Capítulo 2

¡No duden en señalar cualquier error!

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  Todavía incrédula y confundida por el extraño encuentro que acababa de tener en el bosque, Kagome regresó a la aldea, dándose cuenta solo en ese momento de que su apariencia no debía ser la mejor. Ojos rojos por el llanto, su rostro aún surcado por las últimas lágrimas; de repente recorrió las palabras que había escuchado poco antes de la última persona que creía que podía darle un consejo y de inmediato se secó la cara.

Tenía que ser fuerte y reaccionar, no era propio de ella dejarse vencer y ceder ante las dificultades. Seguiría su camino de todos modos, con o sin Inuyasha. Pero era más fácil decirlo que hacerlo.

Caminaba tratando de no llamar mucho la atención, debido a que para llegar a su cabaña, tenía que pasar cerca de la casa de sus amigos y no quería que ellos la vieran en esas condiciones.

Se acercó sigilosamente, dejando salir un suspiro de alivio al ver que no había nadie afuera.

«Es ahora o nunca, Kagome»

La joven miko trató de escabullirse, pero todo el esfuerzo utilizado para pasar inadvertida, fue nulo ante el sentido del olfato de la joven Shippo. Quien en cuanto olió a su amiga, saltó fuera de la casa de Sango sorprendiéndola en plena huida.

—¡Kagome! ¡Finalmente, regresaste! —exclamó el demonio zorro, mostrando una gran sonrisa e ignorando deliberadamente los ojos rojos de la sacerdotisa.

La chica no pudo evitar sentirse avergonzada, en ese momento parecía una adolescente que había sido atrapado haciendo alguna travesura.

—Hola, Shippo. Siento no haberte llevado conmigo esta mañana — respondió ella, mostrando una de sus más bellas sonrisas, cálida y envolvente como un abrazo, aunque su mirada delatara un dejo de melancolía.

«No se parece a la Kagome que vi esta mañana,  bueno, me alegro de que haya vuelto como antes» pensó el demonio zorro.

—¿Vas a comer con nosotros? Sango está preparando un estofado delicioso.

—Gracias por la invitación, pero Sango ya tiene que cocinar para tanta gente en su familia, no me gustaría darle más trabajo.

—¡Escucha Kagome! O come con nosotros o podría ofenderme. Todavía tienes que disculparte por la “fuga” de esta mañana —una versión ama de casa de Sango salió de la cabaña al escuchar las voces de sus amigos. A lo mejor era el delantal, el pañuelo en la cabeza y el cucharón, lo que le daba ese aire de una verdadera madre de familia, (bastante estricta por cierto) el caso es que Kagome ya no tenía ganas de rechazar la invitación.

—Dame unos minutos, entonces, solo lo suficiente para al menos estar presentable y esteré de regreso -dijo la morena caminando hacia su casa.

—¡Te estaremos esperando! —Shippo agitaba su mano en dirección de la chica, mientras esta se alejaba.

El demonio zorro estaba a punto de entrar a la casa tras los pasos de Sango cuando un fuerte olor a perro, que había comenzado a encontrar realmente desagradable, llegó a su sensible nariz.

—La invitación a almorzar no te incluye —pronunció, sin siquiera voltearse.

—¡Tsk! Hoy estás más ácido que de costumbre, ‘enano’.

A Inuyasha le encantaba burlarse del pobre zorrito, quien instantáneamente se giró con el rostro rojo de irritación.

—Y tú sigues igual de ton...

—¿Ha vuelto Kagome? —Inuyasha ni siquiera lo dejó terminar la oración, cosa que irritó aún más a su interlocutor.

—Esa es una pregunta muy tonta, Inuyasha. Además, ella no quiere verte.

Esta vez fue el medio demonio quien le lanzó una elocuente mirada de (ahora te lleno de puños). Por suerte se contuvo, recordando que dentro de la cabaña vivía la mujer más peligrosa de la zona.

—Mira, pequeña rata, no necesito tu ayuda para encontrarla —dicho esto, inició a caminar hacia la cabaña de Kagome.

—¡Sí, sí, vete! Después no digas que no traté de detenerte.

Esas palabras pusieron en alerta al hanyou. Sin embargo, lo último que haría sería darse la vuelta para pedirle una explicación a ese insípido zorro malcriado, por lo que siguió caminando sin inmutarse, siguiendo el rastro fresco del olor dejado por Kagome.

                              ***

Abrió la puerta la casa que supuestamente compartiría con Inuyasha toda su vida. En realidad, nunca había sido así, muchas veces él la ayudaba en su rutina diaria y otras desaparecía. Algunas noches la envolvía en sus brazos, otras prefería vagar por el bosque o dormir en un árbol, lejos de ella.

