En tus manos confío Chapter 13
Chapter 13
Los pasillos del Infierno parecían interminables, más por cada lamento que salía de cada celda que por la extensión. Los tres cazadores atravesaron en largos pasos el camino cuidando el ser sigilosos. En más de una oportunidad el ángel tuvo que contenerse para no sucumbir al llanto de los condenados. Apretaba el hombro de Sam, no solo pensando en la impotencia que sentía ante el destino de esas almas, sino también por la idea de que la chica que tanto quería otra vez a su lado estuviera viviendo un destino peor.
En un giro de uno de los pasadizos detuvieron su andar. Dean miró por el filo de la pared y vio cuatro demonios haciendo guardia frente a una silenciosa celda.
-Ella debe estar en esa celda. Pero son demasiados. -dijo Sam.
-Han sido peores, Sammy. Debemos hacerlo. Cass, quédate aquí.
-Quisiera ayudar. -reclamó el ángel.
-Colega, -Dean le puso la mano en el hombro. -no te pongas en peligro.
Los Winchester se encaminaron a enfrentar a los guardias, mientras Castiel escuchaba los golpes y forcejeos desde su escondite. Se sentía inútil ante la situación en la que se encontraba. Sus manos se pegaban vacilantes a la mohosa pared a su espalda. Por mucho que sus compañeros lo necesitaran y aunque él mismo se tratara de convencer, no sabía cómo defenderse. Cómo salir airoso de una lucha contra un demonio, lo consideraba imposible. Aun así, no se rendiría, no dejaría de luchar por esa chica que tanto quería de vuelta. Escuchó atentamente, sus amigos continuaban luchando, y por el otro lado del corredor el sonido hacía eco. Guiándose por la pared con sus manos, avanzó contrario a sus compañeros para asegurarse de no ser visto. Sus pasos eran muy vacilantes, pausados y torpes. Se detuvo, los pasos que oía a su alrededor lo afectaban. Estaban corriendo y se acercaban cada vez más. Se congeló, no sabía cómo reaccionar. Cuando supo que las pisadas estaban casi frente a él, encaró a los provocadores.
-Cass, tenemos que correr. –le dijo Dean para advertirle que eran ellos.
-¿Qué ocurre? –sin responderle Sam lo tomó del brazo y lo unió a la persecución.
Casi diez demonios armados corrían tras ellos. El ángel no necesitó que le explicaran eso. Escuchaba los pasos que los perseguían y procuraba concentrarse para no ser una carga ante tal situación. Varios segundos siendo hostigados por tal demoniaca masa los condujo a un callejón sin salida. Los hermanos se giraron y cubrieron a su amigo, enfrentando como pudieron a los enemigos. Sin embargo, su suerte no fue tanta cuando dos de los demonios llegaron al ángel.
-Argh, ¡Cass! –dijo Dean al verlo en peligro.
Aunque poseía su espada de ángel, la cual portaba poniendo atención a los movimientos que escuchaba a su alrededor. Uno de los demonios comenzó a golpearlo, Castiel se defendió, pero sus ataques no atinaban a sus objetivos.
-¡Cass, no! –Sam se sentía tan impotente como su hermano, pues casi se había convertido este rescate en un fracaso ante su imposibilidad de lidiar con sus oponentes.
El ángel yacía en el suelo, recibía cada vez más golpes de sus enemigos. Pensó para sí que este era el momento en el que más se sentía como una carga, pero escuchó la voz de la persona que siempre lo tomó de apoyo.
"Cass, no mueras. Estoy esperando por ti."
-¿Gabby? –esta vez su voz se percibía claramente.
Era ella, sencilla, tierna, esperanzadora. Dándole la fuerza que siempre supo darle. Sin saber siquiera lo que ocurría, pero, aun así, teniendo los mejores deseos para él.
Castiel abrió sus azules ojos, de los cuales el brillo de su Gracia se intensificaba.
-Sam, Dean, cierren los ojos. –advirtió antes de dejar fluir su poder fuera de su Vessel.
