Capítulo TRECE

A veces venía Knox a visitarnos, se quedaba algunas horas para jugar con Uri y hablar conmigo, incluso con mi madre. Sin embargo, aunque creí que aceptaba más a los hombres, gruñía cada vez que uno de ellos se acercaba a mí. Había hablado con él sobre la posibilidad de dejar el búnker y vivir en la selva, pero al igual que siempre él había dicho que era una mala idea sin un compañero. Estaba cansada de vivir rodeada de metal por todas partes, y aunque la selva era ruidosa y apestosa, había aprendido a amarla. Ahora era mi hogar.

—No quieres que viva en la selva por los peligros, pero tampoco te gusta que esté cerca de los hombres. Lo siento, Knox, pero en alguna parte debo vivir y si estoy en el búnker tendré que vivir con ellos —siseé con algo de molestia mientras ayudaba a Uri a ponerse de pie, pues estaba esforzándose por hacerlo solito aunque siempre caía.

—No los quiero cerca de ti —gruñó con esa profunda y grave voz.

—Dijiste que no era buena idea que me mudara a la selva, así que no me queda más opción que estar cerca de ellos —suspiré.

Dan se acercó para preguntarme algo sobre una planta que conseguí no muy lejos de las guaridas de mi amigo, y Knox le gruñó con tanto odio que el pobre hombre dio un salto hacia atrás.

—¡Tranquilo, es un amigo! —chillé.

—Dios, Erin. Controla a tu bestia —resopló Daniel.

Knox se estaba portando muy extraño los últimos tiempos, así que decidí que ya no nos veríamos cerca del búnker para evitar que hiciera sentir incómodos a los demás. Solo parecía estar tranquilo cuando nos alejábamos de ellos. Incluso se había esforzado en enseñarme a cazar con la lanza, para mantenerme a salvo. Me enseñó a colocarla correctamente en las manos y cadera, incluso mejor que mamá y con mucha más paciencia. Me hizo practicar distintos movimientos ágiles de defensa y ataque simultáneos. Era un buen maestro.

—¿Le enseñabas a los otros en tu clan? —pregunté mientras hacía esos movimientos. Estaba algo cansada y mis brazos pesaban, pero era algo útil.

Miré de soslayo a Knox jugando con Uri, estaba en forma salvaje nuevamente y corría de un lado a otro para hacer reír a mi bebé, como un gatito gigante.

—Sí, los mejores cazadores le enseñan a los otros —dijo y ronroneó cuando Uri lo abrazó con cariño.

—Babá —balbuceó mi pequeño.

Estaba aprendiendo a hablar, ya me decía mamá. Bueno, en realidad me decía «mamama» pero era un buen comienzo.

—Babá para ti también, pequeño de mi corazón —le dijo en voz baja, con un ronroneo feliz. Luego alzó la mirada para verme—. Mi abuelo, el padre de mi padre, era el maestro de guerreros y cazadores hasta que mi madre fue mejor. Mi abuelo se retiró, ella se convirtió en la maestra y mi padre en el maestro de guerreros. Yo, al ser el más fuerte, tuve ambos puestos pero lo compartí con Nohak.

—Dudo que Nohak sea tan buen maestro como tú —sonreí—. Lograste en semanas lo que mi madre no logró en meses.

—Tu madre y mi madre se habrían llevado bien —dijo con una risita divertida—. Igual de estrictas y duras.

Apreté los labios. Tal vez en eso, pero por todas las anécdotas de Knox su madre fue una madre presente y cariñosa, mientras que a la mía la vi muy poco durante mi infancia y nunca fue muy afectuosa que digamos.

Me detuve a descansar, porque estaba algo agitada y mis brazos ya dolían lo suficiente. Había logrado clavar la lanza dos veces en un mismo punto, sin soltarla. No era mucho pero me parecía un buen logro a festejar.

Me acerqué a ambos, sudada y seguramente apestosísima, pero necesitaba sentarme un momento y beber agua. Observé la copa de los árboles. El sonido de las aves era tan estruendoso, pero me había acostumbrado a ellas. Me había acostumbrado al mal olor de la selva, a sus caminos fangosos y a todos sus peligros. Me sentía lista para vivir allí.

