Capítulo III

Si yo te mencionaba a la presidenta de la macro empresa musical Schreider visualizabas a una mujer con un vestido elegante de diseñador, sentada en un restaurante caro y bebiendo una copa de champaña. Luego la conocías y esa imagen perdía congruencia en tu cabeza. Al menos así me pasó a mí.

Al haber aceptado su invitación aquel viernes por la noche me había mentalizado que, adonde quiera que me estuviera llevando, no iba a encontrar langostas ni bandas de jazz sonando de fondo. En especial cuando durante el camino estuvimos escuchando Cyndi Lauper mientras Regina intentaba poner su voz lo suficientemente aguda para llegar a las notas de «Girls just want to have fun» y yo me partía de la risa porque era imposible no imaginármela luciendo una permanente y usando chaquetas con hombreras y colores fosforescentes. Qué fuerte, de verdad.

—¡Que ya, que ya! —exclamé, limpiándome las lágrimas—. Que me vas a matar, mujer.

Ella rodó los ojos y bajó el volumen del reproductor.

—Es que mi adolescencia debió haber pasado en los ochenta —me dijo—. Siento como si hubiese nacido en la época equivocada.

—Entonces ahora tendrías cuarenta años —repliqué, negando con la cabeza—. Créeme, nadie quiere atravesar por la menopausia antes de tiempo, así que no te quejes. Además, tenías a Kurt Cobain y él era muy chulo.

—Te digo, la mejor parte de que Kurt Cobain estuviera de moda en mis tiempos fue que a la legión de idiotas que decidieron meterse un revólver en la boca después de él no tuve que aguantarlos en la universidad. Sí, el 94 fue un año de puta madre; asistí como a quince tributos a Nirvana diferentes —bufó, esbozando una sonrisita, para luego añadir—: Por supuesto, tú ni habías nacido, así que no comprenderías el dolor de culo que significó.

—¡Hey! Tenía seis años —Fruncí el ceño—. O cinco y medio, qué sé yo. ¿Kurt Cobain se suicidó después del ocho de junio?

—Se suicidó en abril, chica alternativa fanática de Nirvana.

Regina se tomó unos segundos para desviar la vista del camino y sus ojos verdes me miraron con diversión. Si había algo además de su voz que yo amara, eran sus grandes ojos. Eran tan claros que podía distinguirlos con facilidad incluso bajo aquellas luces tenues que iluminaban la autopista.

—¿Al final me vas a contar qué era lo que te traía de tan mal humor? —preguntó luego de unos minutos de silencio—. Parecía que estuvieras a punto de convertirte en una versión glamorosa de Aileen Wuornos.

Ella siempre tenía alguna referencia musical o cinematográfica a la mano. Le podías preguntar sobre cualquier película o banda de antes de los noventa y te iba a contestar con la exactitud de Wikipedia. Les juro que a veces me sentía perdida, porque parecía que cargara con una mediateca en la cabeza.

—Es halagador que me compares con una prostituta asesina en serie.

—Charlize Theron con ese aire de decadencia psicópata era una delicia, Brooke. —comentó—. Pero, a ver, no evadas mi pregunta.

Suspiré al notar que no lo iba a dejar pasar. A mí no me importaba contarle porque, pese a lo poco ortodoxo que resultara discutir mis antiguas experiencias laborales con mi actual jefa, ella me inspiraba confianza; era una persona muy desinhibida que te hacía sentir cómodo contigo mismo. No sé, yo podía hablar y hablar con esa mujer de cualquier cosa sin cansarme. No había tenido nunca una mejor amiga a la que no sintiese que estaba molestando contándole mis problemas. No es que Regina fuese mi mejor amiga, claro está.

