36. Nuevos caminos
—¿Cuándo hiciste todo esto? —pregunté todavía incrédula de lo que mis ojos veían.
—No lo recuerdo —confesó Mario—. Quizás hace más de un año. —Echó una mirada periférica. Para ser honesto, no sabía si mi plan funcionaría.
—¿Tu plan?
—Hacerte sonreír. —Esquivó mi mirada.
Solté una risita.
—Pues te funcionó —admití.
Mario me regresó una sonrisa. Su rostro era apasible y melancólico, muy diferente del de mi padre y de Aarón. Largos mechones caían sobre los ojos.
Era lindo después de todo. Alto como Irenne, aunque no un grandulón como su padre. Su cabello era como el de Carlo pero de un color negruzco que contrastaba con su piel clara. Sus ojos aguamarina eran lo único en lo que no se parecía a ninguno de los dos.
Mientras analizaba a Mario me di cuenta de que por primera vez en mucho tiempo empezaba a prestar atención a los detalles, como antes solía hacerlo. Parecía como si acabara de despertar de un largo sueño.
—Qué curioso —dije para mí.
—¿Qué es curioso? —preguntó él.
Me detuve en seco al darme cuenta de que de nuevo comenzaba a hablar en voz alta.
—Nada. —Me giré y le sonreí—, estaba pensando en otra cosa.
El rostro de mi amigo se iluminó.
—¿Sabes? Me gusta eso que estás haciendo.
—¿Qué cosa?
—Sonreír. Me voy a acostumbrar rápidamente si lo sigues haciendo.
Me sonrojé al preguntarme si en verdad mi sonrisa era bonita. Entonces Mario me atrajo hacia él en un abrazo brusco.
—Si sigues así, muy pronto te estaré gastando nuevas y mejoradas bromas.
—Sí. Será como Mario reloaded.
Se carcajeó. Hacía tanto que no escuchaba su risa. Esa vez era muy linda, inusual en él. tan alegre como la de Clara… y tan diferente de la de Aarón… Aparté mis pensamientos. Mi dulce Aarón… tenía que dejarlo ir.
«Al menos lo amé… al menos me amó.»
—No te pongas triste —dijo Mario adivinando mis pensamientos—. ¿Qué pasó con esa sonrisita?
No pude disimular.
—Ya… entiendo. Tómate el tiempo necesario.
—Esto es maravilloso, Mario. Gracias nuevamente —musité.
—Deberíamos venir más seguido. Creo que te ayudará.
—Sí. —Asentí—. Me siento mejor aquí.
—¡Y espera a que llegue la primavera! ¡Este lugar le hará honor a su nombre!
—Tal vez algún día podamos venir todos, como antes.
—¡Por supuesto! Algún día nos reuniremos otra vez aquí.
Me giré a mirarlo mientras nos deteníamos en el claro.
—¿Me prometes que vendremos seguido? —Pedí con mirada suplicante.
—Siempre que tú quieras.
Y entonces me sonrió.
Sabía en el fondo de mi corazón que Mario nunca me dejaría. Lo supe desde que descubrí su profunda mirada un día en que mi padre jugueteaba conmigo en ese mágico lugar. Se alegraba por mi felicidad. Desde que tuve uso de razón vigiló mi bienestar. Cuando me caía, él era el primero en correr a ayudarme. Si algo me hacía llorar, él buscaba siempre la manera de hacerme sonreír, y ya de adolescente, él seguía haciendo lo inimaginable por verme feliz.
Le di un abrazo fuerte. Se sorprendió, pero yo no dije nada, solo seguía abrazándolo pues era la única manera que se me ocurría para demostrarle cuánto lo quería y cuánto le estaba agradecida.
Después de unos momentos él correspondió mi arrumaco y con brazos inseguros lentamente me rodeó la espalda. Con la nariz sumida en mis flecos desordenados, acariciaba mis cabellos desde mi nuca hasta las descoloridas puntas. Su cálido pecho me brindaba la seguridad y el calor que yo necesitaba. Era como si tomara mi corazón entre sus manos y tuviera el poder de sanarlo sin dejar una sola grieta.
Depositó un beso en mi frente y después susurró en mi oído:
—Buñuelo…
—¿Sí? —contesté.
—Te hace falta un corte de pelo…
Me separé de él rápidamente y tomé un mechón grueso para examinarlo.
—¿En serio?
—¡No sólo eso! —Se carcajeó—. ¡Algo de champú no te vendría nada mal!
Me puse roja como un tomate. ¿Qué aspecto tendría? No recordaba la última vez que me había mirado en un espejo; ni qué decir de la última vez que utilicé un cepillo.
—¿Quieres que te lleve a un salón?
Asentí varias veces, como una niña pequeña a la que le preguntan si quiere comer un helado.
—Vamos entonces.
