Capítulo SEIS | parte 2

La misión «compañero» continuaba, así que cada día me acerqué más a ese muchacho, Ren, en busca de hablar con él. A veces le alcanzaba un cuenco con comida para que probara, otras veces le llevaba frutas, aunque siempre respondía de la misma forma: encogido de hombros y mirando hacia otra parte.

Por lo general él huía de mí, como si mi presencia le molestara, y otras veces solo me miraba con los ojos abiertos con curiosidad y apenas asentía a lo que yo decía.

Me decidí a ser más directa, por eso cuando las tormentas finalizaron y ya pudimos salir a la superficie, me acerqué nuevamente a Ren que se veía más relajado entre los árboles.

No había muchas mujeres en la selva, así que ciertamente no había más opciones, sus únicas posibilidades eran mi madre y yo, y mamá era muy mayor para él.

Me acerqué con la excusa de que me ayudara a bajar unas frutas, se las mostré con una seña y él con una sonrisa me ayudó. Se trepó al árbol con tanta habilidad que fue inevitable abrir la boca con sorpresa, parecía un koatá por su agilidad y fuerza.

Luego, cuando acabamos de juntarlas, fui mil veces más directa que nunca porque era difícil hablar con él. Posé mi mano en su muslo de forma insinuante y acerqué mis labios a su oído para decirle:

—Gracias, Ren.

Hizo un gesto asqueado al hacerme a un lado.

—¿Qué pasa, no te gusto? —dije con un suspiro—. ¡No hay más mujeres, Ren!

Me dio un pequeño empujón con los dedos para alejarme.

—Ren no gusta mujer usa.

Era muy difícil hablar con él.

—Sí, bueno, en cierta forma es verdad —suspiré, encogida de hombros—. Erin no quiere usar a Ren, Erin solo quiere compañero.

Él negó con un movimiento de cabeza.

—Ren no gusta mujer usa, niño. No bueno hombre mujer usa.

No entendí un carajo lo que me quiso decir, al menos hasta que oí la voz de Yoyo cerca.

—Déjalo, Erin. Los machos de tu raza son unos inservibles —siseó—. Ven conmigo, puedo conseguirte un compañero mejor que ese inútil humano.

Miré a Ren aún sin comprenderlo, pero le dirigí una sonrisa cuando tomé la canasta y me acerqué a mi amigo.

No había visto a Yoyo desde que empezaron las tormentas, traía un par de canastas con frutas recién cosechadas para nosotros, pero lo abracé porque lo había extrañado mucho.

—Uhm, no voy a ser yo tu compañero, sigues siendo muy fea —dijo con una risita pero devolvió el abrazo.

—Tonto, no estaría con un mono feo como tú.

Él tomó la canasta de mi mano para poder llevarla por mí, mientras me contaba sobre lo grande y bello que estaba su sobrino, el hijo de Gimmi, su hermana mayor. Me contó también de Shali, que me extrañaba mucho y no dejó de hablar de mí durante las tormentas, y de Mekaal, que había estado preocupado por nosotras.

—No veía a Mekaal preocupado por humanas —dije con sorpresa cuando dejamos las canastas en la entrada.

—Bueno, estaba preocupado por ti, dijo literalmente que Petra era lo suficiente fuerte para soportar las tormentas.

Tomé a Uri que estaba en los brazos de mi madre para poder ir a pasear junto a Yoyo. Lo coloqué en su cangurera, aunque lo acomodé en mi espalda para que pudiera ver la selva. Después de todo ese era su hogar, y lo sería por siempre.

Yoyo me tomó del brazo para caminar juntos, mientras me contaba las novedades de su gente. Me habló de Ilmaku, e incluso de los dramas y chismes de su aldea.

—Erin, no intentes cortejar a ese humano —dijo de repente con el rostro serio.

—No está saliendo muy bien. No entiendo por qué, no hay más opciones.