Igual me encontré admitiendo el hecho de que me había tirado a Josh, mi jefe anterior, por mi estúpida ilusión de encontrar el amor en los lugares menos esperados; además de que estaba harta de tener que compartir sala con María, la amargada y vieja recepcionista. Quería un cubículo para mí sola y no había dudado en hacer lo que fuese necesario para conseguirlo. Al principio me había parecido que hacer aquello era una buena idea, porque tampoco es que el tipo fuese desagradable y no pasaba de los cuarenta. Qué iba a saber yo que sufría de disfunción eréctil y tenía una inestable mental como esposa. Mi mala suerte era única.

—¿Y qué esperabas de un tío que medía lo mismo que tú y usaba calcetines blancos con los trajes de oficina? Casi tenía escrito «mal polvo» en la frente, Brooke —dijo sin parecer sorprendida ante mi confesión—. Bueno, para mí cualquier hombre tiene «mal polvo» escrito por todas partes, pero igual estoy segura de que mi comentario no heterosexual tiene mucha validez.

Chasqueé la lengua y le hice un gesto con la mano para darle a entender que aquello era una tontería. Regina era muy mala cuando hablaba de lo poco que le ponían los hombres. Además,yo con esa actitud anti-hombres no podía. Yo a las feministas las tenía en muy mala estima porque a veces adoptaban una actitud tan extrema que terminaban dándome miedo. Además, me negaba a dejar de depilarme o usar un bikini porque me tacharan de «mujer oprimida por la sociedad».*

—Pero tú lo habrás hecho con algún chico, ¿no? Antes de saber que las chicas eran lo tuyo, me refiero.

De acuerdo, sé que preguntarle a una lesbiana si había tenido experiencias con hombres era un tópico. Y uno bastante burdo, la verdad. Pero había que admitir que la vida sexual de Regina daba curiosidad morbosa; esa mujer rezumaba erotismo por todas partes, podría imaginármela follándose a un pulpo e igual me darían escalofríos pensándolo.

—Uno tiene que probar algo para poder opinar si es malo —respondió—. Por cierto, ya que estamos por llegar, ¿no te importa que me detenga aquí para cambiarme?

Me encogí de hombros y ella orilló el coche hacia el estacionamiento de una tienda de comestibles que estaba cerrada. Estiró el brazo para alcanzar un bolso que se hallaba en el asiento trasero, se pasó la camisa por encima de la cabeza y procedió a arrojarla dentro del montón de ropa desordenada que este contenía.

El sostén de Regina tenía encaje, era de color rojo granate y pertenecía a la colección nueva de Victoriaˈs Secret. ¿Cómo lo sabía? Bueno, yo había comprado uno igual pero en color azul. Y con una copa menos, probablemente. Es que ella tenía unas buenas tetas; naturales y sin nada de silicón... ¿Qué? No era un pecado que yo me hubiese quedado viendo cómo se desvestía. Si yo fuese un hombre estaría siendo un pervertido, pero en mi condición de mujer la examinaba sin temor a nada.

Además, ella estaba muy ocupada decidiendo qué usar y ni se dio cuenta del gesto. Al final se decantó por una de esas camisetas cortadas que te dejaban al descubierto medio abdomen y la acompañó con una blusa de cuadros y mangas largas varias tallas más grande. Habiendo terminado, su atención se enfocó en mí por unos segundos antes de volver a buscar algo en aquel bolso que parecía mágico.

—Tú ponte esto —me ordenó, lanzándome un suéter color crema—. Con la falda negra que llevas hace una combinación aceptable.

Alcé una ceja mientras examinaba la prenda. Por supuesto, era cara y se leía en la etiqueta el nombre de un diseñador francés, pero tampoco es que esperara que Regina tuviera camisas de treinta dólares compradas en Urban Outffiters. Que ella era alternativa y medio vintage, pero no era una ordinaria.

—Tienes bastante experiencia con el asunto de irte de fiesta, ¿eh? —no pude evitar comentar mientras me comenzaba a deshacer de mi camisa.

—La suficiente —dijo y volteó hacia mí.