Subimos al automóvil y yo me despedí de mi Ensueño. Pronto lo vería de nuevo, como Mario lo había prometido.
—Hasta luego, papá —susurré.
Mario sonrió mientras encendía el automóvil.
—Mario —dije insegura—, ¿todavía recuerdas a tu madre?
—Todavía. Y a tu padre también…
—Yo también recuerdo a Irenne.
—Algún día los veremos de nuevo.
Asentí mientras me preguntaba si él sabía algo acerca del pasado de nuestros padres. Quise preguntarle, pero algo me detuvo, indicándome que no era el momento.
Estaba segura de que él la extrañaba tanto como yo a mi padre. Yo también echaba de menos la sonrisa de Irenne y sus joviales manías y estaba segura de que a él le sucedía lo mismo con mi padre y las charlas que sostenían. tenían mucho en común, siempre queriendo saber más acerca de todo, con interminables teorías, preguntas y respuestas.
Después de todo, era imposible arrancarlos de nuestra memoria luego de haber crecido a su lado.
Nos adentramos en la carretera, de vuelta a la ciudad.
❀𖡼⊱✿⊰𖡼❀
—¡Es la última vez, Annia Sullivan! —gritoneaba el capitán de meseros —. ¡De nuevo confundiste las órdenes! ¿Cuánto tiempo tienes trabajando aquí?
—¿Un año? —No lo sabía con exactitud.
Su respuesta confirmó mi suposición.
—Así es. ¡Un año y sigues cometiendo errores!
—¡Mírame cuando te hablo! ¡Que sea la última vez! ¿Me oyes? Un error más, ¡un sólo error! —Levantó el dedo índice para dar énfasis a su amenaza—. ¡Y te pongo de patitas en la calle!
De pronto vi a mi alrededor y todo me pareció extraño. ¿De verdad llevaba ahí tanto tiempo? ¿Y por qué me gustaba tanto ese lugar? La clientela era pesada y mis compañeros… bueno, la verdad es que ni siquiera sabían quiénes eran mis compañeros ni cómo se llamaba el señor que me gritaba.
—¿De acuerdo?
—De acuerdo. —Asentí y regresé a la cocina.
—¡Eh! ¡Lleva esto a la ocho! —alguien me gritó—. ¡A la ocho! ¿Escuchaste?
Ese día trabajé bien. Al menos no volvieron a llamarme la atención. Mientras me abrochaba el abrigo invernal a la hora de la salida, traté de recordar lo que había sucedido ese último año. todo estaba brumoso. No recordaba si visitaba o no a mi abuelo ni qué tiempo le dedicaba al estudio; mucho menos cómo pasaba los exámenes.
—Visitas a tu abuelo cada tres meses —me aclaró mi madre un día en que me atreví a preguntarle—, y estudias como una loca desde que llegas de tu trabajo y hasta las tres de la mañana; luego te levantas a las siete y Mario viene por ti; regresas a las dos de la tarde, arrastrándote, y comes a regañadientes. Una hora más tarde vuelves a tu trabajo y estás nuevamente en casa a las nueve y media…
—¿En verdad? —pregunté incrédula.
Me alarmé cuando caí en la cuenta de todo el tiempo que mi pobre madre y Mario habían tenido que lidiar con alguien como yo. Con razón ya nadie me hablaba en la escuela.
—¡Cielos! Qué pesadilla. Un zombie tiene más vida que yo.
—Cierto. Al menos ellos caminan… —agregó mi madre.
—Se acabó, mamá. No volverás a verme actuar de esa manera.
Ella me sonrió mientras depositaba su plato de comida en la mesa y se sentaba a mi lado.
—¡Me alegro tanto, mi niña! Ya no sabía qué hacer para ayudarte. ¡Estuve a punto de llamar al loquero!
Supe que no bromeaba.
—¡Oh, no, mamá. No será necesario. Ella sonrió.
—Se te ve bien el corte de pelo.
—¿No está muy corto, verdad?
—Está perfecto, justo el largo que siempre has utilizado. Gracias a Dios que has vuelto. —Suspiró, y sus ojos se humedecieron.
—No, mamá. —La tomé de las manos—. No llores; ya no te daré motivos para hacerte sufrir.
—¿Qué te hizo cambiar de actitud?
—Muchas cosas… ¿Sabías que Mario reparó el Ensueño? —Ella asintió.
—Sí. Me habló de sus planes desde hace mucho tiempo. Sinceramente, no creí que lo lograría.
—Mario es muy listo, mamá.
—Ya lo sé, hija.
—¿Así que fue por eso? —preguntó interesada, después de unos momentos de silencio. No le iba a contar mi alucinación. Si lo hacía, seguramente sí terminaría llamando al loquero.
—Solo tuve ganas de continuar.
Ella rio.
