Capitulo 10. "Las madres nunca se equivocan"
—Courtney—
Hace tres días mi vida era como la de cualquier chica ordinaria, no popular; una extraña para toda la escuela y ningún popular me hablaba. Mágicamente eso cambió y Matthew Smith comenzó a hablarme al igual que Peter Brooks. ¿Por qué pasaría eso? Quizá se debe a que la popularidad de Cristina subió, porque sería imposible que yo le llegase a gustar a alguien de ellos.
Me siento en la orilla de la cama e intento quitarme los zapatos sin quedarme dormida. Le echo un vistazo al reloj de pared: las dos de la madrugada. Se va el tiempo volando cuando de verdad te diviertes.
Cristina entra al cuarto con una sonrisa gigante y yo sé el porqué.
—El chico de la pizzería va en nuestra escuela —se tira en la cama—; en tercer año. ¿Lo puedes creer? Jamás lo había visto. Mañana estará en la fiesta de Peter.
—Querrás decir hoy en la noche.
Me mira confundida y después mira el reloj de su muñeca.
—¡Mierda!, si mamá se entera de que llegue a esta hora me va a matar. Me quito el pantalón.
—Por cierto, ¿dónde anda?
—Digamos que en una fiesta de su trabajo, eso significa que llegará más tarde o quizá no llegue por irse a casa de sus amigas —comienza a reírse—: ¿Qué chica sigue usando boxers?
Le lanzo mi pantalón y ella lo atrapa antes de que golpee su estómago.
—Lo de hoy es usar ropa interior con encaje, nena.
Cristina intenta hacer una pose sexy, pero rebota en la orilla de la cama y después en el suelo. Sólo escucho cómo se queja y se ríe a la vez. Me pongo el pantalón de la piyama y me dejo puesta la playera con la que he pasado todo el día.
Cristina se levanta del suelo y vuelve a acostarse y yo a su lado.
—Tengo sueño pero no quiero dormir —digo y ambas miramos el techo.
—Eso me sucede ahora mismo —silencio—. ¿Te gusta Peter?
—¿Debería gustarme?, es un idiota, mentiroso, egocéntrico...
—Creo que le gustas —nos miramos.
—Eso es imposible.
Niega con la cabeza.
—Digamos que algunos de mis contactos me dijeron cosas y algunas son bastan- te ridículas y otras al parecer un poco creíbles.
"Creo que le gustas... creo que le gustas."
—¿Por qué le gustaría a Peter Brooks? Dios, está Alice la Trasero Descomunal, Jennifer la Pechos Grandes...
—¿Sabías que ella acosa a Matthew? —me interrumpe.
—¿Es en serio? —pregunto sorprendida. Ella asiente y comento—: Pechos Grandes tiene cientos de chicos tras ella y ella... ¿sólo se fija en Matthew? Me parece que no es muy inteligente.
—Creo nos desviamos del punto —mueve sus manos como si intentara quitarse algo de ellas—. Creo que le gustas porque él nunca le ha dicho o aceptado alguna relación o noviazgo, ¿entiendes? tampoco invita a muchas chicas a las fiestas y a las únicas que invita es para acostarse con ellas. Pero... —no me deja hablar porque me señala con el dedo en plan "cierra la boca y escúchame"—... a esas chicas nunca las llama por sus nombres ni les dice su dirección ni descubre que su mejor amiga tiene varicela. ¿Ya vas comprendiendo?
Niego con la cabeza y la miro con el ceño fruncido. ¿De dónde sacó todas esas teorías?
Se cubre la cara con las manos y chilla de frustración.
—Olvídalo, no entrarás en razón —me reclama.
Levanta las cobijas y en menos de dos segundos se queda dormida.
—La luz —murmuro.
Bufa por lo bajo y se levanta a cerrar la puerta, la ventana con todo y cortinas y apaga la luz.
Me cobijo y acomodo la almohada antes de dejar caer la cabeza en ella. Cierro los ojos.
—Buenas noches, Courtney.
—Buenas noches, Cristina.