Me miró de arriba abajo; creo que quedamos a mano con eso de chequearnos mutuamente en ropa interior, aunque les aseguro que no me molestó. Y sí, sé que ese auto estaba aparcado en un estacionamiento vacío y yo estaba adentro con una lesbiana moja bragas. Pero no era prejuiciosa por más comprometedora que pudiera ser la situación. Bueno, quizá lo fui un poco al verla acercarse a mí todo lo que su posición en el asiento del conductor le permitía.

—Por cierto, Brooke... —murmuró casi tocándome— quítate esas gafas ridículas al menos hoy, por favor.

Sin que pudiera responder se inclinó hacia mí y me las arrebató de un tirón. Las guardó en uno de los bolsillos de su camisa y, con toda la naturalidad del mundo, se acomodó de nuevo en su asiento. Cuando estuvo suficientemente lejos, solté el aire (que no me había dado cuenta que estaba conteniendo) y me puse el suéter color crema con un movimiento mecánico.

«Nada de prejuicios, Brooke. Nada de...» Y un cuerno, era una fanática de novelas románticas que se dedicaba idealizar cada situación de su vida. ¡Claro que estaba nerviosa! Yo en mi mente ya estaba casada con un millonario guapo que me ataba a la cama por las noches, y Regina con esa cercanía inesperada me había hecho sentir violenta.

Como sea, para el momento en que llegamos a nuestro destino todas mis preocupaciones se esfumaron y sólo quedó el asombro al ver la discoteca en la que nos hallábamos. Es que la palabra discoteca carecía de exactitud, aquel sitio lucía más como un antro de gente pija. Era contradictorio lo que estaba diciendo, lo sé, pero déjenme describirles un poco mejor el escenario: un largo local de dos plantas, con un molino gigante plantado en la entrada y carteles de luces fosforescentes que desprendían una lúgubre iluminación, estaba rodeado de una cantidad ingente de personas con aires de bohemios burgueses y colores de cabello muy particulares. Un Moulin Rouge postmoderno, para hacérselos más sencillo.

Regina conocía al tipo del parking, así que se saltó la larga fila de carros y con todo el descaro del mundo le entregó las llaves de su convertible y un billete de cien dólares. ¿Acababa de darle medio día de mi sueldo a aquel hombre por no esperar unos diez minutos a que llegara su turno? Nunca había entendido a la gente con dinero, pero a veces creía que hacían esas cosas para lucirse frente a los demás; y mi teoría tenía mucha validez tomando en cuenta que mi jefa se pasaba de borde cuando quería.

Por lo menos al de la entrada no lo sobornó, se limitó a saludarlo e intercambiar unas palabras con él para que nos dejara pasar sin mucho lío. Y a la planta de arriba, que conformaba el área VIP, cabe destacar. Estar cerca de Regina y de todos sus privilegios me hacía sentir especial, no lo voy a negar, pero no pensaba dejarme deslumbrar por la demostración de su influencia en ese ambiente.

—¿Ahora qué? —me preguntó, recorriendo con la vista el lugar—. Podemos dar una vuelta y ver si nos encontramos a alguien que conozca o podemos sentarnos y tomar un trago.

Sin haberme olvidado de la situación que por la que había pasado en el auto, opté por buscar más gente para que nos acompañara. Ella se encogió de hombros y me indicó que la siguiera a través de las mesas dispuestas en el lado más amplio del local. Mientras pasábamos no pude evitar fijarme que detrás de estas había un largo telón rojo que cubría una pared completa y que del lado de la pista de baile había unos tubos sobre un escenario pequeño. Tubos de striptease, así lucía la decadencia.

No tardamos mucho en encontrar un grupo y, para mí sorpresa, eran tipos bastante normales. Si sacamos a la chica del pelo azul y al hombre de los aretes que le expandían de una manera grotesca las orejas, claro está. Pero de resto eran decentes, se los juro; incluso había varios que llevaban ropa formal y un sujeto que cargaba traje de corbata.

