Capítulo TRES | parte 2
Había días donde sentía un extraño aroma. No era algo usual, por eso vigilaba aún más cada rincón de mi territorio. Si se infiltró algún ser sin permiso lo acabaría en el instante en que lo capturase. Me concentré varias lunas en vigilar el límite con los kei y con mi clan, aunque en algunas ocasiones cacé para mi gente solo por diversión.
En la soledad que era mi vida, envuelto por frondosos árboles, rodeado de musgo y de distintos clanes, solo cazar me mantenía sereno.
A veces me sentía solo recorriendo la selva sin compañía. A veces extrañaba el clan. Otras veces amaba la soledad y la tranquilidad de no oír a nadie a mi alrededor, más que las aves y las presas. Aunque, también, muchas otras veces disfrutaba de la compañía de Yoyo. Era demasiado hablador para mi gusto, pero era una grata compañía que espantaba a las tormentosas nubes de caóticos pensamientos.
Con el viento solía llegar ese olor. Y descubrí en algún momento que eran dos aromas distintos, dos hembras. Una que liberaba un débil aroma a fertilidad en algunas ocasiones, probablemente por su periodo de reproducción, y otra que… olía distinto. Ambos olores podían llamar a mis hermanos, por lo que debía estar alerta para evitar que interrumpan la paz de mi territorio.
Sabía que eran hembras solo por su aroma, pero no conseguía descubrir de qué clan serían. No olían a kei, ni al dulce aroma de los koatá, ni al olor a plantas y musgo de los iwase. Era un olor distinto. Suave, atractivo aunque también delicioso.
A veces los aromas se esparcían en distintas direcciones, lo cuál era extraño porque no podía oler a ningún macho cerca que no fueran los koatá, por lo tanto no iban acompañadas. Más extraño me pareció cuando seguí el aroma a sangre y parto. Lo habían enterrado bien, bajo la tierra escondieron los restos de una placenta y ropas ensangrentadas. No tuve necesidad de desenterrarlo, mi olfato era lo suficiente agudo como para saberlo.
¿Habrían expulsado a una hembra de su clan? Tal vez cometió adulterio, aunque no todos los clanes castigan eso. Los koatá no lo hacen, son demasiado... inmorales. Simpáticos, pero muy inmorales. ¿De qué clan la habrían expulsado a la hembra con su cría?
Un misterio muy interesante a resolver.
Unas lunas después de ese descubrimiento me detuve a descansar en un árbol, agotado de cazar para mi pueblo y para mí mismo. Había visto a Yoyo partir con una extraña hembra de aspecto fuerte, pero no le di importancia porque supuse que solo era una koatá deforme. Yoyo tenía gustos muy extraños con las hembras.
No tenía cabello, o se veía demasiado corto, y lucía tan fuerte como una hembra de mi gente. No veía a Yoyo con esos gustos tan... exóticos.
Estaba por fin relajado luego de tanto tiempo vigilando mis tierras, cuando sentí el aroma de un invasor. Intentó cubrir su olor pero era reconocible desde la lejanía.
El estúpido de Nohak había vuelto a invadir mi territorio.
La verdad es que estaba cansado y solo quería dormir, así que tenía pensado dejarlo cazar alguna presa y ya. Él sabía bien cuál era mi único requisito para permitírselo, por eso me acomodé en la fuerte rama con la cabeza posada en mis patas delanteras, mientras balanceaba mi cola.
Mantenerme en constante forma salvaje me robaba mucha energía, y no comía suficiente como para reemplazar lo gastado. Esta vez opté por dejarlo pasar, quizá hasta podría exigirle un trozo de su presa como pago por invadir mis tierras.
De repente llegó otro aroma con el viento, ese extraño que a veces sentía en la selva. El de una hembra que había tenido una cría. Olía a miedo, a sudor y también a fango, e incluso así seguía oliendo delicioso. Dirigí mi mirada hacia esa hembra que corría, escapando de Nohak con una lanza en la mano. Llevaba ropas extrañas, del color de las nubes en el cielo.
Vi sus ojos abrirse de par en par cuando me vió, llena de pánico.
—Tranquila, criatura pequeña, ya estoy lleno —susurré.