—Creo que podría sobrevivir aquí —murmuré, mirando los árboles—. Llevo casi dos años en una caja de metal bajo tierra, y dormí allí por quinientos años. Quiero despertarme y oír a las aves, y oír a los molestos insectos que no se callan jamás. Quiero vivir de verdad.

Mi dulce amigo dirigió la mirada hacia mí.

—Está bien —dijo Knox mirándome fijo y con intensidad, con un ronroneo bajo—. Construiré para ti una casa amplia para que vivas con Uri.

Lo miré con sorpresa. En la cultura koatá y nawel ofrecer una casa tenía un significado romántico, pero... ¿era eso, o solo lo hacía porque se cansó de oírme decir lo mismo?

—¿Lo harás? ¿No tenías miedo de que algo nos sucediera?

—Nada puede sucederles si estoy lo suficiente cerca.

Lo abracé con una gran sonrisa y vi su cola balancearse. Ronroneaba de esa forma que me gustaba mientras refregaba su cabeza contra la mía.

—¿Construirás una casa para mí? —pregunté con el rostro reposando en su lomo—. ¿Harías eso?

—La más grande y perfecta, solo para ti.

No dije nada. Me mordí los labios tratando de no ilusionarme. Tal vez solo intentaba ayudar, tal vez no era ninguna propuesta ni tenía un interés romántico.

~ • ~

A veces iba con Uri a ver cómo avanzaba la construcción de mi casita, otras veces iba sola porque mamá quería tenerlo y llevarlo de paseo. Era fascinante ver a Knox en su forma humanoide trabajar arduamente por construirme un hogar. Sus músculos se tensaban ante el esfuerzo y el sudor los hacía resaltar más. Me gustaba su aroma, era atrapante, como a madera y pimienta a la vez.

Yoyo se había ofrecido a ayudar, pero Knox rechazó la oferta. Así que los días en que iba yo sola me ponía a trabajar con él. Y mientras que Knox se ocupaba de armar el techo, yo me encargaba de cubrir las paredes con barro y arcilla mezclada. Nos divertimos mucho en la construcción, nos ensuciábamos mutuamente en modo de broma y nos reímos hasta que nuestros estómagos comenzaban a doler.

—Soy tan feliz —murmuré con una sonrisa, viendo mis manos llenas de barro y mi casita ya casi terminada.

Me detuve a mirar el interior para admirar el que sería mi hogar. Knox había diseñado dos habitaciones y un comedor amplio, con una construcción especial para hacer fuego y que yo pudiera cocinar, además del cuarto de baño. Había quitado un par de árboles para que no estorbaran, con tanta fuerza y habilidad que solo pude admirarlo boquiabierta.

—Allí podrás tener tu jardín para huerta —dijo, algo jadeante y con hacha en mano—. Y para tus plantas medicinales.

Fui tan feliz al ver mi hogar a medio construir. Habíamos escogido una ubicación estratégica para poder estar lejos de los naweles y los keies, pero cerca de los koatá y el búnker. Para poder visitar a mamá, a Yoyo, Shali e incluso a Ilmaku, con quien seguía hablando y siempre me daba buenos consejos.

Esa noche, con una antorcha iluminando, finalizamos la construcción por completo y admiré mi bello hogar. Recorrí su interior para imaginar dónde colocaría cada objeto. Yoyo había prometido hacerme las mejores canastas. Shali dijo que me haría los más bellos tapices y alfombras, y su madre me bordaría almohadones. Mi madre, que resultó estar celosa de que Shana me regale cosas, prometió darme toda la vajilla y ollas de hierro fundido del búnker. Ellos usarían las de Marc y Dan.

—¿Te gusta? —susurró Knox tras de mí con esa profunda voz que me volvía loca.

—¡Me encanta!

—Estás toda embarrada, lamento haberte hecho trabajar —dijo y con sus dedos corrió un mechón de cabello tras mi oreja.

—Yo quería hacerlo, quería construir mi hogar contigo —dije con una sonrisa.

—Quería hacerlo solo y ofrecerte un hogar seguro —susurró, mirándome fijo—. Pero también me gustó que trabajemos juntos.

Me tomó de las manos con suavidad, con barro seco allí, y las observó con una sonrisa.

—Ven, te llevaré a un lugar bonito para bañarte.

