Capítulo ONCE
La tenía de pie frente a mí. Sus ojos estaban abiertos con una mezcla de miedo y ansiedad, mientras que de sus labios brotaba toda clase de barbaridad incoherente. En el suelo, frente a nosotros, gateaba Uri por doquier, aunque a veces tropezaba y volvía a levantarse para continuar gateando.
—¿Me estás diciendo que vas a ser la compañera de Ilmaku, aunque él te rechazó, solo para aparentar frente a su clan? —dije en un gruñido.
Uri perseguía mi cola, así que aunque estaba molesto la balanceé para él porque sabía que le divertía.
—Es para ayudar a Shali, no va a ser cierto —insistió, otra vez, con esa estupidez.
—No lo acepto.
Ella parpadeó y me miró con sorpresa, pero al instante dirigió su mirada hacia Uri, que estaba tocando el musgo del suelo con curiosidad y parecía querer llevárselo a la boca. Erin, ignorándome por completo, se agachó para moverlo de lugar.
—Eres mi amigo, no mi padre. Ni siquiera he tenido un padre que me diga qué hacer —dijo en un siseo.
—Solo te está usando —gruñí, con los colmillos apretados—. ¡Se aprovecha de ti, Erin!
—Yo acepté esto, Knox. Te lo estoy contando para que sepas, no te estoy pidiendo permiso.
Apreté las garras a la tierra con fuerza, hasta dejar marcas allí, con los músculos tensos por ese odio creciente en mi pecho.
—¡¿Vas a permitir que te use de esa forma?! ¡¿Vas a dejar que se aproveche de ti?! Yo no lo acepto, nunca lo aceptaré.
Erin abrió los ojos de par en par y corrió la mirada para concentrarse en Uri, sin mirarme fijo. Su aroma había cambiado por un momento, era una mezcla de deseo, atracción y ansiedad. ¡¿En verdad le gustaba tanto la idea de fingir ser la pareja de Ilmaku?!
—Solo te lo cuento para que estés al tanto del plan, también se lo dije a mi madre. Yoyo y Shali también lo saben, pero eres el único al que le molesta —dijo casi en un murmullo.
—¡Parece que soy el único coherente!
—¿Por qué te molesta tanto? —Esta vez se animó a verme directo, y por un instante me perdí en esos brillantes y hermosos ojos verdes—. ¿Por qué parece que quisieras atarme para que no vaya con Ilmaku, o que quisieras asesinarlo?
Su aroma se hizo más intenso, y mi odio creció aún más. La sola idea de que Erin se sintiera atraída por Ilmaku, de que desprendiera ese nauseabundo olor por él y que le molestara que la cuide de él, me hacía querer destrozarlo todo.
—Porque quiero cuidarte —dije con cautela. Mi instinto me gritaba que debía tener cuidado, aunque no estaba seguro de por qué—. Porque no soporto la idea de que te dejes usar.
—Es solo una farsa, Knox. Nada va a cambiar, solo fingiré algunos días ser su pareja y fingiremos, también, romper frente a todos.
En mi clan las parejas no «rompen». El compañero elegido es para toda la vida, aunque algunos les faltan el respeto a su compañero y a las reglas al tener amantes. Sabía que los koatá no le prestaban tanta atención a las relaciones de compañeros, pero aún así no podía evitar enfadarme.
Erin dejó ir un suspiro mientras intentaba quitar unas hojas húmedas del puño de Uri.
—Debo irme, Knox. Antes de que anochezca e Ilmaku deba irse a su guardia.
Él solo oír su nombre me obligaba a apretar los colmillos hasta que estos rechinaron. Mis garras se clavaron en la tierra aún más, especialmente cuando la vi acomodar a Uri.
—¿Vas a llevarte a Uri allí, con Ilmaku?
—¡Claro! Es mi hijo y se supone que Ilma es mi pareja, debe ayudarme en la crianza, ¿o no?
—¡NO! —grité, con los músculos incluso más apretados y con el corazón bombeando con fuerza en mi pecho—. ¡No harás partícipe a Uri en esa farsa!
Erin parpadeó con sorpresa, con sus pequeños ojos abiertos de par en par. Su aroma cambió nuevamente y me sentí incluso más furioso por eso.
—Pero se supone…
—Uri es un bebé que no entiende si algo es real o es falso. No puedes incluirlo en esa farsa y jugar con sus sentimientos —exhalé, porque estaba demasiado nervioso y no quería gritarle a Erin de esa forma—. No voy a permitir que lo metas en sus tonterías.
