Alex | Una conversación de adultos 2
Ella estaba en sus brazos, y él todavía era incapaz de creerlo. La tenía ahí, rozando sus mejillas con esa nariz diminuta que le restaba diez años de edad a su rostro, diciéndole que era perfecto, sin que importaran su cuerpo o su historia. Esa mujer hermosa, que podría tener a cualquier hombre o cualquier mujer en el mundo, acababa de decirle a él —al jovencito que empujaban en los pasillos de la escuela, al mesero de un café en el que con suerte ganaba el equivalente a un par de idas al cine, al estudiante universitario que la comunidad decidió ignorar, al hombre que la adoraba no solo por su aspecto, ni por la forma en que lo había aceptado, sino que por su honesta prestancia ante la vida—, que lo escogía de entre todos los demás seres humanos disponibles a su alrededor. Y daba igual que no deseara formalizar ningún tipo de relación, porque él tampoco se sentía capaz de hacerlo. Alex la conocía, y entendía que su vida recién comenzaba a tomar forma tras el divorcio, por lo que jamás interrumpiría ese proceso con sus caprichos de novio enamorado. Y Emilia, por supuesto, había comprendido sin problema que él también estaba concentrado en su propio camino.
Todo se volvía tan fácil, que resultaba extraño, y es que no estaba en absoluto preparado para sentirse así de feliz. Por esa razón la soltó al notar que su corazón latía demasiado rápido, provocando en él esa necesidad irreprimible de unirse a ella y jamás dejarla. No lograba mantenerse sereno, y conseguir ese aspecto de adulto centrado le estaba costando más trabajo del que imaginó.
Al apartarse de ella, Emilia volvió al café, con sus mejillas ruborizadas y una sonrisa coqueta en sus labios.
—Soy ocho años mayor que tú, ¿no te da vergüenza?
¿Vergüenza? ¿Quién podría sentir vergüenza de amar a alguien como ella?
Oh, oh. ¿Amar?
Alex sintió que caía al vacío al notar lo rápido que iban su mente y su corazón. El riesgo de amarla todavía era demasiado alto. Respiró profundo, tenía que lograrlo. Tenía que calmarse.
—Eres el sueño de cualquier hombre, Emi —contestó, pero sus palabras desaparecieron entre el cabello de Emilia.
¡No podía separarse de ella, y acababa de pedirle ir más lento! ¡¿Qué droga desconocida era esa?!
—Tengo más preguntas, no puedes esconderte —murmuró Emilia, rozando su oído en un juego poco honesto de tentación.
Alex la observó sonriente, tratando de ocultar el escalofrío que lo recorría cada vez que la miraba.
—¿Cómo lograste dar con Max y qué le dijiste?
Ah, Max. Casi lo había olvidado.
—¿Cómo fue que terminaste casada con un tipo así?
Emilia estalló en risas, se levantó de la mesa, abrió las cortinas y la ventana. Ya olía a primavera, y el sol del mediodía invitaba a salir a caminar por las cercanías de la playa. Alex la siguió con la vista, embobado con cada uno de sus movimientos, hasta que ella se sentó en la alfombra, recostando su espalda contra el sillón en dónde él había dormido.
—Nunca me di cuenta que Max era un idiota. Nuestras familias son tan aburridas como tradicionales. Ninguna persona sale de la norma, todos somos lo que el mundo espera que seamos, incluidos Max y yo. Tú debes saberlo, ¿no?
—¿Saber qué?
—Lo que se espera de una mujer. De mí.
Alex se levantó y caminó hasta ubicarse frente a ella. Claro que lo sabía, porque eran esas esperanzas tacitas puestas sobre él las que lo habían orillado al silencio, considerando incluso vivir en las sombras con tal de no desilusionar a nadie más en el camino. Por fortuna, él había nacido en una familia acostumbrada a lo diferente. Fue difícil, no podía negarlo, pero el amor que se profesaban allanaba el camino que recorría a diario.
