III

Cuando Courtney bajó del auto sitió algo raro en el estómago. Y no precisamente algo relacionado a su embarazo, era algo más como un retortijón por el miedo. O producto de los nervios que estaba sintiendo. En ese punto, era difícil saber qué sentía.

Dio unas cuantas respiraciones para tranquilizarse y caminó dentro del establecimiento medio lleno. Olía a harina caliente y a café de grano. Con la mirada buscó a cierto castaño y sus pies se clavaron en la loza blanca cuando lo vio al fondo de la cafetería; parecía un poco ido mientras revisaba algo en su celular. Parecía algo cansado, pero Courtney no pudo adivinar si era por el trabajo o sólo por la posición encorvada en la que estaba.

Sintió que el vestido que usaba comenzaba a apretarle mientras que aparecía un pequeño hormigueo en las palmas de su mano. Tuvo casi que arrastrar sus pies para comenzar a moverse. Estaba nerviosa, eso era un hecho; pero terminó por aceptarlo en el momento en el que tomó asiente frete al hombre de ojos verdes. En el instante en el que sus miradas chocaron y se dieron cuenta que ya no podían salir huyendo, pareció que ambos se miraron durante un segundo más sólo para recordar el momento.

Y a la castañas le asustó darse cuenta como perdía un poco el sentido común.

—Hola—susurró Courtney, como si nunca hubieran compartido ningún momento a lo largo de sus vidas.

Matthew abrió los ojos por la sorpresa y se aclaró la garganta como una persona que tiene siglos sin hablar.

—Hola—respondió Matthew, casi o más nervioso que ella.

Courtney se dio el tiempo de observar las pequeñas arrugas que se formaban en sus ojos cuando sonreía y como las ojeras debajo de estos habían disminuido a comparación de la última vez que lo vio. Sus labios se veían un poco rojos como si hubiera estado mordiéndolos durante un largo rato, pero la esencia de Matthew seguía ahí; la arrogancia seguía en su aura.

—¿Llevas mucho esperando?—preguntó la castaña para calmar un poco la tensión.

—No mucho—el otro se encogió de hombros como respuesta—; quince minutos, quizá.

—Lo siento, tuve unos pequeños problemas técnicos—explicó al tiempo que miraba su abultado vientre.

No entró mucho en detalles porque no quería comentar sobre su urgencia por ir al baño y sobre la pequeña discusión con James, quien no estaba del todo de acuerdo con la salida. Courtney entendía el por qué, pero ella necesitaba dar un cierre a la situación de manera sana. No como la discusión que aconteció hace algunos meses.

—¿Y cómo ha sido ese...proceso?

Matthew movió las manos de manera exagerada y vio como Courtney sonrío un poco enternecida. Él sintió un golpe en el pecho al ver esa sonrisa que tanto adoraba y darse cuenta que sus pecas parecían notarse más que antes; sólo pudo pensar que se veía hermosa.

—Ha sido demasiado extraño—reconoció—. Los primero meses tuve demasiados problemas con el olor de los mariscos, después comencé a tener más insomnio del que tenía y ni se diga de los dolores de cabeza que tuve—aprovechó la fluidez de la práctica para ver el menú del lugar—. Pero ahora todo ha sido bastante cómodo.

—¿Cómodo?

—Sí, ya no tengo nauseas y ya encontré el modo de domir.

Si la preocupación me deja dormir, pensó.

—¿Y ya sabes qué será?

Courtney escuchó que en su voz había un poco de emoción aunque intentara esconderlo.

—Niña.

Matthew alzó las cejas sorprendido y sonrieron en conjunto. El cabello de Courtney escondió su rostro cuando agachó la mirada entre apenada y risueña. Él estuvo a punto de agregar una felicitación o algo por el estilo cuando la mesera interrumpió en su mesa para tomar su orden. Matthew enseguida ordenó un Expreso y unas galletas de avena, sin embargo, Courtney si que tardó en decidir entre un chocolate o un cappuccino... y terminó ordenando un chocolate blanco con malvaviscos y un pedazo de tarta de fresa.

Un silencio se formó cuando la mesera se retiró.

—Y James..., ¿él sabe?

Matthew no quiso mirarla después de preguntar aquello, simplemente se concentró en el ruido que causaba su pie cada que chocaba por la loza gracias a sus movimientos nerviosos.