Regina me presentó a casi todos, admitiendo que había algunos de los que no se recordaba el nombre y dejando que ellos mismos los dijeran. Luego nos sentamos, yo le permití que ordenara lo que quisiera y ella se decantó por una botella de vodka con nombre raro que, cuando localicé en la carta de precios, casi me produjo un desmayo. Es que yo ni por cortesía me ofrecería a pagar la mitad. Primero fingiría que me estaba dando un ataque de epilepsia.

—¡Grey Goose! Tú sí que molas, lindura —exclamó el del traje de corbata, que se llamaba Mikael.

—Vas a pagar la siguiente ronda, así que no me halagues tanto —le respondió mi acompañante con una sonrisita.

El aludido rodó los ojos.

—Pero elegiré tequila —comentó.

Además de Mikael, también estaba su hermano Frederick, que era el que le colgaban aquellos tubos de las orejas. «Somos gemelos, te lo juro» insistía Frederik. Yo no le creía porque entre tantas perforaciones y tatuajes la cara le había quedado irreconocible. Igual y era un tipo simpático que compartía más de lo que parecía a simple vista con su hermano el ejecutivo. Me caía bien.

Había otras diez personas, pero yo era pésima con los nombres si no había nada que me ayudase a recordarlos. Por ejemplo, podía señalar que la del cabello azul se llamaba Cyndi por la música que Regina y yo habíamos estado escuchando antes de llegar y el que tenía la camisa de Nirvana era Connor. De resto, podía haber pasado toda la noche con ellos y no terminaría de memorizar quién era cada uno.

Pero eran divertidos, en serio lo eran. Y la forma en que mi acompañante se relacionaba con ellos, como si fuese ella a quien habían estado esperando, como si fuese el centro del universo... había terminado por deslumbrarme, lo admito. Era difícil definir la forma en la que aquella mujer atraía la atención de todos sin siquiera notarlo, sin siquiera proponérselo. Y no intenten decirme que era porque tenía dinero y les estaba invitando los tragos, porque ya les dije que ese era un lugar de gente pija. Además, Mikael había pedido la botella de tequila y, para picar un poco a Regina, se había ocupado de que su cifra total fuese mayor a la de ella.

—Sólo no bebas demasiado, no te vayas a poner insufrible como la otra noche y tengamos sacarte a rastras para que no le caigas a golpes a ningún tío que intente flirtrearte.

—Esta vez no va a hacer falta —intervino Cyndi, señalando al que mezclaba la música en la pista de baile—. Es mi amigo y me ha dicho que hoy es la noche de éxitos de los años ochenta.

Estaba segura de que, por la expresión de susto de los presentes y por el gritito que pegó Regina, aquello no auguraba nada bueno. Pero aún estábamos oyendo canciones de Foo Fighters y The Kooks, no todo podía estar perdido. «¿O sí?» Me pregunté cuando uno de los presentes, definámoslo como el pelirrojo del grupo, se llevó las manos a la cabeza.

—¡Si escucho The Police otra vez mientras esta loca —señaló a Regina— se monta encima de la mesa me voy a suicidar!

Entonces, me preparé para lo peor. Y lo peor no tardó en llegar porque, luego de unas cuatro canciones, ya estaban anunciando por micrófono que esa noche se iban a dedicar a recordar una de las mejores décadas que había tenido la música (lo cual era mentira, los ochenta habían sido un atentado contra todo lo que se considerara arte) y ponían la muy conocida introducción de Eye of the tiger.

—¡Vamos a bailar! —El comentario de Regina fue ignorado olímpicamente por todos, que siguieron hablando como si no hubiesen oído nada. Ella bufó en respuesta y se cruzó de brazos, añadiendo con insistencia—: Son unos aburridos, de verdad. ¡Levántense, que yo sé que se mueren de las ganas por ir!

—Que no, tía, que no —dijo Mikael con cara de hastío—. La estamos pasando bien aquí sentados, esperando emborracharnos con vodka de ochocientos dólares y compartiendo un rato de nuestras inútiles vidas.

