28. Confesiones
Llegué a la casa de Aarón un poco después de las siete de la mañana. Mario esperaba afuera con el ruidoso motor funcionando.
—¡Puedes irte! —le grité, pero él no se fue. Me esperaría hasta que alguien me abriera la puerta.
Pero nadie respondía a mis frenéticas llamadas. Minutos después, la puerta se abrió ante mis ojos. Distinguí la figura de la dama a quien, precisamente, no quería ver ese día.
—¡Annia! —exclamó Rosemary.
Estaba plantada frente de mí con sus lujosos atuendos, como siempre; incluso a esas horas del día, la mujer vestía costosas prendas y joyas vistosas.
—¡Me sorprende que estés aquí!
—Lo siento. Sé que es muy temprano. ¡Pero me urge hablar con su hijo! —Urgí agitada.
—Bueno... No creo que ese holgazán esté despierto a esta hora, pero veré qué puedo hacer.
Le hice una seña a Mario para que emprendiese el camino de regreso a casa. Él me entendió a la perfección y aceleró el motor del automóvil. De nuevo, el sonido del escape crispó mis nervios. Sin duda, los de Rosemary también, porque hizo una mueca de fastidio y un ademán para que me apresurara a entrar.
Mario lo había hecho a propósito.
—Y bien, Annia... ¿qué hizo mi hijo esta vez?
«¿Y eso qué le importa?» Me mordí la lengua para no repetir lo que pensaba, así que dije tranquilamente:
—Tuvimos un breve altercado. —Fruncí la nariz—. Nada del otro mundo.
Ella rio a carcajadas.
—No eres la primera chica que viene a buscar a mi hijo después de un altercado. —Subrayó la palabra que yo había mencionado, en son de burla—. ¡Si yo te contara!...
No sentía curiosidad por saber de aquellas chicas que frecuentaban la casa de Aarón; sin embargo, la boca venenosa de Rosemary no se detuvo, a pesar de que fingí total indiferencia.
—Mi hijo nunca cambiará; es como su padre, adicto a las mujeres. Él no puede hacer nada bien. Siempre cometerá error tras error.
No quise escuchar más sus comentarios ofensivos, así que volví a preguntar.
—¿Está Aarón en casa?
La mujer puso cara de sorna:
—Tú eres diferente a las otras chicas... demasiado buena para él.
Una vez más, sentí que estaba perdiendo la paciencia y soportando a una mujer que no era nadie para decir si yo era buena o no para Aarón, así que tomé asiento sin que ella me lo ofreciera. Si quería hablar, entonces yo la iba a escuchar.
—Solo fue un consejo —murmuró e hizo una mueca despectiva—. Llamaré a mi hijo.
Momentos después, mi bello Aarón bajaba las amplias escaleras dando tumbos, como si fuera un niño despertándose la mañana de navidad en busca de sus regalos.
—¡Estás aquí! ¡Estás aquí! —Me abrazó como si yo fuera la cosa más maravillosa del mundo.
Supe que él no podía ser malo. Alguien como él merecía otra oportunidad. ¡Miles de ellas!
Estaba todavía en pijamas, desarreglado, con la barba crecida y el cabello en todas direcciones. Aun así, se veía tan hermoso que no pude evitar besarlo muchas veces. Sentí cómo su cuerpo temblaba al contacto con mi piel y su corazón latir a toda velocidad. Cada beso producía descargas eléctricas entre los dos. En verdad él me amaba.
—¿Me darás otra oportunidad? —preguntó incrédulo después de que nuestros labios se separaran por unos momentos.
—Así parece. —Sonreí.
—¡No sabes qué feliz me haces! —Suspiró.
Tomó mis manos y las besó una y otra vez.
—Creí que no volvería a verte. te busqué desesperadamente. Empecé a pensar que mi madre tenía razón.
Un sentimiento de incomodidad aquejó mi corazón. Fruncí el ceño.
—¿Qué fue lo que te dijo tu madre?
—¡Tenía razón, Annia; en todo tenía! ¡Casi arruino todo!
—Aarón... ¿qué fue lo que dijo? —insistí.