Noté que llevaba a su cría en el pecho, colgada de un porta niños como hacían los koatás. ¿Sería una de ellos? Una deforme tal vez, con una enfermedad que le quitó el pelo.
Pobre criatura.
Podía sentir su aroma a miedo, era fuerte en cada una de sus gotas de sudor. Se veía pálida al verme, tan fea y extraña, y aterrada.
La hembra comenzó a correr nuevamente para escapar de Nohak, quien no pareció darse cuenta de mi presencia. Supuse que estaba demasiado alto en los árboles y el viento se estaría llevando mi aroma hacia otra parte, pues él era un gran cazador capaz de captar la más ínfima presencia cerca.
La hembra era rápida pese a sus pasos torpes que se hundían en el fango. Sin embargo me llevé una sorpresa cuando noté que esa hembra era inteligente, pues había comenzado a correr por sobre las raíces para evitar el pegajoso fango. Se escaparía de Nohak, pero él no aceptaría nunca que su presa huyera. Lo vi tomar forma salvaje porque ella se estaba acercando a los koatás. Nohak en verdad se lo estaba tomando en serio. Jamás aceptaría la derrota, menos aún a manos de una presa.
No podía permitir que matara a un koatá si es que en verdad lo era. No en mi territorio.
Aunque claro, cabía la posibilidad de que no fuera una koatá deforme y tal vez fuera otro extraño ser. Necesitaba comprobar su identidad, por ello los seguí de forma sigilosa por los árboles, escondiendo mi olor del viento para que él no me notara. Quería ver si la hembra extraña lograba escapar, pero si no lo hacía debía interceder.
Ella no había hablado en ningún momento como una koatá, e incluso noté que se parecía un poco a esos machos brutos que los keies solían cazar en el río. No era una koatá, era una hembra de esa extraña raza incivilizada. Pobres criaturas, ni siquiera conseguían formular palabras. Solo eran animales de caza, presas para cazadores aburridos como Nohak.
Me recosté nuevamente en una rama. Si no era una koatá entonces no debía interceder, porque no era un ser inteligente. Solo era una criatura tonta y bruta que apenas sabían hacer ropa, e incluso preferían ir desnudos.
La hembra se detuvo para luchar, eso llamó mi atención porque no era algo usual. Las presas suelen huir por instinto, muchas incluso abandonan a sus crías para salvar su vida. Alcé la cabeza para verla con curiosidad, en especial cuando la oí gruñir:
—¡Aléjate, monstruo horrendo! —intentó apuñalar a Nohak—. ¡Vete de aquí!
¡¿La hembra podía hablar?! Los de su clase no hablan, solo imitan sonidos. Son criaturas tontas que se comunican por señas y ruidos.
Entonces movió su cría hacia la espalda para mantenerla protegida, como si comprendiera el peligro de sus garras o mandíbula. ¿Sería un poco más inteligente que los de su clase? Qué extraño. No imitó sonidos, estoy seguro de que formuló frases coherentes.
La vi luchar, sus extremidades temblaban y el olor a miedo se percibía en el aire. La hembra estaba aterrada, Nohak podía notarlo y eso probablemente le hacía agua la boca, pero aún así ella se mantenía ahí dispuesta a morir por proteger a su cría.
«¡Knox! ¡Knox!»
Por alguna razón los gritos desesperados de Thara llegaron a mí, y con ello el amargo recuerdo de haber llegado demasiado tarde.
Podía imaginar a Thara luchando de la misma forma para proteger a Mashalweni, y comencé a sentir mi corazón latir más rápido. El miedo llenó mi pecho y la culpa comenzó a carcomerme, otra vez.
La culpa por no haber llegado a tiempo.
¿Habría luchado así? ¿Thara, sin experiencia en pelea, habría luchado de la misma forma para proteger a Masha?
¿El compañero de esta hembra también llegaría tarde, también cargaría con el dolor y la culpa por ser un completo inútil?
Cuando Nohak saltó hacia ella, en una muerte tan obvia como desgarradora para mi alma, salté en medio de ellos y saqué mis garras para atacar. Rugí con fuerza en su rostro, para recordarle quién manda aquí y quién es más fuerte.
