Capítulo 14."La novia neurótica"
Courtney
Tres meses después.
La modista me mira unos segundos antes de mirar a Cristina preguntando si está bien el vestido. Yo evito moverme demasiado para que los alfileres no me piquen.
— A Courtney es la única que el vestido le queda largo— menciona Cristina algo pensativa.
Miro a las demás chicas que se están probando el vestido de dama de honor, entre ellas sólo está la pequeña, o bueno, no tan pequeña Amy. Miro mi vestido seguido del de ellas. No veo nada diferente, salvo que los vestidos no son de las mismas medidas.
Niego con la cabeza en dirección a Cristina y la modista me mira antes de decir:
— Señorita, intentamos que el largo de todos los vestidos les llegara a la misma altura a todas, la altura que nos mencionó— le explica la modista a Cristina.
Desde que Cristina nos mencionó su compromiso con Connor, parece que los nervios la han traicionado varias veces y se ha vuelto paranoica unas tantas. Incluso se volvió un poco difícil de soportar, ya que, después de presumir los precios de todo lo que estaban adquiriendo ella y Connor, ya que algunas veces se llegaba sentir superior que todas. Ésta actitud no le pareció adecuada a Cecy, quien por alguna razón no soporta a Cristina después de haberla conocido en persona, quizá por ambas tenían una personalidad muy parecida. Cecy, había comenzado a bromear con que se había librado de quedar en banca rota. Y sí, probablemente sí, ya que cuando Cristina nos llevó a la tienda de vestidos a tomarnos la medida, se nos salió el corazón cuando nos dieron el presupuesto. Amy, fue la más sincera de todas al decir que ella no pagaría casi cuatro salarios para un vestido que después no usaría. Lo que nos sorprendió a todas fue la facilidad de Cristina para decir "tranquila, yo te ayudo a pagarlo".
Cecy, solía decirnos siempre que, Cristina, estaba pasando por la crisis de la novia compulsiva, que técnicamente consistía en que a la novia, después de pagar tanto por su boda, todo se volvía algo fácil de comprar, ya que, si tenía para la fiesta, tenía para todo. Y en parte, estaba de acuerdo con ella, ya que comenzaba a darse los lujos que cualquiera quisiera tener.
Nadie dijo nada al respecto, ya que, según Cecy, había la esperanza de que después de la boda todo eso terminara.
Al menos yo sí lo esperaba, porque comenzaba a volverme loca que siempre quisiera ir a comer a los restaurantes del centro de la ciudad en vez de dejarme comer el recalentado de la noche anterior como almuerzo.
O al menos, James y yo queríamos recuperarnos económicamente después del accidente.
Después de que Cristina comienza a inspeccionar los vestidos uno a uno, acepta que son iguales y comienzan a ajustar los últimos detalles para la gran fecha. Al menos yo y Amy, nos cambiamos lo más rápido que podemos y salimos del lugar tan rápido como podemos después de despedirnos de todas. Amy se despide de mi y cuando la veo irse, veo a su novio a la distancia esperando por ella.
Cuanto ha crecido.
Me dispongo a buscar el coche de James, y lo encuentro estacionado a fuera de la tienda corremos. Corro hacia el auto y me siento a un lado de James esperando a que arranca el auto.
— ¿Qué tal te fue?— escucho a James preguntar.
— Cristina cada vez pierde un poco más la cabeza.
James me mira y yo me cruzo de brazos después e haberme colocado el cinturón de seguridad.. Exactamente hace un mes y medio, la doctora por fin dijo que era momento para quitarme el yeso al igual que los puntos de la gigante herida en el estómago. En la parte del antebrazo había quedado una delgada y larga herida en donde abrieron para poder arreglar el hueso, pero la que me causaba un poco de conflicto e inseguridad era la del estómago, esa si que dejó una grande herida. Al igual que toda la situación.
— ¿No era así desde antes?—pregunta James, después de arrancar el auto.
Yo sólo niego ante su pregunta. Claro que no era así, ella tenía más... cordura y uso e razón hasta que tuvo que organizar una boda para quizá doscientas personas.
