Capitulo 18. "Respira, no te alteres."
—Matthew—
—Me preguntaba si... ¿querías salir conmigo después de clases?
Por un momento siento que todo pasa en cámara lenta y que Courtney me va a golpear o algo por el estilo, pero recuerdo que ya no me odia como antes y que quizá acepte me invitación.
—¿Por qué quieres que salga contigo? —me pregunta mientras acomoda su mochila en los hombros.
Observo su atuendo de falda y playera negras. Tiene piernas delgadas... bueno, no tanto. No me tomo la molestia de ver si por fin dejó sus Converse en casa, porque sé que no lo hizo.
—¿No te puedo invitar a salir? —le pregunto—, porque la verdad sí quiero hacerlo.
Ella me mira un tanto pensativa.
—Invita a Jennifer —me mira con una sonrisa burlona— o a Alice.
Matthew, recuerda que arruinaste todo y estás solo en esto. Saca tus encantos.
—Digamos que sólo quiero salir un rato contigo y no con Jennifer, Alice o cual- quier otra chava popular o que me acose. ¿Entiendes?
Sonrío al saber que ella ya no tiene nada que decir porque mis palabras la han asombrado.
¡Vaya!, ya era hora.
—Y si acepto, ¿qué se supone que haremos? —pregunta mientras mueve su pie nerviosamente.
¿A dónde se supone que iremos? ¿Caminar en el parque? ¿A un café? ¿Pasear en mi auto mientras ella me dice lo fabuloso que es?
—Podemos ir al parque —lo digo casi sin pensar—. Pero no al que está aquí, al que está como a treinta minutos, donde hay un pequeño lago...
—Hay patos en ese lugar —me interrumpe.
—¿Y eso qué tiene?
Connor tenía razón acerca de los patos.
—Me dan un poco de miedo. Sonrío.
—Descuida, yo te protegeré de ellos.
Me mira unos segundos y después desvía la mirada hacia otro lugar.
—Acepto.
—Courtney—
Intento ir lo más rápido que puedo hacia el aula 12. Necesito a Cristina. Sí, ya me había saltado una clase.
Antes de llegar al salón de Cristina, reduzco un poco el paso e intento que mi respiración agitada se normalice. Me acomodo el cabello y me bajo un poco la falda, que se me ha subido por andar de prisa. Después de haber aceptado salir con Matthew, mi yo interior brincaba de la felicidad. Llego a la puerta y doy dos golpecitos para que alguien abra. La puerta se abre y me encuentro con un maestro que me observa e intenta asesinarme con su mirada.
—¿Me permite a Cristina Butler? —intento no tartamudear.
—¿Para qué?
—La profesora de español me ha dicho que la necesita.
—Cristina —la llama.
Cristina sale de la clase con un semblante serio y sé que en realidad sólo está fin- giendo. Cuando sale, agradezco al maestro y cierro la puerta. No digo ni dos palabras y ella me da un leve manotazo en el brazo.
—¿Por qué demonios me sacas del salón con la mochila puesta?, ¿quieres que nos castiguen? —me regaña en voz baja—. La siguiente clase nos toca juntas, podrías haber espera...
—Matthew me pidió que saliera con él después de clases —ella se queda pasma- da y sus ojos azules me miran como si estuviera bromeando. Se me hace raro verla sin los puntos rojos de varicela que, días atrás, aún tenía.
—Dime que aceptaste ir, porque si le dijiste que no juro que te golpearé la rodilla.
—Matthew—
Mientras voy por loscorredores de la escuela, varias chicas me sonríen coquetas y, claro, yo les regreso la sonrisa. Tengo que disfrutar a las chicas porque próximamente voy a enrollarme con Courtney hacerle trizas el corazón... Como a la mayoría.
Cerca de mi casillero, veo que Connor está recargado en el de Cristina, sin ninguna preocupación: las manos en las bolsas de sus jeans y la mirada perdida. Me detengo en seco y lo observo unos segundos. ¿Qué está haciendo?
—¡Connor! —intento llamar su atención.
Rápidamente levanta la cabeza y me mira, poniendo su típica pose e intenta sonreírme aunque sé que algo trama.