—¡Es mi presa! —gruñó con odio, con sus ojos verde claro que planeaban matarme por robar su caza.
—¡Estás en mi territorio, Nohak! —rugí—. Lo que está en mi territorio me pertenece.
—¿Y por qué ahora, por qué no antes? —gruñó y comenzó a rodearme en un paso lento y peligroso—. ¿Te arrepentiste de autorizarme? ¿Qué sucede, Knox? Te estás volviendo débil.
—¿Quieres comprobar qué tan débil estoy? —rugí con fuerza, con mis músculos tensos—. Porque la última vez no salió bien para ti, tus cicatrices son la prueba de ello. Sabes que el único requisito para no matarte por invadir mi territorio es que no caces a seres inteligentes.
—¿Seres inteligentes? Solo imita muy bien los sonidos, como todos los de su clase. Aunque admito que jamás había visto una hembra —se relamió—. Está carnosa, debe saber bien.
Oí los pasos de la hembra alejarse, y su aroma a terror cada vez más lejos. Si era inteligente de verdad habría huido para salvar su vida y la de su cría.
—Deja a la hembra en paz, ¿no te trae recuerdos? ¿No te hace pensar en nada ver a una hembra tan desesperada por proteger a su cría?
—¡¿Sabes a qué me recuerda?! —tensó sus músculos al enseñar los colmillos—. ¡Me recuerda a cómo dejaste morir a mi hermana!
Lo ataqué sin dudar con mis garras, le desgarraría la maldita garganta hasta desangrarse.
—¡¿Y dónde estabas tú?! —rugí y sentí sus garras clavarse en mi espalda—. ¡¿Dónde estabas tú en ese momento, Nohak?!
Comenzamos a luchar allí, porque no iba a permitir que hablara de Thara y empeorara mi martirio diario. Tampoco iba a permitir que matara a una hembra capaz de hablar, y menos a una que estaba dispuesta a todo por su cría, pese a su terror.
Soy mucho más fuerte y grande que él, por eso pude derrotarlo fácilmente, aunque no pude evitar las heridas en mí. Lo retuve en el suelo y rugí en su cara para demostrarle quién mandaba allí, quién podía matarlo de solo quererlo.
—¡Sal de mi vista, Nohak! ¡Sal de mis tierras y vuelve al pozo donde están todos los nuestros!
Su cuerpo comenzó a encogerse y quedó bajo de mí sin su forma salvaje, con su largo cabello dorado esparcido entre el barro y el musgo y sus grandes ojos verde claro posados en mí, con toda su piel dorada y manchada. Y sé que lo hizo a propósito, lo hizo porque es consciente del parecido que compartía con Thara. Lo hizo porque sabía que solo con eso podía desestabilizarme por completo.
—¿Te sientes culpable, Knox? ¿Por eso salvas a una criatura estúpida solo porque defendió a su cría? Es lo que haría cualquier hembra por instinto —gruñó bajo mi cuerpo salvaje—. ¿Crees que la culpa se irá con eso? Puedes salvar a todas las hembras del mundo ¡y aún así Thara no regresará por tu culpa!
Volví a rugir en su cara, llenándolo de baba, y él solo sonrió de esa forma socarrona que tanto detestaba. Se burlaba de mí el maldito, se burlaba y disfrutaba de mi pesar.
—Pregúntate dónde estabas tú, Knox.
Me escupió con asco y me hice a un lado para permitir que se fuera. No lo quería en mis tierras, no lo quería cerca de mí abriendo las heridas que creí cerradas hace tanto tiempo.
—Sal de mi territorio, Nohak, es mi última advertencia —gruñí.
Él se puso de pie y tomó su lanza, aunque no perdió oportunidad de dirigirme esa sonrisa de triunfador que tanto detestaba.
—Ten cuidado, Knox. El clan aún no perdona tu deserción, están atentos a cualquier pequeño error que cometas —sonrió con maldad—. Estaré atento para ver tu caída.
Lo vi alejarse entre los frondosos árboles de la selva, con sus heridas sangrantes y una pierna algo coja. Nohak era el segundo mejor cazador del clan, porque yo era el primero. Lo observé hasta que desapareció entre el verdor y su fuerte y desagradable aroma se perdió entre el viento.