— No es la primera vez que pierde la cabeza por el chico... hombre— me corrijo al hablar— con el que se va a casar. En la preparatoria técnicamente me dejó plantada una vez y me dejó de hablar por él, creo que esto es normal.
— El chico se llama Connor, ¿Cierto? —asiento con la cabeza—¿Él y Cristina se conocen desde la preparatoria?
Asiento nuevamente con la cabeza mientras lo miro y veo la sorpresa en su rostro.
— ¿Por qué?— pregunto.
— Es demasiado tiempo. Yo creí que se conocían de la Universidad o algo parecido— explica— . Ha pasado la mitad de su vida con él y hasta ahora se casan.
Y eso, esa simple oración siento que la dice cómo una clase de indirecta, una indirecta a mi indiferencia por querer casarme. Yo también, indirectamente, le he explicado muchas veces que la razón por la cual no quiero casarme es porque no quiero terminar con la misma historia que mis padres. Y sí, al parecer él entendía, pero su madre no. Sentía la presión de su madre sobre James para hacerme razonar un poco y decirle sin ningún problema: sí, acepto.
Pero en vez de discutir con él, simplemente cambio de tema.
— ¿Ya hiciste tu maleta?
Chasquea le lengua mientras golpea levemente el volante. No me molesto en reprocharle cuántas veces le recordé que lo hiciera, en vez de eso, me toco la frente y lo miro seria.
— ¿Qué hiciste en esa hora?
— Creo que tu sabes muy bien la respuesta...
— Claro que la sé— le digo— todavía traes el bordado del cojín marcado en la mejilla.
Sin pensarlo, se toca la mejilla rápidamente y suelta un suspiro cuando siente la marca en sus mejillas. Levanta ambas cejas ante de mirarme, cómo si no supiera de lo que estoy hablando, aunque claramente lo sabe.
*
Aún recuerdo la primera vez que en la James y yo viajamos juntos hacia la ciudad en donde había crecido, pero, también recuerdo lo nerviosa que estaba mamá ya que el embarazo, para ese entonces, el pequeño Dylan ya quería conocer el mundo y las cosas se complicaron un poco.
No fue hasta un año después en el que, conoció una parte de mí; por así decirlo, conoció un poco del infierno de Courtney de dieciséis años. Lo lleve por la pequeña ciudad, o como Maddie la había llamado cuando nos presentaron por primera vez: Un pueblo más urbanizado.
Fuimos al mismo parque con el que salí por primera vez con Matthew, a la feria del muelle que, por desgracia, sólo estaba el muelle. La feria ya se había ido hace bastante tiempo. Incluso fuimos a la anterior casa donde vivía, donde pasé la mayor parte de mi vida. Y para variar, en el recorrido turístico incluí la preparatoria, la horrible preparatoria.
Sacudo la cabeza intentando concentrarme en poder encontrar las maletas y me cruzo de brazos con la mirada fija en las bandas.
— La primera vez que te vi fue en una situación parecida— escucho la voz de James sacándome de mis pensamientos para después, mirarlo confundida por su comentario—; estábamos en el aeropuerto y no recuerdo bien por qué, pero recuerdo que no tomaste tus maletas cuando debías y dieron varios recorridos.
Me río, recordando ese día, pero no digo que el motivo de mi distracción fue una chica con pechos bastante grandes y a la vista y el sonido de su chicle chocando contra sus muelas. Pero en vez de contarle ese detalle, le digo que lo recuerdo vagamente. Tan rápido como veo que mi maleta aparece, la tomo y sólo esperamos que pase la de James.
— Creo que nunca te lo he preguntado—lo miro— ¿En qué momento comenzaste a dudar de lo que sentías por Carlee?
James, se toma por sorpresa mi pregunta, por que se le asoma en los labios una sonrisa nervios y sus ojos dejan de mirarme. Pero es cierto, tenemos demasiado tiempo juntos, y quizá sé muchas cosas de él y él de mí, pero nunca se me había pasado por la cabeza esa pregunta. Veo a James taladrando entre sus recuerdos y se cruza de brazos. Al parecer, si se pierde intentando buscar entre sus recuerdos, porque no ve cuando su maleta pasa frente a él, y yo la tomo antes de que tenga que andar persiguiéndola o dejarla dar toda la vuelta.
