Tu cielo se hace gris

Su madre había muerto.

Era la idea que aún trataba de asimilar, a pesar de las horas de velorio, el camino al panteón, aún cuando el había dejado caer el primer puño de tierra, no lo podía creer.

En su mente aún estaba fresca la última conversación que había tenido con ella, su alegría y la promesa de verse al día siguiente, de estar siempre juntos; nada de eso ocurrió, no volvería a ver a la mujer a quien amaba más que a nada en el mundo.

Se dejó caer de rodillas delante de la tumba y lloro, las lágrimas acudieron a él, grandes gotas calientes se derramaban por sus mejillas y con ellas broto de su garganta un profundo alarido de dolor.

El hombre que recién había llegado detuvo sus pasos al escucharlo, ese grito lo hizo recordar el pasado, recordó con mucho dolor en el corazón cuando el mismo había llorado y gritado así por la misma mujer.

Jeremías pensó en detenerse y regresar por dónde había llegado, la cobardía era parte de él, fácilmente podía recular y limitarse a hacer lo mismo que hace veinte años, incluso dio un paso atrás para arrepentirse al momento, ya no podía huir, ya no quería seguir mirando a la distancia al hijo que abandono cuando apenas era un niño. 

—Cristóbal —le llamo Jeremías. 

Su voz fue como una exhalación y se pregunto cuánto tiempo hace que no pronunciaba el nombre de su hijo en voz alta, tal vez los mismos años que habían transcurrido desde la noche en que lo dejo. 

Curiosamente Cristóbal también pensó en esa noche, fue la última vez que vio a su padre, oír su voz ahora era como un golpe en medio del alma, pues sentir su presencia tan cercana le helaba la sangre.

—¿Qué? —pregunto Cristóbal levantando la mirada.

No salía del asombro, su padre estaba vivo y de pie junto a él, mientras que él cuerpo de su madre yacía tranquilamente tres metros bajo tierra. Era irreal y doloroso. 

—Cristóbal, déjame verte, por favor —suplico su padre.

Una petición, su padre nunca había pedido nada por favor, y el asombro por esa acción tristemente no disminuía el coraje que sentía, no borraba los años que sufrió por su ausencia. 

—No sé quién sea usted, váyase de aquí —pidió Cristóbal.

Enterró con fuerza los puños en la tierra, sabía que si se ponía de pie le daría un puñetazo.

—Cristóbal... —Empezó Jeremías de nuevo. 

—¡No! —lo interrumpió, el grito iba tan cargado de furia que su anciano padre dio dos pasos atrás.

«Ahora sabes lo que yo sentía —pensó con satisfacción—. Así es temerle a tu propia sangre.»

—Hijo, tienes que escucharme.

Jeremías volvió a caminar hacia delante, tenía muchas ganas de tomar a su hijo entre sus brazos y consolarle, necesitaba de él para poder seguir viviendo los pocos años que le quedaban, ya no quería la soledad que se había ganado a pulso.

Los errores que cometió en su juventud lo condenaron a ser solo un espectador en la distancia de la vida de su hijo y la mujer que amaba, ahora ella había muerto y tenía una promesa que cumplirle.

—No soy su hijo, no lo conozco y no quiero hacerlo. —respondió Cristóbal—. Si tiene algo de respeto por los muertos, entenderá que tiene que irse.

Claro que lo entendía y sabía que no sería fácil, sin embargo, por el amor que le profeso a Evelia es que no se daría por vencido, dejaría una puerta abierta, una posibilidad para ambos. 

—No quiero dejarte solo. —Jeremías dio un paso más, poso con delicadeza la mano sobre el hombro de su hijo.

El toque fue como una descarga eléctrica para Cristóbal, era un toque afectuoso, pero venía del hombre que más odiaba en el mundo, no permitiría que lo conmoviera, no tendría compasión por él, así como Jeremías no la tuvo con ellos. 

—Lo hizo, hace muchos años. —Aparto con furia la mano de su padre, solo por respeto a la tumba de su madre no le rompía la cara—. Váyase por favor.

—Entiendo, sé que amabas a tu madre y esta muy reciente su muerte... Pero necesito hablar contigo —dijo Jeremías, tragó saliva para que el nudo en su garganta le permitiera seguir hablando—. Estaré esperándote en el café frente a la fuente de Cibeles, ¿te acuerdas cuando eras niño y tus abuelos te llevaban ahí?

Cristóbal se tenso aún más, era imposible que ese hombre supiera que cada domingo iba ahí con sus abuelos, esa tradición empezó después de que les dejara.

Al final decidió que eso no importaba, la información que ese hombre tuviera, así como su presencia no significaban nada. 

—No. —respondió Cristóbal.

Seguía con la vista puesta en las coronas de rosas blancas, los claveles y la flor de nube, nunca le habían gustado las flores, en ese momento las aborreció aún más.

—Estoy ahí todas las tardes, te voy a estar esperando —dijo Jeremías para después irse. 

Cristóbal no reacciono a esas palabras, no se movió ni un milímetro de ese lugar, se quedó ahí esperando por largas horas hasta que su cielo se hizo gris, y con el corazón despedazado por la perdida y los recuerdos, camino bajo la tormenta.

Gracias por darle una oportunidad.

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