—No será tu compañero porque tienes un hijo, porque ya fuiste usada por otro macho —siseó Yoyo—. Al parecer tenías razón y los humanos no son como nosotros, a los nuestros no les importa eso. Ayudar a una hembra criando sola es un deber social.

—¿No le gusto… porque no soy virgen y tengo un hijo? —murmuré, con los ojos abiertos de par en par—. ¡Ah, pero qué hijo de…! ¡Encima que le estaba haciendo un favor, si ni siquiera es lindo!

Pateé una piedra con molestia, nunca me había sentido tan despreciada y horrenda. Entendía que no era tan bella como mi madre, que mis rasgos eran algo más duros y que mi cuerpo era más ancho y curvilíneo, pero… ¿No debería ser algo bueno que sea curvilínea?

Dios, lo odio, qué tipo tan cavernícola.

—Conozco a alguien que podría ser un buen compañero para ti, y que no tendría problema en darte todo lo necesario para tu hijo —dijo Yoyo con una sonrisa bromista—. Aunque tal vez no sea de tu gusto.

—¿Quién, Knox? —pregunté con confusión.

—¡¿Knox?! ¿Por qué pensaste en Knox? —chilló.

—Creí que hablabas de él porque me trae carne de su cacería —dije con una risita—. Pero me alegra que no fuera eso, te hubiese respondido que es mi amigo.

Yoyo me miró con un gesto confundido y cargado de sorpresa, pensé que haría alguna broma al respecto pero solo suspiró e hizo malabares en sus manos con una fruta.

—Hablo de Ilmaku —dijo y llevó la fruta a su boca para darle un mordisco—. Le gustas, lo cual es raro porque lleva mucho tiempo rechazando chicas. Es muy popular, ¿lo sabías?

—¿Popular como tú o popular de verdad?

—Oye, soy muy popular —se quejó y giró para verme—. Hablo en serio, no tuve un solo día de descanso en las tormentas, no dejó de preguntarme cosas de ti.

—¿Y qué le dijiste de mí, además de que soy muy fea y tiene mal gusto? —me reí.

—Justamente eso —se burló al enseñarme la lengua—, pero también que buscabas un compañero que te ayude con Uri. Él dijo que está dispuesto a hacer ese trabajo si tú lo aceptas. ¿Qué piensas, demasiado «mono feo» para ti?

Se oían los pájaros en los árboles y también los dulces gorgojeos de Uri en mi espalda, mirando por sobre mi hombro.

—Si no me queda opción… —murmuré—. No es feo pero… yo soy una humana, somos diferentes especies. ¿Él entiende lo extraño que sería tener sexo juntos, o que no podré darle hijos?

—Uhm… —Mordisqueó nuevamente la fruta—. No sería la primera unión de distintas especies, ¿sabes? Son poco comunes y muy discriminadas, pero a veces sucede.

Lo miré con sorpresa.

—¿Qué especies se han mezclado?

—Principalmente Iwase y koatás, pero también iwase y, aunque te cueste creer, naweles —suspiró—. Esa es la peor unión de todas.

—¿Porque es peligrosa, ya que uno es depredador y otro presa? —Alcé una ceja.

—También, pero iba a decir porque los naweles son muy extremistas con mantener pura su sangre. Un nawel que se mezcla con algo «inadecuado» pierde para siempre el apoyo del clan y son perseguidos.

Dejé ir un largo suspiro.

—¿Y un koatá que se mezcla?

—Oh, no tenemos problema, somos muy abiertos —sonrió y luego me guiñó un ojo—. Los otros clanes nos consideran unos pervertidos por ser tan abiertos sobre el sexo.

—¿Qué tan abiertos son? —pregunté con curiosidad.

—Que dos koatá se unan sexualmente no implica que sean compañeros. Unos compañeros pueden serlo sin sexo, solo por protección mutua y tener otras parejas sexuales —explicó y dio un pequeño giro sobre un pie—. También hay parejas mixtas, ¿sabes? Macho y macho, hembra y hembra. Los otros clanes nos consideran la perdición de todos los valores.