Yo no sé quién era más maduro, si Mikael con su actitud de adolescente depresivo o Regina inflando las mejillas y componiendo cara de tragedia. Esa era la crisis de los treinta, seguro que sí, porque yo no podía comprender que dos personas con trabajos y responsabilidades tan serias pudieran comportarse así.

—¡Ay, cómo me encanta esa canción! —chilló ella—. Saben que amo a los Bee Gees, joder, no sean desconsiderados. «One minute, women ,please», «I'd go down on my knees».

Y literalmente se puso de rodillas. Aunque sus amigos parecían estar acostumbrados y algunos apenas la miraron, yo no pude resistirme. No me juzguen, siempre había sido la débil de la familia, la que le compraba helados a sus primos más pequeños cuando se ponían a llorar.

—Sabía que traerte había sido una sabia decisión —me dijo, agarrándome de la mano y llevándome lejos de allí, hacia la pista de baile.

—Regina, me estás metiendo en un lío; yo no sé cómo se baila esto —confesé y ella rio.

—Bueno, primero tienes que poner cara de ir muy ida con LSD y luego —me soltó y colocó ambas manos en mi cintura—, te mueves así.

Me guió con un ritmo lento, en perfecta sincronía con la canción, sin dejar de mirarme a los ojos mientras lo hacía. Por supuesto, para eso tenía que estar muy cerca, no hace falta decirlo. Creo que hubiese agarrado el ritmo más fácil por mí misma, porque con ella tan cerca resultaba difícil.

—Así es, pero ahora es rápido —indicó cuando la canción hubo cambiado a una mucho más movida—. Y sube los brazos...

Sin dejar de bailar, hice lo que me indicaba. Y Regina no me soltaba aún, pese a que estaba segura de que por fin había logrado coordinarme con la música de Laura Branigan. Fue un momento intenso, lascivo. Yo lo sabía. Había estado con mujeres antes en situaciones más comprometedoras y nunca había sentido esa tensión que casi cortaba la respiración alrededor de mí.

Por ejemplo, un día que iba muy ida con el alcohol, había bailado desnuda con unas compañeras de universidad y nos habíamos hecho un video. Era una experiencia penosa, incómoda y, luego de varios años, incluso graciosa. Pero no era sexual. Quiero decir, aunque para un espectador podía haber sido excitante, para nosotras había sido una tontería sin mucho sentido que nos había parecido osada en ese momento.

Lo cierto es que nunca pensé que fuera capaz de besarla. En mi mente la que tomaba la iniciativa era ella y yo corría, corría apenada y escandalizada por aquel arranque de mi jefa, sin saber cómo explicarle que lo mío no eran las mujeres. Pero al parecer sí lo eran, porque a Regina le estaba comiendo la boca sin pudor alguno y ella parecía muy a gusto con eso.

«You take my self, you take my self control»

Me agarró de la cintura y me atrajo más a su cuerpo cuando le eché los brazos al cuello.

«You got me livin' only for the night»

Sentí sus manos bajar a mi trasero. Gemí.

«Before the morning comes, the story's told»

Me separé de ella, abrí los ojos muchísimo.

Ambas seguíamos muy cerca y, aunque la música seguía sonando por todo lo alto, mi atención estaba centrada en nuestras respiraciones entrecortadas. Con lentitud, como si el momento anterior nos hubiese dejado demasiado embotadas para pensar, pusimos más distancia entre nosotras. Yo me di la vuelta, frunciendo el ceño y llevándome la mano a los labios en un gesto casi mecánico. Fui hacia la mesa donde estaban sus amigos.

Cuando noté que muchos de ellos habían reparado en la escena que había tenido lugar en la pista de baile me sentí enrojecer de vergüenza. Decidí que no estaba lo suficientemente borracha, que tenía que perder la consciencia y acabar dormida encima de un retrete si quería echarle la culpa al alcohol por todo lo que esta noche deparara. Y a eso me dediqué.

.