Ella alzó una ceja con incredulidad, después de todo yo no era nadie para prohibirle hacer nada con su hijo. Aun así haría todo por evitar que Ilmaku siquiera le toque un cabello a Uri.
—Supongo que tienes razón, para él va a ser difícil —suspiró al acomodarlo en su cadera—. Pero algún que otro día debe estar conmigo igual, no puedo dejarlo todo el tiempo con mi madre.
—Déjamelo a mí —propuse sin siquiera pensar—. Yo puedo cuidarlo. No molestes a tu madre.
—Knox, pero tú… —La vi apretar los labios—, tú no podrás cuidar bien de Uri así.
Entrecerré los ojos y sentí mi corazón bombear mucho más rápido. ¿A qué se refería? Claro que podía cuidar de Uri.
—Creo que olvidas que soy… fui padre —siseé con molestia—. Olvidas que he criado, mecido en mis brazos, que he alimentado y cambiado pañales. ¿O crees que no soy capaz? ¿Es por lo que pasó con Masha, o por lo de Uri?
Una bola de angustia comenzó a moverse en mi garganta, pero estar en forma salvaje ayudaba a no sentir tanta tristeza de solo pensar en esa maldita serpiente. Traté de borrar de mis pensamientos la imagen de Masha en el suelo, llena de sangre. Sacudí la cabeza, porque mi corazón se estaba agitando nuevamente por el dolor.
—¡No, no! —chilló Erin y posó muy rápido una mano en mi mejilla, para verme con cariño directo a los ojos—. No me refería a eso, es solo que Uri demanda mucha atención porque gatea por todas partes, y en tu forma actual va a ser difícil cuidarlo.
Tragué saliva. ¿En verdad me creía tan poco capaz?
—Por Uri… —murmuré y dirigí la mirada hacia el pequeño que balanceaba una ramita en su mano, con la sonrisa más hermosa de todas—, por Uri tomaré mi forma real las veces que sea necesario. Siempre.
—No quiero obligarte a hacer algo que odias.
Dirigí la mirada hacia ella, quien me observaba con una mezcla de vergüenza y tristeza a la vez.
—Por él, Erin, lo haré. Te juro que lo cuidaré bien. Te juro que cazaré para él.
—No come carne cruda —suspiró, como si estuviera cansada de mis réplicas.
—¡Entonces la quemaré como tú haces! —chillé—. Y recolectaré frutas, y cambiaré sus pañales, y lo bañaré. Por favor, Erin, yo puedo hacerlo. Confía en mí.
Ella me miró fijo y con profundidad, tanto que tuve que correr la mirada, pues sentí que estaba observando directo a mi alma. Estaba seguro de que veía todos mis pecados, todas mis penurias y la tormenta de malos pensamientos.
—Debería quedarme a dormir en lo de Ilmaku —balbuceó.
La miré al instante, con desesperación. ¿Por qué me sentía desesperado? No tenía sentido. Nada tenía sentido. ¿Por qué la sola idea de que Erin durmiera junto a ese maldito koatá me retorcía las entrañas?
—¡Él tiene guardias nocturnas! —chilló extendiendo su mano para darle énfasis a sus palabras—. ¡No dormiríamos juntos! Yo dormiría allí con Uri mientras Ilmaku trabaja, y nos veríamos solo cuando él regrese en la mañana.
Apreté la mandíbula solo de imaginarla durmiendo en su cama. Mis garras dejaban ligeras marcas en la tierra por el fuerte apretar, y mi corazón bombeaba tan rápido que incluso estaba seguro de que Erin era capaz de escucharlo. Miré entonces hacia Uri, que babeaba y mordía esa rama con hojas en su mano, estaba comenzando a dentar así que de seguro estaría molesto.
—Puedo tenerlo yo también. Ya ha dormido a mí lado, me conoce —dije en voz baja.
—Knox…
—¡No voy a soportar oler el aroma de Ilmaku en él! —gruñí—. Apenas consigo tolerarlo en ti, Erin.
—Debo irme ya, se hará tarde y todo será en vano.
—Déjalo conmigo, por favor. Yo lo cuidaré por ti, no lo lleves a dormir a la cama de Ilmaku. Quién sabe qué hembras habrán pasado por allí.
Dejó ir un largo suspiro mientras miraba la luz del sol que entraba por entre las copas de los árboles. Llevaba un ceñido vestido blanco que ajustaba todas sus preciosas formas, como usaban las hembras de mi clan, y pensé que se veía en verdad muy hermosa. Demasiado hermosa para ir a ver a Ilmaku.
