IV
Courtney jamás olvidaría la noche que todo había cambiado por completo. Era imposible que olvidara aquella noche de febrero en que la nieve aún persistía por la ciudad y todos se refugiaban en sus hogares por comodidad. Aunque ella deseaba estar en las frías calles arrastrando los pies sobre la nieve y sintiendo como se derretían sobre su nariz los pocos copos de nieve que veía caer por la ventana.
Aquel día había despertado con un extraño dolor de espalda y un sentimiento de bochorno que sólo la abandonaba por segundos. Le dolía de momentos la cabeza pero creía que no era nada significativo; lo atribuyó al estrés de dejar todo listo para la llegada de Elizabeth en un mes. Ignoró todo eso y se sentó durante la tarde a acomodar sus notas y terminar los pendientes mientras que James a su lado estudiaba para su examen al posgrado. Cosa que tenía muy orgullosa a Courtney.
—Amy envió la invitación para la boda—dijo James mientras cerraba el libro que leía.
—¿Cuándo es?—respondió Courtney, demasiado enfocada en la pantalla de su laptop como para mirar al chico acostado a su lado.
—En Agosto.
—Interesante—murmuró con desgano.
Courtney estaba demasiado feliz por su gran amiga pecosa, pero había algo estrujando su corazón cada que alguien mencionaba la palabra "boda". Ya había superado aquel intento de casi comprometerse con James meses atrás, pero aún había algo que no le gustaba. Había algo taladrando sus oídos cada noche, pero no sabía si eran las hormonas del embarazo, la presión de ser nueva en el trabajo o su mera ansiedad.
—Dilo.
Courtney levantó la vista de un golpe y miro aquellos ojos azules que la observaban con calma. Se sorprendió mordiendo su labio inferior y observó que James la miraba con curiosidad y calma. Tuvo miedo de que estuviera pensando en voz alta o de que el hombre a su lado hubiera adquirido al fin la habilidad de leer su mente.
—¿Decir qué?
James soltó una pequeña exhalación por risa y se rascó una ceja con el pulgar antes de cruzarse de brazos con una lentitud que la inquietó.
—Has puesto esa cara de que algo te molesta—explicó—. Sólo dilo.
Algo que era cierto y que Courtney sabía a la perfección era que era muy fácil saber lo que pasaba por su cabeza con tan sólo ver sus facciones; era evidente cuando estaba feliz o cuando estaba molesta. Y odiaba eso, porque nunca podía mantener sus emociones totalmente para sí misma. Según ella, era como estar expuesta a todo momento y para cualquier persona.
—Sólo tengo mi cara de "necesito terminar este reporte"—dijo—. No hay nada que me moleste salvo este estúpido dolor de espalda.
James negó con la cabeza al tiempo que suspiraba. Estiró los brazos lo suficiente para quitarle el portátil con delicadeza y dejarlo en la mesita de noche a un costado de la cama. Courtney renegó en voz baja al ver eso y se dejó caer en el respaldo del colchón. Se frotó los ojos con pesadez y dejó sus manos sobre su gran estómago.
—¿Me dirás qué te sucede?—James la tomó del brazo con cuidado para acercarla un poco más a su cuerpo—¿por qué pusiste esa expresión de que odias a cualquier persona que respire?
—Es metira.
—Aún tienes esa mueca—susurró al tiempo que comenzó a acercar al rostro de Courtney para dejar un suave beso en la mejilla.
Ella sintió como su corazón se derretía de amor.
—A ti no te odio en lo absoluto—dijo rápidamente mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro—. Sólo cuando te terminas el cereal y finges que no sabes nada
—Pero si yo...
—Y cuando no cierras bien la nevera y los hielos derretidos se escurren por todo el piso—lo interrumpió— ¿Sabes también cuándo quiero ahorcarte?
—¿Pasamos de un sentimiento de odio a actos violentos?
—Sí por las noches no me golpearas cada que te giras dormido, quizá no quisiera recurrir a ciertos actos violentos.
James lanzó una carcajada al aire mientras pasaba sus manos al rededor del cuerpo de Courtney, quien se acomodó para estar cómodamente entre sus brazos. Levantó la cabeza para observar la sonrisa de James y todos aquellos lunares que siempre me veían con encanto.
