12. Las dos invitaciones
Fui a buscar a Clara a su casa. Me pareció extraño no encontrarla, porque no salía con nadie más que conmigo.
—Fue a casa de Rosy Mills —me dijo su padre amablemente. también era raro encontrar a Carlo Sanford en su hogar—. Puedes esperarla si quieres, vendrá en una hora.
Decidí esperarla. Me dirigí al cuarto de Mario. Estaba estudiando, como siempre.
—¿Qué hay, Mario? —lo saludé; giró su silla para mirarme.
—Te vas a aburrir si esperas a Clara aquí conmigo —dijo sin perder la concentración.
Con descaro ignoré su advertencia. Alcancé otra de las sillas giratorias y me senté.
—¡Me las arreglaré! —dije mientras empezaba a impulsarme con los pies para hacer círculos.
Cuando dejó de divertirme estar girando sin sentido, pregunte:
—¿Y qué haces?
—Repasando algunos puntos de mi tesis...
—Oh... —Puse cara de sorpresa—. ¿Y de qué trata tu trabajo?
Me miró y soltó una risilla.
—No lo entenderías.
—Vamos, dime —insistí—. No creas que soy tan tonta... Caray, ¡Qué mal concepto tienes de mí!
—No es eso. —Volvió a reír—, ni yo mismo lo entiendo.
Eso era diferente.
—A veces pierdo el objetivo de mi trabajo. No logro hacer que las ideas se acomoden de una manera que puedan ser entendibles.
—¿Qué es lo que no puedes acomodar?
—Ruido gaussiano y sistemas caóticos... —susurró.
Tal vez tenía razón. Aunque me lo explicara, no iba a entender.
—Quiero hacer algo diferente —continuó—. La mayoría de mis mentores son gente capacitada y muy inteligente, pero normalmente caen en los mismos viejos y cansados conceptos de la física moderna. Quiero hacer algo distinto, pero desde hace un tiempo estoy más distraído que de costumbre —sonrió.
Ese sería el último año en el doctorado de Mario. No estaba seguro de cuál sería el siguiente paso en su vida. La docencia le agradaba, y en realidad disfrutaba enseñando a los jóvenes. Ellos tenían la habilidad de hacerlo sonreír.
Mario prácticamente se había pasado la vida estudiando. Desde que tenía dos años ya asistía al jardín de niños, y, contrario a los demás, a él le gustaba estar en ese lugar porque aprendía cosas nuevas cada día. Era muy analítico.
Fue feliz cuando en una navidad sus padres le regalaron su primer juego de química. Se pasó horas enteras haciendo experimentos con él. tiempo después, se dio cuenta de que sólo se trataba de experimentos sencillos y caseros, dejó todo de lado y volvió a los libros, que siempre tenían la respuesta para todo, como solía decir.
Garabateaba ecuaciones en su cuaderno mientras yo navegaba en Internet en la computadora de Clara.
El teléfono sonó. Mario echó una ojeada al identificador de llamadas. No contestó. Dejó que timbrara hasta que el persistente y molesto sonido se apagó y el nombre de «Lucía Ann» desapareció.
Yo había visto a Lucía un par de ocasiones. Mario solía salir con ella. La conoció en un grupo de lectura al que asistía los miércoles por la tarde. Tenía veinticuatro años, era bonita, y hasta podía decirse que era inteligente. No obstante, la chica parecía tener problemas existenciales. Siempre vestía de negro, tenía varios piercing en la oreja izquierda, que se alineaban desde la parte superior hasta el lóbulo. Su maquillaje era cargado, siempre enfatizando el color negro o púrpura, y llevaba el cabello corto y negro. A simple vista, no tenía nada que ver con Mario.
No debí entrometerme en lo que no me importaba, pero finalmente pregunté:
—¿Por qué no le contestaste?
Él sabía que había alcanzado a ver el nombre de Lucía en el identificador.