—Está bien, pero cuídalo por favor. Enviaré a alguien para que te alcance más pañales —dijo con un suspiro y bajó a Uri al suelo, entonces sacó de su bolso una sábana de color claro que me extendió—. Transfórmate. Si quieres tener a Uri no será en forma salvaje.
Miré la sábana con extrañeza, y entonces comencé a tomar mi forma real. Mis músculos se movían y retorcían, pero no causaba ninguna clase de dolor o molestia. Solo era algo incómodo de hacer. Entonces, con mi cuerpo ya transformado, tomé la sábana en mis manos de largas garras negras para poder cubrirme la entrepierna. No quería que Erin y Uri me vieran desnudo, al menos no otra vez.
Sentí un leve cambio en el aire, un poco del aroma de Erin había cambiado, pero en mi forma real no era capaz de reconocerlos con exactitud.
Con cuidado até la sábana a mi cintura para simular una falda. Luego podría colocarme pantalones, pero por el momento la prioridad era alzar a Uri en mis brazos. El pequeño me observaba con sus grandes ojos verdes, entonces comenzó a reír con ánimo al verme y estiró sus brazos para ser cargado por mí.
—Ten cuidado, Erin. No me gusta nada de todo esto.
—Recuerda que es por el bien de Shali —dijo y besó a Uri en la frente. Me miró fijo por un momento y con delicadeza hizo a un lado un largo mechón de cabello que me cubría el rostro—. Sé que lo cuidarás bien, Knox, pero aún así cuídense.
Diciendo eso me tironeó del mismo mechón de cabello para que bajara la cabeza, y todo el suelo a mi alrededor se sacudió cuando ella depositó un beso en mi mejilla. La calidez de sus carnosos labios me hizo vibrar la piel y tuve que llevar una mano hasta esa mejilla.
Erin no me dio tiempo a decir nada, salió corriendo en dirección a los koatá. Me dejó así, con el corazón alterado, con la selva moviéndose a mi alrededor y la confusión que danzaba en mis pensamientos.
Miré a Uri en mis brazos, que se reía y balbuceaba con felicidad por estar conmigo. Apoyé entonces la punta de mi nariz chata en la suya tan pequeña.
—Parece que hoy seremos solo tú y yo, pequeño.
~ • ~
No me gustaba nada la idea de dejar a Uri con Knox. No porque desconfiara de él o lo viera incapaz, sino porque no estaba acostumbrada a dormir sin mi bebé y me preocupaba que justo quisiera tomar su tetita, o que me extrañara.
Knox… se había portado mucho más protector, incluso posesivo conmigo y con Uri. Ilmaku había dicho que claramente le gustaba, que era obvio que estaba loco por mí. Tal vez tenía razón, pero no podía forzarlo a desearme en este momento. Mi corazón bailaba de solo pensar en gustarle. De solo pensar en la probabilidad de ser feliz a su lado.
Sacudí la cabeza para no pensar en eso. Estaba llegando a la aldea koatá y no quería que se sintiera el aroma a atracción en mí.
Ilmaku me estaba esperando de pie contra un árbol, con un hombro apoyado en la corteza. Sus brazos estaban cruzados sobre el pecho y me dirigía una sonrisa. Era ya el tercer día fingiendo ser pareja, aunque el primero en que Knox estaba al tanto.
—¿Y Uri? —preguntó con preocupación al verme sin mi bebé.
—Knox hizo un escándalo, no me permitió traerlo así que cuidará de él esta noche.
Levantó una ceja y el costado de su labio se alzó con picardía.
—Lo sabía. Está loco por ti.
Me extendió la mano con caballerosidad para poder escoltarme hasta el interior del territorio koatá. El aroma del aire era dulce, olía a frutas y flores debido a la alimentación de los koatá. Caminamos juntos tomados de la mano con los dedos entrelazados, por si alguno de ellos andaba por allí y podía vernos.
—Aún tengo mis dudas —suspiré—. Ni siquiera sé qué hará si se da cuenta, quizás hasta se aleje.
—Tal vez se aleje solo un tiempo para poder pensar, pero regresará a ti. Es inevitable, Erin.
No quise preguntar cómo estaba tan seguro, así que lo abracé del cuello para permitirle tomarme entre sus fuertes brazos mientras trepaba hasta la aldea. El aroma de Ilmaku era dulce, como todo allí, pero a la vez tenía un deje amaderado que se sentía muy varonil.