Salimos de la choza y me dio la espalda para quitarse los pantalones, luego tomó su forma salvaje para que pudiera montarlo. Sentí mis mejillas arder al ver su redondo trasero allí y su cola, y cuando ya estaba transformado me subí en su lomo.

Jamás había recorrido esa parte de la selva. Vi paisajes hermosos, iluminados por las estrellas y la luna llena en el cielo, de un bello color amarillo brillante como los ojos de él que tanto me encantaban.

Vi a los kei, eran tan feos y escamosos, pero tan grandes y musculosos a la vez. No eran tan grandes como Knox, pero sí bastante más que los koatá. A su manera tenían rasgos distintos, pero eran feísimos los pobrecitos, a diferencia de los majestuosos iwase. Los vi mientras recorríamos nuestro camino, se sobresaltaron cuando pasamos cerca, pero los vi bajar los hombros con relajación cuando notaron mi presencia y a Knox. Eran tan hermosos, tan perfectos. Las criaturas más bellas en el mundo.

Al ver una hermosa cascada que formaba a su alrededor una piscina aguamarina sonreí con ilusión. Bajé con cuidado de su lomo para admirar la belleza del lugar, el sonido del agua al caer y el zumbido de los insectos entre las plantas. Observé el reflejo de la luna llena en el agua calmada e inspiré el aroma de las flores cercanas, que daban un dulzor único al aire alrededor.

—Es hermoso —dije con una gran sonrisa.

Él se acomodó al borde, con la cabeza posada en sus patas delanteras mientras que yo me desvestía. En otro momento tal vez me habría escondido para que no me viera desnuda, pero ya era muy consciente de lo mucho que él significaba para mí. También era consciente de la forma en que encendía mi cuerpo, y pensé que, tal vez, esa era una buena ocasión para ser coqueta.

Los naweles eran conservadores, pero Knox había cambiado mucho desde que lo conocí. Tal vez, si de verdad le atraía, podría hacer una excepción a mi comportamiento indecoroso.

Le di la espalda para meterme en el agua, con una risita por la sensación fría contra mi piel. Luego el agua se sintió más cálida cuando mi cuerpo se acostumbró, y desde allí lo miré con intensidad. Tal vez el agua podría ocultar mi aroma, pero mis ojos pronunciarían las palabras necesarias, sin necesidad de decirlas.

Me gustaba Knox, lo amaba con inmensidad y estaba segura de que era recíproco. Había construido una casa para mí, había intentado atacar a cualquier hombre que se me acercara. Tal vez él solo estaba esperando que hiciera la pregunta o diera el primer paso.

Lo oí ronronear de esa forma profunda al verme.

—No entiendo cómo esos humanos te ignoraron —dijo de forma grave y baja hasta producirme un erizar en la piel—. Cómo incluso Ilmaku osó rechazarte.

—Ilmaku me rechazó porque dijo que ya tengo un compañero —dije, sin dejar de mirarlo con ese fuego en mis ojos—. ¿Tú qué crees?

El cuerpo de Knox comenzó a cambiar de forma. Se puso en cuclillas, con las manos en la tierra y su largo cabello que caía por sus hombros. Pude ver toda su desnudez desde mi ubicación, y me animé a mirarlo sin pudor. Admiré la perfección de cada tramo de piel, de cada cicatriz y músculo. Admiré su abdomen de ensueños y miré más allá, hacia los más profundos e indecorosos deseos. Entonces se introdujo en el agua lentamente hasta acercarse a mí. Cada paso que daba hacía latir mi corazón mucho más rápido, y tuve que presionar mis piernas porque verlo acercarse desnudo a mí hacía arder todo el cuerpo. El calor aumentaba y sentí la piel prenderse fuego, y su mirada intensa solo lograba empeorarlo. Mi cuerpo reaccionaba a él por instinto, mi boca comenzó a salivar de solo pensar en besarlo, mis labios temblaron ante ese deseo, y el calor llegó más allá de mi abdomen.

—¿Tú qué crees, Knox? —repetí mirándolo fijo a los ojos cuando se detuvo frente a mí.

—¿Qué creo? —susurró al acunar mi rostro con una mano—. Me haces sentir como si caminara en el cielo, entre nubes y estrellas. Como si los dioses supieran que tu alma inspira a mi alma. Como si supieran que no existe nadie más en el cielo y en la tierra que pudiera hacer bailar a mi corazón como tú lo haces.