—En un comienzo fuimos muy felices. Nos conocimos en la universidad y los dos sabíamos que teníamos un gran futuro por delante. Me gradué con honores, por lo mismo, en cosa de semanas tenía trabajo. Todo estaba bien, y decidimos casarnos ese mismo año. Me embaracé de Simone, y una vez que salí con prenatal, la vida se volvió un infierno. Cuando ella nació, Max estuvo cinco días en casa. Cinco putos días. ¿Imaginas lo que es pasar de ser una mujer con todas las puertas al éxito abiertas a cambiar pañales y dar leche? Yo la amo, ¿sabes? Con toda el alma. Pero pasar por todo eso sola, ha sido lo peor del mundo. A veces pienso que si tan solo hubiese sido mamá soltera, lo habría asumido y ya. Sin embargo, yo tenía a Max, y debíamos apoyarnos en eso. Por el contrario, terminé cayendo en el circulo vicioso de la casa, atenderlo a él, a mi hija, que todos estén felices y de pronto, había olvidado como hablar con un desconocido, ya no me quedaban amigas, no sé por qué pero todas desaparecieron y no había rastro de quien era yo misma en el espejo. Un día miré mi vida, y no era capaz de recordar lo que me hacía feliz.
—¿Nunca le dijiste cómo te sentías?
—Cuando comencé a entender lo que me pasaba, lo hice. Pero supongo que era demasiado tarde, pues a esa altura, Max ya había asumido lo conveniente que era mi situación para él. ¿Dime si no es cómodo llegar a casa y que tu hija este limpia, alimentada, educada, la casa hermosa y la comida caliente? Él tenía una posición privilegiada en nuestra relación, y no quiso perderla.
—Qué irónico. ¿Sabes lo feliz que sería con una hija como ella? No cabría en mí mismo de orgullo y me volvería loco cumpliendo cada uno de sus caprichos. No podrías hacer nada, porque todo querría hacerlo yo.
Alex envolvió su mano y la acarició, dejando que el tiempo transcurriera en esa conversación que desnudaba por fin sus tristezas y sus miedos. Emilia apoyó la cabeza en su hombro, hasta que él confesó su fechoría bien intencionada de ladrón aficionado.
—Me robé el teléfono de Max de tu casa, lo siento. Lo llamé y le mostré mi historial médico completo para que confiara en mí. Le dije que era un imbécil por no ser capaz de ver lo espectacular que eres. No sé si logre que se detenga respecto de Simone, pero créeme que respetaré lo que decidas. Ya has presenciado parte de lo que es esto, mi vida, ya sabes. No tienes por qué arrastrarla a ella en algo que es solo asunto tuyo.
Emilia se movió hasta estar frente a él, le acarició el rostro y bajó sus dedos hasta engancharlos en el cuello de su poleron. El corazón de Alex se detuvo asustado, incapaz de reaccionar ante lo que sabía que vendría. Despacio y suave, ella se le acercó hasta ubicarse entre sus piernas y besarlo, sin embargo, Alex no fue capaz de corresponderla. No estaba preparado, o tal vez sí, pero no quería asumir que tras besarla en esa habitación de hotel, sería inminente avanzar hacia lo prohibido.
—Eres importante para ella. No voy a alejarla de ti.
—No puedes asegurarlo. Creo que una madre nunca está lista para esto, Emi —balbuceó, quitando con suavidad la mano de Emilia que aún jugueteaba con su ropa.
—¿Cómo es que tú puedes saber si lo estoy o no? Ni ella ni yo, somos las personas débiles que todo el mundo cree.
Emilia intuyó el miedo en él, y lejos de molestarse, sintió ternura. Probó una vez más y repitió el movimiento, tratando de transmitirle la absoluta confianza que había en ella, pero Alex volvió a ignorar su beso. Emilia retrocedió, observándolo en incómodo silencio, hasta que él comenzó a moverse sin detenerse a mirarla jamás. Frente a ella, Alex se quitó su poleron y abrió su camisa para dejar al descubierto una camiseta negra ceñida al cuerpo. Emilia contempló la perfección de su torso y acortó la distancia entre ellos acariciando su abdomen por sobre esta para subir hasta su cuello y ayudarlo a quitársela. Alex no quiso verla a los ojos mientras se desprendía de su camiseta, dejando expuesto el binder que aprisionaba sus senos, y mucho menos lo hizo al dejar su pecho expuesto por completo.
—Lo siento —murmuró, con la vista nublada y fija en la alfombra—. Esto es lo que soy realmente.
El silencio volvió a extenderse y él se preparó para perderla. En un día, había pasado de ser el hombre más afortunado, a la peor vergüenza del país. Tomó una gran bocanada de aire y quiso mantener la calma, pero las lágrimas se escaparon de sus ojos, aunque por fortuna, al mismo tiempo que los labios de Emilia se posaban en su cuello.
—Eres perfecto, Alex —dijo, besándolo una y otra vez hasta hacer que su mirada volviera a enfocarse en ella—. Me encantas.
Lo había repetido. Le gustaba, con sus pechos copa B desnudos y su rostro bañado en lágrimas, seguía gustándole. No podía creerlo.