A pesar de que era el tercer día fingiendo ser pareja, la gente de la aldea continuaba mirándonos con curiosidad. A veces murmuraban algo si Ilmaku enredaba su cola en mi cintura, o si íbamos tomados de la mano. Tal vez para todos ellos era algo inaudito que su próximo líder saliera con una humana. No podía asegurar qué estaban pensando.
Nos detuvimos para conversar con Mekaal que pasaba justo por el mismo puente que nosotros. Él también estaba al tanto de la farsa, aunque no estuvo muy de acuerdo con ello porque no le gustaba mentirle a su pueblo. Sin embargo, a pesar de todo, Mekaal quería mucho a Shali y terminó por aceptar, a regañadientes, que continuáramos con esto.
Seguimos nuestro camino, lleno de sonrisas y risitas coquetas entre nosotros. La mirada de interés en Ilmaku seguía estando. Yo le seguía gustando, así que esto para él debía ser muy difícil.
—¿Cómo está Shali? ¿Has podido verla? —pregunté una vez llegamos a su pórtico, con la vista fija en la casita de mi amiga.
—Solo un poco. Está trabajando mucho, los keies están muy inquietos y causan muchos problemas, así que varios de los nuestros suelen terminar heridos —suspiró y sentí sus dedos tomar mi cabello.
Giré para verlo con sorpresa y él hizo una seña disimulada hacia la izquierda. Allí, en el puente cercano, estaba esa mujer que tanto lo deseaba y que se había encargado de difamar a Shali. Fue por eso que él comenzó a acariciarme como si de verdad fuéramos pareja, y fue por eso también que enredé mis brazos en su cuello para poder besarlo en profundidad.
Ilmaku besaba en verdad muy bien. Sus labios eran suaves y su cálida lengua me hacía vibrar todo el cuerpo, pero aún así, pese a que me hacía subir la temperatura, me sentía como una maldita infiel.
Bajé, en medio del apasionado beso, las manos hacia sus glúteos para poder apretarlos entre mis dedos. Sus músculos eran duros y firmes, pero lo sentí algo más tenso porque quizá sobrepasé los límites establecidos. Me alejé solo un poco para romper el beso.
—Disc…
Volvió a besarme con más pasión que antes, con un hambre que me hizo sentir igual de hambrienta que él. Esta vez fue él quien apretó sus manos en mi prominente trasero con una mezcla de lujuria y posesión. Y así, besándonos, fuimos ingresando en su hogar hasta cerrar la puerta.
Por toda la pasión, por la muy notable excitación en él que sentía contra mi abdomen, creí que intentaría avanzar más, que quizá me arrojaría sobre la cama, pero no fue así. No bien cerramos la puerta él se alejó. Por un lado ese pensamiento de ser arrojada en la cama me excitó y tuve que apretar las piernas, y por el otro me hizo sentir muy culpable.
«Solo hace mucho que no sientes placer, solo es eso, Erin. Hace mucho que nadie te besa ni te toca» me dije a mí misma en un pensamiento, para alejar la creciente culpa por excitarme por Ilmaku.
—Lo siento si me sobrepasé —dijo al darme la espalda para tomar algunas cosas de su estantería, aunque supuse que solo era una excusa para que no viera directamente la erección en sus pantalones—. Turha no iba a creerlo de otra forma.
Carraspeé para poder acomodar mi voz antes de hablar, y que no se me notara tan nerviosa.
—Está bien, fui yo la que aumentó el ritmo. ¿Crees que servirá?
—Enredé mi cola en tu cintura, nos besamos y hemos dado a entender que nosotros… ahora estamos desvistiéndonos —carraspeó con nervios, aún sin voltear para verme—. Ella es muy chismosa y hará correr la voz rápido. Con suerte tal vez no debamos hacer esto nuevamente.
Apenas giró para ver que estaba de pie, y con un delicado movimiento de mano me invitó a sentarme en su alfombra con almohadas.
—Por favor, ponte cómoda. ¿Quieres beber algo?
—¿Puedes beber cerveza antes de una guardia? —pregunté mientras me ubicaba en ese cómodo espacio en el suelo.
—No debería, pero puedo beber unos tragos contigo. Tengo más resistencia que Yoyo, aunque no tanta como Sha-sha.
Pasé los dedos por el bordado de las almohadas, era delicado y en ligeros tonos anaranjados en vez de verdes o celestes, como era usual en su pueblo. Formaban un bonito atardecer en distintos tonos, con hilos rosados y violáceos.