—¿Te golpeo dormido?
—No es un golpe como tal, es más como un manotazo, ¿entiendes?—explicó mientras veía como sus dedos se enredaban en su cabello rubio oscuro—. A veces te giras y parece que no calculas en donde van a caer tus manos, entonces terminan aterrizando en mi cabeza.
—¿Por qué no me habías dicho?
—¿Iba a cambiar algo?—preguntó burlona.
—Sí, quizá hubiera tenido tiempo de decir que me pateas mientras duermes.
—¡Yo no hago eso!
—Lo haces desde hace mucho tiempo atrás—miró al techo, como si estuviera pasado entre todos los recuerdos que habitaban en su mente—. Y tú lo hacías desde antes de que estuviéramos juntos.
—Tu tiempo de queja ha expirado, así que no puedes decir nada—la pequeña mano de Courtney apretó las mejillas de James, provocando que sus labios hiciera un puchero que le pareció tierno. Aprovechó aquello para juntar sus labios en un corto beso.
—¿Y cómo puedo hacer para que el tiempo se extienda un poco más?
El tono coqueto en la voz de James puso alerta todos los sentidos de Courtney. Su cuerpo prendió una alarma que conocía muy bien y que le había prohibido encender. Al menos durante todo el mes que faltaban para que Elizabeth naciera y evitar que se adelantara. Sin embargo, su cabeza comenzó a pensar en qué tan malo sería seguir sus instintos una sola vez.
—¿Qué tienes exactamente en mente?—susurró sin despegar la mirada de esos ojos azules que la estaban poniendo nerviosa.
—Tengo varias sugerencias que podrían ayudar en esto—su respuesta estuvo acompañada de un rápido movimiento en el que James terminó por encima de ella, en una posición comprometedora.
El espacio entre los dos era tan poco, que Courtney escuchó la alterada respiración de James y se preguntó si él podía escuchar como su estómago se retorció y cómo su pulso se alteraba como las nevadas a finales de año.
—Tengo tiempo de oírlas.
Apenas termino de hablar, James juntó sus labios en un beso que electrificó cada parte de Courtney. Algo que había notado, es que todo lo que James hacía le parecía lo más magnífico y bello. Sabía que las hormonas eran poderosas, pero no supo cuánto hasta que notó que James podía hacerla temblar con tan sólo un roce de labios. Así que cuando la besaba y la tocaba, era como tocar el paraíso estando sentada en el infierno.
Courtney abrió las piernas para permitir que James tomara una posición más cómoda, pero se sorprendió cuando se detuvo a mitad del beso para preguntar:
—¿Querías ir... al baño?
En el momento en el que observó como la colcha gris se teñía de gris oscuro por el líquido que recorría sus pants blanco, el deseo se esfumó y el miedo se instaló es su pecho.
—Ya viene.
—¿Que?—James estaba atónito.
—Elizabeth ya va a nacer.
—¡Pero faltaba un mes!
—¡Pues no pudo esperar más!—el miedo hizo débil la voz de Courtney e hizo temblar todo su cuerpo.
Ninguno de los sabía como reaccionar a lo que estaba pasando hasta que, lo que ella creía que era un retortijón, le hizo cerrar los ojos con fuerza. Se llevó las manos al estómago y James se levantó de la cama en un saltó. Se quedó de piedra observando la escena.
—Tienes que llevarme al hospital y llamar a mi mamá.
—¡Tú mamá esta a un vuelo de dos horas de aquí!—dijo asustado.
—¡Por eso tienes que llamarla ya, James West!
Entre todo el manojo de nervios que eran los dos, él corrió a buscar su celular y ella buscó la manera de ponerse de pie. No le fue difícil, sin embargo le costó bastante lograr ponerse los converse que terminó por dejar sin atar. Respiro lo más profundo que pudo y camino de manera al closet, preguntándose si sería prudente cambiarse de ropa.
Recargó la cabeza en la puerta del mueble cuando volvió a sentir otro pequeño dolor en la pelvis, como si alguien estuviera pellizcándola internamente. Era un dolor extraño que le advirtió que no era conveniente cambiarse de ropa.
—Cariño, dice tu madre que si ya empezaron las contracciones.