A esas chicas nunca las llama por sus nombres ni les dice su dirección ni descubre que su mejor amiga tiene varicela.
Esta noche voy a tener pesadillas.
❤
—Courtney, Courtney... —alguien dice mi nombre y siento que me tocan el hombro.
No sé si esa voz es de mis sueños o en realidad alguien me está hablando.
—¡Courtney! —gritan y entonces sé que la voz no es de mis sueños.
Abro los ojos y poco a poco descubro a Cristina sentada y preocupada. Al instan- te la modorra se me va y me siento.
—¿Qué pasa? —le susurro.
—Escuché que un auto se estacionó frentea la casa y eso me despertó—me dice en un susurro—.Cuando me asomé por la ventana, no reconocí a nadie. Después escuché ruidos en la cocina y cerré la puerta de la recámara con seguro.
Hago las cobijas a un lado y, con cuidado de no hacer ruido, camino hacia la ventana: el coche es negro; lo malo de estar en el segundo piso es no poder ver si hay alguien dentro. No es la mamá de Cristina porque ella trae un Jetta rojo. Miro a Cristina, quien aún está sentada en la cama y se está mordiendo las uñas. Brinco a la cama y me agacho por mi mochila. Cuando la encuentro comienzo a buscar mi celular. Lo prendo y veo que son las cuatro de la mañana. ¿Quién robaría una casa a esta hora?
—¿Ya llegó tu mamá?
Niega con la cabeza y toma su celular que está en la almohada, busca algo y me lo enseña. Es un mensaje en el que su mamá le dice que se quedará en casa de una de sus amigas.
Estamos solas, con un carro desconocido mal estacionado frente a casa y un posible ladrón.
—¿Sabes que estamos solas? —le pregunto un poco asustada.
—Por eso tengo miedo, tonta, porque si estuviera mi madre, ella lo golpearía con la lámpara de su mesita de noche. Si lo veo comenzaría a gritar como loca.
Me pongo los Converse y me levanto de la cama.
—¿A dónde vas? —pregunta un poco asustada.
—Voy a averiguar.
Cristina se pone sus tenis y toma el celular. Le quito el seguro a la puerta, giro con delicadeza el picaporte y me asomo un poco con la puerta entreabierta. El final del corredor está a oscuras; escucho unos pasos y unos tacones.
—¿Segura que tu mamá no ha llegado? —le pregunto en un susurro.
—Que no. ¿Por qué? —me pregunta asustada.
—Se escuchan tacones.
Cristina se regresa y busca algo debajo de su cama: un bate de beisbol.
—Papá me regaló un equipo de beisbol completo —se vuelve a agachar y saca otro—. Me gustaba jugar con él.
Me entrega el bate y asiento. Abro la puerta por completo y comenzamos a ca- minar por el corredor. Cuando llegamos a las escaleras, vemos luces prendidas y escuchamos de nuevo los pasos y los tacones. Cristina está nerviosa. Me paso el cabello por detrás de la oreja y comenzamos a bajar las escaleras en un silencio que podía resultar aterrador. Caminamos hacia la cocina con los bates preparados. Al entrar, ambas nos sorprendemos ante la escena que tenemos delante: la mamá de Cristina se está besando con un tipo vestido de traje y... admito que no está feo. Por lo que Cristina me había dicho, sus padres se estaban divorciando y supongo que están en todo su derecho de tener una nueva pareja.
Cristina comienza a toser exageradamente para que su mamá se separe del tipo. Al hacerlo, su mamá nos mira.
—Mamá, no tenías que mentir para poder traer a un hombre a la casa.
Courtney, debes irte al cuarto, esta plática es de madre a hija.
—Cristina, de hecho te mandé un mensaje diciendo que sí iba a llegar a casa. Cristina la mira extrañada y su mamá me sonríe amablemente; le devuelvo el ges-
to aunque me siento incómoda. Cristina comienza a buscar el mensaje en su celular. Vuelve a mirar a su mamá y esta vez se sonroja. Yo sólo quiero regresar de inmediato a la habitación.