—Joder, Brooke, si querías que te cambiara el ordenador por una Mac sólo tenías que pedirlo. —Volvió a besarme con más insistencia que antes y estuve segura de que bromeaba.

No había manera alguna de que estuviese haciendo aquello con un interés oculto, ambas lo sabíamos. Esa era, por mucho, la locura más grande de mi vida. No me refería a la parte de besar a una chica, que yo tampoco era tan aburrida como para pensar que ese era el acto más pecaminoso del mundo; me refería a la parte en la que estaba besando a mi jefa. ¡A mi jefa! La mujer que lucía como una pin-up y que tenía la voz más orgásmica que jamás hubiese oído, sí, pero mi jefa al fin.

Para ese momento ya estaba muy ciega porque, si bien es cierto que yo no tenía nada de clase cuando de sexo se trataba, tampoco llegaría a estar a punto de hacerlo en un baño cutre de discoteca. En fin, el vodka ese caro y con nombre raro ya me tenía bajo su influencia, porque le estaba metiendo las manos por debajo de la camisa a Regina y ya no tenía mi suéter puesto.

Ella me estaba besando el cuello, yo estaba comprobando que sus tetas no fuesen operadas. Si me olvidaba de que estaba apoyada en un mueble de lavabo y que tenía pegada la espalda contra un espejo sucio, hasta podía apreciar lo excitante que era hacerlo en un lugar público. Y me hubiese podido olvidar muy fácil, se los juro. Si sólo no hubiese bebido tanto; si sólo no hubiese decidido comerme una hamburguesa extra grande con patatas fritas; si sólo no fuese una persona con estómago débil...

Al menos tuve tiempo de quitármela de encima con un empujón, levantarme del mueble y correr los pocos pasos que me separaban del retrete. Al menos.

Eso sí que era arruinar el romanticismo. Creo que lo dije en voz alta porque ella me miró con cara de pena y se limitó a sostenerme el cabello para que no se me ensuciara con lo que fuese que estaba expulsando por mi boca. ¡Qué cosa más horrible! Al parecer ese tal Grey Goose sentaba malísimo en mi cuerpo. Estaba teniendo la peor borrachera del mundo, y con una porquería de ochocientos dólares que se llamaba «Ganso gris». Mi vida era una ironía.

Miré de reojo a Regina y, con la misma dignidad que una diva drogadicta pasando por el ocaso de su vida, me limpié la boca y me puse de pie. Preparé mi salida dramática, ofendida conmigo misma y con el resto del mundo por aquel desavenido suceso, pero la voz de mi acompañante interrumpió mi perfecto plan:

—Brooke —Cuando intenté ignorarla, me tomó del brazo y me hizo girarme—. ¡Brooke, coño!

—¡¿Qué?!

—No puedes salir del baño sin camisa, joder. Qué insensata eres.

Y fue cuando noté que sostenía entre sus manos el suéter que yo había llevado puesto toda la noche. Eso tenía que ser una broma, una persona no podía pasar tanta vergüenza junta. Aquello se había sentido como una bofetada, ante la mirada atenta de Regina me sentí como un total fracaso. Ahora lo sabía: yo no tenía tela ni con los hombres ni con las mujeres. Tal vez debía comprarme un gato, pero era alérgica a ellos. No tendría tela con ningún ser vivo entonces. Sin poder controlarlo, me eché a llorar.

—¡Perdón, perdón! No entiendo por qué soy tan estúpida —Con la espalda apoyada en la puerta, me dejé caer al suelo—. Es que si yo no fuese tan estúpida, no me habrían despedido de mi primer trabajo y no estuviera pasando por esto.

Ante mi argumento, Regina pareció rendirse. Chasqueó la lengua y se inclinó hacia mí, agarrándome por los brazos para levantarme. Con algo de dificultad, porque yo estaba tambaleándome a cada paso que dábamos, abrió la llave del lavabo. El agua helada en mi rostro fue mejor de lo que esperaba, me ayudó a aclarar un poco mi mente y a dejar de sollozar como una cría recién nacida.

