27
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Habían pasado un par de días durante los cuales, el clima se había vuelto realmente hostil. El frío raspaba la piel y la capa de nubes bajas no se había apartado del cielo ni un solo instante. Pero ese día, un sol brillante irradiaba todo con su luz, hasta el frío parecía menos agresivo.
Kagome salió de la casa envuelta en su pesado chal de lana, disfrutando de esa luminosidad glacial.
Se había tapado más de lo necesario, pero las circunstancias la habían obligado; las marcas de mordeduras y moretones que Sesshomaru le había dejado en los días anteriores, eran claramente visibles en su cuello.
Se llevó una mano al pecho, sonrojándose al recordar sus momentos íntimos y apasionados. Esas marcas eran el símbolo de su amor, sentía la presencia de Sesshomaru sobre ella, debajo de su piel, más no quería que nadie las viera, recelosa de ese lado salvaje suyo que mostraba solamente a ella.
Se apresuró a la casa de Kaede, esa mañana ella y Rin trabajarían en el inventario del almacén del pueblo, este se actualizaba todos los meses para verificar la cantidad de suministros disponibles.
Shippo había sido enviado a una misión junto a Miroku y no regresarían antes de la hora del almuerzo, así que solo serían ella, Rin y tal vez Inuyasha.
Al llegar a la casa de la anciana, Kagome se precipitó a entrar.
—¡Buen día! —saludó, dejando sus zapatos en la entrada.
—¡Buenos días, Kagome! ¡Ven, estamos en la cocina! —escuchó decir a Kaede.
La joven sacerdotisa se apresuró a unirse a ella, Rin probablemente ya había llegado. Luchó por ocultar una mueca de fastidio al notar que, una vez en la cocina, las dos mujeres no estaban solas.
Inuyasha estaba sentado en un rincón, con las piernas y los brazos cruzados, refunfuñando quién sabe qué cosa en voz baja.
El silencio reinaba supremo, cuando Kaede decidió romper el momento incómodo.
—Como Shippo se fue muy temprano, le pedí a Inuyasha que te ayudara con el inventario.
Kagome no dijo ni una palabra, tenía que calmarse. ¡Vivían en el mismo pueblo, por Kami! Siempre tendría que lidiar con él, por lo que sería útil comenzar a superar la vergüenza que se apoderaba de ella cuando estaba en su compañía. Además, la presencia del medio demonio no era una coincidencia, días atrás, Miroku había reunido el grupo de amigos para hablar sobre la situación de Inuyasha, llegando a la conclusión de que lo mejor sería mantenerlo lo más cerca posible para poder vigilarlo, incluyéndolo en las actividades cotidianas, aun si este se negaba. Incluso se habían preparado varios sellos de purificación y exorcismo, por si la situación lo ameritaba.
—¡Oh, eso es genial! ¡Ya estaba temblando ante la idea de tener que mover esos grandes sacos de grano!
El entusiasmo de Rin fue como un viento benéfico, barrió cualquier rastro de hostilidad y relajó el ambiente.
—¡Tsk! —Inuyasha refunfuñó, preparándose para darse prisa con ese aburrido asunto.
—Gracias por tu ayuda —dijo Kagome.
Inuyasha le dirigió una mirada de soslayo, la cual ella evitó rápidamente.
Cuando abrieron la gran puerta del almacén se dieron cuenta de la cantidad de trabajo que les esperaba era inmensa. Inuyasha suspiró molesto, mientras que Rin estaba más que decidida a terminar antes del anochecer.
—Bueno, aquí tengo el inventario anterior, lo compararemos con este tan pronto como terminemos.
Kagome miró a su alrededor, realmente había muchos sacos, cestas, jarrones y demás. Por un lado, estaba contenta, había comenzado el invierno sin despilfarrar provisiones. Pero realmente era mucho trabajo, ese era uno de esos días en los que se arrepentía de haber abandonado la época moderna, la vida en la era feudal era realmente agotadora y casi nunca tenía tiempo para sí misma.