Me quedé pensativa por un momento. Si podían ser compañeros sin necesidad de acostarse, tal vez podría aceptar a Ilmaku, pero si yo le gustaba tanto él seguro querría hacerlo.

—Otro dato curioso, tampoco es usual pero a veces los dioses dicen: «¡Ey! Qué bonita pareja, los bendeciré con una cría» —dijo con una sonrisa—. Hay híbridos por la selva, pero no son muy queridos por los demás clanes.

—¡¿Pueden mezclarse, es una broma?! —chillé, y él negó con una sonrisa—. Bueno, supongo que tiene sentido porque mutaron, no sería mi caso porque no muté.

—Piensa lo de Ilmaku, es un fuerte guerrero, hijo de Mekaal y próximo líder de nuestro clan, y podría mantenerte a salvo a ti y a Uri.

Ilmaku... No era del todo desagradable, era atractivo aunque algo intimidante, pero... seguía siendo una bestia, no un humano.

—Shali una vez me dijo que es tradición cuidar de sus compañeras de cama, especialmente de la primera —murmuré, porque recordaba a Ilmaku ayudando a esa koatá embarazada—. ¿Tú lo haces?

—¡Claro! No es obligatorio, pero nos gusta hacerlo —dijo con una sonrisa—. Siempre les llevo frutas, especialmente a mi primera compañera de cama. Ella ahora va a unirse ante la luna con un chico del clan. ¡Me pone muy feliz!

Lo miré con una sonrisa enternecida, porque Yoyo en verdad se veía contento por la felicidad de esa chica.

Se oyó un ronroneo cercano, y Yoyo corrió directo hacia allí con una gran sonrisa. Como tenía a Uri en mi espalda me apresuré, pero no corrí, porque me gustaba que él pudiera ver bien la selva, su hogar.

Ví a Yoyo hablar con Knox, que estaba herido y parecía de mal humor. Me acerqué enseguida hacia ellos y no dudé en quitar a Uri de la cangurera para poder dárselo a Yoyo y así tener las manos libres. Tenía un pequeño bolso en la cintura con algunos objetos de primeros auxilios, idea de Daniel para momentos de emergencia, y ahora serían útiles para curar a mi amigo.

Knox parecía enojado pero me dejó enjuagar su herida y luego tratarla, aunque gruñía ante cada toque.

—Fue un encuentro con los keies —dijo en un gruñido—. Usualmente podría matarlos muy fácil, pero estoy cansado.

—¡¿Y cómo no vas a estar cansado si llevas varios solsticios sin salir de la forma salvaje?! —lo regañó Yoyo—. A mí me agota estar solo unas horas, ¡tú hasta duermes así!

Knox dio un largo gruñido en protesta.

—Prefiero vivir como salvaje que asemejarme a un humano.

Los miré a ambos con molestia para que cerraran los dos la boca mientras hacía mi trabajo. Knox me miró con curiosidad en todo ese proceso, e incluso me olfateó.

—Apestas a uno de esos machos humanos —gruñó.

—Intenté seducir a uno y me rechazó —siseé y comencé a guardar mis objetos medicinales en el bolsito—. Supongo que no me quedará más opción que quedarme soltera, o ser la compañera de Ilmaku.

—¡¿Ilmaku?! ¡¿Un koatá comedor de bayas y pasto?! —chilló Knox con una mezcla de molestia pero también sorpresa—. Sigue intentando con el humano, usa tus dotes femeninas. ¿Qué le gustan a los humanos de las hembras?

—Se supone que las tetas y un buen culo, yo tengo las dos ¿y qué crees? Me rechazaron —me reí, más por bronca que por diversión.

Knox hizo un largo sonido pensativo y miró a Uri en los brazos de Yoyo, quien lo hacía jugar.

—Lleva a Uri con tu madre, vamos a hablar más seriamente.