—No tengo ánimos... y Lucía tiene el increíble don de ponerme de malas. No le podré seguir el juego por mucho tiempo.
—¿Tan mal te lo has pasado con ella?
—Hay algo en ella que no termina de convencerme —susurró.
Como siempre he sido curiosa, quise indagar.
—Pero te gusta la chica, ¿no?
—Sí, es linda. Solo hemos salido un par de veces. Eso es todo —dijo mordiendo el tapón de la pluma—. Pero no es mi tipo... —añadió—. Luego volvió a ignorar mi presencia y a sumirse en los libros.
Nunca le conocí una novia a Mario; tampoco era común que saliera con chicas. Solo recuerdo a Tina, una bonita muchacha de cabellos rojos y ojos azules. La había cortejado cuatro años atrás. todos pensamos que terminarían siendo pareja. Sin embargo, repentinamente Mario perdió el interés, y cuando Clara y yo regresábamos de la secundaria, todo lo que veíamos era a Tina con su cabellera de fuego esperando afuera de la casa Sanford a que Mario se dignara a salir tan solo para saludarla. Pero Mario se alejó y nunca correspondió a su amor incondicional.
Si mi madre era un enigma para mí, Mario no se quedaba ni una pulgada atrás. Sus ojos azul marino, taciturnos y profundos, albergaban miles de culpas y remordimientos. Sabía que algo escondía en su atribulado corazón, algo que lo hacía alejarse de todo aquello que pudiera causarle felicidad. Era como si él mismo pensara que no era merecedor de ningún tipo de dicha, y que permanecer en las sombras era lo que estaba destinado para él.
❀𖡼⊱✿⊰𖡼❀
Aarón siguió mis pasos hasta la biblioteca de la escuela. Se acercó unos cuantos metros de donde yo estaba. Supe que se encontraba justo detrás de mí porque pude reconocer inmediatamente su fragancia de romero, lavanda y jengibre.
Un cosquilleo me recorrió todo el cuerpo, pero no quise voltear y seguí de largo introduciéndome en uno de los pasillos más amplios.
Fingí que buscaba un libro en uno de los estantes, esperando que el chico diera marcha atrás y abandonara el lugar. Le debía una disculpa, lo sabía, pero no tenía idea de cómo enfrentarlo. Ya había pasado más de una semana de la conversación, o, más bien dicho, la pelea que tuvimos en el lago. No nos hablábamos desde entonces.
Pero era insistente:
—Annia... —Escuché una voz que flotaba a mis espaldas. No me quedó otra opción más que darme la vuelta y saludarlo. Hice cara de sorpresa.
—¡Hola, Aarón! ¿Qué hay? —saludé con perfecto disimulo. Si tenía que disculparme, lo haría después.
Le sostuve la mirada mientras disfrazaba con perfecta maestría mi turbación. Se quedó de una pieza. No hubo bromitas ni galanteos.
—Hola, Annia —dijo, como recobrándose—. ¿Qué estás haciendo? —preguntó tontamente.
—Busco un libro. ¿Sabes? Esto es una biblioteca. Normalmente la gente viene aquí para buscar un libro —me burlé.
—Eso fue muy tonto, ¿no? —soltó una risita.
—Un poco —reí—. La pregunta es... ¿qué haces tú aquí?
—Estaba buscándote... —musitó después de un silencio. Quise que me tragara la tierra. Comprendí a la perfección la intención con la que Aarón me decía esas palabras.
—¡Pues aquí estoy! —contesté muy ufana, mientras me felicitaba por no haberme sonrojado ante su comentario—. ¿Qué pasa?
Aarón se aclaró la garganta. Nunca lo había visto tan nervioso como en aquella ocasión. De pronto, desapareció el chico tan seguro de sí mismo.
—¿Podemos ir afuera?
—Seguro. Solo deja que encuentre mi libro.
—De acuerdo.