—Comenzaré a contar estos de aquí, piensa en las cosas más ligeras —dijo Inuyasha, señalando una enorme pila de sacos.
La miko se sorprendió de la calma con la que el medio demonio se prestaba a ayudarlas, sabía muy bien cuánto odiaba ese tipo de tarea.
Inuyasha movió sin esfuerzo sacos y canastas grandes, contando con precisión e informando a Kagome, quien anotaba todo en el nuevo pergamino. En cambio, ella y Rin se ocuparon de las ollas más pequeñas, si bien la cantidad compensaba su pequeño peso.
Se movieron y contaron y volvieron a poner todo en orden, todos los suministros se habían colocado de acuerdo con la caducidad de la comida. Era un trabajo extremadamente aburrido, a veces se podía escuchar a Inuyasha maldiciendo, pero nada había salido mal, por el momento.
La mañana pasó rápido y ellos ni siquiera se dieron cuenta, alienados como estaban en ese lugar cerrado y sin ventanas.
Kagome y Rin tomaron un descanso, bebieron un poco de té y comieron unos bollos de arroz preparados por Kaede.
—Inuyasha, ¿quieres comer algo? —preguntó Rin.
—¡Fekl! ¡No, no tengo hambre! —lo escucharon responder.
—Al menos ven y toma un poco de té, tú también necesitas un descanso —agregó Kagome. No tuvo que repetirlo dos veces, el medio demonio apareció detrás del montón de sacos de arroz y se unió a ellas.
Kagome le entregó una taza de té mientras evitaba cuidadosamente su mirada.
—No creo que quede mucho para terminar con este aburrido trabajo —comentó Inuyasha entre sorbos.
Kagome se sorprendió de nuevo por la calma y fluidez con la que hablaba, no parecía el Inuyasha de los últimos meses. Era agradable, sentía que podía relajarse a su lado, había extrañado compartir con él de esa manera.
—Tienes razón —respondió ella—. Solo nos falta controlar la lana y el aceite para las lámparas, entonces seremos libres.
Continuaron el trabajo, esta vez todos juntos. Ya casi estaban por terminar. Inuyasha y Rin enumeraron y contaron, Kagome reportó todo prolijamente en el pergamino.
—¡Listo, esa era la última madeja de lana! ¡Hemos terminado! —exclamó Rin alegremente.
Kagome sonrió, habían hecho un buen trabajo. Se dio la vuelta y se encontró con los ojos de Inuyasha. Ella le sonrió instintivamente, estaba feliz de poder tener una relación civilizada con él, esperaba que pudiera durar.
—¡Disculpe, señorita Kagome, necesito salir por un momento! —dijo la joven Rin, antes de alejarse del almacén.
Kagome comenzó a juntar sus cosas, habían trabajado duro, tenía mucho calor debido a la fatiga. Distraídamente, se echó el chal ligeramente hacia atrás, dejando al descubierto los hombros, se recogió el pelo con una mano, mientras se echaba aire con la mano libre. Un gesto natural, que siempre hacía cuando tenía calor.
En un instante, recordó por qué había sufrido en silencio hasta ahora con esa pesada capa de lana sobre sus hombros. Inmediatamente de cubrir las deslumbrantes marcas rojas que sobresalían en su pálida piel.
Cuando se dio la vuelta, sus ojos se encontraron con los de Inuyasha.
La mirada del medio demonio era tan aguda que dolía, no solo estaba llena de dolor y tristeza, sino también una gran ira.
Kagome se apresuró a cubrirse con el chal, pero Inuyasha fue más rápido. Se acercó a ella, abrumándola con su cuerpo, dejándola inmovilizada contra la pared.
—¿Te has convertido en su juguete? —preguntó con desdén.
Kagome nunca lo había escuchado usar ese tono, tal desprecio en la voz de Inuyasha era nuevo para ella.
No pudo pronunciar una palabra, lo miró con impotencia, arrepentida… ¿Por qué se tenía que sentir culpable? Esa mañana estaba feliz mientras pasaba sus dedos por esos moretones.