Lo miré con confusión pero terminé por asentir. Yoyo entonces dijo que iría a buscar cerveza a su aldea, pues probablemente la necesitaríamos. Yo, como siempre me extraía leche, podía quedarme tranquila por unas horas.

Cuando volví junto a Knox, Yoyo ya estaba allí con un gran jarrón de barro con cerveza, y debido a que estábamos muy «expuestos» nos movimos a la guarida de Knox por allí cerca. Me sorprendió verla, era una choza escondida entre la vegetación, parecía incluso ser parte del paisaje. Al entrar vi un par de pertenencias personales acomodadas en canastas, y amenazó con destrozarnos la garganta si las tocábamos, por eso solo nos sentamos en el suelo para conversar.

—De acuerdo, te deshiciste de Uri y hay cerveza, esto va a ser potente —se rió Yoyo y bebió un trago.

—No hay más hembras humanas en la selva, así que sí o sí eres la única opción —dijo Knox con seriedad—. ¿Los humanos fornican por placer o solo por reproducción?

—Por placer.

—¡Oh! —Vi la enorme sonrisa de Yoyo—. Ya veo a dónde apunta esto. ¡Ya lo sé! Solo métete en su cama desnuda, es un macho, responderá a la provocación.

—Le dan asco las mujeres «usadas», si hago eso me va a tener más asco —suspiré.

—Eso es porque no te ha visto desnuda —dijo Knox—. Hazle caso a Yoyogu, si te ve desnuda responderá. Tienes una figura llamativa.

—¿La tienes? —dijo Yoyo con incredulidad, pues siempre me había visto con ropas sueltas.

Me puse de pie y, solo para molestarlo, desanudé la camiseta de lino para mostrar mis senos. Pude ver cómo se ahogó con la cerveza y comenzó a toser, golpeándose el pecho.

—¡Erin, maldita sea, tendré pesadillas! —chilló.

—Cállate, si están preciosas, ¿o no?

—¡Tienes dos cabezas de nawel en vez de senos! —chilló nuevamente.

Knox me miraba fijo y en silencio, por lo que le dirigí una sonrisa, aunque gruñó por lo bajo y corrió la mirada con molestia. Él ya me había visto desnuda así que no representaba un problema que volviera a verme, no entendí por qué se había enojado.

—Ya entiendo por qué le gustas a Ilmaku —resopló Yoyo.

—La verdad es que ya no quiero a Ren como compañero, prefiero morir soltera a permitir que ese imbécil me toque. Y eso que tengo conocimientos elevados en posiciones sexuales.

—¿Posiciones sexuales? —preguntó Knox, algo confundido.

—Ya sabes, las formas en que tienes sexo.

—Solo hay dos formas —dijo él, con sorpresa.

—¡¿Cómo que dos formas, Knox?! —gritamos con Yoyo al mismo tiempo.

—El macho es quien domina, arriba de la hembra o por detrás de esta. ¿Qué otras más puede haber?

Lancé un fuerte chillido y miré a Yoyo, porque él estaba tan sorprendido como yo.

—Los koatá tenemos varias, ¿cómo puede ser que ustedes solo usen dos? ¡Y las más aburridas!

—Los humanos tenemos literalmente un libro con sesenta y cuatro posiciones sexuales, Knox.

—¡¿Sesenta y cuatro?! —chillaron ambos.

Knox continuaba sin comprender para qué se necesitaban más, si con esas dos ya era suficiente. Tuvimos que explicar que algunas otras posiciones eran mucho más placenteras.

—Los koatá tenemos una muy popular. Erin, ¿me harías el asqueroso honor de ejemplificar? —dijo Yoyo al extender su mano hacia mí.

No estaba segura si era por la cerveza, pero me parecía una idea muy divertida, además me daba pena que los naweles no conocieran más formas de placer. Primero explicamos lo que era el sexo oral, y Knox se mostró curioso pero algo asqueado a la vez. Luego Yoyo me levantó para que me sujetara de los palos del techo, para poder ejemplificar la pose favorita de su especie. Me tomó de los muslos estando colgada y se pegó a mí.

