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Otro año escuchando el mismo discurso. Otro año viendo a los mismos profesores, pero también otro año en el que mis padres aún me mandan dinero por estar en la universidad... estudiando una carrera que odio. No tengo idea del porqué se me ha hecho tan fácil seguir fingiendo que la universidad me ha hecho tan feliz y que lo que esta tonta carrera es mi verdadera vocación, cuando en realidad todo esto del periodismo me trae sin cuidado; me parece aburrido y no me aporta nada. Me parece que sólo me ha gustado la comodidad que implica recibir dinero por fingir que soy feliz haciendo esto.

Aunque Sam, mi hermano, esté un poco condenado a terminar por el mismo camino. Y eso si es algo no pienso permitir, pues no quiero que él pase por todo este desastre. Sin embargo, si termino esta tonta profesión y consigo un buen empleo, podría pagarle la universidad si es que decide no seguir el camino de mi madre: ser una galardonada periodista.

De manera pausada, dejo salir todo el aire por la boca y con la mano me aviento hacía atrás el cabello, pues comienza a picarme un poco los ojos. Me acomodo en la tonta banca y me cruzo de brazos antes de recargar la cabeza en la pared de ladrillos amarilla e intentar dormir un poco. Y creo que lo logro, porque cuando escucho la puerta abrirse con violencia y el abrupto silencio formarse a mí alrededor, creo que ha pasado como media hora desde el inicio de la clase.

—¿Qué se le ofrece, señorita? —la dura voz del profesor me hace recomponerme unos segundos y ahuyentar el poco sueño que cargo.

—Estoy en su clase.

Escucho la suave y agitada voz de la chica que camina dentro del salón de clases. Abro los ojos por la sorpresa cuando la reconozco: es la chica del aeropuerto. Es difícil olvidar a la persona que, por un segundo, casi confundo con Carlee al verla de espaldas. Parece que ha corrido todo un maratón, pues tiene las mejillas rojas y el cabello sudado pegado en la sien. Incluso tiene... los converse llenos de lodo.

No tengo que darle otra mirada al escuálido cuerpo de la chica para saber que es de nuevo ingreso y que su torpeza es tan grande como el cielo.

—¿Por qué tan tarde?

—Me perdí y tuve que correr casi media escuela para llegar.

Sí, definitivamente su torpeza es tan gran como una galaxia, porque el cielo se queda bastante corto. Aunque siento un poco de empatía por ella, pues el primer día yo también terminé perdido y, de no haber sido por Danielle, jamás hubiera llegado al salón de clases correcto.

El profesor la manda a buscar un lugar y no tengo que adivinar en dónde se va a sentar, pues por desgracia... a mí lado es el único lugar desocupado. Así que cuando la veo caminar en mi dirección sólo me cruzo de brazos y me pego a la pared todo lo que sea posible.

—Y por favor, no vuelva a pisar las áreas verdes después de ser regadas.

Las risas silenciosas estallan y los murmullos se hacen presentes.

Idiotas, pienso.

La chica se sienta a mí lado sin mirarme, supongo que está tan apenada por lo que ha ocurrido que sólo quiere desaparecer. Incluso cuando el profesor termina su repetitivo discurso y da la misma orden de todos los años sobre entregar una hoja con el nombre de la persona que está a nuestro lado, noto que sus mejillas siguen rojas de la vergüenza. E incrementan su color cuando nota que yo soy su compañero. Tengo que morderme la lengua para ahogar la risa que está a punto de salir de mi boca cuando se interrumpe a media frase, pues su mueca dice mucho más de lo que ella quisiera.

Giro la cabeza para mirarla y noto las pequeñas marcas café en su nariz y en sus mejillas. Miro sus grandes ojos miel y me pierdo en ellos por observarme el reflejo de mi persona.

—¿Cu...cuál es tu nombre? —tartamudea.

Me abofeteo mentalmente y miro al frente. Quizá y ha pensado que parezco un maldito lunático acosador por mirarla de esa forma. O quizá tartamudear sólo es parte de su esencia.

O quizá yo sólo soy un lunático que se ha olvidado de socializar con otras mujeres que no sean Carlee y Danielle.

—¿Para qué lo quieres?

—Bueno, no sé si escuchaste, pero necesito tu maldito nombre para la maldita lista.

Vaya carácter que tiene. Sé que ha tenido un mal inicio de día, pero yo no tengo la culpa de aquello y no tiene por qué venir a explorar conmigo. Sonrío internamente cuando noto que su fulminante mirada intenta sacarme información vía telepática, así que me cruzo de brazos y guardo silencio esperando que lo logre.

—No te diré mi nombre—reviro sólo para sacarla de sus casillas— ¿Quién dijo que quería ser su pareja?