—No soy el juguete de nadie —replicó, esperando haberse expresado con convicción, pero su voz la delató.
Una sonrisa apareció en el rostro del medio demonio.
—¿Realmente crees eso? —su voz le heló la sangre, parecía la voz de alguien más—. ¿Con quién piensas que estás tratando? No lo conoces. ¿En serio crees que Sesshomaru podría sentir algo por ti? ¡Ajajaja! Te está manipulando para conseguir lo que quiere.
—¿Y quién eres tú para hablar de Sesshomaru? ¿Dime Inuyasha, estás seguro de saber lo que siente tu hermano, alguna vez has tratado de hablar con él sin insultarlo? ¿Tú realmente lo conoces? Pelear, discutir, es lo único que ustedes hacen cuando se encuentran uno frente al otro. Dices que él solo me está usando, si es así, puede que sea un defecto de familia.
Las palabras de la sacerdotisa hicieron mella en el corazón herido de Inuyasha, alimentando la tristeza y el rencor que lo abrumaba. Impulsivamente, se abrazó a ella, luego hundió su cabeza en el hueco de su cuello.
¿Cuál era su intención? Ni siquiera él lo sabía, estaba a punto de apoyar sus labios justo allí, donde su medio hermano había contaminado la piel de la sacerdotisa. Pero algo lo detuvo:
—¡¡Suéltame!! —gritó Kagome, dejando que el reiki cubriera todo su cuerpo, era una advertencia para mantenerlo a raya. De ser necesario estaba dispuesta a sellarlo hasta poder encontrar una cura a su evidente locura.
Inuyasha no se resistió, la soltó y se alejó con las manos en alto. Una parte de él se sintió aliviada de que la chica reaccionara.
Siguió mirándola con esa sonrisa molesta mientras ella jadeaba.
—Él realmente no te quiere Kagome, ¿todavía no lo entiendes? Encontró en ti un pasatiempo entre la conquista de un territorio y otro. Sesshomaru nunca tuvo corazón, sentimientos, fue criado para matar, conquistar, gobernar, no para ser un cobarde que se enamora.
Kagome lo miró estupefacta, no creía que Inuyasha pudiera expresarse con tanta frialdad y cinismo.
—¿Por qué te comportas así? —preguntó Kagome al borde de las lágrimas. Le dolía verlo actuar de esa forma, como si alguien más tomara el mando de sus palabras, obligándolo a decir cosas que tal vez no quería.
De repente, la mirada del medio demonio se suavizó, volviendo a ser la herida y sufrida de antes, con una nota extra de melancolía.
Inuyasha dio un paso atrás, apretó sus manos en puños, sonrió con tristeza, para luego decir:
—Yo… Lo siento Kagome.
Inuyasha desapareció de su vista como una ráfaga de viento, dejándola sola y aturdida.
Kagome se derrumbó sobre sus rodillas, todas esas emociones la desestabilizaban. Había estado asustado, tenía que admitirlo, los ojos de Inuyasha se habían vuelto aterradores al ver sus moretones. Instintivamente, se pasó una mano por el cuello, no pudo evitar pensar en lo que Inuyasha acababa de decirle. No, no podía creer esas palabras, pronunciadas con tanta ira y ferocidad.
Inuyasha no estaba siendo el mismo, no debía considerar sus palabras. Sin embargo, habían tenido el efecto deseado. Aunque no quisiera, sus dudas más oscuras, volvieron a llamar con fuerza a su puerta, incitadas por las palabras de quien fue su primer amor.
Rin regresó poco después y solo encontró a la sacerdotisa con la intención de cerrar los pergaminos.
—Kagome, ¿estás bien? ¿Dónde está Inuyasha?
La chica se sobresaltó. No había oído llegar a Rin, estaba tan absorta en sus pensamientos.
—¡Oh, Rin! Inuyasha tan pronto como se sintió libre, huyó como de costumbre.
La voz de la sacerdotisa no sonó tan convincente, pero Rin no hizo más preguntas.