La cabaña parecía terriblemente vacía e impersonal, una vivienda ordinaria y sin vida. Pero eso pronto cambiaría, era el momento de dejar su huella, de darle un toque más alegre a su hogar, así que se prometió a sí misma que más tarde le pediría ayuda a Sango.

Dejó la canasta en la entrada cuando escuchó un ruido a sus espaldas. Se dio la vuelta ligeramente asustada, no se había dado cuenta de que alguien se le había acercado y se encontró frente a un poderoso pecho cubierto por una yukata roja.

—¡Inuyasha! ¿Qué haces aquí? —cuestionó la miko, mirando fijamente al recién llegado.

—Lo siento, no fue mi intención asustarte.

El hanyou se rascaba la cabeza, mientras apartaba mirada del rostro de Kagome. Simplemente, no podía mirarla a los ojos.

—¿Qué quieres? —volvió a preguntar la sacerdotisa.

El medio demonio no le dio importancia a la forma hostil en la que la sacerdotisa le había hablado, ella siempre se ponía de mal humor y más cuando tenía esa cosa que solo le da a las hembras.

—¿Fuiste al bosque? —preguntó, señalando la canasta en el suelo.

—Sí, necesitaba un poco de paz.

Inuyasha olio el aire, pero no pudo percibir ningún olor a sangre proveniente de la miko, así que no entendía que diablos le pasaba para que estuviese tan malhumorada.

—¿Qué tienes? ¿Qué hice para que estés así de enojada? Solamente te pregunté dónde estabas. Además, tenía días sin verte.

—Ya que estabas tan preocupado, ¿por qué no viniste a buscarme?

Inuyasha estaba literalmente congelado ante esa declaración, le tomó un par de segundos formular una respuesta que tuviera sentido lógico. Kagome realmente había dado en el blanco. Estaba a punto de responder, pero ella lo precedió.

—Me gustaría estar sola por un tiempo —dicho esto, la joven desapareció detrás de la puerta corrediza.

Inuyasha sabía muy bien, en el fondo de su corazón, que no tenía el más mínimo derecho a pedirle una explicación a su reacción. Se sentía como un verdadero gusano, pero decidió no insistir.

Pero... ¿Realmente no tenía derecho, o tal vez era solamente una excusa para evitar la confrontación con Kagome y aclarar lo que se había convertido en una situación absurda?

Se quedó mirando la puerta inmóvil, por un momento pensó en abrirla, entrar y decirle toda la verdad a la chica, para ser claro de una vez con ella y consigo mismo. Pero fue da más un momento.
Giró sobre sus talones y volvió por donde había venido, sin saber que Kagome también, detrás de esa puerta, esperaba su reacción, la cual no llegó porque él había decidido escapar. De nuevo.

Quién sabe si ahora podía oler las lágrimas corriendo por sus mejillas, o si simplemente las estaba ignorando.

Luego de casi media ahora, Kagome llego finalmente a la casa de Sango. Se había atrasado bastante, pero le había tomado algo de tiempo ponerse más o menos presentable.

Se había vestido con la única ropa que tenía de su tiempo, en ese momento, simplemente no podía usar esa ropa que la hacía tan parecida a ella...

De la casa de Sango salía un olor que habría sido tentador para cualquiera que pasara cerca.

Kagome puso su mejor sonrisa antes de golpear la puerta de madera y preguntar:

—¡¿Puedo pasar?!

—¡Señorita Kagome! ¡Adelante, adelante, ya está casi listo! —Miroku la recibió calurosamente, como era de esperarse.

Cuando entró, todos los presentes, (obviamente Inuyasha no estaba) se giraron para saludarla y notaron sorprendidos, que no vestía el traje de sacerdotisa. Pero nadie dijo nada al respecto.

Kagome ayudó a Sango con los preparativos finales, mientras Shippo era torturado por las gemelas y Miroku se reía de las acciones de sus pequeñas.

Comieron todos juntos, como de costumbre, imbuidos de un ambiente alegre, riendo y bromeando como si todos fueran niños. Ese momento suyo, tan íntimo, era guardado celosamente por cada uno de ellos como si fuera oro precioso, porque cuando estaban juntos bajo el mismo techo, cualquier problema o momento de desesperación, quedaba cerrado fuera de la puerta, así como de sus mentes.

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Sé que ya que quiren leer sobre el acercamiento de Sesshomaru y Kagome. Pero como ya escribí anteriormente, esto se dará lentamente, además Kagome debe terminar con inuvaka, ya que nuestro amo bonito no es de los que comparten a su hembra.

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