—¿Qué paso? —pregunta. Hasta en su tono de voz se nota algo fuera de lo común.
—Tú tienes algo.
Me mira en plan "¿Le digo o no le digo?".
—Creo que me gusta alguien... —murmura.
Oh, no... aquí vamos otra vez.
—Dime que sólo te gusta y no estás pensando en casarte con ella.
Así era con Connor; si le gustaba alguien, se tomaba las cosas muy en serio, ya que su madre lo había educado para respetar a todas las chicas. Una cosa es respetarlas y otra engañarte con lo que ellas te insinúan. No es lo mismo. Por ejemplo, cuando íbamos en segundo año, se enamoró de una tal Pamela que jamás quiso nada con él. Aunque sea hombre, debo reconocer que Connor no era taaaaan feo como para que Pamela lo rechazara. Lo mismo le ocurría con todas las chicas con las que intentaba salir.
—Por suerte no —dice aliviado—, pero he pensado en intentar hablar más con ella.
—Espera, espera, espera —levanto las manos listo para evitar cualquier golpe—. ¿Has escuchado lo que dijiste?, por primera vez escucho que quieres comenzar las cosas bien.
—Quiero empezar las cosas bien porque ella no es cualquier chica. Su nombre es Cris... Taylor.
Intento no atragantarme con mi propia saliva.
❤
Busco a Courtney parado en una banca. Me bajo y camino al estacionamiento, donde la reconozco aunque esté de espaldas, buscando algo en su mochila. Me acerco a ella pero no se percata de que estoy ahí.
—Creo que, como no te das cuenta de quién está a tu lado, sería muy fácilasaltarte—le digo e intento no soltar la carcajada al ver cómo se espanta.
—¡Y sería más fácil golpearlo!, quizá —se acomoda la mochila y me mira—. ¿Aún sigue en pie lo de esta mañana?
—Courtney, yo nunca rompo mis promesas. A veces, quizá.
—Courtney—
Todo el trayecto en el auto fue de silencio total, pero, por extraño que suene, resultó cómodo. A él tampoco le incomodó. Todo el camino vi por la ventana y nada más. A veces miraba de reojo a Matthew, hasta que él se dio cuenta y comenzó a sonreír, no supe si de burla o porque sí. Hay que admitirlo: ¿cuando ven a un chico guapo no pueden dejar de mirarlo aunque eso conlleve que te descubra? Yo no puedo negarlo.
Cuando llegamos al parque, puedo notar que Matthew no está nervioso como lo estoy yo; las piernas me tiemblan y las manos me sudan. Bajo del auto con todo y mochila; me doy cuenta de que él también trae la suya. Suena el tic tic de su auto y comenzamos a caminar. Ahora que sé que es millonario, no dejaré que me compre. Después de unos metros, como si se tratara de algo grave, me paro en seco e intento no golpearme la frente.
—¿Qué sucede? —me pregunta.
—Creo que se nos olvidó dejar las mochilas —le digo mientras evito taparme la cara con las manos, ya que se vería estúpido.
Courtney, relájate, no es para tanto.
—Da igual —le resta importancia—. Lo fundamental es lo que haremos porque, siendo sincero, no sé qué se hace en un salida.
Cruzo los brazos y lo fulmino con la mirada. ¡¿Que que se suponía que haríamos?! Él fue el del plan.
—Sabía que no era buena idea aceptar.
¿Y ahora qué hago? ¿Detenerme, regresar al coche o sentarme en el pasto? No me atrevo a ir al carro, no me puedo sentar gracias a la falda, así que opto por mirar al hermoso chico que está frente a mí.
—Demonios, ¿por qué esto es tan jodidamente difícil? —murmura y alcanzo a escucharlo.
—¿Sabes que sigo aquí? —pregunto, un poco ofendida.
—Lo sé. Eres la primera chica a la que invito a estas cosas raras de pasear, así que aplicaré todo lo que he visto en las películas.
No sé si sonrojarme o echar a correr al saber que soy la primera chica a la que invita a... ¿A qué? ¿A un parque? ¿O a una salida?
—Creo que... ammmm...