Llegaron a la casa de Kaede en silencio, dejaron los pergaminos con el inventario a la anciana, informando del trabajo realizado.
Viendo el rostro de la sacerdotisa, la anciana Kaede se dio cuenta de que esta había discutido con Inuyasha, algunas cosas nunca cambian.
—¿Vienes conmigo a casa de Sango a esperar a Shippo? —preguntó Rin tímidamente.
Kagome vaciló, tal vez hablar con su amiga la habría ayudado a resolver algunas dudas, pero sentía la necesidad de estar sola.
—No, tengo algunas tareas que hacer en casa. ¡Hasta luego!
Caminaba a paso ligero, estaba sin aliento, pero no por la forma de andar, sino por la sensación de opresión que sentía sobre su pecho después de su discusión con Inuyasha.
Inuyasha probablemente tenía razón, sabía muy bien cuán diferentes eran ella y Sesshomaru, pertenecían a épocas y vidas distintas, a lo largo de dos líneas paralelas que nunca debieron encontrarse. Sin embargo, había sucedido y no podía pensar que era solo un juego nacido de una mente malvada y maquiavélica.
Sesshomaru no se rebajaría a tanto solo para molestar a su medio hermano, jamás lo haría, estaba segura. Pero después de todo, ¿realmente lo conocía? En eso sí que Inuyasha tenía razón, ella no conocía al demonio, probablemente no existía nadie que pudiera jactarse de conocer plenamente al temido Daiyōkai.
Verse unos meses, descubrir el placer de la compañía del otro, dejar madurar su amor no significaba conocerse. Mas no debía preocuparse por ello, ambos necesitaban tiempo para entenderse, para saber más uno del otro. Inuyasha no sabía de los momentos que pasaban juntos, de las emociones que solo ellos sentían cuando estaban bajo la discreción de su humilde cabaña, hablaba movido por los celos y la ira.
Llegó a casa sin darse cuenta, pero la idea de encerrarse allí no le agradó. No quería terminar en un torbellino de negatividad, necesitaba aclarar su mente. Iría al río a buscar agua, la esperanza de encontrarse con Sesshomaru y aprovechar para aclarar sus dudas era latente.
Tomó el cuenco que guardaba fuera de la casa y caminó rápidamente hacia el bosque. Su corazón se sentía pesado, casi sin aliento, mientras su mente continuaba a torturarla sin darle tregua:
¿Por qué Inuyasha había sido tan cruel con ella? ¿Por qué tuvo que desempolvar lo que había guardado en un rincón apartado de su mente?
Había decidido vivir esos sentimientos al máximo, fingiendo no preocuparse por el futuro. Pero había sido ingenua, no podía sobrellevar esa historia idílica para siempre, porque esta vez, el amor que sentía era tan fuerte y violento, que la sola idea de tener que morir antes que Sesshomaru la aterraba.
Una vez en el río, fuera de la fronda, inhaló profundamente el aire helado. El fuerte rugido de las aguas cristalinas pareció, por un momento, ahogar el ruido de sus pensamientos. Abrió los ojos, mirando tristemente al cielo. ¿Por qué la serenidad era una presencia tan efímera en su vida?
Un fuerte crujido de ramas rotas la hizo girar. Sesshoumaru la observaba en silencio, su mirada fija en ella, escudriñando sus expresiones.
Él no le dijo nada, solo se acercó, paciente.
Kagome había aprendido a interpretar su andar y estaba muy feliz por eso, pero la alegría duró solo un instante, convirtiéndose en un nudo en la garganta. Sintió su aura demoniaca recorrer todo su cuerpo, parecía inspeccionarla. Lentamente, miró hacia arriba, en busca del calor en sus ojos dorados, pero no le gustó lo que vio.
La mirada de Sesshomaru denotaba molestia, disgusto y desaprobación.
—No me mires así —dijo secamente, volviendo su mirada hacia las ondas en el río —. No es mi culpa —en respuesta, el demonio dio un gruñido. Kagome suspiró, sintiéndose extrañamente agitada—. Vivimos en la misma aldea, no puedo evitarlo.
