Prólogo


El sonido de las ruedas del carruaje que transportaba prisioneros, hacía gran ruido sobre el terreno pedregoso por el que transitaba. Los cascos de los caballos y, una que otra vez, los relinches de los caballos era lo segundo que se escuchaba. Pero, nada de aquellos ruidos o movimientos, eran lo suficientemente fuerte para dejar de escuchar a los soldados del reino de Franderland hablar.

—No puedo creer que por éste sujeto debamos movernos a la prisión de Quizz —comentó uno de los guardias del reino de Franderland a su compañero.

—Y lo peor, es que nos ha tocado a nosotros transportar a un condenado —respondió el otro sujeto con asco.

—¡Rayos sí! No puedo creer que existan personas como él en este mundo.

—Tranquilo, tendrá un buen trato en Quizz, ya lo verás.

Alan, nombre que significa noble y designa a un hombre Leal, fiel y honorable; descripción ideal para nuestro personaje fundamental. Este se encontraba encadenado detrás de la enorme carreta de viaje, obviamente preocupado por su futuro; ya que, este sería llevado a la prisión más temible del reino de Franderland, Quizz. Horrores se han escuchado de ese lugar, tan grandes, que algunos tan siquiera la mencionan. Estar condenado en ese lugar significaba el repudio masivo de la sociedad.

Se sentía abrumado no sólo por tener que soportar a la cantidad de delincuentes que estaban a su alrededor, tan siquiera sabía la cantidad de ellos pues evitaba mirarlos, en especial porque estaba seguro de que lo devoraban con ansias de sangre, a través de sus ojos. Se dio cuenta de eso mucho antes de iniciar el viaje.

Había sacado del palacio no como un criminal sino una abominación de una criatura que sería llevado al matadero. Pero, eso no era lo que más le había parecido un asunto horripilante, lo peor era ver los ojos de Dietrich cuando le llevaron. Parecía no solo complacido, sino mordaz. Justamente, tan igual, como la reina. Aquellos ojos azules de quién había sido su amigo le asesinaron en el momento en el que le dio la última mirada cuando lo lanzaron en el interior de aquel transporte.

El chico de tan solo 24 años, suspiró. Se sentía abatido por la humillación que había recibido por culpa del príncipe del reino. Todavía no podía creer que este había sido quién confesó los gustos peculiares de él hacia aquellos que pertenecían a su mismo género. De hecho, la verdadera razón de porqué lo había hecho, se debía a que el príncipe había sido su amigo y este también compartía los mismos gustos.

Algo del cual se enteró una vez, cuando le encontró espiando a los soldados en el campo de entrenamiento. Algunos no llevaban armadura ni la cota de mallas, de modo que lo hacían con el pecho al descubierto. Alan se rio mucho ver al príncipe en la terraza contemplándolos con una sonrisa y una mirada curiosa y desdeñosa. Apenas le encontró de esa forma, él había gritado "No me delates o te lanzo desde esta torre". Alan, creyó siempre que sus amenazas constantes eran solo juegos y bromas, pero parece que había estado equivocado. Le había dicho, ya de adultos que se alejara de Cayden, y lo hizo, pero Cayden parecía no poder cumplir lo que no sabía exactamente.

Era increíble que la riña hubiera comenzado cuando estos descubrieron que gustaban de la misma persona, un joven chico de su edad, el cual trabajaba en el palacio real cómo uno de los soldados del reino. Este no sólo impartía protección y confianza, sino respeto y honor, algo que Alan admiró por mucho tiempo, hasta hace unas horas ante de su condena. Alan y Dietrich hablaban de la misma persona en sus ratos libres, sin saberlo, hasta que en un momento, cuando Cayden paseaba por los pasillos, estos le encontraron, le saludaron, y una vez se marchó, ambos gritaron: "¡Es él!"

Desde ese momento, todo cambió.

La obsesión del príncipe Dietrich llevó al pobre soldado Cayden a un ciclo de lujuria y pasión que, al principio, el mismo soldado se había escandalizado, pero al ver que tenía órdenes directas del hijo del rey, sucesor al trono, este no le quedó más que complacer al chiquillo. Alan, quien tan sólo era el sirviente real del joven, estuvo presente durante muchas de la sesiones a escondidas del joven, sólo para procurar la discreción, y, aunque muchas veces odiaba tener que respetar sus órdenes, el derecho de ser su amigo no le permitía desobedecerle. Pero el real desprecio de aquel acto no sólo estaba en el hecho de que se tratara del chico que a él le gustaba, sino la imposición que Dietrich había puesto en el solado, el cual lo llevó a complacerlo.