—Nada más que la verdad. Que, como siempre, yo lo había arruinado todo; que era mi culpa y que tú merecías alguien mejor que yo.
—¿Y tú lo crees? —pregunté furiosa.
De nuevo me pregunté quién diablos era esa Rosemary para pisotear la autoestima de Aarón. Yo no lo iba a permitir.
—Bueno, Annia. Ella nunca se equivoca.
Y entonces vi en sus ojos una sombra de tristeza. Me di cuenta de que esa mujer a la que Aarón llamaba madre ejercía sobre él una influencia extraordinaria. Extraordinariamente mala...
—Aarón. —Le tomé las manos desesperadamente, no importándome si su madre podría escucharnos—, no creas nada de lo que te dice. Tú eres bueno. Yo no soy mejor que tú. Nadie lo es.
Asintió con la mirada, pero pude sentir que no creyó ninguna de mis palabras.
—¡Lo importante es que estás aquí y que me estás dando una segunda oportunidad! —Sus ojos brillaban proyectando una alegría indescriptible.
Y entonces tuve que echar a perder todo...
—¿Cómo no darle una segunda oportunidad a la persona que salvó mi vida?
Aarón soltó mis manos y me dio la espalda.
—¿Por eso estás aquí?
—¿Dije algo malo? —pregunté azorada.
Seguía dándome la espalda, fija la mirada en el blanquísimo piso de la estancia.
—¿Qué tal si yo no lo hubiera hecho? ¿Estarías también aquí?
Me quedé en silencio por unos momentos.
—¡Pero lo hiciste! —aseguré tontamente.
Se dio media vuelta y me miró. Su rostro mostraba una gran aflicción. Toda su alegría había desaparecido.
—Lo hice... —Susurró—. Por eso tengo derecho a una segunda oportunidad.
Le sonreí y lo animé dándole un beso.
—Te amo —dije sinceramente—. ¡Por ser como eres, y porque fuiste y siempre serás mi héroe!
Él me abrazó; mi cabello cubrió su cabeza.
—Yo también te amo —aseguró quedamente.
Mi pobre Aarón... si hubiera sabido lo que pasaba por su mente en ese entonces habría elegido mejor las palabras. O tal vez no le habría dicho nada.
❀𖡼⊱✿⊰𖡼❀
Desde ese día, todo volvió más o menos a la normalidad. Y digo más o menos porque Clara no volvió a buscarme. En más de una ocasión me vi tentada a llamarle, pero no era yo la que necesitaba un perdón, sino ella, que me había herido con toda intención. Pero nunca llamó. Yo la quería tanto que cuando Mario me preguntó si era capaz de perdonarla, no dudé en decir que sí. Una sola cosa mala no borraría todas las buenas que ella había hecho por mí.
Las vacaciones de verano ya habían comenzado. Mi madre no volvió a confiar en Aarón como lo hizo en un principio, y todas sus visitas a mi casa eran supervisadas por ella. Yo la había desobedecido. Pero mi dulce novio era perfecto para mí, y nada de lo que dijeran los demás me importaría, ni los comentarios malintencionados de su madre me harían la vida imposible. Yo me encargaría de librarlo de la mala influencia de Rosemary.
Una noche veíamos una película en mi recamara. Mujer bonita fue la que eligió él en el videorama que estaba cerca de la casa. Me reí cuando se plantó frente a mí con semejante título. Yo ya había visto esa película muchos años atrás; claro, se trataba de un clásico; pero el entusiasmo de mi novio por ver a su querida Julia Roberts en su juventud me hizo abandonar la película de zombies que prefería. Mi madre se paseaba nerviosa por el pasillo que daba a mi habitación. A pesar de que siempre manteníamos la puerta abierta, no confiaba del todo en la integridad de mi novio. Nosotros terminamos de ver la película sin darle importancia. Para entonces ya no se escuchaban sus pasos. Nos reímos y empezamos a juguetear con las almohadas.
—¡Ya! —grité cuando una de las almohadas se estampó en mi cara. Aarón me abrazó inmediatamente pidiéndome perdón.
—¡A ver! —Me puse de pie—. ¿Qué tiene esa Vivian que no tenga yo? ¿Por qué te gusta tanto esa película?