—Eso no le da derecho a tocarte.
Finalmente, obtuvo una respuesta, aunque seca, dura, ácida.
Todas las interrogantes iniciaron arremolinarse caóticamente en la mente de la sacerdotisa y la actitud de Sesshomaru no la ayudaba a calmarse.
—Bueno, ¿qué lo detiene? —el tono era molesto, aunque su voz temblaba un poco—. Sabes lo obstinado que es Inuyasha, dice que solo me estás utilizando.
Se sentía enfadada, pero no sabía por qué. ¿Qué quería? ¿Un gesto llamativo, tal vez un te quiero? ¿A pesar de que sabía que él no era ese tipo de demonio?
Kagome conocía las respuestas, pero no quería decirlo así misma, porque por primera vez, estaba siendo egoísta. Esta vez no quería un amor a medias, no aceptaría migajas, quería todo de Sesshomaru.
—Quiere confundirte.
La voz del yōkai se suavizó.
Sesshomaru dio un pequeño paso hacia ella, pero no fue suficiente.
—¡Él me dice las mismas cosas sobre ti!
Una sonrisa irónica apareció en el rostro de la miko, en marcado contraste con la tristeza en su mirada.
—¿Y prefieres creerle?
Había una clara nota de dolor en la voz de Sesshomaru. Kagome inmediatamente se arrepintió de la alusión hecha, no quería alejarlo con sus palabras.
—¡No! —respondió con vehemencia, agarrándose a la manga del kimono de Sesshomaru—. No es así… —volvió a bajar la mirada, le costaba mucho encontrar las palabras —. Es solo que Inuyasha mencionó algunas cosas que he mantenido al margen, pero ahora no puedo dejar de pensar en ello, no quiero estar de acuerdo con él, sin embargo… —se detuvo, reuniendo el coraje para poner en palabras lo que se había convertido en su mayor temor.
>>Somos tan diferentes tú y yo Sesshomaru. Soy tan pequeña en comparación, mi presencia es casi efímera, nuestros mundos están tan separados que no puedo creer que se hayan cruzado, aun así, quiero estar a tu lado sin importar nuestras diferencias. Me pregunto si existe la posibilidad de que nuestras vidas puedan correr en el mismo plano.
Dejó que esas últimas palabras suyas fluyeran junto con el ruido de la corriente del río.
Todavía tenía la mano apretada contra la manga del fino kimono. Volvió a levantar la vista en busca de la suya, tenía una necesidad extrema de sumergirse en aquellos charcos de ámbar tan reconfortantes, de leer en ellos la pasión y el deseo que la habían hecho derretir. En cambio, se encontró con una pared de hielo, Sesshomaru miraba fijamente, algo indefinido frente a él. Su mirada era fría, sus rasgos se habían endurecido repentinamente.
Nuevamente era a ese demonio despiadado e indiferente, desprovisto de sentimientos nobles y apasionados.
Kagome esperaba al menos una respuesta, un asentimiento o negación, en cambio, él se quedó allí, en silencio e inmóvil, mirando a la nada.
Esa respuesta silenciosa fue tan elocuente que dolió. Le había revelado sus dudas, esperando poder despejarlas, pero, en cambio, no había hecho nada más que arrojar una sombra oscura sobre el corazón del demonio que tanto amaba.
Se mordió el labio hasta hacerse daño, estaba enojada, desilusionada, herida. Se sentía perdida.
¿Qué pasaría ahora? ¿Sería ese el final para ellos?
No pudo soportar más el estrés de ese silencio tan pesado como un peñasco, liberó la túnica de Sesshomaru y se alejó, dándole la espalda. Hizo una pausa, esperando que él hiciera algo, que tratara de detenerla o convencerla de que las palabras de Inuyasha no tenían sentido, que no tenía por qué preocuparse… Nada, Sesshomaru no hizo nada.
Los ojos de la sacerdotisa se llenaron de lágrimas, mientras caminaba de regreso a su cabaña.
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