No quiero perderte

Cristóbal salió de su casa, necesitaba aire y el consuelo de la única amiga que había tenido en esos largos veinte años desde que vivía en la colonia Roma.

Iba despacito por las calles, caminando aparentemente sin rumbo, hasta que llegó a Casa Lamm, una mansión impresionante que había estado ahí desde el inicio de urbanización de la colonia, antes pensada para ser una residencia particular y usaba mucho después como casa de cultura. En ese lugar trabajaba Adriana Cifuentes, su amiga y el amor platónico de vida.

Cristóbal paso la reja que siempre estaba abierta y observo a la concurrencia, había un montón de adolescentes corriendo y jugando por los jardines, se tomaban fotos en las estatuas de bronce del jardín y volvían locos a los guías turísticos que estaban esperando a que todos se ordenaran en una fila para empezar la visita del día hoy.

Se rio con ganas al ver a un niño intentando trepar a la escultura del hombre del violín, al mismo tiempo que uno de los encargados corría para impedir una tragedia. 

—¿Recuerdas cuando eras tú quien intentaba trepar ahí?

Cristóbal sonrió con más ánimos y lentamente se dio la vuelta para toparse de frente con su preciosa Adriana.

—Me regañabas, pensabas que si te relacionaban conmigo nunca te dejarían trabajar aquí. 

Adriana se había esforzado mucho para hacerse un lugar en el mundo, sola se había pagado la universidad, sus padres le retiraron su apoyo porque creían que no se podía vivir de la historia y literatura, y ella les había dado la vuelta demostrando que sí. Pasó de ser mesera en la cafetería de Casa Lamm, a una de sus investigadoras y escritoras más prominentes. Esa joven, era después de su madre, la mujer que más admiraba en el mundo, la amaba con una pasión que rozaba en la locura y si aún no la había hecho su esposa, era solo por miedo a repetirlo la historia de sus padres.

—Solo te tomo dos semanas venir —dijo Adriana antes de abrazarlo.

La última vez que lo vio fue mientras se derrumbaba sobre la tumba de su madre, ella habría querido quedarse a su lado ese día, deseaba sanar sus heridas, pero Cristóbal no se lo permitió, Adriana no podía estar cerca de su dolor, porque en esos momentos era inestable, su dolor lo aturdía de tal manera que temía hacerle daño, y ya suficientes lágrimas había derramado ella por su constante rechazo.

—No quería molestarte… No lo hubiera hecho pero ya no tengo con quien más ir.

Oficialmente no tenía a ningún familiar en el mundo más que su padre, era todo y eso era devastador para alguien que no sabía estar solo. Por supuesto Cristóbal tenía amigos, compañeros del trabajo y vecinos pero ninguno, a excepción de Adriana, eran de una cercanía significativa, no eran indispensables en su vida como lo habían sido sus abuelos y su madre. Ahora estaba solo. Su peor pesadilla se había cumplido y no tenía la menor idea de cómo despertar.

—Mientras yo viva siempre tendrás a dónde ir. —aseguro Adriana separándose poco a poco de Cristóbal—. Dime, ¿qué te pasa?

—Vi a mi papá.

Adriana intentó asimilar con rapidez la información, era una noticia fuerte e inesperada, sin embargo era un tema que habían discutido antes, por eso, tomo la mano de Cristóbal y juntos empezaron a caminar hacia la salida, no era buena idea hablar de un tema tan serio cerca de tantas personas. 

—¿Cuándo? —pregunto apenas cruzaron la verja de la entrada. 

—En el panteón, llego una hora después que te fuiste.

Cristóbal se arrepentía de ir dejarla ir ese día, no sabía cuánto la iba a necesitar, y ese era el problema, no quería necesitarla. Nunca fue capaz de mantener una relación con nadie, no quería destruir a la persona que amaba, mucho menos a una como Adriana, tan brillante e inteligente, no podía arrastrarla al mismo abismo del que apenas salió con vida su madre.

—¿Y que te dijo? —pregunto Adriana, él no hablo, tampoco era necesario—. No lo dejaste decir nada, ¿verdad?

—¿Y que me puede decir, Adriana? —cuestionó sarcástico.

Ella no lo culpaba por hablar así, era la forma en la que su dolor se manifestaba, y no podía seguir así, el sarcasmo no lo protegía de sus sentimientos autodestructivos.

—Tal vez algo que te ayude a sanar. —Adriana pensaba que todos, buenos o malos, merecían la oportunidad de explicarse, más alguien como el padre de Cristóbal quién, solo podía tener algo importante que decir si decidió aparecerse después de tanto tiempo—. Cristóbal llevas años guardando rencor y dolor, todo eso no te ha permitido tener ser feliz y no es justo, para nadie.

La frase quedó en el aire y bien clara, Cristóbal tenía que decir algo, y solo atinó a responder con evasivas. 

—No tiene que ver contigo.

Adriana sonrió amargamente, todo tenía que ver con su infancia, él era el hombre que era por ello, amoroso y respetuoso con su familia, porque les debía todo; y asustadizo con las relaciones, porque temía convertirse en su padre. Todos lo sabían, todos lo habían intentado convencer en un dado momento para que abriera su corazón y lo liberará, y Cristóbal lo entendía, sabía que tenía que hacerlo, por Adriana para que no siguiera esperando en vano y, principalmente, por él, para aliviar su alma. Uno no avanza si vive atado al pasado, menos si no aprende de el.  

—Si lo tiene, crees que eres como él y no cierto, mírame… —Lo hizo a regañadientes— Llevo toda mi vida enamorada de ti y no he muerto, ni lo hare… Pero, ya no voy a hacer nada más, no hasta que sanes. 

Era lo justo, ella le había abierto su corazón desde siempre, nunca tuvo un secreto para con él, era hora de retribuirla, empezaría por su padre y después le entregaría el anillo que los uniría para siempre.

—No sé cómo perdonarlo.

Una excusa más, todas esas trabas empezaban a saberle rancias en la boca. 

—Si sabes, tu madre te lo enseño y solo por terquedad no lo haces. —Adriana lo tomo por los hombros, vio directamente a sus ojos—. Piensa en que él fue quién falló, no tu madre, no tú, solo él. No tienes porque mantener una relación con él después, solo escúchalo y déjalo ir de una vez por todas. 

Viendo que la decisión estaba tomada, Cristóbal solo tenía una pregunta más que hacer. 

—¿Puedes acompañarme?

—Pues vamos.

Se fueron juntos y tomados de la mano, a nadie se le hizo raro, después de todo lo habían hecho así desde que eran niños.

Gracias por seguir leyendo.

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