—¿Qué estoy aquí?—rectificó antes de responder—:Por supuesto que sabe.

Notó que aquello lo tranquilizó.

—¿Se lo tomó a bien?

Recargó su brazo en la mesa gris y comenzó a trazar figuras imaginarias pesando en cómo decirle que era obvio que James no estaba feliz con eso.

—¿Tú que crees?—dijo— Él... sigue un poco dolido.

—No sé cuantas veces tengo que disculparme por llegar en mal momento a tu vida, pero lo haré hasta que...

—No sigas, no es necesario—lo interrumpió, ya cansada de regresar a lo mismo—. Ya pasó el tiempo suficiente para decir que es cosa del pasado.

Matthew sonrío, pero no de felicidad. Era más bien de nostalgia; de recordar el estúpido plan que había hecho con sus amigos. Por segunda vez.

—No puedo superar el hecho de que te rompí el corazón hace más de diez años, ¿crees que voy a superar que rompí tu corazón hace unos meses?

Cuando la mesera regresó, Courtney aceptó su orden de manera vaga, pues sólo estaba concentrada en como Matthew ladeaba la cabeza y la miraba resignado. Conocía a la perfección esa mirada: era la misma que le había lanzado cuando se vieron por última vez en el aeropuerto, después de la boda de su madre.

—Más de diez años—repitió incrédula—¿En serio ya ha pasado tanto?

Matthew entrecerró los ojos y detuvo la taza gris a centímetros de sus delgados labios.

—¿Es un comentario sarcástico o de verdad lo dudas?

Si el vientre abultado de Courtney le hubiera permitido inclinarse sobre la mesa para golpear a Matthew, lo hubiera hecho sin pensar.

—¿Por qué sería sarcasmo?

—Oh, no lo sé, déjame pensar—el castaño dejó su bebida en la mesa y se cruzo de brazos con la vista hacía el techo, como si la respuesta estuviera ahí—. Quizá porque eres la persona más sarcástica que conozco.

—Eres amigo de Andrew y Connor, así que no lo creo.

—Andrew es estúpido, eso es diferente—dijo—, por naturaleza responde así para desviar los temas de conversación que lo incomodan.

—Casi como tú.

Enseguida se arrepintió de lo que dijo y se mordió la lengua con tanta fuerza, que no supo si abrió los ojos por el dolor o por los nervios. Matthew se quedó en silencio y se limpió los labios con una servilleta, haciendo tiempo para buscar una respuesta coherente.

—¿Yo hago eso?

Courtney dejó de disfrutar su chocolate y pico el postre en su plato durante un largo minuto. Estuvo a nada de poner una excusa para salir corriendo, sólo que su mente la obligó a quedarse sentada y preguntar:

—Alguna vez... has pensado en... ¿Cómo sería todo si...si... me hubieras dicho la verdad?

La castaña se sorprendió del temblor que escuchó en su voz y de cómo un sudor frío le empapaba las manos. Nada diferente a lo que le pasaba a Matthew, quien creyó quedarse sin voz hasta que respondió por mera inercia.

—Un millón de veces.

Lo siguiente que dijo Courtney le quemó la garganta.

—¿Crees que hubiéramos funcionado como pareja?

Matthew soltó un suspiro sonoro y se dejó caer en el asiento. Miró a la chica frente a él y se tomó su tiempo para mirarla y comparar el recuerdo que tenía de ella a los dieciséis; su cabello parecía más claro y sus ojos más grandes, su cuerpo era demasiado delgado, no tenía cicatrices tan pronunciadas y su estatura no era sobresaliente. Esa era la chica que había amado sin darse cuenta. Algo así como cuando una bebida se vuelve tu favorita de poco a poco, hasta que un día te das cuenta que es lo único que ordenas. Y no ves nada de malo en aquello.

Así había sido enamorarse de ella; algo gradual.

—La persona que soy ahora puede decirte que no—respondió—, pero la persona que era hace unos años podría haberte respondido que teníamos todo para destruir el mundo.

—Eso sonó a que te lo robaste de alguna película que vio tu hermana.

Matthew rio un poco.

—Es que después de todo, creo que sólo nos hubiéramos hecho daño—explicó—. No hay momento en el que hayamos estado juntos y que todo haya salido bien.