En una época habíamos sido como hermanos, mejores amigos, guerreros que luchaban juntos y cazadores que llevaban comida al clan en equipo. La imagen de ambos tomando vino juntos llegó a mis recuerdos, junto a las largas noches de risas y juegos. Las ceremonias a la diosa que jamás nos perdíamos, o los bocadillos de carne que robábamos de niños para escabullirnos del líder o nuestros padres.
Y recordé, por sobre todas las cosas, que habíamos sido familia.
Habíamos sido hermanos, pero todo eso se había acabado. Se acabó tan rápido como toda felicidad en mi vida.
Dando un largo suspiro dirigí mi mirada hacia donde antes estuvo esa extraña hembra. Ya no se encontraba allí, había huído. Bien, inteligente después de todo, o tal vez solo instintiva.
Tenía mucha curiosidad por saber si en verdad podía hablar o solo imitar sonidos, por lo que caminé siguiendo su aroma. Sentía aún la angustia en mi pecho y el dolor lacerante que amenazaba con consumirme. Sacudí mi cabeza para borrar la voz de Thara de mis pensamientos, y también eliminar esa gran bola de espinas en mi garganta.
Seguí el rastro de aroma y las frescas huellas en el suelo húmedo hasta cerca de la entrada al territorio de los koatás. Allí la vi en el suelo, boca abajo pero protegiendo a su cría con todo su cuerpo. Extraño, ¿estaba yendo directo con ellos? ¿Por qué si no es una koatá? No tiene sentido.
Me acerqué con sigilo, la hembra tal vez no me oyó, pero mientras más me acercaba me di cuenta de que no estaba despierta. Se había desmayado, quizá por el miedo o por el agotamiento. ¿Habría comido lo suficiente? Corrió largos tramos y luchó contra uno de nosotros, eso agota a cualquier pequeña hembra.
Me aseguré primero de que respiraba, tal vez su corazón se había parado por el miedo, como otras pequeñas criaturas. Respiraba y también oí su corazón, así que intenté moverla con la cabeza para ver si conseguía despertarla, sin éxito alguno. La hembra estaba en verdad inconsciente y no respondía a mis intentos por que abriera los ojos.
—De acuerdo, extraña criatura, no me dejas otra opción —suspiré y le quité el porta niños del torso, para poder liberar a su cría que lloraba—. Es muy pequeño, ¿qué clase de criatura son? Nunca vi una cría así.
Primero observé a la cría, pequeña y con apenas un mechón negro de cabello en su cabeza. Tenía sus ojos abiertos y lloraba sin parar, sacudiendo sus diminutas manos. Luego observé a su madre en silencio, porque era algo parecida a los machos salvajes e incivilizados. Su piel era como la tierra rojiza cerca del río, como la arcilla, y parecía libre de pelo, excepto en su cabeza. Tenía el cabello largo y enmarañado, con ondas como las lianas rebeldes en un color negro, como mi propia piel. Su cuerpo era algo ancho, probablemente por el embarazo, porque tenía pechos grandes y caderas amplias.
Con mi cabeza la levanté para subirla sobre mi espalda y así poder cargarla hasta la aldea de los koatá, y con mi boca mordí la tela del porta niños para poder llevar colgando a la cría llorona.
Qué recuerdos.
Qué recuerdos de cuando Mashalweni solo lloraba y lloraba…
La bola de espinas regresó, por lo que mordí la tela para concentrarme en la sensación de mi mandíbula apretada, y no en los recuerdos.
Se sentía extraño volver a cargar a alguien en mi espalda, y también volver a oír tan de cerca el llanto de una cría. No estaba seguro de cómo sentirme al respecto.
Cuando llegué al árbol límite, que dividía mi territorio del de los koatás, dejé a la cría en el suelo y llamé con un grito a Mekaal. Como la cría aún no dejaba de llorar le quité un poco de su cobertura de telas y con mi nariz le acaricié la panza, esperaba que eso fuera de ayuda. No estaba seguro de cómo se tranquilizaba a la cría de otra raza.