La luz se esparció por todo el lugar haciendo polvo por su intensidad divina a los demonios que estaban alrededor de ellos. Los Winchester quedaron liberados de sus atacantes, pero no abrieron sus ojos, eso podría significar la muerte misma. La luz se fue apagando hasta solo quedar en la pared la sombra de las alas de Castiel.
-Pueden abrir los ojos,...
-¡Cass! –el ángel estaba muy golpeado, pero conservaba su expresión de seriedad, lo que sorprendió a Sam.
-Estoy bien, Sam. ¿Qué hay de ustedes?
-Lo típico, colega. Por cierto, eso estuvo impresionante.
-Gracias, Dean. Descubrí una manera de ayudar gracias a Gabby.
-¿Ella te habló?
-Sí, pero no está en esa celda. Está en otro lugar del Infierno.
-De acuerdo, Cass. Tú nos dices hacia dónde, yo te guiaré para andar. –le dijo Sam.
Sin perder más tiempo, los tres cazadores se encaminaron hacia el lugar que sintió el ángel se encontraba su amiga. Utilizando en varias ocasiones los poderes de Castiel para eliminar a los demonios de un toque de sus manos, lograron abrirse paso hasta el salón del trono. Al abrir las puertas la escena no fue la esperada para ninguno de ellos.
-¡Los Winchester, que sorpresa! –los recibió Lucifer. –Y también el guardaespaldas alado,... ¿o ahora es al revés?
-Tiene a Gabby, parece dormida, pero está de pie. –le dijo Sam a su compañero.
-Libera a la chica, Lucifer. –Castiel se colocó frente a sus amigos para encarar él al Rey del Infierno.
-Esta chica ahora está bajo mi poder. Su alma se corrompió y su cuerpo me sirve a mí.
-¡No! –el ángel dio unos cortos pasos hacia adelante.
-Ya que lo quieres comprobar, te lo enseñaré.
Los otros demonios que estaban presenciando el ritual enfrentaron a los Winchester hasta retenerlos. Lucifer se acercó a Castiel y lo derribó para hacerse con su espada de ángel.
-¡Mátalo! –susurró despojándose del arma.
Castiel escuchó los pequeños pasos que se acercaron a él con firmeza. Sabía que era ella, su razón de estar arriesgando su vida. Sin embargo, aunque ella quisiera matarlo, no tenía el valor de hacerle daño. Ya sobre él, la chica levantó la espada en sus dos manos apuntando a su objetivo.
-Gabby, dime que sigues ahí. No hagas esto, eres más fuerte que él. –las manos de la chica no continuaron, estaba petrificada. –No lo supe ver antes. Lo siento, estaba más ciego de lo que creí. Merecías saber las cosas, merecías saber defenderte. Regresa, por favor. Gabby, no puedo hacerlo sin ti. En esta condición,... no soy nada sin ti,... mi pequeño cuervo,...
El silencio reinó en el salón, la chica no se movió de su posición. El ángel sintió sobre la mano que tenía en el aire para alejar a la chica un líquido cálido que recorrió su piel. Eran lágrimas y provenían de los ojos de Gabby.
-¿Qué esperas? ¡Mátalo de una vez! –vociferó Lucifer al ver a la chica detenerse.
Los brazos le temblaron, luego las rodillas. Todo su cuerpo se estremeció de manera intensa. Sus ojos lo miraban fijamente y la tristeza se podía ver en ellos. El cuchillo cayó de sus manos provocando el sonido metálico contra el suelo junto al ángel. Su cuerpo cayó también, pero en un abrazo sobre el de él.
-¡Cass! Lo siento mucho, no era yo. No quería lastimarte. –me alegré tanto de ver a mi amigo que no paraba de llorar.
-Gabby, siempre supe que eras una chica fuerte, ¿estás bien?
-Sí. Y feliz de verte.
-Yo también estoy feliz de haberte encontrado.
Lucifer estaba furioso, se abalanzó sobre nosotros, pero mi mirada lo detuvo.
-No creas que no conozco tus intenciones. –tomé del suelo la espada de Cass.