Aunque lo digo de mala gana, sé que tengo que darle mi nombre porque sé a la perfección que no podré trabajar individualmente y que nadie me va a escoger, pues suelo ahuyentar la gente.

—Pues cuando llegué no vi a nadie sentado junto a ti.

—Te sentaste porque lo necesitabas, no porque fueras hacer equipo conmigo.

Su cabeza comienza a humear por el enojo y su mano aprieta levemente la hoja que reposa en el escritorio.

—Juro que entregaré la maldita lista sin tu nombre y trabajaré sola durante el maldito año.

Me encojo de hombros, disfrutando el momento. Aunque sé que está mal.

Vamos, idiota, dile tu nombre.

Se pone de pie, bastante decidida a dejarme fuera del asunto y entro en pánico por ver que no era broma su amenaza.

—James West—suelto con calma, ignorando el pequeño nerviosismo que me ataca por un pequeño momento.

No le regreso la mirada, pero apuro el paso para salir del salón una vez que la veo dirigirse all escritorio del profesor para entregar la lista con nuestros nombres. Camino por el pasillo, pero me golpeo la frente antes de seguir, ¿qué sigue ahora qué ella es mi pareja? Regreso por donde he venido y justo la veo salir del salón mirando con bastante decepción sus tenis rojos.

—¿Te dijo algo?

Que educado eres, West.

Se queda helada unos segundos y niega con la cabeza una vez que los cables de su cabeza vuelven a funcionar normal.

—Que mañana podemos recoger nuestro horario en la dirección.

La palabra "gracias" se queda atorada en mi boca cuando me doy la vuelta para seguir mi camino.

Eres un completo, tarado. Sigo caminando, pensando que podría comer el día de hoy, pues no tengo ningún pendiente que hacer y es seguro que Carlee salga de clases hasta pasar el medio día.

¿Cuál es el nombre de la chica?

Me giro a mirar por el pasillo sólo para confirmar que se ha ido, pues no creo que sea tan torpe para quedarse por ahí esperando que vaya a preguntar cómo se llama ¿y así tengo el descaro de decir que ella es despistada?

*

Creo que no es secreto alguno el odio que siento por las fiestas masivas de la universidad. Odio el olor que se conserva; aquella combinación que surge tras el olor a cigarros, a alcohol y el aroma que despiden las personas por el calor del lugar. Además, odio la música que ponen y el revoloteo que se hace en las bocinas por estar a todo volumen.

¿Pero qué puedo hacer si Carlee ha decidido venir? Nada. Sí ella dice "vamos" no puedo hacer nada para evitar eso... al menos que quiera una pelea.

Nuestra relación es tan disfuncional como mi amor a la escuela: a veces está bien y a veces está mal. Sin embargo, creo que nos hemos acostumbrado a estar el uno con el otro que preferimos seguir con esto.

Según Danielle, mi mejor amiga, estoy con ella sólo por el sexo. Pero eso no es del todo cierto, pues creo que sigo amándola a pesar de todo. Sí, ella fue de gran ayuda con los problemas que tenía en casa y con todo eso de seguir adelante, pero a veces también creo que ella es el problema de alejarme de todos: suele ser alguien muy difícil de tratar y alguien que a veces se le olvida que yo también puedo tomar decisiones. Pero aquí estoy, bebiendo una cerveza caliente sólo porque sé que por la noche podré tenerla para mí después de no verla por casi un mes.

—¿Qué tal te fue hoy? —la escucho preguntar por entre el sonido de la música.

—Bien—respondo.

—¿Este año si piensas aprobar todas tus materias? —por el tono de su voz, sé que se burla de mí.

—Quizá—me encojo de hombros.

—Esa no es una respuesta válida.

—El adelantarse al futuro tampoco es algo válido.

—Eres un pesimista, James.

—No, sólo intento no preocuparme por cosas que aún no pasan—respondo sin angustiarme.

No hay que ser un genio para saber que quizá repruebe otra vez la materia. Y no sólo esa, todas las que estoy cursando. El barullo de la gente y los silbidos interrumpen mis pensamientos.

—Creo que esa es la señal de que todo están ebrios—dice Carlee con una sonrisa.

—¿Qué esperabas? —pregunto—Es la emoción del inicio de semestre.

—Creo que es la emoción de los de nuevo ingreso—explica, señalando con la barbilla algo que no está a mi vista.

Ladeo la cabeza, confundido por su sonrisa socarrona y me giro a buscar qué es lo que le causa risa. Lo que a ella le divierta a mí me detiene el corazón un instante: La chica del aeropuerto está dando todo un show mientras los hombres a su alrededor la desvisten con la mirada.

—¿Quién será esa tonta?

