Capítulo X "La tentación de la muerte"
"Quién diría que el infierno sería tan dulce"
El aire frío, la niebla espesa y un café caliente son parte del día a día de la muerte. Toma su primer sorbo luego de haberla soplado. El sabor amargo pero delicioso es interrumpido por dos suaves toques en la puerta y un leve olor a pastel inunda la habitación.
Llegó la hora del nuevo invitado por lo cual se levanta de su asiento y con sus pasos, que parece estar volando, abre de forma lenta la puerta.
—¡Maldito! —no le da tiempo a analizar el físico del visitante recién llegado ya que este lo toma de sus prendas negras y lo estampa contra la pared. Su ceño está fruncido, comí si fuera a explotar, su respiración es tan irregular y el pecho le va a tal velocidad que parece que se va a morir— ¿Por qué quemaste mi pastelería, la pastelería familiar? —Shin parece entender todo mejor ahora, por lo cual decide cambiar el papel pero sin querer sonríe— ¡Maldito, tienes hasta el valor de reírte pero no de explicar!
—Oh, así que eres tú el pastelero loco que se metió dentro del local que quemé luego de haber destrozado todos los postres y robado el dinero del lugar, eh —comenta sínicamente, elevando una de sus cejas, con una risa burlona y aire de superioridad—. Pobre bastardo que pensó que por estar dentro del lugar podía salvarlo —el mencionar esto hace que el alto hombre frente a ella se enoje aún más, frunciendo aún más las cejas y apretando los puños hasta que sus nudillos se ponen blancos.
—¡No hables de lo que no sabes si no estuviste ahí para contarlo! ¡Corriste con tu pasamontañas puesto en cuanto viste la tienda arder! ¡No tuviste si queda el coraje para llamar a unos bomberos luego de que quedaste el local!—arremete el puño contra la pared, nuevamente empuja el delgado cuerpo de la muerte pero con más fuerza que la vez anterior— ¡El maldito día de mi cumpleaños tuviste que joderme la vida! —el rizado cabello rubio y corto del invitado es movido por una pequeña brisa de aire— ¡No sólo arruinaste mi sueño de ser el dueño oficial del Le Chanté, sino también arruinaste mi cumpleaños! —sus ojos empiezan a verse un poco mojados— ¡Y para colmo, tu maldito incendio me mató!
Hasta que al fin cae en cuenta de ese hecho, idiota.
De pronto, soltó el trozo de ropa que sostenía del Shinigami y lo dejó con los pies en el suelo. Su cara, con los ojos grises abiertos a más no dar, la respiración acelerada y las pequeñas gotas de sudor que comenzaban a caer, parecía procesar todo.
—Si estoy muerto porque morí ese día y tú no. ¿Por qué estarías aquí?
—Bueno, creo que es el momento de presentarme —como el típico momento que ha visto en las películas, se quita la máscara, aunque realmente no se esté quitando la máscara, y vuelve a su forma original—. Bienvenido a mi dulce y pequeña morada, Gustave Patisiere. Yo soy lo que muchos conocen como la muerte.
El anteriormente mencionado comienza a reírse a pesar de esta viendo la verdadera forma del shinigami.
—Por favor, no me venga con esas bromas, ande, dígame cuál es su nombre —silencio y unos labios rectos es lo que recibe de su acompañante ya que este está hablando seriamente—. Espere... ¿Es en serio? —Shin da un leve asentimiento de cabeza— Osea que realmente estoy muerto.
Cae en cuenta de que el incendio pasó y de que él murió dentro— ¿Entonces por qué te hiciste pasar por alguien que no eras? ¿Por qué imitaste a ese mal nacido? —vocifera con la voz temblandole.
—No es algo que yo elijo a voluntad. Todo invitado ve lo que más marcó en su vida, no soy yo la que elige lo que ves, son tu corazón y mente. Es parte de mi trabajo hacerte hablar utilizando a la persona que veas en mi para luego hablarte como lo que soy, como la muerte.
— Yo —las pocas lágrimas que tenía atrapadas antes aparecen en forma de una catarata por sus dos mejillas sonrosaditas y el temblar de las piernas provocan que caiga al suelo—, no pude disfrutar al máximo de mi familia, no pude ver crecer a mi hijo menor, ni ver como Xylen se graduaba de la preparatoria —comienza a lamentarse por no haber podido aprovechar su vida como él quería.
La dueña de la aterradora sonrisa no comenta nada, solo escucha mientras toma una tasa, la llena de café y se la da al invitado a la vez que toma de la que había dejado anteriormente.
—No logré ponerme al mando de la pastelería familiar, dejé sola a mi familia —sigue lamentándose. Toma un paño que le ofrece la parca y sorbe los mocos—. ¿Ahora que hago?
—No tiene muchas más opciones, señor Patisiere, por más que quiera ayudarlo no debo intervenir más de llegar necesario con los invitados —agacha un poco la cabeza y sus ojos empiezan a lucir un poco tristes—. Solo puedo darle la opción de ir al cielo.
Se levanta del suelo, frente a Gustave, y se encamina a su acostumbrado sillón a la vez que aparece su libreta de la muerte.
—Usted fue una persona que como todo ser humano, se estresó, culpó, se disculpó, pero sobre todo, vivió su vida de una manera honesta. Solo le toca esperar a que su familia se reúna con usted allá en el cielo mientras que usted los espera junto a sus otros familiares.
Al ver que este no decía nada, mas que su llanto era lo único que se escuchaba, decidió jalar la palanca sin más, dejando ir al invitado de hoy.
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