Capitulo 15. "Chico nuevo"

Courtney—

Resumen de lo ocurrido en la enfermería: la enfermeratardó como una hora en conseguirgasas, vendas, desinfectantes, agua oxigenada y un montón de cosas más.Después, se dio cuenta de que me había abiertola rodilla y eso me dio miedo porque,según yo, cuando la palabraabierto tiene algo que ver con el cuerpo,siempre lo cierrancon puntos. La enfermera se puso guantesy comenzó a limpiarme la rodilla: estuve a nada de llorar por el ardor, y en ese momento se dio cuenta de que estaba abierta. Ella corrió por más cosas y después de otra media hora regresó y me puso dos puntos en la rodilla. Juro que en ese momento quise matar a Peter aunque se haya intentado disculpar. Había terminado llorando de los nervios, porque milagrosamente la anestesia me hizo efecto. Terminó y puso cinta en los puntos y vendó la rodilla. Lo demás no fue nada grave: colocó una cinta extraña con forma de moñito en mi barbilla y limpio los raspones en el brazo y el codo, que también tuvo que vendar porque la cinta se despegaba cada que doblaba el codo, y eso hacía que me riera, aunque la enfermera se desesperara.

Para cuando salgo de la enfermería ya me he perdido dos clases y apuesto a   que los maestros marcaron la falta, a menos que la maestra de educación física haya avisado.

Al entrar a los vestidores de chicas, lo primero que hago es ir a mi casillero y sacar mi celular. Reviso cuántas llamadas o mensajes tengo. Para mi sorpresa, sólo uno: de Cristina.

Estoy fuera de peligro. Te veo después, pero en cuanto veas este mensaje, respóndeme.

Acomodo mis dedos para escribir, con cuidado de no doblar el pulgar y el índice, porque tienen curitas para que las heridas no se infecten o algo así.

Creo que lo contesto demasiado tarde. Peter me pego con un balón de americano y tuve que ir a la enfermería, me perdí las últimas dos clases y ya no voy a entrar a la tercera. Creo que nos vemos a la salida. Tienes cosas que contarme

Me dirijo a un vestidor y deposito la mochila en la banca; intento sentarme con cuidado de no doblar la rodilla izquierda.

De mi mochila saco la sudadera gris, que es lo único que pienso ponerme, ya que no quiero moverme nada. Primero meto el brazo izquierdo, que es el que tiene la venda, después la cabeza y, al último, el brazo derecho. Meto el celular a una bolsa del short, cierro la mochila e intento pararme con cuidado. Me cuelgo la mochila en un hombro y comienzo a caminar, pero me detengo en el tocador. Me miro en el espejo y evito gritar; estoy toda despeinada a pesar de que tengo el cabello agarrado con una coleta. Me quito la liga e intento bajar todo el cabello parado, abro la llave y mojo mis manos para pasarlas por mi cabello y peinarlo de lado.

Antes de llegar a la puerta de los vestidores, no escucho ningún ruido. Apresuro el paso e intento no forzar mucho la rodilla. Empujo la puerta con el hombro. Las luces del gimnasio están apagadas y lo único que lo ilumina son los leves rayos del sol que entran por las ventanas superiores.

—¿Hola? —pregunto.

Parece película de terror. Intento no ponerme nerviosa y me dirijo a la salida. A unos cuantos centímetros de salir, escucho pasos, lo que provoca exaltar mis nervios y voltear mi mirada.

—Tranquila, niña —escucho que hablan—, soy el conserje.

Respiro normal y salgo del gimnasio. La tarde ya no es tan soleada, pero sí iluminada. Saco mi celular y reviso si tengo llamada perdida de Cristina, pero no hay nada, ni un mensaje. Quizá Lucas esté cerca y pueda llevarme a casa en su... moto. Ese chico inocente o incluso tierno tiene una moto. Raro pero real. Le marco pero me manda al buzón. Suspiro pesadamente y me mentalizo para caminar una hora a casa. En realidad son como treinta minutos, pero gracias a mi superrodilla será una hora.

Suerte, Courtney la previsora.