—Lo lamento, pero entré en pánico cuando vi el carro y escuché ruidos —dice—. Creo que nosotras nos iremos a dormir. Mamá, intenta no hacer mucho ruido que tengo compañía —mira al tipo del traje—. No te conozco, pero más vale que no uses a mi mamá sólo para una noche, porque mi amiga y yo tenemos bates y no dudaremos en usarlos.
Besa la mejilla de su mamá y se va.
—Adiós, señora—me despido—. Que se la pase muy bien y que se divierta.
—¡Courtney! —me regaña la señora mientras evita que en sus labios se asome una sonrisa y que sus mejillas se pongan coloradas.
Subimos las escaleras y, una vez en el pasillo, Cristina comienza a reírse.
—No puedo creer lo que acabo de ver.
—Ni yo —le digo.
La mamá de Cristina es como mi segunda madre y mi mamá es como la segunda madre para Cristina, ya que ambas nos conocemos desde hace mucho tiempo; somos como las hermanas que nunca tuvimos. También porque en vacaciones siempre hacíamos pijamadas y salíamos todo el tiempo.
Cristina cierra la puerta y bota el bate. Dejo el bate en el sillón y me acuesto en la cama. Acomodo las cobijas y cierro los ojos.
—Cristina, no me vayas a despertar al menos que de verdad esté pasando algo malo—le digo—. ¿Qué hora es?
—Sí, sí, sí... lo lamento —se disculpa mientras revisa la hora en el despertador—, van a ser las cinco de la mañana.
Ni cuando voy a la escuela me levanto a esa hora.
—Te odio, pero buenas madrugadas, Cristina.
—Buenas madrugadas, Courtney —suelta una pequeña risita.
❤
—Courtney, cariño.
Me remuevo en la cama y, un tanto adormilada, abro un poco los ojos, aunque a los segundos los vuelvo a cerrar cuando veo tanta luz entrando por la ventana.
—Cristina, levántate.
Escucho a Cristina gruñir y siento cómo se retuerce en la cama. Abro los ojos poco a poco y veo que la mamá de Cristina está sentada al pie de la cama con el teléfono en mano. Las cobijas están desordenadas; tengo una pierna encima de la de Cristina y ella tiene una pierna fuera de la cama. Sonrío mentalmente porque todavía tengo sueño y no puedo mantener los ojos abiertos.
—Cariño, tu mamá está al teléfono, ¿quieres hablar con ella o le digo que las deje dormir?
—Hablo con ella y después nos volvemos a dormir— digo con voz ronca y ella me pasa el teléfono—; gracias.
—De nada.
Me regala una cariñosa sonrisa mientras se levanta de la cama y cierra la puerta detrás de ella.
—¿Hola? —contesto.
—Courtney, hija, ¿cómo dormiste? —me pregunta mamá—. ¿Quiénes eran los chicos de anoche?
—Bien —suspiro pesadamente mientras recuerdo el extraño suceso—. Se lla- man Peter y Matthew y son unos completos idiotas...
—Ese vocabulario —me interrumpe.
—Perdón, pero es la verdad. Peter es un galán que de la nada comenzó a hablar- me, cuando antes me ignoraba. Matthew, otro famosito que me ignoraba, raramente se disculpó conmigo por algo que sucedió hace un año.
—¿Por qué el tal Peter me dijo que eras su novia? —pregunta un poco intrigada.
—No lo sé, quizá se trata de una apuesta o algo así, pero no creas nada que salga de su boca.
Silencio. Pongo una mano en mi cara para que la luz del sol no me moleste. Cristina sigue durmiendo como oso hibernando.
—Entonces, ¿qué hago con Matthew?
—¿Cómo que qué haces?
Me quito la mano rápido de la cara y me siento en la cama, miro al frente esperando que no diga algo malo, algo como que está en casa buscándome o algo así.
—Está aquí en la casa, buscándote —me dice—. Creo que quiere salir contigo.
—¿¡Qué!? —gritó.