—Qué trabajo tan delicado —dije con admiración—. ¿Lo hizo Shali? No parece su estilo.
—No, los hizo Shana, su madre —explicó, acomodándose frente a mí. En su mano llevaba una jarra de cerveza fría, que mantenían a temperatura al sumergirlas en agua o barro—. Mi madre y la de Shali se llevaban bien, no eran amigas pero tenían un buen trato. Parece que mi madre le había comentado una vez su deseo de hacerme almohadas y alfombras para el día en que viviera solo, y… como ella falleció, Shana decidió hacerlo en su lugar.
Me extendió un vaso con cerveza y le di un sorbo mientras pensaba. Ilmaku siempre hablaba de su madre con tanta paz y cariño, sin dolor en sus palabras, pero estaba segura de que debía ser triste todo lo que vivió. Haber presenciado su muerte a manos de los naweles, y saber que Shana le bordó esas delicadas almohadas en honor al recuerdo de su madre.
Pensé también en Knox, que hablaba poco de sus padres pero siempre con cariño y melancólica, con la tristeza de saber que ya no estaban. Tal vez Knox, a diferencia de Ilmaku, aún no había superado su pérdida. Me pregunté si estaría bien junto a Uri, si estarían pasándolo bien, o si mi pequeño bebé le estaría dando muchos problemas.
Aunque no estaba enamorada de Ilmaku debía admitir que no solo era sexy, sino el hombre que cualquier mujer desearía a su lado. Era respetuoso y atento, de una forma natural y no como si intentara impresionarme. Me escuchaba en silencio y tenía temas de conversación variados. Era simpático y risueño, con una sonrisa amable y sincera. Me gustaba mucho hablar con él y pasar estos momentos a su lado, no por fingir ser pareja, sino porque en verdad me divertía con él.
—Ilma —dije para llamar su atención—. ¿Podemos, de verdad, ser amigos?
—¿No lo somos ya? —Me miró con tanta sorpresa y un deje de dolor que solo pude sonreír.
—Me gusta mucho estar a tu lado, y me gustaría que eso se repita en otras ocasiones, aunque no tengamos que fingir. Claro, sin besos ni colas de por medio.
Él sonrió con alegría al asentir y volvió a rellenar mi vaso, pero al instante de hacerlo comenzó a pelar un par de frutas para mí.
—Claro, a mí también me gusta hablar contigo —dijo y comenzó a cortar esas frutas en un plato—. Creo que no habríamos funcionado como pareja. Tal vez esto era lo que la diosa quiso decirme cuando te vi en la selva, que debíamos ser amigos.
Sonreí con amplitud, sintiendo la creciente alegría en mi pecho. Ilmaku me dirigió una sonrisa dulce y una mirada cálida. Su mirada siempre era intimidante debido a sus cejas caídas sobre los ojos, pero había aprendido que también expresaba dulzura y cariño.
Conversamos más tiempo sobre otros temas. Sobre Yoyo, Shali y Gimmi, la hermana mayor de ambos. Me contó que en la niñez Gimmi solía molestarlo tanto que todos creyeron que serían compañeros en el futuro, y que eso aterraba a Lumen porque en esa época odiaba a Mekaal. Me enteré, también, de que Mekaal y Shana fueron mutuamente su primera pareja de cama y que por eso él la cuidaba tanto. A Mekaal y Lumen les había costado mucho aprender a llevarse bien, lo cual era sorprendente considerando que hoy en día eran mejores amigos.
Cuando la oscuridad comenzó a reinar, Ilmaku encendió las velas para iluminar la casa y tomó su lanza, junto a un arco de flechas, para poder irse a trabajar. Quise encargarle a Yoyo que le llevara pañales a Knox, sin embargo fue el mismo Ilmaku el que se ofreció a hacerlo y, la verdad, me aterraba lo que Knox podría hacer al verlo.
~ • ~
Me había puesto pantalones una vez llegué a la guarida más grande que tengo, pues tenía el espacio suficiente para la comodidad de Uri. En el camino cacé unas aves porque era más rápido para evitar dejar solo al pequeño.
Trencé mi cabello para mayor comodidad, como hacía en el pasado, y me entretuve jugando con Uri en el suelo. Él gateaba por todas partes y estaba lleno de curiosidad. Tocaba todo e intentaba introducirlo en su boca, así que debía quitárselo enseguida. Balanceaba en sus manos los muñecos que Erin cosió para él, y también la maldita sonaja que Ilmaku le hizo. Me daba asco solo verla, así que comencé a trabajar en hacerle una mucho mejor que pudiera gustarle más.
