Un ángel te cuida

Era un domingo precioso, los rayos de sol se colaban por la ventana dando directamente en su rostro, a su madre siempre le había encantado esa habitación, era cálida y confortable, por esa razón Cristóbal habla decidido mudarse ahí, quería recordarla con esos pequeños detalles, con el olor del café por la mañana, con el sabor de los raspados de grosella que le comparaba cuando era niño, en la paz de la noche mirando sus novelas, su madre estaría ahí siempre; en cuanto a su padre aún no había tomado una decisión.

Llevaba dos semanas deambulando por las calles circundantes a la fuente Cibeles, todos los días encontraba una excusa para regresar a casa, aún no sabía cuál era la del día de hoy, pero estaba más que dispuesto a encontrarla.

No tenía porque ver a ese hombre, no le debía nada y no se merecía ni siquiera la lastima, que por momentos llegaba a sentir. No, Cristóbal quería dejar el pasado en paz y continuar con su vida, arreglar la casa que le había dejado su madre, quizá rentar alguno de los cuartos para algún estudiante que viniera de provincia, o para alguno de los turistas que a menudo se paseaban por ahí. 

Lo meditaría, aún le quedaba una semana del tiempo que le habían dado en el trabajo, se enfocaría en recoger las cosas de su madre, quería conservar lo más importante, quizá algunas de sus prendas de ropa, sus pocas alhajas y por supuesto, los discos de baladas románticas que amaba escuchar.

Con pesar y cansancio se levantó de cama y camino a la cocina, vio la olla de barro en donde ponía su café vacía y luego la cafetera, no sabía ni porque la tenía si siempre prefirió su cafecito con canela. Después de lavar la olla y ponerla de nuevo al fuego de la cocina, regreso a la habitación de su madre y empezó con su tarea, empezó por la ropa, dejo sobre la cama los vestidos de ella que quería conservar, los demás los fue dejando en una caja, los regalaría a una mujer que siempre veía pasar por la calle camino a su trabajo, una anciana que pedía limosna cerca de la estación del zócalo, su madre siempre le daba unas monedas y le compraba algo de comer cada que la veía.

Evelia era así, no soportaba ver a los indigentes que pasaban cerca de la casa sin ofrecerles un refresco y una torta, antes Cristóbal pensaba que era absurdo, ahora que se veía solo, aunque no precisamente desamparado, podía entender porque lo hacía su madre, era un gesto de bondad y empatía; después de todo fue gracias a la ayuda de personas como su madre, que pudieron regresar a la ciudad de México.

Con una punzada de dolor rememoró a detallé los primeros días después del abandono de su padre, su madre recién salida del hospital con el rostro destrozado por los golpes de los enemigos de su padre, sola, sin hogar, sin dinero, sin amigos, lejos de sus padres y con un hijo de diez años hambriento, sucio y, ya desde entonces, lleno de coraje.

El viaje que emprendieron madre e hijo desde Tijuana a la ciudad de México, fue el capitulo más sórdido en la vida de ambos, los pies incluso le dolían al recordar las largas horas caminando en carreteras desiertas, muchos días se quedaron a orillas de las autopistas a dormir, a merced de un sinfín de peligros, ahora ya de adulto, Cristóbal pensaba en lo que pudo haber pasado y se estremeció de pies a cabeza, si aquel trailero no se hubiera compadecido de ellos tal vez habrían muerto. 

Cerro los ojos para ahuyentar las lágrimas, no quería seguir llorando y menos por esos recuerdos que estaban muy atrás. Atormentado, dejo su labor de lado, en algún momento de la tarde continuaría con ello.

Regreso a la cocina, se preparó unos huevos a la mexicana y más tranquilo, se sirvió su café, empezó a desayunar viendo la televisión; observaba con una ligera sonrisa aquél programa de concursos en dónde un hombre, que llevaba más de la mitad de su vida interpretando al mismo personaje infantil, cantaba para despedir el programa, vio a su espalda los retratos en la pared, ahí estaba él con ese hombre.

Desde que tenía memoria Cristóbal se había despertado cada domingo a ver el mismo programa, a él le gustaban las cosas constantes y eso lo era, incluso una vez estuvo en el foro, sus abuelos y su madre le concedieron el deseo en su cumpleaños número once y tenía una fotografía de ello, salía con su abuelo y el conductor del programa abrazados y felices.  

En muchos aspectos el padre de su madre había llenado las carencias afectivas de Cristóbal, siempre fue un hombre comprensivo, que jamás le reprocho a su madre el haberse fugado de su casa en medio de la noche, nunca le echo en cara el desastre que es le había traído a su vida, si no todo lo contrario, los recibió con los brazos abiertos y curo sus heridas. 

Sus abuelos fueron unos ángeles, siempre predicaron el perdón, por más difícil que les resultará, perdonaban. Su madre perdonó.

Evelia jamás le hablo mal de su padre, nunca dijo ni una palabra o insulto, solo se limitaba a sonreír con nostalgia cada que alguien le preguntaba por él, le deseaba una vida igual de feliz que la que ellos habían logrado conseguir.

De nuevo lloró, y en un ataque de rabia repentina jalo el mantel de la mesa dejando caer todo al suelo. El dolor y la soledad lo consumían de a poco, se volvería loco encerrado en esa casa, necesitaba ir con la única persona que aún le amaba.

Gracias por seguir leyendo.

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