Los koatá llegaron enseguida. Aún se sentían muy nerviosos ante mi presencia, y no era para menos, soy el único nawel que no los caza. Yo en su lugar desconfiaría del depredador que estuviera cerca, aunque bueno... A mí me seguía poniendo nervioso la presencia de Mekaal.
—¡No! —chilló Shali, la hermana menor de Yoyo—. ¡Knox, no los toques!
—Los traje literalmente aquí para mantenerlos a salvo, ¿de qué hablas, Shali? —me quejé con molestia—. Fueron atacados por uno de los míos, ya sabes lo que pienso de mi territorio.
—Ella es un ser inteligente, Knox —dijo Mekaal, de brazos cruzados frente a mí. El gran guerrero que hasta mis padres respetaban—. Puede hablar..
Observé el ojo enceguecido de ese gran guerrero, con las cicatrices que habían sido un regalo de la guerra y, en especial, un regalo de mi madre.
—Me di cuenta —dije y me moví para que su gente pudiera quitarla de encima de mi lomo—. ¿Habla de verdad o solo repite sonidos?
—Habla de verdad —explicó el viejo guerrero—. Eso sí, ten cuidado con su madre. Es un guerrero muy temible.
—¿Una hembra? ¿Temible como un kei o como mi clan?
—Temible como tu madre —se rió Mekaal.
—¡Ah, mierda! Eso es mucho —me reí con él y señalé con la cabeza a la hembra—. Se desmayó, no sé si por miedo o hambre, denle algo de comer.
—Se supone que no debía salir, si lo hizo es por hambre —dijo Shali con la cría en los brazos—. No fui estos días, no me di cuenta. Estaba ocupada con el parto de mi hermana. Lo siento, Uri, ahora te pondré en el pecho de tu madre.
—¿Uri? ¿Qué clase de nombre es ese? —siseé.
—Uno humano. Son humanos, Knox. No son de nuestro clan, son una raza distinta. Él es macho, y aunque no tiene pelo es muy lindo —Vi a Shali refregar su nariz en la del pequeño, me pareció adorable. Sería una gran madre cuando consiga un compañero.
—¿Qué hay del padre de la cría? —pregunté con curiosidad.
—No tiene, y ella se niega a hablar al respecto —agregó Mekaal—. Suponemos que murió, o tal vez era un salvaje que la abandonó a su suerte.
Hice un largo gruñido al pensar, porque eso explicaba por qué una hembra recorrería mi territorio con su cría en brazos. No tenía nadie que cace para ella, o que recolecte frutas si es que su alimentación es como la de los koatá.
—Una pena, no sobrevivirán las tormentas así —dije en un murmullo y miré a Mekaal directo a los ojos negros—. Cuando despierte dile que si vuelve a verme no huya, no cazo seres hablantes.
—Se lo dijimos, pero tal vez no supo que eras tú, Knox. Es nueva por aquí.
—¿Nueva, eh?
Eso explica por qué nunca antes había sentido su olor. Me daba mucha curiosidad porque su aroma había aparecido de la nada misma.
—¿Les molesta si me quedo a descansar cerca? Quisiera hablar con ella cuando despierte.
—Puedes hacerlo pero en tu territorio, pones nervioso a los ancianos y mucho más a los jóvenes —se quejó Mekaal.
—Tienen motivos, la fama de mis padres habla por mí —dije con una risita y me alejé poco a poco—. Igual que la tuya, Gran Mekaal. Mi pueblo aún te teme.
Me acerqué hacia un árbol, el cual trepé rápidamente para poder descansar sobre una rama. Desde allí observé a los koatá alejarse, pero ese gran y feroz guerrero me miró por unos instantes más. Quizá para tratar de adivinar mis intenciones. Quizá para vigilarme. Quizá, tal vez, solo porque recordaba la humillante conversación que tuvimos varios solsticios atrás...
Seguía cansado, y estaba herido. Necesitaba dormir un poco antes de hablar con la extraña hembra.
Estar en mi forma salvaje me quitaba mucha energía. Pelear con Nohak solo me hizo sentirme más agotado aún. Debía dormir al menos un poco, y comer mucho más. Resistiría el hambre por el momento, pero cerré mis ojos para dormir, rogando que esas terribles imágenes de gritos y desgracias no invadieran mis pensamientos.
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