—No se van a poner a fornicar frente a mí, ¿verdad? —dijo Knox en un gruñido.

—¡No, qué asco! —dijimos ambos.

—Solo es un ejemplo visual —agregué.

Yoyo me ayudó a bajar, por lo que ahora era mi turno de mostrar, e hice que se sentara para poder ubicarme a horcajadas sobre él. Eso le pareció curioso a Knox, pero mucho más cuando me volteé para darle la espalda a Yoyo y posé mis manos en la tierra, creando una curva con mi espalda.

Knox abrió los ojos con consternación al verme así, por lo que me hice a un lado, aunque le di una patada a Yoyo solo por molestar. Él me devolvió el golpe, aunque de forma suave.

—Vaya, supongo que ya no puedo ayudarte porque al parecer los naweles somos demasiado tradicionales —dijo con sorpresa, con sus ojos abiertos de par en par—. Créeme, Erin, ese humano tampoco debe conocer todo esto. Vas a conquistarlo muy fácil.

—Ya no me interesa él, seguro elija a Ilmaku —suspiré y me recosté en el suelo junto a Yoyo—. Supongo que es reconfortante saber que si decido tener sexo con él la voy a pasar bien, no me imagino teniendo un orgasmo con un mono pero... Me da curiosidad.

—¡Erin, harás que vomite! —se quejó Yoyo.

—¡Oh, sí, Ilmaku! —fingí un gemido y Yoyo me dio un empujón, por lo que yo también lo empujé a él.

Knox volvió a gruñir con molestia, y se mantuvo en silencio por largos minutos. Bebimos el resto de la cerveza, y luego de bromas y planes para mi futuro, que seguro fracasarían, Yoyo se fue a su hogar porque ya estaba por oscurecer.

Me quedé recostada en el suelo de la guarida mirando el techo que no parecía creado por un jaguar, así que supuse que tal vez lo había construido antes de tomar su forma salvaje. Tenía mucha curiosidad por saber cómo se vería en su forma real, pero sabía cuánto asco le daba parecerse a mi gente. ¿Su piel sería igual de negra que como jaguar? ¿Tendría manchas de rosetas? ¿Qué tan alto sería? ¡Dios, seguro debe verse muy sexy!

—¿En qué piensas? —preguntó Knox al acomodarse a mi lado.

Me acurruqué junto a él, me encantaba apoyarme contra su cálido cuerpo. Siempre me sentía en paz y a salvo con él, sentía a su lado que todo estaría bien.

—Pensaba en cómo te verías en tu forma real —dije en un susurro.

—Soy alto y musculoso, más que otros de mi clase —suspiró—. Y estoy cubierto de cicatrices, así que si te imaginas a un macho atractivo, ese no soy yo.

—Se oye como si fueras muy guapo pero no quieres admitirlo —dije con una risita.

—Créeme, no lo soy. Era el único en el clan con este color de piel que heredé de mi madre. Tal vez lo sería si tuviera el cabello y la piel doradas —bufó.

Alcé la mirada para verlo.

—¿Las mujeres no te consideraban atractivo?

—¿Por mi habilidad de guerrero y cazador? Sí, mucho. ¿Por mi apariencia? Para nada, se dice que el color de la noche es un mal augurio.

Bajó la cabeza algo triste, supuse que tal vez estaría pensando en su familia, por eso traté de cambiar de tema para que sus pensamientos no se concentraran en eso.

—Sé que los koatá tienen distintos tipos de relaciones, y ustedes no. ¿Tampoco tienen compañeras de cama?

—¿Compañeras de cama? —repitió con sorpresa—. ¿A qué te refieres?

Okay... Eso era un no.

—Alguien con quien tienes sexo pero no es tu pareja, estando solteros.

Me miró algo confundido.

—No está bien visto fornicar antes de tener compañero, aunque claro, muchos lo hacen igual —suspiró.

