La verdad para mostrarte la salida
La colonia Roma jamás le gusto a Jeremías, era como un momento a la clase rica y poderosa del país, aquellos que, por su pobreza siempre le habían visto por encima del hombro, como basura, como algo menos que humano.
Era un huérfano, a quien la necesidad lo llevo por los peores caminos en la vida, fue ladrón y posteriormente, distribuidor de drogas.
Caprichoso el destino, una noche en un baile, mientras le vendía a unos niños ricos, conoció a Evelia Cienfuegos, una joven que venía de una buena familia, una fortuna moderada y una de las mansiones más antiguas y hermosas de la colonia Roma.
Jeremías no quería nada de eso, no era un oportunista ni un escalador social, él lo único que quería era divertirse; así empezó su relación, como una especie de venganza en contra de la vida, por lo menos hasta que se enamoró, y luego ese amor se convirtió en una obsesión alimentada por la prohibición de los padres de ella y el resentimiento de él.
Siempre estuvo claro que no los dejarían estar juntos por las buenas, así que lo hicieron a la mala, se veían a escondidas, Jeremías entró más de una vez a escondidas por la ventana y cuando su semilla germinó en el vientre de Evelia, se la robó para llevarla a Tijuana, en dónde esperaba trabajar para un capo de la droga, hacer fortuna y olvidarse de la miseria que había padecido toda la vida.
Los primeros años fueron buenos, creyéndose una especie de Bonnie y Clyde mexicanos, obtuvieron lo suficiente para vivir holgados, tenían un hijo, una casa, eran felices; por supuesto, la felicidad trabajando en lo que él lo hacía, nunca duraba.
Cuando su hijo cumplió los cinco años, la tragedia llegó a ellos en forma de jeringas llenas de líquido negro. Evelia y Jeremías se hicieron adictos por igual, hasta el punto en el que no encontraban la manera de disfrutar de la vida que tenían sin aquella paz que, falsamente, la heroína les entregaba.
Poco a poco empezaron los problemas por el ansia de ambos, el dinero empezó a dejar de alcanzar en la casa y el pequeño Cristóbal cada día requería de más cosas básicas; así caminando en la cuerda floja, sobrevivieron unos años más, hasta el día que la cuerda se rompió y los dejo caer a los tres en un abismo profundo.
Todo empezó una mañana de domingo como la que hoy disfrutaba, Cristóbal ajeno y metido de lleno en la televisión ni siquiera escucho a los hombres tocar la puerta de la casa, Evelia imaginando que sería Jeremías, abrió la puerta.
Sobre advertencia, no hay engaño, le habían dado un ultimátum unos días antes, y él, perdido en el sueño del opio, no atendió, y como castigo, golpearon a su mujer casi hasta la muerte, para luego irse con los pocos centavos que encontraron.
Jeremías recordó con un nudo en la garganta el momento en el que llegó a casa y la vio tirada en el suelo, inconsciente, rota, la imagen lo destruyó, grito y gimió de dolor al verla, su hermosa mujer herida por su incapacidad de ser un buen proveedor, un buen hombre, y su hijo, traumado de por vida detrás de uno de los sillones llorando inconsolable. Fue en ese momento, al ver los ojos de Cristóbal que tomo una decisión, los dejaría y no le volverían a ver jamás.
En su defensa, Jeremías nunca le mintió a Evelia, le dio su verdad desde un inicio para mostrarle la salida, cada decisión, buena y mala, ella la había tomado con conocimiento de causa, sin embargo no podía ser así esa vez. Jeremías sabía que su mujer lo seguiría hasta el fin del mundo y por eso, por primera vez, el día que Evelia recupero la consciencia, le mintió. Le dijo que no la amaba, que había encontrado a una mujer resistente, que era mil veces mejor que una niña mimada, que solo por rebeldía, lo había seguido hasta ese momento.
Con la vida partida en dos pedazos, Jeremías salió de ese hospital sin siquiera dedicarle una última mirada a su hijo, simplemente se fue, dejándolos a los a la buena de Dios.
Lo que Jeremías nunca sabrá es que Evelia no creyó una sola de sus palabras, ella sabía que la amaba y por eso la dejaba ir; se resigno a perderlo porque esa vida, a la larga los mataría a los dos y ella tenía un motivo muy poderoso para seguir adelante, Cristóbal.
Evelia dedicó los siguientes años solo a su hijo, y cuando los recuerdos le ganaban escuchaba la música que le recordaba a él, vivió siempre esperando que un día el amor de su vida regresará, y lo hizo, solo que ella jamás lo vio.
Solo paso un año antes que Jeremías regresara a la ciudad de México, sabía que ella regresaría a su familia y ahí fue cuando los encontró, todos los domingos sacaban al pequeño Cristóbal por un helado a la fuente Cibeles, delante había una pequeña cafetería, ahí se sentó él los siguientes años, viendo a la distancia por el bien de su familia, por lo menos así fue hasta aquel día.
Su hijo caminaba despacio tomado de la mano de una mujer, la misma que siempre lo acompañaba, ahora se dirigían hacia él, su viejo corazón empezó a acelerarse y se ordenó resistir, tenía que vivir solo un poco más. Solo unos minutos más, necesitaba pedir perdón y ya después, se reuniría con el amor de su vida en el panteón.
Gracias por seguir leyendo.
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