Fue entonces, luego de un buen tiempo, que un día Cayden se acercó a escondidas a Alan y lo llevó al cuarto de limpieza del palacio. Alan aceptó atenderles, creyendo que tenía que ver con un asunto del joven príncipe. Sin embargo, estando allí, el chico se sintió confundido, pues estaba seguro por sus palabras y comportamiento que parecía pretender otra cosa. No entendía el comportamiento del soldado real, hasta que él le besó profundamente. En principio, Alan no respondió aquel beso por la sorpresa, pero luego sólo se dejó llevar. Era su primera vez.

Al parecer, el soldado había descubierto, por causa de aquella experiencia con el príncipe, la pasión tanto por las hermosas mujeres del reino como para los finos hombres del palacio. Fue desde entonces que mantuvieron una relación a escondidas que los llevó a realizar actos indecorosos para la sociedad, no sin llegar al extremo de ello cómo para ser comparados a la copulación existente entre un hombre y una mujer, pero sí suficiente como para saber que no eran simples tratos de amigos.

Pasó mucho tiempo en esa situación —dónde Alan odiaba cada día más aparentar un placer en hacer los favores banales del príncipe, especialmente con Cayden—, cuando fue descubierto, apenas hacía unas horas.

Este había sido sorprendido cuando Cayden, ante un arrebato de histeria, le había besado en el dormitorio del príncipe; momento en el cual este llegó, escandalizándose por completo. Y la razón principal de aquel beso, en aquel sitio, había sido porque Alan le había indicado al joven soldado que se iría del palacio para siempre, ya que no soportaba estar más en ese lugar; y este molestándose por aquello intentó convencerlo. Y aunque Alan quería creer en sus palabras, le era casi imposible pues sabía que jamás se podía rechazar una orden directa real. Y él no quería causarle problemas al príncipe, y mucho menos a Cayden.

Sin embargo, no sucedió.

El príncipe ante esto, no tuvo misericordia ni contemplación alguna con su antiguo amigo; no sólo se conformó con hacer que Cayden dijera, delante de él, que este le prefería a él en vez de Alan, sino que declaró sus gustos condenatorios delante del rey. Y ahora iba en dirección a Quizz.

Alan esperó un anuncio del soldado, pero este tan siquiera le ayudó, sino que al escuchar las declaraciones y la sentencia, bajó el rostro; decepcionando así a Alan, pues sabía que, sí ellos querían, podían alegar lo que el príncipe había estado realizando, puesto que parte de las leyes del reino consistía en que cualquiera que arguyera una acción con testigos en medio, valía más que la palabra de un solo hombre. Pero aquello nunca sucedió. Perdió toda esperanza, maldijo el día en el que conoció al príncipe y en secreto, le confesó todo al príncipe, declarándole el inicio de todas las cosas que había iniciado a Cayden, con lujos de detalles que, sin duda, agravó todo el odio de Dietrich hacia él. Alan pudo palparlo en los ojos de su amigo.

Más palabras de los soldados que conducían habían llegado a los oídos de Alan, y no pudo evitar soltar una lágrima por escuchar el título que ahora se le daba: un condenado. Un título deshonroso para cualquier hombre, incluso para él, quien era considerado como un prodigio por su cargo en el palacio. Era por ello, que hasta su familia sintió vergüenza cuando su condena fue anunciada en todo el reino, recibiendo así burlas por parte de aquellos que alguna vez profesaron ser sus amigos.

—No te preocupes pequeño, en prisión me encargaré de que nadie se te acerque. Pero... a falta de chicas en ese lugar, tú serás la mía personalmente —dijo un hombre, con la voz tan áspera y asquerosa, que Alan no pudo evitar mirarlo e ignorarle.

Vio que se trataba de un hombre, quizás, de treinta años, muy acuerpado y musculado, sucio y con un rostro desfigurado que transmitía horas de muchas peleas. El sujeto sonrió al ver el pánico en el rostro de Alan, y todos se limitaron a reír.

—Es eso o que todos compartamos —agregó.

—Creo que eso sería mucho mejor. Una mujer colectiva —añadió otro, al que no quiso mirar.