—¿Y cómo hacen con el deseo? —pregunté con sorpresa, y mucha curiosidad.

Él me miró algo molesto, tal vez pensó que me estaba burlando pero no era así, era genuina curiosidad. Entonces dejó ir un suspiro y dirigió la mirada hacia otra parte.

—Uhm... No sé cómo decirlo sin que suene horrible... —murmuró.

—¿Masturbación?

—¡Erin! —chilló, avergonzado.

—¿Qué? Es algo súper normal. Yo lo haría de no ser porque está mi madre y ahora hay más personas. El fuego hay que bajarlo con algo —dije con una risita.

Continuó mirando hacia otra parte.

—Eso no está bien visto tampoco, pero... cómo tú dices, a veces es inevitable. Se supone que está prohibido pero todos lo han hecho alguna vez.

«¿Prohibido? Dios mío, qué gente tan arcaica».

Dirigió entonces su mirada hacia mí, viéndome fijo con sus ojos amarillos brillantes.

—Solo porque tú sacaste el tema —dijo sin correr la mirada—. Nuestro cuerpo es distinto al de otras especies.

—¿En qué sentido?

—Si queremos tener hijos y estar seguros de que va a ser así, fornicamos en forma salvaje para asegurar el embarazo. No es placentero para nadie, ni para la hembra ni para el macho. No nos gusta hacerlo así.

—¿No sienten placer, o es incómodo? —pregunté con sorpresa.

—No sentimos placer en la forma salvaje, y la hembra siente mucho dolor por nuestras espinas. Es horrible —suspiró—. Pero es la mejor forma de asegurar un embarazo.

Abrí los ojos con consternación. ¿Eran como los gatos? Qué horror.

—Thara y yo no lo hicimos así, no podría soportar que sufriera tanto solo por un bebé —Bajó la mirada—. En la forma real es placentero porque nuestras espinas no rasgan ni lastiman, son... más suaves y las hembras dicen que se siente bien, pero cuesta mucho más lograr un embarazo.

—Fue muy amable de tu parte, Knox —dije con voz suave, mientras le acariciaba el lomo.

—La amaba, Erin. Mucho. Ella fue la única hembra con quien he estado, quería cuidarla. ¿No es lo normal, querer cuidar a quien amas? —Lo pronunció con cierta tristeza, así que lo abracé.

—No todos piensan así, pero es bonito que tú sí lo hagas.

Nos quedamos en silencio por largos minutos, solo oyendo la respiración del otro. A veces Knox refregaba su cabeza contra la mía en una caricia, mientras ronroneaba. Su cuerpo vibraba cada vez que lo hacía y me encantaba, era como un gatito gigante.

—Me apena que ese estúpido humano inservible no sepa apreciarte —dijo en un susurro, refregando su cabeza contra mí con esos ronroneos profundos—. Eres muy hermosa.

—No lo soy, pero gracias.

—Sí lo eres. No entiendo qué se le cruza por la cabeza a ese idiota, serías un sueño para cualquier macho.

—¿Aunque haya estado con varios hombres y tenga un hijo estando soltera? —pregunté, considerando la moralidad de su clan.

Él me miró y volvió a refregar su cabeza contra mí.

—¿Eso qué tiene? Eres hermosa, divertida, muy inteligente. Me gusta escucharte aunque a veces dices cosas que no entiendo, y tú también sabes escuchar. Eres comprensiva, dulce y cariñosa. Eres perfecta, Erin. Si un macho no es capaz de ver todo eso en ti, entonces no sirve.

Lo abracé más.

—¿Sabes, Knox? Si fueras un humano serías el hombre perfecto para mí. Podrías ser el amor de mi vida y un buen compañero.

Lo miré a los ojos amarillos que me miraban fijo y con curiosidad, pero también con intensidad. Una intensidad que me hacía sentir muy extraña, animada e incluso coqueta.

—Si no fueras humana, tal vez también podrías serlo —dijo y luego se rió—. Supongo que así es la amistad.

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