—¿Por qué se te ocurre preguntarme hasta este momento?—dice al fin—. Si mi memoria no falla, cuando nos sacaron de clase y tu perdiste la cabeza, la vez que me dejaste hacer todo el trabajo a mí.
— Vaya, vaya— le sonrío y comenzamos a caminar— . Pero si me tratabas como si fuera una molestia.
— Técnicamente lo eras— se burla— ¿O cómo debía de tratarte si tenía novia y tu me estabas gustando?
— Tu eras una molestia — le golpeo el brazo — . Me hiciste recorrer a pie casi media ciudad por la madrugada y ¡En mi cumpleaños!
— Nunca lo vas a olvidar ¿Cierto? — me mira—, en cada discusión nunca se te olvida mencionarlo.
— Y después tuviste el cinismo de casi besarme.
—Tomaré eso como un no.
— Y aún puedo sacar más cosas que reclamarte— lo miro mientras le regalo una sonrisa triunfante— y ni porque hayas estudiado leyes me vas a ganar.
— Yo también— me dice mientras nos detenemos frete al elevador y el presiona el botón para que llegue, pero guarda silencio unos segundos, pensando con que contra atacar—. Estoy cansado y no se me viene nada a la mente.
— Eso es una gran mentira— me burlo.
Las puertas del elevador se abren y entramos antes de que se cierren. Pone su brazo sobre mis hombros y me atrae hacia él. Le rodeo la cintura con mi brazo y dejo caer mi cabeza en su pecho.
— Enserio, Courtney, han pasado casi siete años y aún no olvidas que por error— hace énfasis en la palabra "error"— , te dejé varada.
— Lo único que hace que no lo olvidé es que era mi cumpleaños.
— ¿Y si no lo hubiera sido?— me cuestiona.
— Quizá no te lo reclamaría tanto... o quizá sí.
James bufa por lo bajo y salimos del elevador y comenzamos a camina por el estacionamiento en busca del carro de mamá. El estacionamiento está probablemente hasta reventar y posiblemente sería un lío encontrarla si no fuera porque me mandó el número del cajón en donde está estacionada. Tomo de la mano a James mientras voy revisado la numeración hasta que damos con el correcto y ahí la veo, fuera del auto, con Dylan en brazos.
— Pensé que jamás llegarían— nos dice cuando nos acercamos a ella— . Este niño ya se había desesperado.
Dylan nos lanza una sonrisa, o bueno, quizá a James a quien quiere más que a mi. La última vez que lo vi fue hace dos años y tan sólo tenía tres años, los suficientes para apenas correr hacia mí para buscar consuelo después de que mamá lo regañaba por sacar todo de los cajones de la cocina o de lo que encontrara. Ahora, tienes seis años y mamá apenas lo aguanta, al parecer ya tiene todos sus dientes de leche y ahora su cabello ya no es rubio como el de Justin, ahora es marrón como el de Nathan, aunque a decir verdad, se parece mucho a Nathan.
— Sólo nos llevas esperando veinte minutos, mamá— le digo mientras me acerco a saludarla y a llenarle de besitos la cara de Dylan.
James, algo nervioso, saluda a mamá y a Dylan, que en seguida le extiende los brazos para que lo cargue y yo solo bufo molesta de que lo prefiera a él y no a mi.
— ¿Y qué tal el vuelo?— pregunta mamá mientras abre la cajuela del auto.
— Nada fuera de lo normal— le respondo subiendo las maletas—. ¿Nathan vino?
Cuando miro a James, el corazón se me hace pequeñito imaginándolo cargando a un pequeño bebé que podría ser nuestro.
Así es, podría. Pero eres muy cobarde.
James lo acomoda en su silla y se sienta alado de él mientras Dylan comienza a contarle de sus juguetes nuevos. Miro emocionada a Dylan cuando lo escucho hablar ya más fluido y audible que antes, ya que no balbuceo tanto. Incluso James parece feliz cuando lo escucha hablar.