Alan bajó nuevamente el rostro y comenzó a temblar del pánico que ahora sentía. Su suerte había sido echada, y temía más por el dolor por el que sería probado, más que a su propia muerte. Él sabía que había situaciones donde la muerte era una opción piadosa.

La noche había caído en el camino desértico que daba hacia la prisión de Quizz. Alan se había quedado dormido, recostado sobre la pequeña esquina del carruaje, el cual se movía con estruendo por el galopar de los caballos y el terreno poco uniforme que, de no ser por el cansancio que tenía el chico, este se hubiera despertado.

Sin embargo, de pronto un enorme golpe se sintió en el carruaje que, no sólo despertó a todos aquellos que estaban dormidos, sino que también logró voltear por completo el carruaje.

Alan apretó los dientes por el dolor que experimentaba al chocar contra el otro extremo de la carreta, y sin poder protegerse, ya que llevaba sus manos aprisionadas. Un hombre robusto lo arrojó a un lado al sentirse molestado por la presencia de Alan, algo que amplificó su dolor pues golpeó en ese momento directamente contra las hojas de metal de la carroza.

Los quejidos dentro allí adentro fueron suplantados por el silencio, al escuchar unas enormes pisadas que se acercaban con cautela al carruaje. Alan estaba seguro, no solo eran las fuertes pisadas, sino la respiración fuerte de algo realmente temible.

Luego de un breve silencio, el lugar fue inundado de gritos, de los cuales Alan reconoció que se trataban de los soldados. Pero no pasó mucho tiempo para que se callaran. De hecho, le hizo dudar si realmente les había escuchado gritar. Entonces, aquello cambió cuando, con estruendo, salió volando la puerta trasera de la carreta.

Todos los hombres, por causa del susto, se echaron hacia atrás, apretujando el cuerpo delgado de Alan, quien no se quejó pues el miedo no le hacía pensar con claridad. Pero como pudo, asomó su rostro por encima de algunos hombres y vio que en el exterior del lugar no se veía nada. Sin embargo, nuevamente los enormes pasos se escucharon y, en cuestión de segundos, una enorme bestia semejante a un león, de pelaje negro y dientes muy afilados apareció. Este medía más de tres metros, y en sus ojos de color rojo sangre, mostraba el hambre que este sentía.

Todos estaban pasmados ante lo que veían. Alan, tan siquiera, creía que fuera real, pues jamás vio criatura igual. Y, con mucha fuerza y velocidad, aquella criatura se arrojó hacia todos los hombres del lugar.

Alan pudo escuchar los gritos de cada uno de ellos y sintió la sangre derramándose por todos lados, incluso llegó a saborearla, sin saber de quién provenía. Esta caía en enormes cantidades sobre su cuerpo, en conjunto de diferentes miembros de cada hombre que allí estaba. Y sin darse cuenta, en realidad, estaba tapizado por todos aquellos cuerpos.

Alan sabía que su muerte sería pronto. Por un momento había estado lleno de miedo, pero, justo allí, otro pensamiento le llegó, tal vez esa era el mejor suceso que podía pasarle para liberarse de una prisión que había sido su destino. No sería deshonrado delante de todos. Aunque, tampoco deseaba que su muerte fuera por parte de una criatura del demonio. Esperaba que fuera rápido, aunque estaba seguro de que sería doloroso puesto que los gritos no habían sido en vano.

Ante el pánico provocado y sus propios pensamientos, este nunca gritó; estaba en un estado catatónico por las muertes presenciadas y por su terrible destino. Lo había visto, uno a uno fue devorado sin contemplación alguna, e incluso, la sangre derramada por parte de ellos comenzaba a sentirse pesada y seca sobre su piel. Él moriría.

Y cuando aquella criatura se acercó a este para devorarlo, se detuvo en seco. Aspiró fuertemente el aire, y, arrugando el hocico como si algo le desagradara, levantó una de sus patas y con un solo movimiento de sus garras la embistió hacia Alan. Este gritó de dolor, al sentir que una de sus garras tocó su abdomen, y cuando buscó ver el siguiente ataque de la bestia, se dio cuenta que esta había desaparecido.

Alan comenzó a llorar, soltando todo lo que había acumulado. Pero aunque no había sido devorado como el resto de los reclusos y soldados, sabía que iba a morir desangrado, ya que la enorme abertura en su pecho se lo demostraba.

Él sólo deseó que aquello fuera un sueño, pues las mutilaciones y la sangre observada, sería suficiente para traumarle durante muchos años, si es que sobrevivía...  

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