¡Menudo problema! Yo ni siquiera estaba buscando un libro. Terminé eligiendo uno cualquiera de arquitectura gótica.
Cuando salí percibí el fresco aroma de los árboles de pino inundando el patio principal, pero en cuanto me acerqué a Aarón, su fragancia absorbió mis sentidos.
Sin darme oportunidad de hablar, él se adelantó a decir:
—Verás, Annia, yo quiero que sepas... —dudó por un momento—... que mis intenciones hacia ti son serias. No eres como cualquier chica, como lo dijiste en el lago. Yo... simplemente no te veo así. Sé que tienes un mal concepto de mí y me gustaría hacer algo para cambiarlo. Yo quisiera hacer las cosas bien. —entonces me miró fijamente a los ojos—. Tú en verdad me gustas.
Deseé con fervor poder convertirme en la ardilla que acababa de cruzar despreocupadamente el patio de un extremo a otro.
—No sabes lo que dices, Aarón. —No lo miré.
—Tú eres diferente, Annia. Eres auténtica y directa. No te importa en lo absoluto no saber bailar, no ser buena en los bolos, no maquillarte o llevar ropa ajustada como las demás. Eres segura de ti misma, y cuando algo no te gusta, simplemente lo dices.
Me pregunté si era un cumplido lo que decía. Pensé que no tenía por qué haberme recordado la historia de los bolos...
—Aarón —dije después de unos segundos de silencio—, lamento lo que te dije en el lago. Sé que no debo ser prejuiciosa, y sin embargo, hice caso de lo que escuché de ti. Lamento haberme portado de esa manera. Espero que puedas disculparme.
—No te disculpes. —Sonrió—. La verdad, me he ganado a pulso la reputación que tengo. Solo quiero que sepas que puedo cambiar.
No supe qué caso tenía todo eso. De todas maneras, yo no lo iba a aceptar. No mientras Clara estuviera enamorada de él.
—Yo no necesito que cambies —murmuré.
Entonces el insistió.
—Cambiaré si eso hace que tú me aceptes.
Me quedé sin palabras. El continuó:
—Annia, es verdad que en primero me interesé por Clara. En el día de la fiesta, mi intención era acercarme a ella, pero entonces te vi. tu comportamiento me desconcertó. No te conducías como las demás, me saludaste tan cortante y no parecías mostrar ningún interés en mí. De hecho, aun ahora parece que en realidad no te intereso...
Quise hablar, pero él se me adelantó de nuevo:
—Quisiera pedirte algo. —Extrajo de la bolsa de su pantalón un sobre.
—El viernes se casa mi primo. Quiero que me acompañes.
En seguida concluí que si Aarón quería realmente cambiar, debió haber empezado por preguntarme si yo quería acompañarlo a la boda. Decliné la invitación.
—Lo siento Aarón... no puedo.
—¿Por qué? —preguntó azorado.
—Voy a ir a Vermont el fin de semana, a visitar a mi abuelo. Y me iré el viernes terminando las clases. Tal vez... —dije mientras la idea se me venía a la cabeza— ...Clara pueda acompañarte. Estoy segura de que sí.
—Está bien —dijo él mientras guardaba la invitación en su bolsillo. Lo había rechazado una vez más—. Invitaré a tu amiga.
Sentí que el corazón se me encogía.
—Dime, Annia. —Me lanzó una mirada perspicaz—, ¿cuántas veces visitas a tu abuelo?
—Una vez al mes. Generalmente. ¿Por qué?
—Ya veo. Entonces, tendrás los siguientes tres fines de semana libres, ¿no es así?
—Supongo —respondí preguntándome a dónde quería llegar.
—Entonces —dijo sacando un segundo sobre de la bolsa izquierda—, no podrás usar la misma excusa para esta invitación.
«Arlette Schein & Greg Waverlley...», leí: era una invitación para otra boda.