Mi corazón comenzó a latir más rápido aún, y no me importaba. No me importaba si se detenía en ese mismo instante, siempre que pudiera verlo a los ojos y sentir sus manos envolverme.

—Me haces querer vivir otra vez. Tengo ganas de vivir —Me miró los labios y luego los ojos, fijamente—. Jamás creí que llegaría el día en que dejara de desear estar muerto, porque morir significa que ya no podré verte nunca más, que ya no escucharía tu voz, tu risa, ni te vería bailar. Y esa, Erin, mi querida Erin, sería la peor muerte de todas.

Sentí que todo el aire en mis pulmones me había abandonado por completo y que terminaría por desmayarme allí.

—¿Ya no quieres morir? —fue lo único que pude decir, con ilusión.

—No —susurró y pasó con suavidad sus dedos por mi cuello. Mi piel se erizó ante ese toque—. Quiero vivir, siempre que sea contigo y Uri.

Me costaba verlo por las lágrimas que inundaban mis ojos, y una a una comenzaron a rodearme las mejillas. Él pasó sus pulgares por mis pómulos para secar cada rebelde lágrima, y noté que él también estaba llorando. Su hermoso rostro estaba cubierto de lágrimas, y su mirada era feliz, lujuriosa y culpable a la vez.

—¿Estás bien? —acuné su rostro entre mis manos.

—Solo pienso en cómo pude estar toda mi existencia sin conocerte —sonrió—. Solo pienso en que mientras me hundía en mi miseria, tú estabas ahí abajo dormida, tan cerca de mí.

Me tomó de la cintura para acercarme a él. Nos miramos fijo a los ojos, bajo esa luna dorada y con la música del agua cayendo a nuestro alrededor. Me acerqué para besarlo con algo de dudas, porque nunca le había preguntado qué pensaban de eso en su clan. Sin embargo él acudió al encuentro con necesidad. Sus labios eran suaves, pero noté su sorpresa cuando introduje mi lengua. Lo sentí jadear y apretó mis hombros entre sus dedos, con deseo.

—Más —rogó, jadeante.

Volví a besarlo con nuestras lenguas húmedas acariciándose por primera vez, y gimió entre besos mientras me aferraba con fuerza. Era tan alto y enorme que debió levantarme del trasero para poder estar cómodos, y solo ese acto tan simple como ardiente me volvió aún más loca. Pasé mis brazos tras su cuello para disfrutar de él, de su calor, de las hermosas sensaciones que me transmitía.

Sentía sus dedos apretar mi trasero con tantas ganas que no pude evitar gemir por lo bajo, y eso volvió el beso incluso más apasionado que antes. Luego él se alejó unos centímetros  solo para apoyar su frente en la mía y así mirarme fijo.

El fuego en sus ojos era incluso mayor.

—Pude olerte —ronroneó y lamió mi mejilla hasta llegar a mi oreja, la cual rozó con un colmillo y eso me hizo estremecer. La humedad en mí rogaba atención, me estaba volviendo loca—. Te olí los días anteriores, mojada y deseosa por mí.

La forma en que lo susurró en mi oído, con esa voz grave y profunda, hizo que mi piel se erizara mucho más y pasé mis manos por su pecho. Su piel era tan suave, como el terciopelo, y tan cálida. Quería tocarlo entero, quería saber hasta dónde él podría aceptar.

—¿Y por qué no dijiste nada? —susurré con mi rostro ardiendo.

—Quería poder ofrecerte un hogar, hecho con mis propias manos.

—Entonces la casa...

—Es un cortejo. Te estoy cortejando, Erin —dijo y refregó su mejilla en la mía, mientras acariciaba mi cuello con sus dedos—. En momentos así se supone que debo decirte que eres mía, pero la verdad es que he sido tuyo desde el principio.

Su aliento en mi piel me produjo un delicioso erizar. Volví a besarlo en los labios y a rozar mi lengua en la suya, que era tan suave en esa forma humanoide. Me animé también a recorrer su cuerpo con las manos, cada línea y músculo, y no dejaba de sorprenderme lo enorme y macizo que era. Mi corazón saltaba de alegría, mis ojos se humedecían por la emoción de saber que era mutuo, y mi cuerpo rogaba sentir su lengua en todas partes.