—Me hace muy feliz oírte hablar así.
—¿Y sabes algo más? —pregunté para despertar su interés—. Voy a utilizar las semillas que me diste y reviviré este jardín, tal como Mario lo hizo con El Ensueño.
Mamá asintió tratando de dominar sus lágrimas:
—Hazlo, hija. Nada me haría más feliz.
Y me acarició el rostro suavemente.
«Mi bella e inteligente madre… mi padre te amó, te amó mucho.»
Yo lo sabía, había sido testigo de ello.
❀𖡼⊱✿⊰𖡼❀
Llegó el día en que fui despedida. Esa mañana de enero estaba distraída, pero no de la misma manera como lo estuve los últimos veintiséis meses. Iba a ir a conocer el colegio St. Patrick. Pensaba en Mario y su horrible trabajo. No comprendía qué iba a hacer una mente tan maravillosa como la de él desperdiciándose en las aulas de esa institución. La universidad de Lynn era, con mucho, mejor que aquélla, pero Mario había renunciado porque, según él, pensaba mudarse a California. Por lo pronto estaba sometido a largas horas de trabajo por un sueldo raquítico.
El caso es que, para variar, confundí órdenes, tecleé mal los precios en la caja registradora, se me cayeron algunos platos mientras los secaba, y la gota que rebalsó el vaso consistió en añadir pastrami a una orden de pizza vegetariana. Todavía recuerdo el rostro amoratado del pobre hombre que engullía con gula generosas rebanadas, para después terminar ahogándose, produciendo ruidos de asfixia, semejantes a los de un cerdo que está siendo asesinado; me sorprendí de mis propias reflexiones, solo yo podía pensar en tales cosas.
Gracias a Dios alguien ahí estaba capacitado para realizar la maniobra de Heimlich. En cuanto el pobre cliente se recuperó y el ajetreo en torno a él cesó, me alegré de que todo hubiera terminado con un final feliz. Lo pensé hasta que vi los ojos iracundos de mi jefe. Entonces la sonrisa de alivio escapó de mi rostro, y antes de que él cruzara el amplio piso adoquinado para hacerme frente, me desaté el delantal, me quité el gorrito, y a la vista de todos se los entregué sin atreverme a mirarlo.
—¡Lo siento! —dije, y acto seguido cogí mi bolsa de detrás de la barra y salí con paso veloz.
Mario se rió mucho cuando le platiqué lo sucedido.
«No me despidieron… Renuncié.» —le aclaré.
Cuando miraba hacia atrás me preguntaba cómo había podido trabajar en semejante lugar durante más de un año, y cómo habían podido sobrevivir los clientes a mis constantes despistes.
Me sentía aliviada mientras conducía mis pasos de vuelta al hogar. No más bromas pesadas, no más quemaduras en el horno ni dedos cortados; no más ir y venir entre la humeante cocina y el frío sector de la barra y las mesas.
La única preocupación que experimentaba consistía en llenar de alguna manera mis espacios vacíos. Lo peor de todo era que todavía me encontraba de vacaciones y mi último semestre no iniciaría sino hasta finales de ese mes.
Me quedé sorprendida al ver el colegio Saint Patrick: la fachada semejaba a un castillo de cuento de terror. Estaba desgastada y sin vida, con las rejas desvencijadas y el musgo adhiriéndose a las paredes de piedra. Ni siquiera parecía tratarse de una universidad. Según Mario, por dentro era muy diferente y él disfrutaba enseñando ahí. Yo no le creí ni una palabra.
Mi ego no era tan grande, pero tenía la certeza de que él había sacrificado sus aspiraciones tan solo por mí.
Esa tarde observaba atentamente el golpeteo constante del columpio de cinco bolas cromadas que tenía en el escritorio, tratando de encontrar una solución a mi problema.
«Cuna de Newton», me vino a la mente el rostro de Mario, que corregía el término con el que yo solía nombrar el juguetito que me había regalado en la última navidad. «Sé educada. No se llama columpio. Destrozas por completo los términos físicos», no podía ocultar la cara de insatisfacción luego de haberme corregido.
Apoyaba la barbilla en los brazos, que descansaban sobre el mueble, permitía que mi mente se relajara. Observé a través de los espacios vacíos la lapicera metálica desbordándose de plumas y papeles que había metido hacía mucho tiempo. Alargué el brazo con pereza y fui abriéndolos uno por uno, para deshacerme de los que no me fueran de utilidad.
Mi vista se detuvo en uno cuyos colores llamaron mi atención.
Era una propaganda que había desprendido meses atrás de las paredes de la escuela. El remedio a todas mis preocupaciones.
TALLER DE PINTURA
Cursos de dibujo, pintura al óleo y otras técnicas. Clases matutinas y vespertinas.
En ese momento no imaginé lo que me deparaba el destino…
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