Courtney se abstuvo en darle la razón. Porque vaya que la tenía.

—Yo te quería muchísimo, Ethan. Te quería tanto como para soportar eso.

—Pero...

—Pero nunca regresabas cada que te ibas—la castaña retomó su comentario—. Si tan sólo te hubieras quedado después de que todo salía mal, las cosas hubieran sido diferentes.

—Aquí estoy.

—No, ahora es demasiado tarde, pero si en el baile de graduación no te hubieras quedado como idiota viendo como me iba, quizá te hubiera creído.

—¿Creído qué?—preguntó un poco incrédulo.

—Que me querías.

El poco apetito de ambos se fue. Y la nostalgia llegó en su lugar, haciendo que las manos de Courtney temblaran y que el pie de Matthew no dejara de moverse.

—Tanto tiempo y seguimos discutiendo por lo mismo.

—Sólo a ti se te ocurre apostar en lo peor.

Matthew negó con la cabeza lentamente, sin creer lo que pasaba. Así que aprovechó la tensión del momento para soltarse por completo de esa cuerda que le estaba lastimando las palmas de su mano. Quizá era el momento de dar salto a todo.

—A veces he considerado que eres el amor de mi vida.

Courtney se atragantó con su saliva.

—¿Qué?—la perplejidad no se escondió ni un poco.

—Sí, creo que eres esa persona que llega sólo una vez a tu vida.

Aquello era algo que Courtney se había puesto a analizar con detalle. Cuando entró a la universidad creí que Matthew había sido su todo y que nadie podría borrar su recuerdo, sin embargo, con el tiempo sólo se dio cuenta que era parte de esas relaciones que sólo te dan a conocer lo qué es estar enamorada. Él sólo fue un capítulo, no todo el libro.

—Yo creo que no soy el amor de tu vida.

—Courtney, tú no sabes lo que siento.

—No, pero puedo decirte que no soy el amor tu vida y tú tampoco eres el mío—dijo con una seguridad que lo sorprendió.

Ya había pensado demasiadas veces que la conexión que tenía con Matthew iba más allá de una cosa simple pero mucho menos que un "eres el amor de mi vida". Eran cosas complicadas, pero le costó entender que ese término tenía algo que ellos no tendrían nunca: un final juntos. El amor de tu vida siempre terminara a tu lado.

—Esto es algo que discutí mucho en mi cabeza cuando estaba en esos momentos de lucidez que me metieron en problemas..., ¿has escuchado eso de las almas gemelas?—él asintió confundido—Pues creo fielmente que eres mi alma gemela.

—No estoy entendiendo tu punto.

—Verás, tu alma gemela no tiene que ser aquella persona con la que estas envuelta amorosamente—le explicó con calma y un toque de dulzura—. Tu alma gemela puede ser tu mejor amiga, tu mamá o hasta pepperoni que en paz descanse.

—¿Y cómo sé que alguien es mi alma gemela y no el amor de mi vida?—la mueca confundida de Matthew la hizo reír.

—Fácil—Courtney se mordió unos instante los labios, ansiosa por explicarle—: con el amor de tu vida te quedas a contemplar el amanecer y tu alma gemela sólo te va a contar cómo estuvo.

Matthew analizó con calma sus palabras y sintió un raro sentimiento en el estómago al darse cuenta que Courtney le estaba contando hace unos minutos como era su amanecer y él estaba escuchando de manera muy atenta. Tenía razón.

Tenía toda la maldita razón al decir que ellos quizá estuvieron destinados a nunca estar juntos.

—Tú y yo tenemos algo raro y sé que lo sientes cada que estamos juntos, así que es la única explicación coherente que tengo al respecto.

—Mi alma gemela—repitió incrédulo.

—Quizá por eso nunca nos salieron las cosas bien, Matthew—habló con la voz un poco temblorosa—; porque la vida también sabía que nunca terminaríamos bien.

Y aunque aquello era más ganar que perder, Matthew aceptó en ese instante que aquella mujer frente a ella tenía toda la razón; aceptó que la vida tiene sus planes y que estaba dispuesto a platicar de todos los amaneceres habidos y por haber si eso significaba quedarse a su lado por siempre.

Y Courtney estuvo de acuerdo en aquello sin decir una palabra.

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