—No eres estúpida, Brooke. No sabes tomar, pero no eres estúpida —me dijo mientras sus manos mojadas limpiaban el desastre de maquillaje corrido y moco en el que me había convertido—. Anda, vayamos a casa para que descanses.

—A mi casa —medio pregunté con la cara aún llena de agua.

Ella suspiró mientras alcanzaba una servilleta del dispensador y comenzaba a secarme.

—A tu casa —sonrió y me dio un beso en la frente.

.

Arrastrarme escaleras arriba la noche pasada me había dejado algunos moretones de consecuencia. Cuando me desperté en mi cama con la misma ropa del día anterior hasta me permití fantasear que no tenía idea de qué había pasado por unos minutos; pero lo cierto es que inducirme a un estado amnésico no resultaría de ayuda, así que hice acopio de toda la valentía que tenía para incorporarme y dirigirme al baño.

Me dolía la vida y eso era decir poco. Tenía la boca seca y me sabía a demonio. Pensaba que, si la abría, mi aliento sería capaz de asesinar una fauna entera, así que lo primero que hice fue lavarme los dientes. Dos veces para estar segura, usando hilo y enjuague. Luego noté que estaba pegajosa, sudada, con el cabello grasiento. «Cuánta decadencia, Brooke» pensé mientras abría la llave del agua fría. «Dijiste que luego de la universidad tus días de fiesta estaban terminados»

No lo estaban, la verdad; yo era demasiado joven todavía. Dejé que el agua corriera por mi cuerpo e intenté abarcar las dimensiones de lo que había pasado anoche. Tomar un baño siempre te ayudaba a comprender los sucesos trascendentales que ocurrían en tu vida. Me tardé casi media hora de ese modo y luego salí envuelta por una toalla a recorrer el desastre en que se había convertido mi cuarto. Encontré el mensaje que tenía en mi teléfono móvil bastante tiempo después de que fuese enviado.

Regina Monroe:

¡Brooke!, ¿cómo estás? Espero que no te hayas quedado dormida a medio camino de tu habitación.

Enviado a las 8:40 AM.

¿Por qué rayos Regina escribía con tanta corrección? ¡Era un estúpido mensaje del WhatsApp, no un artículo para el New York Times! Fruncí el ceño mientras tecleaba una respuesta

Brooke ~Love can change everything~:

Llegue a la cama y estoy hecha un asco :( Cómo estás tú?

Enviado a las 9:00 AM.

Esa era yo, descuidada, sin acentos, sin signos de puntuación y usando caritas; una persona normal. El teléfono sonó casi al instante.

Regina Monroe:

Bueno... quiero abrirme la cabeza y sacarme el cerebro, pero no me quejo. Por cierto, te iba a preguntar si estabas libre para mañana en la tarde.

Enviado a las 9:01 AM.

Casi tiré el móvil al retrete al leer aquel mensaje. «Mier...da». Rara vez en mi vida decía malas palabras, tenía muy grabado en la mente los recuerdos de cuando era una cría y mi madre me mandaba al «rincón de los boca sucia» si repetía algunas de esas expresiones de adultos. Pero en tales circunstancias valía la pena. Y déjenme decirles: gracias al cielo que ya tenía veinticinco años, porque si no hubiese tenido que pasar tres días castigada por la sarta de maldiciones que me salieron en ese momento.

*Creo que la referencia no se entiende a veces, pero Brooke es una chica consumidora de novelas rosa misóginas con ideales de amor por demás tóxicos y muchos conceptos erróneos. Esa es la razón de ese comentario. Quería que su personalidad fuese coherente, quería demostrar lo que la desinformación conlleva con ese tipo de comentarios. El feminismo no trata de dejar de depilarse o tomarse fotos desnudas, el feminismo es un movimiento social serio y que tiene mucho sentido y validez en estos momentos.

*La canción que dejé en el link fue con la que Regina y Brooke se besaron.



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