Le haría los mejores juguetes para que nunca desee los de ese maldito mono apestoso.
Mientras tallaba algunas maderas, comencé a sentir el hedor de un pañal sucio en el aire. Me hizo reír de solo recordar aquellos viejos tiempos y me puse manos a la obra. Dejé a un lado mi trabajo, me lavé muy bien las manos y cambié esos pañales. Uri era un pequeño salvaje y me daba patadas intentando huir, para continuar jugando.
—¡No huyas, ven con pa…!
Me quedé en silencio sin terminar la frase, con la mandíbula y los dientes apretados. El intenso dolor comenzó a presionar en mi pecho, junto con la creciente culpa y la angustia que amenazaba con desgarrar mi garganta.
Uri no era mi hijo, y yo no era su padre.
Yo no tenía derecho alguno a intentar serlo.
No debería sentir esto. No debería sentirme tan feliz con él. Su sonrisa y su risa no deberían alegrarme tanto el corazón, ni sus pequeñas manitos deberían tomar las mías en busca de apoyo.
«Él no es tu hijo, Knox. Él no es Masha y jamás lo será. No tienes derecho a nada» me repetí en un pensamiento.
Había perdido a mi hija por mi inutilidad, y con ella se había ido mi alma, mi vida entera. Habían desaparecido los colores, los aromas dulces, la alegría y hasta las flores. Con mi hija se fue todo lo bueno que existía, sin embargo… ahora podía ver colores otra vez, y apreciar las cosas bonitas. Miraba a Uri con su ondeado cabello negro y sus brillantes ojos verdes, miraba sus regordetas extremidades cuando se sacudía para pedirme estar en brazos. Y su risa, ¡por la diosa! Su risa me llenaba el alma.
¿En verdad lo quería tanto, en verdad lo amaba tanto, o solo me estaba engañando a mí mismo? ¿Estaba acaso intentando llenar el vacío con este pequeño niño? ¿Acaso algo de todo esto era real?
La culpa carcomía mi alma. Era un peso que llevaba sobre mis hombros y constantemente amenazaba con aplastarme. La culpa por volver a amar a un niño que no era mío, y sin embargo era tan mío como de su madre.
¿Amar a Uri no sería acaso traicionar la memoria de Masha?
Él no era mi hijo, y aún así deseé con todo mi corazón que lo fuera, porque lo amaba. Lo amaba con cada latir de mi corazón. Tal vez era una segunda oportunidad que me daba la diosa, tal vez solo me estaba engañando a mí mismo.
Preparé una fogata y comencé a quemar la carne como hacía Erin. Era un desperdicio y aunque el olor no era desagradable, la sola idea de quemarla de esa forma me producía muchísimo asco.
—Por la diosa, qué desperdicio.
Estaba en eso cuando oí el movimiento de ramas y hojas, pero el aroma de la carne al fuego tapaba el de aquel que se acercaba.
—¡Ey!
Mis músculos se tensaron al oír la voz de Ilmaku, giré al instante hacia él y no dudé en ponerme de pie. Ilmaku se cubrió el rostro por el olor a carne, con un gesto tan asqueado que me hubiera hecho reír de no ser por el odio que estaba sintiendo.
—Dioses, qué asco —lo oí murmurar y entonces comenzó a toser.
—¡¿Qué mierda quieres?!
—¿Podemos alejarnos un poco del fuego? Voy a vomitar.
Retrocedió unos pasos y en verdad parecía querer vomitar por el olor, se cubría la boca y la nariz con las manos y parecía tener arcadas. Entonces alcé a Uri para no dejarlo desprotegido y, aunque quería abalanzarme sobre él y arrancarle la garganta, caminé lentamente hacia donde él se había ubicado, lo más lejos posible del fuego y el humo.
—Erin te envía esto —dijo al extenderme un par de telas, los pañales para Uri—. Estaba preocupada por él.
—Ella sabe que puedo cuidarlo bien —dije en un gruñido.
Ilmaku volvió a toser, y de su boca brotó el aroma de frutas pero también el de Erin. Di una pequeña olfateada al aire y noté que el aroma de ella lo envolvía en todas partes. En su boca, manos, torso, en absolutamente todas partes. Mis dientes se apretaron al igual que mi mandíbula, hasta rechinar, y mis músculos se volvieron más tensos de solo imaginarlo sobre ella. De solo imaginarme a Erin besando sus asquerosos labios.