—Ella... ¿es tu hermana? —pregunté sosteniendo el sobre.
—A menos que mis padres me hayan mentido durante veinte años... sí, creo que se trata de mi hermana.
Me sentí desarmada...
—No podrás negarte a esta segunda invitación. Es importante para mí.
No supe qué excusa podía inventar.
—¿Irás? —Buscó con insistencia mis ojos.
Me pregunté qué tenía Aarón y cuál era su obsesión conmigo. No le tenía ni una pizca de confianza, a pesar de que me gustaba... y mucho.
—Supongo... —murmuré, y su rostro se iluminó— ...pero necesito hablar con Clara primero.
—Está bien, pero quiero que sepas que lo he tomado como un sí de tu parte. No me puedes fallar.
—De acuerdo.
Guardé la invitación entre las páginas del libro.
—Tienes bastantes trucos, ¿eh?
—Tan solo unos cuantos. —Me dedicó una tierna sonrisa.
—¡Gracias, Annia! —Se despidió y caminó hacia la salida de la escuela.
Lo seguí con la vista hasta que se perdió a lo lejos. Entonces me di cuenta de que mis manos temblaban y mi corazón palpitaba a toda velocidad.
❀𖡼⊱✿⊰𖡼❀
Aarón hizo lo que le pedí: invitó a Clara a la boda de su primo. Esperaba que mi amiga acabara por gustarle, para que los problemas terminaran para siempre. Pero no pude evitar que mi corazón se hiciera pequeño cuando Clara me comunicó la noticia. Ella se veía tan feliz, tan viva, tan soñadora. Una parte de mí se alegró. No podía hacer más.
Esa tarde salí al jardín, me senté sobre el escuálido césped y me puse a recordar a mi padre. No quedaba mucho de lo que antaño había sido. En rosales dispersos aquí y allá aún florecían tímidas rosas. Seguían creciendo, aunque nadie cuidara de ellas. Estaban tan pálidas que se marchitaban rápidamente. En ocasiones cortaba unas cuantas y las subía a mi cuarto, aunque solo fueran remedos de otra época, como si extrañaran a su antiguo jardinero.
—¿Por qué te fuiste así de pronto, papá? —pregunté en voz alta mientras acariciaba un capullo—. Ya ni siquiera vienes a visitarme cuando duermo. Aún recuerdo tu rostro, pero tengo miedo de empezar a olvidarlo...
—Annia... —Escuché una voz que se acercaba.
—Hola, Mario —dije con desgano mirando de reojo—, te dejó pasar mi madre, ¿verdad?
—Mmm. Sí... ¡Ella siempre hace eso! —dejó escapar una risilla.
—No sé porque es así.
—Oye... discúlpame.
—¿Por qué? —Me giré para mirarlo.
—Porque te escuché. Como te dije, tengo mal tino y siempre escucho cosas que no me corresponden —se lamentó.
—No importa, ya me he acostumbrado. Tienes años haciendo lo mismo.
Se encogió de hombros.
—Tengo una idea para que nunca olvides a tu padre.
—¿Como qué se te ocurre?
—Yo tengo una foto.
—¿De él?
—Sí... ¿de quién más? —dijo con nerviosismo.
—¿En verdad, Mario? —pregunté emocionada mientras me ponía de pie.
—Bueno, es una foto familiar. La tomaron en una ocasión cuando estábamos en El Ensueño. Pero él se ve muy bien.
—¡Mario! ¿Me la das? Yo no tengo ninguna foto de él, ni del ensueño tampoco. Mi madre se llevó todo. No sé porqué lo hizo. Nunca lo entendí.
—Lo sé... —dijo él agachando la mirada.
—Annia, te daré la foto. Es la única que tengo, pero sé que te hará feliz como a mí. Esos días... —Siguió como evocando el pasado— ...éramos tan felices.
—Sí, Mario. Lo éramos.
—Te la traeré mañana sin falta.