Movió la cabeza cuando el dolor aminoró un poco y se sorprendió al ver una mochila en la mano de James, ¿qué llevaba ahí? ¿Su madre le había dicho que lo hiciera?
—Si no hubieran comenzado no estaría en esta tonta posición para calmar el dolor—se quejó—, así que sí, ya empezaron.
—Pondré el teléfono en alta voz—el tembloroso dedo de James presiono un botón en la pantalla que hizo que la voz de su madre resonara en el cuarto.
—Courtney, Steve y yo ya estamos buscando los boletos de avión, pero el próximo vuelo es dentro de tres horas, así que escucha bien—la voz de su madre también temblaba levemente—: se irán al hospital antes de que empeoren los contracciones y sólo has caso a todo lo que digan los doctores, ¿okay?
—Me estoy asustando, mamá.
—Yo sé que esto es nuevo, pero sólo has eso que te digo. James ya tiene todos tus papeles, ropa y todo lo que necesites. Lo primordial ahora es llegar al hospital.
—Y como odio los hospitales...
Después de la llamada con su madre, todo sucedió demasiado rápido para Courtney. No supo cómo logró caminar hasta el auto y soportar las contracciones durante el camino. Ni si quiera supo en que momento unas enfermeras la ayudaron a sentarse en la silla de ruedas. Sólo fue consiente hasta que empezaron a quitar su ropa para remplazarla con una bata de hospital.
Todo parecía moverse más lento y el olor del alcohol la mareó, logrando que su mente diera un gran chapuzón entre sus recuerdos. El dolor en el dorso de su mano provocado por el catéter le hizo recordar tiempos que quería olvidar y sus lagrimas comenzaron a salir de manera salvaje mientras el miedo la cegaba de manera que creyó imposible.
Todo era una locura.
Las contracciones no paraban, el personal médico gritaba cosas mientras le conectaban los aparatos necesarios, las caricias de James eran apenas notables y las ganas de querer morir por lo asfixiante que era todo se hicieron presentes. Y es que su corazón comenzó a tener miedo de que el dolor no fuera normal y que la vida le arrebatara a su pequeño demonio. Miraba el blanco techo, escuchaba el sonido de los aparatos conectados a ella y se transportó al día que despertó del accidente, por lo que su agonía la estaba haciendo desconectarse un poco de la realidad. Ni siquiera le importaba que cada minuto estuvieran revisando y tocando por debajo de la bata azul mientras ella sólo se mordía los labios para no gritar.
Lo siguiente que escuchó fueron las llantas de la camilla. Después sintió el metal frío del aparato en sus pies que hacía que sus piernas se mantuvieran abiertas. Entre la piel caliente y sudada de su rostro, alcanzó a sentir el látex de unos guantes que le ponían la cánula del oxigeno. Apenas abrió los ojos, los cerró por las cegadores luces del quirófano; entonces alcanzó a escuchar a la doctora frente a ella le dijo que pujara cuando ella se lo indicara.
Supuso que la mano que apretaba era la de James y que quien limpiaba el sudor de su frente y sus lágrimas era una enfermera. No supo quien le decía que si quería gritar lo hiciera, que todo saldría bien. Y eso deseó con todo su ser mientras que con las pocas fuerzas que tenía, pujó y pujó hasta que el cuarto quedó en silencio.
Si Courtney recordaba a la perfección que aquel día estaba nevando, jamás olvidaría la sensación que sintió cuando la doctora puso entre sus brazos a su hija. Ella apenas y podía ver entre las lágrimas, pero alcanzó a ver las sonrosadas mejillas y lo pequeña que era la niña que tenía entre sus brazos.
El cuerpo de Courtney luchó para mantenerse despierto de la misma manera que el cuerpo de Elizabeth luchó para soltar sus primeros llantos.
Antes de que la enfermera la revisara y le dijera que ya podía descansar, cerró los ojos con la imagen de James cargando a su bebé. Grabó en su mente aquellos ojos vidriosos y como su cuerpo no reaccionaba ante la cercanía de el pequeño ser humano. Lo que no se esperó, fue la risa nerviosa que soltó James mientras se turnaba en mirar a Elizabeth y a Courtney, provocando el llanto en ella.
Casi como una epifanía, sintió que algunas piezas del rompecabezas se acomodaban en su sitio correcto.
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