Lo tomé de la mano para guiarlo fuera del agua y así poder acomodarnos mejor. Quería mostrarle todo el mundo de placer que se había perdido, por eso besé cada tramo de piel en él y disfruté de la forma en que temblaba ante cada toque. Knox parecía algo sorprendido pero también muy curioso, y sus ojos lujuriosos demostraban lo muy dispuesto que estaba a aprender cosas nuevas. A disfrutar de lo que podía ofrecerle. Se estremeció por un momento cuando me puse de rodillas y observé con una sonrisa su gran erección palpitante.

—Erin, no es necesario que... —balbuceó y tembló cuando lo envolví con la mano.

—Te deseo, Knox, y te necesito —dije y me relamí mientras la mano subía y bajaba, y él se estremecía por ello—. ¿Quieres que siga?

Me miró con vergüenza, pero con tanta lujuria a la vez. Sus dedos con largas uñas en garra se aferraron a la tierra dejando marcas, como si se estuviera conteniendo.

—No te contengas.

—No quiero lastimarte —susurró y volví a subir y bajar, por lo que volvió a jadear—. Ha pasado... mucho tiempo y... no quiero lastimarte.

—No me vas a lastimar.

Dejé de mirarlo a los ojos y miré directo a esa delicia en mis manos. No era tan distinto a un humano, excepto por la textura que tenía como púas redondeadas. Las espinas de las que me había hablado, pero no eran puntiagudas y no lastimaban mi mano. Se sentía extraño pero muy sexy, tan prohibido. Tan distinto. Era una textura rugosa que me hizo relamer y llenar de saliva de solo imaginar cómo se podría sentir.

Ya sin dudas lo envolví con mis labios y se estremeció mucho más, gimiendo ante el roce de mi lengua. Debido a la extensión debí ayudarme con una mano que moví arriba y abajo, porque mi precioso Knox era enorme en todas partes. Sus dedos con uñas largas y filosas se aferraron a mi cabeza con su cuerpo tembloroso. Cada suspiro y gemido que liberaba, con esa voz profunda que me volvía loca, conseguía encenderme mucho más. Gimió ante mi toque, mientras más lo saboreaba. Oírlo suspirar de placer era mucho más sexy de lo que alguna vez pude haber imaginado.

Mis labios y lengua lo envolvían en una danza de pasión y suavidad, pero disfruté también de acariciarlo. De rozar con mis dedos esas cicatrices que lo llenaban, y de rodear cada músculo mientras lo saboreaba con hambre.

—Erin… —suspiró.

Me apretó con más fuerza, pero me hice a un lado porque quería subirme en él. Quería montarlo y demostrarle que podía con esto, y que no iba a lastimarme. Sin embargo me sorprendió cuando me tomó de los muslos para levantarme del suelo con rapidez. Entonces miró mi entrepierna allí, con una sonrisa pícara, pero justo cuando sacó su larga lengua para devolver las atenciones, se detuvo por un instante.

—¿Qué es esto? —preguntó al rozar mi clítoris con su dedo, lo que me produjo una gran ráfaga de placer.

—Es el clítoris, ¿las mujeres naweles no tienen? —suspiré, y por sus ojos curiosos supuse que no—. Si se trata brusco produce dolor, si se lo trata con cariño produce mucho, mucho, mucho placer.

Eso pareció gustarle por el ronroneo que hizo, y volvió a rozarlo con suavidad. Quizá comprobaba cuánta presión era necesaria, pero estaba tan encendida que solo esos pequeños toques se sentían muy bien y me retorcí de placer soltando un fuerte gemido.

—Dime si lo hago mal —ronroneó.

Al instante me tomó del trasero para hundir su rostro allí y así lamer y besar todo. Hacía círculos que me obligaban a curvar mi espalda, y luego bajaba suavemente para juguetear en otras formas. La humedad y calidez de su lengua rozaba mi clítoris con tanta suavidad que sentí que podría explotar de tanto placer. Lo sentía en todas partes, y tan intenso. Mi corazón bombeaba fuertemente y el sudor me recorría la piel. Entonces me aferré a su largo cabello negro, incapaz de contener los fuertes gemidos. Intenté reprimirlos para evitar gritar tanto, pero era imposible; hacía tanto tiempo que no era tocada, tanto tiempo sin sentir placer, y Knox se estaba tomando su tarea muy en serio.