Sin dudar, y por puro instinto, me lancé sobre él con Uri en un brazo y con la mano libre lo tomé del cuello para estrangularlo.
—¡Hueles a Erin! —grité—. ¡Tienes todo su olor impregnado en ti, maldita escoria!
Ilmaku sujetó mi muñeca con ambas manos, forcejeando para poder respirar. Los koatá eran fuertes, pero no eran competencia para un Kei, mucho menos para un nawel. Menos aún a un nawel como yo.
—Es… una farsa, ella estuvo… de acuerdo —dijo en su defensa.
—¡Estás aprovechándote de ella, y jamás permitiré eso!
—Yo no soy… así.
Acerqué el rostro hacia él, para verlo fijo a los ojos.
—Si le pones un dedo encima, te cortaré esa maldita mano. Si te atreves a tocar a Uri, te arrancaré la garganta con los colmillos, ¡¿me escuchaste?!
Lo solté solo porque no quería que Uri, aún en mi brazo, me viera asesinar a Ilmaku. El joven koatá comenzó a toser de rodillas en el suelo, envolviendo su cuello con las manos en busca de respirar con desesperación.
Tenía tantos deseos de matarlo, el viento soplaba y hacía que el aroma de Erin acariciara mi rostro, y el odio crecía aún más. Mis músculos se tensaban y mis garras estaban listas para matarlo, pero no podía hacerlo. No podía hacer que Uri viera la muerte de esa forma.
—¡Carajo! —chilló Ilmaku y volvió a toser, pero me sorprendí en el momento en que comenzó a reírse—. Carajo, Knox, sé que los naweles son posesivos con sus compañeras, pero ¿te has dado cuenta de que Erin no lo es?
¡¿Qué mierda estaba diciendo?!
—¡Repítelo! —grité, dispuesto a arrancarle la garganta con mis garras.
Él me miró fijo con una sonrisa.
—Erin no es tu compañera, tampoco es la mía —dijo con total descaro—. Quizá deberías detenerte a pensar por qué te enfada tanto. Por qué tu instinto te grita que me mates. ¿Lo has pensado?
—¡¿De qué mierda hablas?!
—Debo irme a trabajar —Se puso de pie y soltó un suspiro—. Piénsalo, Knox.
Quería gritar, quería lanzarme sobre él y destrozar su carne. Quería insultarlo de todas las formas posibles, y aún así no fui capaz de hacerlo. Lo observé alejarse por las copas de los árboles sin decir una sola palabra.
Mi corazón latía velozmente, con tanta urgencia, con tanto deseo de sangre. Con tanta ira en mí.
Suspiré para intentar tranquilizarme y regresé al fuego, había dejado el ave cerca para evitar que se quemara por completo, clavada en la tierra con un palo. Ya estaba lista para ser comida por el pequeño Uri. Aún seguía enojado, pero tenía otras prioridades. Debía alimentarlo, y eso era más importante que cualquier otra cosa. Acomodé a Uri en mis piernas, envueltas en un pantalón blanco, para poder darle de comer de a pequeños trozos.
Disfruté de mis momentos con él, pero no podía dejar de pensar en el aroma de Erin tan fuerte en Ilmaku. Le di un baño a Uri y lo recosté a dormir, a mi lado, y aunque canté canciones para él y disfruté de verlo dormitar contra mi pecho, no conseguía dejar de pensar en ese aroma.
Me imaginé a Erin acariciando el rostro de Ilmaku, me la imaginé besando sus labios y la imagen fue tan nítida que tuve que levantarme de la cama para salir por unos instantes. Bajo la luz de la luna caminé de un lado a otro, sujetándome la cabeza con desesperación porque no era capaz de borrar esas imágenes que me torturaban.
Veía a Erin, desnuda, recostada sobre las mantas tejidas de los koatá. La veía bajo el cuerpo de Ilmaku, fornicando sin descanso. Lo veía a él acariciar y besar sus enormes senos, y la veía a ella envolver con sus manos la ancha espalda de Ilmaku, con sus aromas mezclándose en uno solo. Mi mandíbula se tensó tanto que sentí que incluso podría quebrarse.
No podía soportar la idea de que estuviera con otro macho, y que fuera Ilmaku. No era capaz de tolerar esa idea.
Imaginé que le dedicaba una de esas sonrisas que solía dedicarme a mí, y el fuego en mi interior fue inevitable. La furia creció tanto que con mis garras rasgué el tronco de un árbol, la muestra de todo lo que estaba sintiendo.