—¡Gracias, Mario!
Lo miré fijamente, pero él no pudo sostener mi mirada por mucho tiempo y giró la cabeza.
—¿Por qué estás aquí? —pregunté después de unos minutos de silencio.
—Mi hermana ha estado parloteando todo la mañana, dando vueltas por aquí y por allá con un sobre en la mano. Hace unos momentos la dejé en el centro comercial. Dice que Aarón la invitó a una boda. Lo que yo quisiera saber —prosiguió buscando mis ojos—, es si tú tienes algo que ver en eso. Quiero decir que yo creí que Aarón te invitaría a ti. A menos que tú le hayas pedido lo contrario.
—Sí. Yo se lo pedí —respondí incapaz de contarle una mentira a aquel chico que me conocía a la perfección.
—Bueno... ¿y por qué lo hiciste?
—Para no lastimar a Clara, por supuesto.
—¿No te había dicho ya que ese joven no quiere nada con mi hermana? ¡No debiste cederle tu lugar! —me regañó.
—Bueno. Es que hay otra cosa que me gustaría decirte —añadí, arrastrando las palabras.
—¡Soy todo oídos! —Me lanzó una mirada perspicaz.
Le expliqué las intenciones de Aarón. Llevarme a la boda de su hermana, y cuán importante era para él que yo asistiera. Sé que me sonrojé un poco cuando le confesé que realmente quería ir, pero que no sabía cómo manejar el asunto con mi amiga.
—¿Y cuándo será el evento? —interrumpió.
—Dentro de tres sábados. Le he dicho que iré. Pero antes tengo que platicar con Clara.
—Mmm... —Se quedó pensativo—, si platicas con Clara, lo más probable es que ella haga un berrinche y al final tú termines cediendo nuevamente tu lugar. Aunque no creo que Aarón esta vez esté de acuerdo con llevarla de nuevo. A menos que...
—¿A menos que qué? —atajé.
—¡Lo tengo! —exclamó—. ¡Yo te ayudaré! Pero necesito que hagas esto: no le comentes nada a Clara. No todavía. Me las arreglaré para llevarla a otra parte ese día sin que sospeche nada.
—No quisiera mentirle, Mario.
—Y no lo harás; solo hazme caso. Cuando yo ya le haya hecho la invitación se lo dirás. Como es tan parlanchina, para la próxima semana seguramente lo contará a grito abierto. Entonces Aarón se enterará de que efectivamente para ese día ella no va a estar disponible, así que no habrá ningún problema. —Terminó de exponer su plan con una gran sonrisa.
—¿Y crees que funcione? —pregunté incrédula.
—Absolutamente.
Sonreí con franqueza.
—¡Gracias, Mario! —Habría querido darle un abrazo, pero algo me detuvo.
—De nada —dijo agachando la mirada mientras se ponía un mechón detrás de su oreja—. Quiero que seas feliz...
Lo miré confundida.
—Pero tienes que hacer algo para terminar con esta novela —dijo rompiendo el silencio que él mismo había creado.
—Estoy ahogándome en un vaso de agua, ¿verdad?
—Es lo que creo. Por esta vez, hagámoslo así. Pero quiero que entiendas que tarde o temprano Clara debe saber la verdad.
—¿La verdad? —pregunté azorada.
—La verdad es que a ti te gusta él. Tal vez eso sea lo que realmente no sabe ella. —Se dio la vuelta haciendo una seña de despedida.
Mario decía la verdad: debí ser honesta con ella.
❀𖡼⊱✿⊰𖡼❀
Clara se esmeró en su atuendo el día de la boda. Me invitó a su casa solo para mostrarme cómo se veía.
