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Kagome había regresado a casa angustiada, anhelando su futón, como un sediento perdido en busca de un oasis. Sin embargo, el sueño no aparecía llegar, por lo que se encontró dando vueltas en la cama con la esperanza de quedarse dormida. Su mente asediada de pensamientos no le daba tregua, manteniéndola despierta bajo una constante agonía de recuerdos.
Tiró las mantas con impaciencia, levantándose nerviosa. Descorrió la cortina de paja que cubría la ventana, dejando que la brisa fresca de la noche la acariciara. Ni un sonido perturbaba el silencio que la rodeaba, solo el constante canto de los grillos y, de vez en cuando, el croar de una rana a lo lejos.
Respiró hondo ese aire fresco, entonces decidió intentar dar un paseo, tal vez caminar un poco le ayudaría a despejarse la mente.
Se puso el kimono y salió de la cabaña, se echó el chal sobre los hombros, sorprendida de que hiciera tanto frío afuera, sin embargo, la baja temperatura no le impediría aventurarse en una caminata nocturna.
Deambuló casi a ciegas, sin tener un objetivo a donde ir, perdiéndose en los ruidos ligeros y los dulces aromas de la noche. En el cielo, la luna menguante iluminaba su camino con su luz extraordinariamente clara, nublando las estrellas a su alrededor.
Entró en el bosque, intrigada por las lucecitas que vislumbraba entre los arbustos, dándose cuenta, mientras avanzaba entre el follaje, que la temperatura había cambiado. A pesar de la humedad, se podría decir que en aquella zona el frío era más soportable.
Caminó embelesada por las últimas luciérnagas de la temporada, las cuales la se apartaban rápidamente a su paso, admirando la leve fluorescencia característica de algunas plantas.
El mundo tomaba una forma diferente por la noche, las criaturas y los paisajes cambiaban casi radicalmente, creando la ilusión de estar en un lugar completamente diferente.
Respiró hondo el aire húmedo del bosque, llenando sus pulmones y despejando su mente como había esperado. La naturaleza ofrecía espectáculos capaces de aliviar todo sufrimiento del corazón.
Mientras caminaba absorta, moviendo la mirada de izquierda a derecha, explorando el hermoso paraje que la rodeaba, no se percató de la figura sentada entre las raíces de un gran árbol, hasta el último momento. Kagome vio a Sesshoumaru justo a tiempo, logrando esconderse antes de entrar en el campo visivo del demonio.
«¿Qué hace Sesshoumaru aquí?» fue lo primero que pensó Kagome.
La joven sacerdotisa mantenía la esperanza de que el gran demonio no la hubiera notado.
Se asomó desde atrás del árbol que la escondía y vio que el Daiyokai mantenía los ojos cerrados. Por un momento se atrevió a suponer que estaba durmiendo, en el instante en que él levantó la cabeza y abrió los ojos, Kagome giró tan rápida y silenciosamente como pudo, aplastando su espalda contra la dura corteza leñosa.
Esperaba con todo su ser que Sesshomaru no notara su presencia, a pesar de que su corazón latía como si quisiera salir de esa jaula de carne y hueso.
—Sé que estás ahí.
Al escuchar la voz profunda e impasible de Sesshomaru la sacerdotisa literalmente perdió un latido. Quizás fue el susto tras saberse descubierta por él mientras lo espiaba en medio de la noche, o tal vez era algo más, algo que siempre estuvo oculto dentro de su alma, siendo opacado por el amor que sentía hacia el hanyou, lo cierto es que el rostro de Kagome estaba enrojecido.
—Yo-yo no te estaba espiando —trató de justificarse—. Pensé que estabas dormido y no quería molestarte.
—¿Creíste que no me habría dado cuenta de tu presencia?
Si hubiera sido posible, el rostro de Kagome habría ardido aún más, pero no podía quedarse escondida detrás del tronco de un árbol. Salió de su escondite con la cabeza gacha, tratando de camuflar el enrojecimiento de su rostro, ajena al hecho de que el fino oído del demonio podía percibir sus acelerados latidos.