Sentía sus garras en mi trasero, clavándose mientras me devoraba de la forma más deliciosa existente, y no me soltó sino hasta que mis piernas temblaron de placer. La tensión comenzó a llegar a mi abdomen, y el calor aumentó hasta que sentí que podría explotar. Solo un instante después mis músculos se tensaron y relajaron por el orgasmo. Fue un momento único, y comencé a reír por las nuevas sensaciones, por los nervios y la felicidad.

—¿Estás bien, lo hice mal? —preguntó al clavar en mí su mirada de oro.

Negué con un movimiento de cabeza porque no era capaz de hablar. Le sonreí en medio de mi éxtasis y dije lo único que fui capaz de pronunciar.

—Eres perfecto.

Jadeante, y aún deseando más, me ubiqué a horcajadas sobre él y envolví su cuello con mis brazos. Nos besamos nuevamente, y esto no fue solo placer. Este momento era más, era conexión. Lo miré fijo a los ojos y él suspiró ante el primer contacto, mordiéndose los labios con esos sexys colmillos. Me miraba fijo mientras me movía suavemente, y el roce de esas espinas redondeadas se sentía muy bien. Se sentía increíble. Se sentía mejor que cualquier otra cosa.

—Oh, por Dios, Knox —jadeé ante la sensación de esas espinas, y él me apretó con más fuerza—. Te amo, te amo tanto.

Me aferró y fundió nuestros labios en un beso, y nos movimos más suave y profundo. Sus dedos me acariciaban con cariño y pasión a la vez.

—Te amo, Erin —susurró en mi oído, y su cálido aliento me hizo estremecer—. Te amo.

Él susurró mi nombre varias veces contra mi cuello, me producía un delicioso erizar de piel, pero Knox no se mantuvo quieto para ser complacido, me giró con tanta habilidad en el aire que parecí solo una muñeca de trapo en sus manos. Me recostó con cariño, como si fuera la joya más delicada y preciosa de todas, y me besó el cuello de la misma forma.

—Quiero verte —ronroneó con esa mirada de fuego.

Así podía ver todo su increíble cuerpo tallado por los dioses mientras se movía con habilidad. Me embistió con fuerza y una oleada de placer invadió todo mi cuerpo, y me besó con la perfecta mezcla de pasión y dulzura. Abracé su cuello para pegarme más a él, compartir nuestro sudor y nuestros corazones latiendo al mismo son, porque ahora éramos uno solo.

Me gustaba su aroma, la sensación de su piel como la gamuza, los profundos suspiros y la forma en que su cabello caía por los lados para rodear mi rostro. Besé su cuello con cariño y devoción, pero quería verlo a los ojos. Esos hermosos ojos almendrados que tenían la esclerótica negra y el iris amarillo, y se veían llenos de éxtasis. Miré su nariz chata que le daba un leve aspecto jaguar, y los colmillos en su boca cuando me sonreía.

Lo amo tanto, maldita sea, tanto.

Él aumentó el ritmo y con un fuerte gemido lo sentí palpitando en mí por su orgasmo, pero incluso así no dejó de moverse para que yo pudiera llegar otra vez. Movía sus caderas en ondas, concentrado en que yo tuviera un buen recuerdo de ese momento. Y mientras besaba mis labios y acariciaba mis senos, sentí mis músculos tensarse y los dedos de los pies se contrajeron ante el nuevo e intenso orgasmo. Luego mis músculos se relajaron junto con la sensación deliciosa del éxtasis.

Nos detuvimos para mirarnos con una sonrisa, jadeantes y muy complacidos. Knox besó mis labios con tanta dulzura, con tanto cariño, que sentí que flotaba en el cielo con él. Me sentí querida y cuidada entre sus brazos.

—Ven —dijo, jadeante, y apoyó su espalda en un árbol para que pudiera acurrucarme en su pecho al envolverme entre sus brazos—. Mi Erin, mi pequeña y valiente compañera.

—¿Valiente? —me burlé.