—¡Oh, no! ¡Mi dulce princesa! ¡Tú eres mil veces más bella que la mujer bonita!
—Es un cuento de hadas... ¿no lo crees? Aunque no sabía que las princesas pudieran ser prostitutas.
—¡De todo hay en la vida! —Me acomodó otro almohadazo.
—¡Dios las ayude! —exclamé mientras simulaba persignarme.
—¿Qué piensas de ese tipo de mujeres? —Se puso serio.
—No lo sé. No las juzgo. ¿Por qué?
—¿Y qué pensarías de quienes buscan ese tipo de favores?
Puse una cara de repulsión. Eso era diferente.
—Supongo que tampoco debería importarme —dije indiferente; sin embargo, el dulce semblante de mi novio cambió de expresión. Había visto el gesto de desaprobación que se había dibujado en mi rostro con su pregunta.
Otra vez su ánimo se vino abajo.
—Tengo que confesarte algo, Annia. —Dejé sobre la cama la almohada que pensaba lanzarle. Su semblante me puso sobreaviso.
—¿Es algo muy grave? No me digas nada que pueda empañar nuestra felicidad —rogué.
—¿Me dejarías hablar primero?
Entonces lo escuché.
—Todo lo que se dice de mí es verdad. Ya lo sabes, ¿no?
—¡No me interesa tu pasado!
—Annia. —Me tomó de las manos—, eres la única mujer a la que he respetado.
Sí, yo sabía perfectamente eso. El idiota de su amigo se había encargado de darme la noticia.
—Y te lo agradezco... —dije por lo bajo.
Aarón suspiró.
—He estado con muchas mujeres.
—¿Cuántas son muchas? —pregunté infantilmente—. ¿tres? ¿Seis? ¿Diez?
—Muchas, Annia. ¡Muchas!
—¿Mil?
Él se carcajeó
—¡No tantas!
—No me importa, Aarón —le dije tiernamente mientras acariciaba su mejilla—. Nunca me ha interesado tu pasado, ni me interesará algún día.
—¿Ni siquiera si te digo que le pagué a mujeres como Vivian para que estuvieran conmigo? —preguntó, confiando en que mi respuesta le quitaría un peso de encima.
—¿Qué dices? ¿Que le has pagado a mujeres de la calle para que se acuesten contigo?
Aarón asintió. De pronto todas mis convicciones y mis lecciones de moralidad asaltaron mi cabeza. Como siempre, mis prejuicios gobernaron mi entendimiento y me alteraron. De pronto quise saber todo lo relacionado con el pasado de Aarón y todas sus relaciones con ese tipo de mujeres. Sabía que los chicos a veces hacen cosas como ésa, pero quise saber por qué lo había hecho, con cuántas de ellas había estado. Bombardeé a mi pobre novio con un sinfín de preguntas: cómo, cuándo, dónde y por qué. Él se veía confundido; no obstante, trató de responderme lo más acertadamente posible sin entrar en morbosos detalles. Yo no lo podía creer... El pasado de mi novio era agobiante. De pronto recordé los ponzoñosos comentarios de Clara y de Rubén. Conque ése era el pasado al que se referían... Me quedé muda durante un largo tiempo. Sé que debí haber dicho que no me importaba, que nuestro presente era lo único que nos debía interesar; pero nada de eso acudió a mi boca.
—¿Tanto te importa? —me preguntó después de que mi silencio empezó a preocuparlo.
No le respondí. Necesitaba tiempo para pensar.
—No debí decirte nada —se lamentó.
Ya era muy tarde para eso. Cuando el reloj marcó las once de la noche, mi madre tocó la puerta.
—¡Suficiente! —exclamó.
—Debes irte, Aarón —dije inexpresivamente.
Aarón me dio un beso en la frente y se detuvo en la puerta de mi habitación.
—¿Cuándo te veré? —preguntó esperanzado.
Y de nuevo fui tan estúpida como para responderle:
—No lo sé...
Una mueca de sufrimiento se dibujó en su rostro una vez más.
Si había alguien en esa relación que hacía las cosas mal, era yo. Pero no sabía el daño tan grande que le estaba haciendo.
Había cometido otro error del que pronto me arrepentiría.
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