez en cuando y evitada el palo de Hirbaz haciéndolo a un lado con aparente facilidad.

Hirbaz estaba sorprendido ya que parecía no tener chances de atacar. También se asombró por la resistencia, velocidad y agilidad del hombre, y más por el manejo de la alabarda. Parecía ser parte de sí mismo, como agua que se desliza entre sus dedos, que usa para repeler el fuerte ataque del enemigo sin usar mucha fuerza.

Pero el hombre sabía que era el momento. Dejó una gran apertura y extendió demasiado el brazo. Hirbaz aprovechó esto y dio un fuerte golpe con la punta en su estómago, enviándolo a volar fácilmente.

Cayó en seco de espaldas, quedándose sin aire. Tardó en recuperarse unos segundos y volvió a atacar. Hirbaz dio otro golpe, pero no lo derribó, ya que el hombre lo bloqueó y recibió todo el impacto. Fue golpeado en el brazo y cayó de rodillas, recibió una patada en el pecho y volvió a caer. Se levantó un tanto tembloroso sólo para recibir otro ataque a sus espaldas, cayendo de cara.

Hirbaz le dio una patada mientras estaba el suelo, la cual apenas pudo bloquear con ambos brazos.

Todo estaba en silencio, esperando a que se levantara del suelo. Los Rouseth apretaban sus puños con dolor, algunos incluso apartaron la mirada sin poder soportarlo. La humillación de este combate era de los peores castigos para un guerrero, y quedaba grabado en el para siempre. Levantó la alabarda y volvió a atacar, pero Hirbaz hizo un movimiento horizontal, golpeando su cabeza. Cayó de nuevo como un trapo y con dificultad de apoyó con el codo, tratando de ponerse de pie otra vez, pero Hirbaz le pisó la cabeza y la hundió en la tierra.

—Es suficiente—dijo Kierab al verlo que apenas podía sostener la alabarda, aún con la cabeza en la tierra.

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