—Enfrentaste con tus piernitas temblorosas a Nohak —susurró y besó mi frente al abrazarme—. Es el más fuerte luego de mí, claro que eres valiente.

Comencé a hacerle caricias en el rostro mientras lo observaba a los ojos. Sentía que estaba en un sueño, porque no podía ser real tanta felicidad, tanto placer, ni tener ese hombre mirándome con esos ojos, con esa mirada llena de amor y devoción.

Por largos minutos nos quedamos allí, aferrados el uno al otro, aún jadeantes. Nos mirábamos a los ojos como si ambos tuviéramos las mismas dudas en nuestros pensamientos, como si ambos creyéramos que no era real. Pero lo era. Era lo más real en mi vida.

—Me vuelves loco —suspiró, haciendo un camino de besos por toda mi cabeza—. Me encanta todo de ti, Erin.

Sus dedos rozaron mi piel con delicadeza, recorrieron la curvatura de mi cuello, los hombros y los senos, donde se entretuvo comprobando su peso. Siguió acariciándome por completo, no con lujuria, sino con cariño, hasta llegar a mi abdomen blandito y más lleno. Su tacto se volvió más seguro allí, y con sus dedos dibujó la línea de mis estrías. Quise hacerlo a un lado porque me avergonzaba mucho de todo ello, de mi abdomen flácido, de esas estúpidas estrías por el embarazo.

Sus dedos enmarcaron mi rostro, incitándome a verlo fijo a los ojos. Seguíamos jadeantes, y él seguís teniendo la mirada más caliente de todas.

—Todo —ronroneó—. No hay una parte de ti que no me guste. Me encanta todo, incluso lo que odias. Me encantas. Me vuelves loco.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero me obligué a parpadear para eliminarlas y lo abracé del cuello, escondiendo el rostro en su hombro. Quería estar pegada a él, quería seguir sintiendo su piel tan suave contra la mía. Quería que este momento fuera eterno.

No hablamos mucho, yo aún pensaba en lo que habíamos hecho, en las sensaciones nuevas que desconocía, y en el amor que él sentía por mí. Knox se encargó de limpiarme con cariño y devoción, porque ya sabía lo que eso significaba en su cultura. Limpió mi piel para eliminar el sudor de ambos, y también otros fluidos. Lo hacía con suavidad y dulzura,  con tanta devoción que me sentí incluso más amada que antes.

Luego fuimos de regreso hacia una de las guaridas más cercanas, para poder descansar juntos en la cama, con comodidad. Estábamos recostados de perfil sin correr nuestras miradas, mientras nos hacíamos caricias al rostro, aún incapaces de creer que todo esto era real. La luz de la luna entraba por las pequeñas rendijas entre los palos que hacían de pared, y me permitían admirar su bello y perfecto rostro.

—¿Eres real? —me preguntó en un susurro—. Yo, Knox, ¿tengo derecho a tanta felicidad, a vivir nuevamente? ¿Tengo derecho a amarte?

—Soy real —dije y posé mi palma en la suya, más grande que la mía, y entonces entrelacé mis dedos con él—. Tienes todo el derecho a vivir, amar y ser feliz.

Con su pulgar me acarició el dorso de la mano, con una sonrisa.

—¿Puedo decir algo? —susurró, pero sus rasgos se volvieron tristes—. No quiero arruinar el momento...

—Lo que desees, siempre.

Se mantuvo en silencio por un instante.

—Cuando me di cuenta de todo, de que llevaba varias lunas sintiendo esto, me sentí muy culpable —dijo y bajó la mirada—. Por Thara.

—Lo entiendo, Knox —susurré al correr un mechón de cabello tras su oreja—. Yo no tengo pensado ocupar su lugar, nunca. Hay suficiente espacio aquí para ambas —Apoyé la mano en su pecho, justo para sentir sus latidos.

Alzó la mirada para verme a los ojos en silencio, quizá creyó que me ofendería, pero ¿cómo podría ofenderme? Era viudo, y ese era un dolor que lo acompañaría siempre.

Sus ojos se llenaron de lágrimas ante mis palabras y una a una comenzaron a caer por sus mejillas. No estaba segura si por felicidad o tristeza, por eso lo abracé y hundí mi rostro en su pecho, donde podía oír el acelerado latir de su corazón.