Me cuelgo la mochila. Suelto un pequeño bufido, observo mi rodilla sólo para analizar si camino raro. Cuando levanto la vista, sin querer choco con alguien y cierro los ojos esperando que mi trasero caiga en el piso por segunda vez en el día, pero en vez de eso siento que unas manos me toman delicadamente de la cintura y evitan mi caída, gracias a un chico de piel blanca y ojos azules. ¿Desde cuándo hay guapos de ojos azules en la escuela?

Me sonríe y no dudo nada en devolver la sonrisa.

—Perdón por casi tirarte —me mira la rodilla y la barbilla—, y más en tu estado.

Ni siquiera tiene acento común. No es de la escuela.

—No importa —le digo amable—. ¿Eres de esta escuela? Hace una mueca.

—Se podría decir... vine a entregar mis papeles porque mañana entro.

—¡Qué bien! —no se me ocurre otra cosa—... tengo que irme, pero ojalá que nos veamos pronto.

—Claro —murmura—... puedo acompañarte a tu casa... bueno, si no te molesta.

Intento no sonrojarme y sonreír como tonta enamorada al instante. ¿Tengo que aclarar que además de guapo es alto, buen cuerpo y con voz gruesa.

—Sss... sí.

Sonríe y me derrito por dentro. Agradezco al destino por ponerme algo bueno en el camino y no más baches para tropezar. Iniciamos nuestra marcha.

—¿Cómo te llamas? —pregunta.

—Courtney Grant —contesto—. ¿Y, tú?

—Jake Lawrence.

—Bonito nombre —le digo.

—El tuyo es igual de hermoso que tú.

Miro al piso porque no quiero que vea mis mejillas rojas ni que ha provocado que me ponga nerviosa. No lo conozco y ya me intimida.


Llegamos a mi casa; son las cuatro de la tarde y me duele mucho la rodilla, pero intento no decir nada al respecto. El camino fue divertido porque él hacía chistes que en realidad no eran simpáticos pero yo me reía como loca retrasada. No sé si por los nervios o porque no quería que se sintiera mal. También me contó algunas de sus experiencias en Londres. Sí, Jake es de Londres, eso explica su acento. Nos detenemos frente a la puerta. El primer chico que me acompaña hasta mi casa y ni siquiera lo conozco... Asombroso.

—Bueno... —balbuceo— aquí vivo.

—Creo que me di cuenta desde el segundo en el que nos detuvimos en la puerta

—bromea.

Suelto una pequeña risa y le golpeo el hombro levemente.

¡Uuuy! Conque golpes amistoamorosos. ¡Qué grandiosa eres, Courtney! Nota el sarcasmo.

¡Cállate!

—¿Nos veremos mañana en la escuela? —pregunta con una sonrisa en sus labios.

Inevitablemente pienso en la historia de una novela que leí, en que sucede lo mismo, pero rezo para que no tenga el mismo final.

—Tranquilo, Jake —comienzo a reírme—. Por supuesto que sí, sólo dime dónde. Jake cruza los brazos y mira hacia el cielo; deduzco que está pensando. Dirijo la mirada a sus brazos y me contengo para no tocarlos. Tiene conejitos bien formados,

listos para matar a cualquier persona o destruir cualquier cosa en su camino.

—¿En tu casillero? —pregunta con una mueca.

Pero mira qué hermoso...

—¿Sabes dónde está el 503? —le pregunto, burlona. Me mira pensativo.

—¿En la cafetería?

Ahora yo lo miro pensativa. ¿Evitar guerras de comida o participar en una guerra de comidas por el chico nuevo? Creo que me apunto.

—Está bien.

Sonríe.

—Nos vemos mañana.

Se acerca a mí y besa mi mejilla con delicadeza; al separarse, me dedica una sonrisa tierna. No tengo nada que decirle, así que sonrío como estúpida y le digo adiós con la mano mientras él camina en dirección apuesta a la mía. Por un momento hasta se me olvida el dolor de la rodilla y todo lo malo que sucedió... Ni siquiera toco el timbre de la puerta y mamá ya está recargada en el borde de ella, con los brazos cruzados y una sonrisa traviesa. Tenía que suponer que había estado escuchando o espiando por la ventana.

—Tienes mucho que contarme —señala con la barbilla mi rodilla—. ¿Te volviste a caer en la escuela o de nuevo fue un balón?

—¡Mamaaaá!

Entro a la casa y me preparo para el cuestionario que me hará.

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