—¿Quieres ir por un helado? —me interrumpe y me sonríe.
Asiento con la cabeza mientras miro a otra parte; no quiero pensar en que los patos pueden volver a abalanzarse sobre mí. De camino a la heladería, veo a los patos nadando en el lago y por un momento no me preocupo de nada.
—¿Por qué te dan miedo los patos? —pregunta.
Me pregunto por qué estoy tan nerviosa y no soy capaz de relajarme y dejar fluir la situación. Si algo pasa es porque tiene que pasar. Respiro, me calmo y me preparo para contarle.
—Un pato casi me mata —le digo, resignada. Comienza a reírse pero la detiene para preguntar:
—¿Cómo ocurrió?
—No tiene respuesta lógica —le digo riendo, ya que su risa es contagiosa—. Iba caminando con Cristina y de la nada un pato aterrizó en mi cabeza. Cristina sólo se carcajeaba y no me ayudó.
Me río aún más al recordar aquel día. Estábamos en la feria del pueblo de sus abuelos y, de la nada, un pato se posó sobre mí para quitarme mi algodón de azúcar. Lo peor de eso fue que el chico que me gustaba me vio y se rió. Claro, él tampoco me ayudó. Gracias a dios, el vive muuuy lejos y nunca volví a verlo.
—Sí, claro —me dice burlonamente—, y a mí me mordió una mariposa porque soy guapo.
¿Eso es un chiste?, lo golpeo en el hombro y me alejo un poco de él, esperando que no quiera perseguirme por todo el parque.
—Sólo los cobardes se alejan después de dar un golpe.
—No soy cobarde —me defiendo—. Sólo que no puedo correr gracias a esto
—señalo mi rodilla y sonrío triunfante.
—Ajá... —aguarda unos segundos—. ¿Por qué sigues con las vendas?
—Me pusieron algunos puntos en la rodilla y la del brazo es para evitar que la cinta se despegue cada que mueva el codo.
—¿Siempre eres así?
Lo miro confundida y le hago una seña para que siga hablando.
—Me refiero a que si siempre eres así de divertida y abierta con las personas por- que, créeme, aparentas ser una chica ruda.
—Soy tan ruda como un poni.
—Los ponis han matado gente —lo dice como si nada.
¿Perdón?, eso es mentira. Niego con la cabeza y me contradice asintiendo. Llegamos a la heladería y observamos los refrigeradores multicolores: demasiados para tener que elegir sólo uno. Pedí pruebas de casi todos los sabores hasta que por fin me decidí, lo que pareció devolverle la paciencia a Matthew. La verdad es que lo comprendía.
Nos sentamos en unas bancas cerca del lago y hablamos de lo primero que se nos ocurrió: el estado del tiempo. Por supuesto, nos dimos cuenta de que era realmente tonto hablar de eso, por lo que optó en conocernos mejor.
—¿Ya diste tu primer beso? —me pregunta con una sonrisa pícara. Entonces recuerdo lo que sucedió con Peter. Procuro que no me afecte.
—No —contesto segura—. ¿Y tú?
Me mira como si preguntara algo obvio, lo cual, en efecto, es demasiado obvio.
—¡Pues claro que sí! ¿No has dado tu primer beso? A pesar de... bueno, tú sabes. Niego con la cabeza.
—¿Quieres saber lo que se siente dar un beso?
Devoro lo último de mi helado intentando ignorar lo que me pregunta porque, siendo sincera, sí quiero hacerlo, pero una parte de mí me lo impide. Lo miro de reojo, está sonriendo, percibo mis mejillas calientes.
—Creo que... el día es... ¿soleado? —cambio el tema, lo cual se vuelve muy in- cómodo.
Observa fijamente mis labios y eso me pone nerviosa.
—¿Qué se supone que miras?
—Tienes helado en el labio.
Me toco el labio, pero no siento nada. Él niega con la cabeza en plan "Ahí no, preciosa", se acerca más a mí y con el pulgar me toca el labio y me limpia el helado, pero no se mueve, se queda en la misma posición.
Respira, respira, respira... No te alteres.
Me hago un poco para atrás para estar a una distancia en la que no pueda haber un roce de labios.
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