— Sí — me responde mamá una vez que estamos en el carro— , y la casa ha sido un desastre con los tres niños.
— ¿Tres niños?— pregunto mientras la miro confundida.
— Justin trajo su esposa y a su bebé.
— ¿Justin tiene un bebé?
Me quedo en un repentino estado de shock por la noticia y no puedo evitar mirar a James, que al parecer también está un poco sorprendido de que Justin tenga esposa y un bebé.
— También me sorprendió cuando nos dijo— se encoje de hombros como si recordara el día— . Pero debo admitir que es un bebé hermoso que llora mucho.
Después de imaginarme la casa echa un desastre por dos niños traviesos y el llanto de un bebé por la madrugada, me imagino que van a ser unos días algo cansados. Mamá sigue conduciendo mientras me sigue contando cómo va todo y también me pregunta cómo sigo desde lo del accidente. Mamá, al tener que cuidar a Dylan y estar ocupada en su trabajo por su alto rango en él, sólo pudo visitarme estar dos días conmigo en el hospital y se tuvo que ir, pero llamó constantemente.
Con toda, confianza, incluye a James en la plática y me causa risa la forma nerviosa en la que contesta.
Miro por la ventana y reconozco las calles por las que pasamos: es el vecindario en el que vivíamos antes. Sin querer, presto atención a las casas, buscando ansiosa la casa de papá y mi sorpresa es que, cuando la encuentro, veo a los hijos de su esposa, los hermanastros que me niego aceptar. Ahí están, jugando frente a la casa del mismo modo que Nathan y yo lo hacíamos de pequeños. Precisamente ahí sólo porque el patio trasero es muy pequeño para hacerlo.
Ya no son las personas que recordaba: el menor de todos, Carlos, es todo un muchacho, corre aquí para allá a la velocidad de la pequeña risa de un bebé con apenas dos dientes y que le cuesta sostenerse sobre sus gorditas piernas. Sebastían, el mayor, corre preocupado detrás del bebé, supongo, su hijo. Y Natasha, la de en medio, platica muy a gusto con una mujer que no reconozco, pero ambas tienen unas sonrisas muy grandes, tan grandes como el estómago hinchado de Natasha, que toca muy feliz a la espera de que el bebé dentro de ella se mueva o algo parecido.
Por alguna razón, me recargo algo resignada en el asiento al ver sus vidas y compararlas a la mía que, podría decir, es una desperdició. No he logrado nada, no he hecho algo bueno y es muy simple y vacía a comparación de ellos. Pero lo que más me llena de, quizá dolor, es que a papá ya le dicen abuelo y por desgracia, el pequeño de Nathan le dirá así a alguien que no es él.
Mamá estaciona el auto frente a la casa y mira el reloj se su muñeca antes de bajar.
— Parece que llegamos justo a la hora de la comida.
James, quien trae de la mano a mi hermano, intenta ayudar a mamá con las maletas, pero me adelanto para hacerlo por él, ya que Dylan comienza a jalarlo un poco ansioso para entrar en la casa. Caminamos detrás de ellos e intento no pensar en él y yo siendo padres. Mamá saca las llaves de la bolsa que está en sus hombros y abre la puerta, dejando pasar primero al pequeño Dylan que lleva de la mano a James para pasar después nosotros.
Dejamos las maletas en el pasillo y vamos hasta la sala, donde escucho la voz de James saludando a todos. Lo primero que veo es a Sam ya jugando con Dylan, después a Nathan que habla con James. Busco a Justin y en efecto, lo veo cargando un bebé que ahora está dormido y, juzgando las ojeras que tiene, puedo apostar que lo envidia por las horas que él no ha dormido. Maddie sale de la cocina mientras en mano tiene un tazón de helado y me llevo una mano a la boca cuando veo que su estómago es una pequeña bolita, de apenas unos cuantos meses.
—¡Esto debe ser una broma!— me quejo tan rápido como la veo— ¿En serio soy la única que no tiene o está a la espera de un hijo?
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