—Ya sabes que en mi clan hay dos tipos de compañeros —dijo él al abrazarme—. Compañeros porque es conveniente. Como mis padres, que se eligieron solo porque eran fuertes y tendrían una cría fuerte. Y aunque se respetaron y quisieron mucho, jamás se amaron.

—¿Y el otro tipo?

—Por amor —Sentí sus dedos aferrarse a mi espalda—. Porque imaginar la vida sin esa persona suena a martirio, y solo imaginar no tenerte conmigo duele, Erin.

Me alejé unos centímetros solo para poder verlo, sequé sus lágrimas con los dedos mientras le dedicaba una sonrisa, y él devolvió con otra antes de continuar.

—Yo escogí a Thara porque me gustaba y la quería —susurró, algo temeroso—. Ella me escogió porque era conveniente por mi fortaleza, pese al claro problema que representaba mi piel tan distinta en el clan. Ella no me amó, Erin. Y… tal vez sea estúpido, pero la tormenta en mi cabeza no para, ¿tú… me amas en verdad, o es conveniente para ti?

Lo tomé de la mano para que sintiera los acelerados latidos en mi pecho.

—¿Lo sientes? Es lo que provocas en mí —dije con una sonrisa—. No sé si es o no conveniente, lo único que sé es que me enamoré de ti y… aún así… —la angustia llegó a mi voz, que comenzó a quebrarse—. Aún así estaba dispuesta a dejarte ir, Knox. A tu lado me siento en paz, y creo que no existe nada más hermoso que eso, que sentir paz junto a alguien. Y no la paz que ofrece estar a salvo porque eres fuerte, la paz que me ofrece tu corazón, que me hace creer que puedo lograrlo todo.

Volví a aferrarme a su pecho, para sentir los latidos de su corazón y la calidez de su piel, o el cariño de sus brazos al envolverme.

—¿Tú me amas, estás dispuesto a estar conmigo aún sabiendo que no podré darte hijos? —pregunté con una notoria angustia en mi voz—. Porque soy una humana, y sería imposible.

—En este mundo no hay imposibles —dijo y nos volteó para recostarme sobre él—. Para mí era imposible que un humano hablara, que la gente viviera bajo tierra, que alguien pudiera dormir por quinientos solsticios. Y sin embargo aquí estás, conmigo.

—Knox, es distinto, yo no…

—No importa —sonrió—. No importa, Erin. No importa si jamás concebimos un hijo, porque tuve a Masha, que me guía desde las estrellas, y ahora tengo también a Uri.

Las lágrimas en los ojos me impedían verlo bien, hasta que una a una comenzaron a caer por mis mejillas. Sentía tanta felicidad que no conseguía dejar de llorar.

—¿Uri? —pregunté con un sollozo, solo para asegurarme—. ¿Lo dices porque es deber del macho cuidar de mi cría ahora que somos compañeros?

—Lo digo porque lo amo —Besó mis labios con cariño y luego mi cuello—. Lo amo, Erin. Tanto como te amo a ti.

Me recosté en su pecho y sentí sus cálidas manos hacerme caricias en la espalda y el cabello. Dejé ir un largo suspiro relajado, porque me sentía en paz.

Con Knox siempre me sentía en paz.

—Erin —susurró, sin dejar de hacerme caricias y me moví para poder verlo al rostro—. Quiero que seamos otro tipo de compañeros, unidos ante la luna. Quiero que vivamos juntos en esa construcción que hice para ti. Quiero que criemos juntos a Uri.

—¿Unidos ante la luna? —repetí con sorpresa.

Tomó mi mano con una sonrisa y lentamente la llevó a sus labios para poder depositar un beso.

—Las parejas que se unen ante la luna prometen amarse y protegerse hasta el fin de los tiempos. Se hace un pequeño ritual y una fiesta que dura tres días —explicó y volvió a besar mi mano—. No tiene que ser ahora, puede ser en otro momento.

Sentí mi rostro y mi cuerpo arder por completo, porque me estaba pidiendo matrimonio. ¡En verdad me estaba pidiendo matrimonio! Sonreí con tanta felicidad que esa sonrisa se contagió en su rostro, y nos abrazamos cuando acepté unirnos ante la luna en algún momento.

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