-No eres rival para mí, querida. Ni tu ciego ángel de la guarda.
-Es cierto que no, pero te dije que no soy tu querida. Y jamás te daré mi primer beso.
-¿Piensas que no te puedo obligar? –el arcángel sonrió cínicamente.
-Pienso que hay una forma de frustrar tus planes,... y que tengo a una persona que se lo merece más que tú.
-¿Qué? –ante la sorpresa de Lucifer, yo me volteé hacia Cass y sostuve sus mejillas.
Miré otra vez sus ojos y me convencí de que era todo lo que quería ver en el mundo.
-¿Sabes, Cass? Estoy enamorada de ti.
-Gabby,... -mis labios se encontraron con los del ángel de forma efímera pero apasionada.
Sentí una corriente que me viajaba por todo el cuerpo y agitaba mi corazón. Era real, era lo que sentía.
Al concluir el beso, sonreí y me fijé que Castiel también lo hacía. Pero Lucifer me tomó por un brazo y me quiso alejar de él.
-¡Gabby, no! –él trató de tomar mi mano, pero solo logró cortarse un poco con la espada que llevaba en ella.
-Cass, haz lo que hiciste en el callejón hace un rato. –le sugirió Dean desde atrás.
El ángel asintió y sus enormes alas se comenzaron a reflejar en la sombra tras de él. Todos los demonios empezaron a huir o asustarse ante la intensidad de la luz. Los Winchester cerraron sus ojos, pues los humanos no son capaces de ver la verdadera forma de un ángel sin freírse por lo colosal de su poder. El ser celestial dejó fluir su aun incompleto poder, pero lo suficientemente potente como para acabar con los demonios del salón. Al detener su afán, los hermanos quedaron liberados, pero hubo algo que no recordaron. Nunca me advirtieron de cerrar los ojos.
-Has sentenciado a esta chica, Castiel. –rió Lucifer. –No le advertiste de las consecuencias de ver tu forma real. -yo estaba desmayada en el suelo.
-¡No! Gabby,...
Los Winchester se abalanzaron sobre el Rey del Infierno y comenzaron a luchar con él. Mientras Dean lo distraía, Sam me cargó en sus brazos y me dejó con Cass. Luego se incorporó con su hermano.
Castiel me tomó en su espalda y tratando de guiarse con una mano buscó la puerta. Al encontrarla, salió al sombrío pasillo y me recostó en el suelo.
-Gabby,... lo siento tanto,... -él colocó su mano sobre mi frente.
-¿Qué es lo que sientes, Cass?
-¡Gabby! ¡Estás viva! –él me abrazó. –Pero,... ¿Cómo?
-Eso no importa ahora. Debemos ayudar a los Winchester.
-¿Tienes algo en mente?
-Mi sangre. Es buena para los demonios, pero nociva para los ángeles. Escuché a unos demonios decirlo cuando la extraían de mí. En la sala del trono hay varias jeringas con un poco de mi sangre. Con una será suficiente, pero los Winchester deben saberlo.
-No, no te dejaré entrar otra vez. Te pones en peligro.
-Cass,... -tomé sus manos, él apretó las mías. –Confía en mí.
-Lo,... lo haré.
-Gracias. –le di un beso en la mejilla y me aventuré otra vez a enfrentarme a Lucifer.
Sigilosamente me adentré en el salón y me acerqué a la mesa donde el Rey puso las jeringas con mi sangre. Tomé las cinco que había y las guardé en mi bolsillo.
-Sam, Dean, usen esto. –a ambos les lancé una jeringa que cogieron en el aire y con ellas inyectaron a su oponente.
Este gritó y se estremeció, su poder estaba decayendo y no podría hacer nada para detenerlo. Se quedó en el suelo acurrucado e indefenso.
-¿Qué haremos con él? –preguntó Dean apuntando su espada de ángel hacia Lucifer.
-Yo sé lo que haremos. Es parte de un contrato que hice, así que no lo mates. –salí del salón y los hermanos me siguieron.