La joven sacerdotisa se sorprendió al ver a Sesshoumaru todavía sentado exactamente como lo había visto antes, con los ojos cerrados y los brazos cruzados.
«¿Acaso no quería irse, luego de que ella llegara a romper su momento de tranquilidad?»
Se perdió mirándolo nuevamente, envuelto en ese pelaje blanco suyo que reflejaba las luces fluorescentes de la noche, dándole un aura casi etérea. Nunca lo había visto con una expresión tan relajada en el rostro, parecía haber perdido la dureza que siempre mostraba.
—¿Me observas, miko? —cuestionó el demonio, manteniendo su porte impasible y provocando otra bocanada de enrojecimiento en las mejillas de Kagome.
—L-lo siento —se apresuró a decir.
Kagome no entendía que diablos le pasaba, no comprendía por qué aún seguía allí, de pie con la mirada fija en Sesshomaru. Se estaba comportando como una tonta, la presencia de ese demonio la intrigaba y al mismo tiempo la relajaba.
—¿Te importa si me siento aquí por un rato? —con un entusiasmo y una franqueza que nunca creyó poder mostrar frente a un demonio como Sesshomaru le hizo esa simple pregunta, esperando ansiosamente una respuesta. Casi parecía que no la había escuchado, pero ella sabía perfectamente que no era así. Esperó lo que parecían momentos interminables y tensos.
—Haz lo que quieras —la respuesta que recibió la hizo sonreír, mientras ella también se sentaba en la base de un árbol, no demasiado cerca del demonio, pero tampoco demasiado lejos.
La joven se sentó llevando sus rodillas a la altura del pecho, abrazándolas y apoyando la barbilla sobre ellas.
Observaba fijamente las plantas ante sus ojos, pero aunque su mirada percibía los arbustos frente a su campo visivo, su mente estaba completamente embelesada y hechizada por la presencia del Daiyokai.
¿Por qué sentía tanta atracción por su cuñado, un demonio peligroso, gélido y aparentemente incapaz de sentir? ¿Por qué su presencia silenciosa consolaba su corazón, dándole una extraña paz?
Tenía que admitir que no estaba mal estar en compañía de Sesshomaru. Se sentía increíblemente a gusto en esa situación surrealista, la niebla de sus pensamientos se deshacía lentamente, dando rienda suelta a las sensaciones que sentía en ese momento. Quién sabe si el Daiyokai también gustaba de su cercanía.
«Pero que ingenua era, de seguro a Sesshomaru le daba igual su presencia»
Kagome se regañó mentalmente, tal vez la magia del momento la estaba haciendo pensar en cosas imposibles. No obstante su corazón le daba diferentes señales, resonando en su pecho, atraído por la presencia a su lado.
—Me gusta estar en tu compañía —comentó de repente, dejando que las palabras salieran de sus labios con naturalidad. Se sonrojó al pronunciar esa frase, pero no se arrepintió, de alguna manera quería hacerle saber al demonio que realmente apreciaba compartir ese momento con él, aunque pudiera parecer absurdamente extraño.
—Soy consciente de que gustas de malas compañías —fue la única respuesta concedida por Sesshomaru.
Ella sonrió ante esas palabras, quiso cuestionarle si hablaba de sí mismo, o de Inuyasha. Pero no lo hizo, no habría ayudado a hacerlo hablar más.
Kagome sonreía tímidamente, mientras apretaba sus rodillas con más fuerza, tratando de controlar su alocado corazón.
Había sido un encuentro tan extraño e inesperadamente agradable, pero más extraño sería lo que sucedería, luego de que la joven sacerdotisa se quedase dormida, sin temor de estar a pocos pasos de uno de los yokais más sangriento, peligroso y temido de la época Feudal.
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Gracias por leer, el próximo capítulo será un PV: Sesshomaru con el punto de vista de este cap y la continuación del mismo.
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