Es lo que no quiero y lo único que ocurre. Cristina grita un poco espantada y escucho el golpe seco de su cuerpo contra el piso.
—Cristina, ¿estás bien? —le pregunto, un poco preocupada.
Levanta su mano con el pulgar arriba,después jala una almohadade la cama y sigue durmiendo como si nada. Vuelvo al teléfono un poco nerviosa y frustrada.
—Dile que no estoy, que estoy en casa de una amiga, que me fui del país, yo qué sé... mejor no le digas nada.
—¿Qué le pasó a Cristina? —pregunta, ignorando mi respuesta anterior.
—Se cayó de la cama...
—Bueno, pues creo que el chico escuchó tu excusa y toda la plática —me dice un poco incómoda.
Tick, tick, tick, tick, tick, tiiiiiiiiiiick, revive, revive, vamos, tienes una vida por delante.
—¿Por qué?
—Perdón, perdón, perdón, perdón, no era mi intención escuchar la conversa- ción —escucho de fondo la voz de Matthew.
Pongo los ojos en blanco mientras me dejo caer en la cama. Mamá volvió a dejar el teléfono en altavoz.
—¿Dejaste el teléfono en altavoz? —le pregunto.
—No me culpes, no entiendo este maldito teléfono, parece que se burla de mí.
—Claro, lo mismo pasó con la cámara, con la televisión y la computadora de Nathan —le reprocho un poco—. Matthew, si estás escuchando esto, eres un idiota.
—¿Ahora por qué? —escucho que pregunta.
—Porque lo eres —enojada, me siento en la cama.
—¡Mamaaaá! —grita Cristina.
Su mamá abre la puerta y entra al cuarto.
—¿Qué hora es? —le pregunta.
Su mamá se sienta en la cama y mira el reloj, rápidamente desvía la mirada al suelo, preguntándose qué rayos hace su hija en el suelo.
—Las dos de la tarde... ¿Qué haces en el piso?
¡Rayos! ¿Ya son las dos de la tarde?
—Courtney me espantó.
Vuelvo a atender el teléfono con la intención de despedirme de mi mamá. Ya no quiero saber nada de él, suficiente tengo con lo de anoche.
—Mamá, ya me voy; te quiero y corre a Matthew de la casa.
—Claro yo también te ... —era Matthew, pero enseguida cuelgo.
De la nada, Cristina me está mirando y su mamá igual. ¿Ahora qué hice?
—¿Qué hace el Sesos de Alga en tu casa? —pregunta Cristina, con el ceño fruncido y todo el cabello hecho un desastre.
No sé si contestar o decirles que dejen de mirarme.
—Según mi mamá, quería salir conmigo.
La mamá de Cristina chasquea la lengua y niega con la cabeza.
—Ese chico quiere algo más.
La miro con curiosidad para que ella siga hablando.
—Courtney, un chico no va a casa de ninguna chica y afronta a la madre como si nada —me dice—; cuando eso pasa, es porque la madre sabe que hay algo más y lo deja respirar. Es como una tregua de madre a pretendiente; la madre le da espacio mientras que el chico se ve más nervioso.
Mi mamá no da oportunidades a chicos... A menos que demuestren que valen la pena y Matthew no lo vale.
—Yo digo que ese chico la quiere para un polvo, Lucas dice que hay algo más detrás de ese "quiero arreglar la cosas por lo del año pasado"; su mamá no lo mata y tú casi dices que le gusta... ¿Acaso estás ciega, Courtney? —pregunta Cristina.
—No, pero el año pasado siempre me ponía el pie y me ignoraba—contesto como si las cosas fuera tan obvias.
—Yo qué sé —dice—; quizá y le gustas.
Tonterías y más tonterías.
—Ya te lo dije, Courtney —insiste la mamá de Cristina—: lo que una madre te dice siempre es verdad.
Se levanta de la cama y se retira.
—Cámbiense, les prepararé el desayuno.
Ambas asentimos.
¿Yo gustarle a Matthew? Sí,claro
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