—¿Podrías repetirlo? —pidió, sonriendo emocionado al escucharla.
Emilia repitió mil veces lo mucho que le gustaba, y cada vez que lo hizo, el cuerpo de Alex se unía más al de ella, desplazándose a través de la alfombra en un intento por seguir el camino que los rayos de sol trazaban al entrar, y que poco a poco, comenzaron a iluminar las prendas de ropa que Alex le arrebataba. ¿Cuánto tiempo había pasado ya desde la última vez que tuvo a una mujer desnuda frente a él? ¿Cinco, seis años? La última vez había sido Magda, una de las primeras en su curso en dejar de hablarle. Estuvieron saliendo por un par de meses, sin embargo, ella no lo quiso a su lado, aterrada al oír la palabra transgénero salir de la boca de un muchacho de diecisiete años que aún llevaba falda. Tal vez por eso para ella y los demás de su clase, Alex no contaba como un hombre de verdad. Pero de todas formas, ni Magda, ni ninguna de las chicas que tocó, podían compararse a lo que sentía ahora, que por fin era él mismo, aunque sus manos temblaran haciéndolo pasar por inexperto adolescente.
Una vez que logró desabotonar el cinturón de Emilia, fue consciente de lo que seguía. Entre risas, ella lo ayudó a desprenderse de su pantalón mientras buscaban a tientas la forma de alcanzar la cama. Con cuidado, Alex la cogió entre sus brazos y la recostó sobre las sabanas, para dejarse caer semivestido sobre su cuerpo, ignorando el timbre del teléfono que se había perdido bajo la almohada. Él volvió a besarla sin descanso al tiempo que la ropa interior de Emilia desaparecía, en una magnífica demostración de confianza en la que ya no había rastro de pudor, entregada por completo a un disfrute que experimentaba por primera vez en su vida. No hubo centímetro de piel que él no recorriera ni segundo en que el alma de Emilia no se escapara de su cuerpo en cada suspiro. Sin duda, valía la pena que se hubiesen esperado por tanto tiempo.
—Siento que perdí treinta años de mi vida —murmuró ella, atravesando el cabello con sus dedos para acercarlo a su boca y besarlo.
Él sonrió complacido, y devolvió aquel beso antes de levantarse de su lado, excusándose por abandonarla en forma tan abrupta después de hacerle el amor de forma tan delicada y amorosa.
—¿A dónde vas? —preguntó Emilia confundida, incorporándose sobre la cama y extendiendo una mano para sujetarlo.
Alex se volteó todavía agitado, sus mejillas teñidas de rojo y la urgencia reflejada en la mirada.
—Al baño —contestó, acercándose sonriente a besarla una vez más—. Necesito un minuto a solas.
—¿Qué...?
No terminó de formular la pregunta, pues la sonrisa culpable de Alex le había dado la respuesta.
—¿Por qué? —agregó aún más confundida, halándolo con fuerza hasta volver a tenerlo frente a ella, a su altura—. ¿No es esto una relación de dos? ¿Por qué te vas?
Emilia introdujo sus dedos en el borde del pantalón de Alex, y él cerró sus ojos para contestar.
—No todavía, Emi. Soy yo quien no está listo.
—Pero me encantas, me gusta todo de ti, Alex. ¿Por qué te exiges tanto?
—Porque me da pánico.
Desabotonó el pantalón, y el cierre bajó despacio ante el leve temblor generalizado de Alex.
—¿Tan mal crees que lo haré?
Él sonrió, permitiéndose al fin ser tocado con amor, pero no solo el que Emilia le entregaba, si no aquel que se negó a darse a sí mismo por tanto tiempo. Con cada caricia, con cada beso, con cada suspiro, era capaz de reconciliarse con su cuerpo. Por primera vez, Alex lloró después de un orgasmo, y no tuvo miedo de que su masculinidad fuera cuestionada al buscar consuelo en los brazos de Emilia.
Finalmente ¿Quién más que él podía saber lo que era realmente sentirse un hombre?
Por ello, al final del día, cuando conducían a casa, lo invadió una sensación de plenitud que le permitió pasar por alto las insistentes llamadas al celular de Emilia, y el evidente nerviosismo de ella cada vez que ocurría. Estaba siendo feliz, su transición marchaba bien, era correspondido, acababa de tener su primera vez con esa nueva apariencia, y estaba a escasos meses de su primera intervención.
Ya nada podía ir mal.
Nada.
O al menos eso creía.
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