En realidad lucía hermosa... mi amiga era muy bella. Llevaba un vestido strapless corto de satín, color verde azulado, con un estampado de flores negro. Una cinta negra se ceñía debajo de su prominente busto abrochándose en forma de un delicado moño. Calzaba unas zapatillas altas color negro, que hacían que sus piernas se vieran más blancas y torneadas. Se había recogido el cabello hacia arriba, en un alto peinado de moda. Parecía una princesa. Los pequeños labios rojo escarlata y los ojos esmeralda hacían un juego perfecto con su cabellera rubia, sus aretes y su collar.
Me estremecí al pensar que quizás, al final de la noche, Aaron terminaría robándole un beso a la adorable criatura que se aferraba a su brazo mientras salían de la casa y se introducían en el vehículo del joven que robaba mis pensamientos.
—En otro tiempo indudablemente lo habría hecho, Annia. —Se atrevió a confesármelo el día siguiente—. Incluso me habría atrevido a llegar hasta donde ella me dejara. Pero ya no soy así.
Me aseguró que entre Clara y él no había sucedido nada y que no tenía ningún tipo de interés en ella. Daba explicaciones como si yo fuera su novia.
—¿Y cómo la pasaron? —pregunté fingiendo indiferencia cuando la verdad era que me moría por saberlo todo.
—Yo rogaba que el reloj apresurara su marcha para que dieran las dos de la mañana y así poder irnos finalmente. trataba de animarme pensando que en tres semanas más estaría al lado de la enigmática joven que tengo frente a mí.
Se me atoró un bocado de hamburguesa y empecé a toser. Aarón me alcanzó una botella de agua, y comenzó a reír levemente.
—No tengo nada contra Clara. Ella es una belleza. Pero su plática es tan predecible, con su voz chillona y su forma de hablar de niña mimada... termina sacándome de mis casillas. Resolví que la única forma de pasar el tiempo de una manera agradable era bailando, así que decidí bailar pieza tras pieza hasta que la noche terminó.
—¡Ya basta, Aarón! —interrumpí. ¿Me citaste aquí sólo para hablar mal de Clara?
—Bueno... tú has tenido la culpa en cierta manera. Fuiste tú quien me pidió que la invitara.
—Pero no te obligué. —Me puse de pie—. No sé por qué me cuentas todo esto. Yo no soy tu novia y Clara es mi amiga. Puedo prescindir de esa información.
—Solo quería que supieras que no pasó nada entre nosotros. A pesar de que ella lo quería. Yo la respeté.
«¿Cómo? ¿Que clara se le insinuó?»
—¿De nuevo he metido la pata? —Me detuvo con fuerza por el brazo—. No doy ninguna contigo...
Agachó la cabeza. Se veía confundido, como si realmente estuviera buscando la manera de hacer las cosas bien, pero no supiera cómo. Sentí que era sincero. Entonces tomé asiento nuevamente.
—Dime algo, Annia.
«¡Oh no!... Aquí vamos otra vez...»
—¿No quieres salir conmigo solo por Clara?
—Algo hay de eso... —dije entre dientes.
—Pero... —Me miró fijamente— ...¿te gusto?
Me había acorralado. Quise decir que no, pero sólo logré hacer una mueca tonta.
—Ya sabes que sí. —Terminé aceptándolo.
«Derrota total...»
Nunca olvidaré la sonrisa que se extendió en el rostro de Aarón. Como si alguien hubiera liberado de sus hombros una carga pesada.
Más bien se veía como el reo que liberan inesperadamente de su sentencia de muerte.
Me tomó las manos emocionado, pero yo las retiré y aún seguía sin mirarlo.
—No te presionaré, Annia. te daré todo el tiempo que necesites, y si tengo que hablar con Clara para que entienda la situación, lo haré.
Me llevó a mi casa en su Jetta deportivo. No hablamos mucho, pero él se veía muy feliz. De vez en cuando lo miraba de reojo. No me había dado cuenta de cuánto me gustaba su perfil.