Es mi pareja de clase, quise decir, pero mi boca se niega a pronunciar aquello. Principalmente porque quería ahorrar energías y evitar a toda costa una pelea con Carlee, pues últimamente parece irritada si termino por mencionar el nombre de una chica... sin mencionar que por cualquier diminuto detalle que no fuera de su agrado, también es tema de pelea. Regreso a mirarla como si no hubiera visto nada.

—¿Cómo te fue a ti? —pregunto en un intento por cambiar de tema.

—Pues lo normal—se encoje de hombros—. Los de mi salón son unos idiotas y mi profesor parece un maldito pervertido.

—¿Quién no es un idiota para ti? —me burlo.

—Tú.

—Vaya, por la tarde no decías lo mismo.

Rueda con los ojos y su sonrisa traviesa aparece. Esa tonta sonrisa llena de malas intenciones que usa antes de cualquier jugada.

—Tú me pareces la persona más increíble del mundo—me rodea el cuello con sus brazos y acerca su cuerpo al mío de manera que mi ritmo cardíaco se pone al cien.

—No puedo creer eso—la pequeña sonrisa de mis labios se le contagia.

Y en parte, no creo que lo que diga sea enserio. No después de tantas cosas.

—Claro que eres increíble—dice mientras señala un lunar en mi mejilla— ¿Y sabes qué es lo que más me encanta de ti?

Elevo las cejas para que siga hablando.

—La forma en la que me tocas cuando...

Se ve interrumpida cuando mi cuerpo la avienta un poco hacía atrás gracias al golpe que he recibido. Me giro confundido para ver que ha pasado, pero sólo veo que he parado la caída de... ¿por qué tiene que estar en todos lados a los que voy? Primero en el aeropuerto, después en la tonta fiesta en la zotea, después en clases y ahora aquí.

No entiendo porque mi instinto me hace tomarla de los brazos y recargarla en la pared para que pueda recomponerse. Pero supongo que es tanto lo que ha bebido, que nuevamente comienza a irse de lado. Casi parece que se ha quedado dormida de pie, pues tiene los ojos cerrados y el maquillaje un poco corrido.

—¿Estás bien?

Abre los ojos con lentitud y comienza a reírse mientras manotea un poco en el aíre. Vaya chica.

—Claro que sí—apenas y entiendo lo que ha dicho.

Miro a Carlee un poco preocupado y descubro que ella también parece pensar lo mismo que yo: tenemos que sacarla de aquí. Se queda en silencio y la cabeza se le va a un costado, pero mi agarre en sus hombros evita que se vaya directo al suelo.

Un chico llega corriendo a nuestro lado y veo que el agua en sus manos tiembla un poco. Se acerca lo suficiente para mirarme confundido por estar tocando a su amiga y Carlee se acerca rápidamente cuando la chica entre mis manos tiene una pequeña arcada, lista para ayudarme a que no termine sucio.

—¿Vienes con ella? —pregunto sin despegarle la mirada a mi compañera, ya que no quiero terminar lleno de vómito.

Parece que eso la hace reaccionar, pues mira en todas direcciones observando su situación y quiénes la rodean. Sus ojos están tan despistados que el color miel ha sido sustituido por un color más oscuro.

—Puedo sola—manotea de manera torpe, intentado alejarme de ella.

Yo alejo mis manos de sus hombros y me sorprende que Carlee entre en la conversación.

—Lo dudo, ni siquiera puedes hablar y mantener el equilibrio.

No sé si aquello es una indirecta para que vuelva a sostenerla o un aviso de que tendrá que sostenerse de lo que pueda. Se acerca a quitarle el vaso de su mano y da un paso atrás cuando vuelve a tener otra arcada. Yo sólo cierro los ojos, rezándole al cielo para no terminar sucio.

—Cierra el pico.

Una risa sale de mi boca después de escuchar aquello y Carlee niega con la cabeza, como si diera por hecho que la chica está muy mal. Y agradezco aquello, pues si estuviéramos en otra situación, Carlee ya hubiera estampado su puño contra su cara. Repito, tiene un carácter bastante especial.

—Yo que tú la llevaría a casa y la haría beber mucha agua— le digo a su amigo.

—Sólo dale de comer algo que la haga sudar un poco—recomienda Carlee.

—Tu ni siquiera me hables, maldita rubia.

Me llevo las manos a la boca porque mi risa ha sonado un poco fuerte. Además, la mueca que ha puesto Carlee me causa un poco de gracia.

Una chica llega corriendo a nuestro lado y se lleva las manos a la frente cuando ve el estado en el que se encuentra su amiga. El chico a mi lado suspira y se pasa las manos un poco desesperado por la cara.

—Courtney Grant, ¿en qué rayos te has metido?

Courtney Grant, repite mi cabeza el nombre de aquella chica. 

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