Nos encontramos con Cass y luego pedí que me siguieran sin cuestionar lo que hacía. Entré a la celda que compartía con Crowley y lo encontré recostado en una de las paredes sombrías de allí. Me alegró mucho verlo vivo.
-¡Crowley! Estoy feliz de que estés bien.
-¿Pequeño cuervo? ¿Qué has hecho?
-Ahora el Infierno es tuyo como prometí. Lucifer está en el salón del trono, débil e indefenso, has con él lo que te plazca. Y esto es un regalo. –le extendí una jeringa con mi sangre.
-Espera, Gabby, ¿qué haces? –me regañó Dean. –Si le das eso, nos matará en cuanto recupere su poder.
-¿No confías en ella, Ardilla?
-No confío en ti. Pudiste haberla manipulado para hacerte con el trono y su poder. Ese eres tú.
-Dean, y los demás también, sé que tienen sus diferencias, pero Crowley no me traicionará. -le sonreí.- Es cierto, es un demonio, el Rey del Infierno, pero no por ello es malo. Ha sido el único que me ha tratado bien aquí, incluso poniendo su vida en riesgo. No quiero que siga sufriendo por mi culpa. Además, hicimos un trato. ¿No es cierto, Crowley?
-El pequeño cuervo tiene razón. Y es muy buena haciendo tratos.
-¿Qué le propusiste? -me preguntó Cass.
-Su trono a cambio de mi libertad y la promesa de no lastimarlos a ustedes nunca más. Sé que cumplirá.
Mis salvadores suspiraron resignados, se apegaron más a la confianza en mí que a lo que pensaban del demonio. Crowley tomó la jeringa de mi mano y, sin vacilar, insertó la aguja en su pierna. A los pocos segundos, sus heridas comenzaron a sanar. Se puso de pie, su mirada me resultó imponente. Me sonrió con orgullo.
-Solo me gustaría que al morir vinieras al Infierno para volverte a ver.
Yo le sonreí entusiasta al verlo recuperado, mas sentí una vacilante mano que al hallarme, me puso tras de sí.
-Su alma ya tiene reservación en el Cielo. -dijo Castiel molesto.
-Plumitas, no te la quitaré. Ella es tuya desde siempre. Nadie puede cambiar eso, ni Lucifer pudo.
-Cass, vámonos. Quiero ir a casa. -le dije a mi ángel con una voz suplicante.
Él me abrazó y tomó mi mano. Los hermanos salieron de la celda, luego fue Crowley, pero mi compañero y yo nos retrasamos un poco. Él se arrodilló frente a mí y me dio esa mirada perdida y confusa.
-¿Por qué dijiste eso en el salón del trono?
-Es lo que siento, aun ahora, Cass. No necesito que correspondas a mis sentimientos, solo quiero que me dejes seguir a tu lado.
-Gabby,... Yo,... -él me tomó por los hombros.- Yo no entiendo lo que me ocurre contigo. Es una sensación extraña para mí, te quiero proteger, te quiero conmigo, te quiero escuchar hablar, enseñarme,... ¡Todo! Pero no sé por qué.
-¿Te parece bien si lo descubrimos juntos? -él asintió y me abrazó prolongadamente.
-Quisiera que este momento nunca terminara.
-Yo tampoco, Cass.
-¡Hey, chicos! -ambos nos soltamos del susto. -Estamos listos para irnos.
-Gracias, Dean, ya vamos. -el Winchester le confirmó al ángel mientras notaba mi cara sonrojada.
Al retirarse el hermano mayor, Castiel se puso de pie y tomó mi mano. Lo conduje fuera de la celda y nos reunimos con los otros cazadores. Volviendo sobre sus pasos, me llevaron a la misteriosa puerta por la que entraron. Primero fue Dean, luego Sam y justo antes de salir yo con el ángel, escuché la voz de Crowley al final del túnel.
-Hasta la vista, pequeño cuervo. -agitaba su mano tenebrosamente.
-Adiós, Crowley. Sé un buen Rey.
Castiel y yo atravesamos la puerta y la madriguera de conejo de vuelta al Purgatorio. Ya allí, estuvimos caminando por un buen rato.
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