❀𖡼⊱✿⊰𖡼❀
Los días pasaron, y pronto me vi descendiendo de la escalera de mi casa con un vestido de gala. Alacié mi cabello, que caía como una cortina de arena casi hasta la cintura, tan solo detenido en una media coleta con delicado broche de pedrería fina. Me veía más alta y delgada con ese vestido que mi madre había escogido para mí. Era una exquisita prenda de color palo de rosa. Tenía escote en ve y un corpiño de tela estampada que marcaba el talle y la cintura. La falda caía en tres capas, con un ligero vuelo que llegaba un poco debajo de la rodilla. El atuendo se completaba con unas zapatillas plateadas que había aportado el guardarropa de mi madre. No pudo dejar de sonreír al verme. Seguramente se veía a sí misma veinticinco años atrás. Me parecía mucho a ella. En las fotografías de su juventud nuestras facciones se asemejaban, aunque no tenía su gracia ni porte ni su mirada. Siempre altiva y orgullosa de sí misma.
—Te ves hermosa, hija —me dijo acariciando mi cabello—. Te pareces tanto a...
—¿A ti, mamá? —Sabía la respuesta.
—Sí. Así me veía cuando tenía tu edad.
—Nunca me había peinado así. —Toqué algunas hebras de mi melena—. Así lo tenías tú, ¿verdad?
—Sí, Annia, y siempre lo llevaba así, suelto.
—¿Por qué ya no lo peinas de esa manera, mamá?
Bajó la mirada.
—Porque ya estoy grande. Las señoras como yo deben llevar su cabello corto o recogido.
—Mamá. —Le sonreí acariciando los cabellos que escapaban de su peinado—, si aún eres muy bella... ¿por qué nunca pensaste en...? —Callé en cuanto vi que el rostro de mi madre perdía toda su dulzura y empezaba a mostrarse severo—. Eres hermosa, mamá —concluí—. Siempre lo serás.
Minutos más tarde llamaron a la puerta. El joven que estaba del otro lado de la puerta lucía un elegante traje gris oscuro. Quizás la mirada de mi madre lo intimidó, pues se quedó pasmado por unos segundos.
—Buenas noches, señora
—balbuceó él, tratando dificultosamente de aflojar el nudo de la corbata al tiempo que cargaba un ramo de rosas—. Mi nombre es Aarón Schein.
—Mucho gusto, Aarón. Yo soy Isabel Riveira. —Mi madre había renunciado al apellido Sullivan desde la muerte de mi padre.
Me acerqué y le sonreí con los ojos.
—¡Te ves muy bien!
Él seguía mudo. tan sólo me miró largamente.
—¡Que te ves muy bien, Aarón! —repetí.
—¿Eh...? ¡Y tú te ves increíble! —pareció salir de su ensoñación.
—¿Y esas rosas? —me apresuré a preguntar—. ¿No me digas que son para mí?
—¡Oh! La verdad... no.
—¡Qué bien! ¡Porque no me gustan las flores!
—¿Que no te gustan?
—¡Claro que sí! —Se las arrebaté.
—¡Qué modales, Annia! —me reprendió mi madre.
—¡Así es! —dijo Aarón—. ¡Qué modales, jovencita! En realidad estas flores no son para ti. Son para la bella dama que me abrió la puerta. —Se dirigió a mi madre.
—Si me permite... —Le ofreció el ramo.
Si bien ella no soportaba ni siquiera ver una rosa, recibió con agrado el regalo de Aarón. Aunque después de ese día, no volví a ver esas flores.
—¡Oh! Veo que eres un joven muy listo y educado —rio con susvidad—. Acepto tu regalo. Y confío en que, como el caballero que eres, cuidarás de mi hija y la traerás de regreso a la hora que hemos acordado.
—Claro que sí, señora. Ni un minuto después.
Salimos de la casa. Me sentía muy contenta, pero nerviosa a la vez. Aarón se veía feliz y orgulloso por tenerme a su lado. De cuando en cuando una sonrisa se asomaba en su rostro.
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