Estaba jadeante, lleno de ira, y aún así mis ojos se llenaron de vergonzosas lágrimas porque esas imágenes no me dejaban en paz. La angustia se aferró a mi garganta como si de una enredadera venenosa se tratase. Podía sentir el veneno crecer y ascender por mi interior, recorría las venas y me obligaba, como un maldito imbécil, a derramar esas estúpidas lágrimas.
No podía aceptarlo. Ni aunque fuera una farsa. No podía aceptar que Ilmaku oliera a Erin, o que ella oliera a él. No podía hacerlo, por más que lo intentara.
Las imágenes giraban a mi alrededor como una maldición, me torturaban y me gritaban que yo no tenía derecho a nada. Ni a estar furioso, ni a celarla de esa forma.
¿Celarla dije? Eso no era posible. Ni cierto. Estaba desvariando, intoxicado por el humo de esa carne cocida.
«Quizá deberías detenerte a pensar por qué te enfada tanto. Por qué tu instinto te grita que me mates. ¿Lo has pensado?»
La voz de Ilmaku me obligó a rasgar nuevamente ese árbol, como si fuera el culpable de aquello que estaba sintiendo. Pero… ¿qué estaba sintiendo?
¿Por qué me molestaba tanto? ¿Era porque odiaba a Ilmaku, porque odiaba que utilizara a Erin? ¿Era porque ella se estaba dejando usar de esa forma? ¿O solo… porque no era yo?
Mi corazón comenzó a latir incluso más rápido.
—¿Qué mierda me está pasando? —murmuré al aire, sin entender nada. Sin entender por qué dolía tanto, por qué lloraba, y por qué no concebía la idea de verla con otro.
~ • ~
El chirrido de los puentes balanceándose me despertó en la mañana. Me había costado mucho conciliar el sueño, porque no podía dejar de pensar en Uri y en Knox. Me pregunté cientos de veces si estarían bien, si me extrañarían.
Me recosté boca arriba para ver ese techo de madera y hojas de palma. Oí sonido cerca de mí pero aún no tenía la fuerza para girar a ver si era Ilmaku, de regreso de su guardia, o si era algún visitante inesperado. Estaba demasiado dormida aún como para siquiera reaccionar.
—Lo siento, ¿te desperté? —oí a Ilmaku decir.
Parpadeé lentamente y traté de ver bien a mi alrededor. Ilmaku estaba allí sentado en la alfombra, no muy lejos de mí. Mordisqueaba una manzana y se veía agotado. Su cabello goteaba y su cuerpo desprendía un aroma fresco y dulce, una muestra de que acababa de bañarse.
—¿Cómo te fue? —pregunté mientras me sentaba.
—¿En la guardia? Bien, fue tranquilo. ¿Con Knox? Intentó matarme, así que bien.
Lo miré con consternación.
—¡¿Intentó matarte?!
—Sintió tu aroma en mí, aún me duele el cuello —dijo y pasó sus dedos por allí—. Felicidades, Erin, en verdad está loco por ti, y con el pequeño empujoncito que le dí no tardará en darse cuenta.
—¿Qué…?
No llegué a decir nada porque el llamador de la puerta comenzó a sonar. Ilmaku me miró con sorpresa y se puso de pie para observar por la ventana. Giró rápidamente hacia mí y con un movimiento de labios dijo en silencio «Turha».
Era esa maldita perra que había comenzado todo esto. Ilmaku casi se ahogó con su manzana cuando me bajé las mangas del vestido para dejarlo caer hasta la cintura, liberando así mis senos. Él comenzó a toser y corrió la mirada para no verme, mientras me cubría las piernas con una sábana y así esconder el resto del vestido.
—Abre —dije y comencé a revolver mi cabello.
Él, con un carraspeo, abrió la puerta para atender a esa mujer. Llevaba en sus manos una canasta con frutas.
—¡Buen día, Ilma! Sé que tuviste guardia y pensé que…
—¿Quién es, cariño? —ronroneé tratando de sonar lo más relajada y complacida posible, como si acabara de tener el mejor orgasmo de mi vida—. ¿Quién viene tan temprano?
Vi cómo abrió los ojos con sorpresa al verme allí, desnuda en la cama de Ilmaku. Su rostro se transformó en horror y miró al instante a quien se supone que es mi compañero.
—Agradezco tu intención, Turha, pero olvidas que tengo compañera y que ella se encarga muy bien de cubrir todas mis necesidades —dijo y volvió a darle un mordisco a su manzana—. Tal vez a Nyko le interese, tuvo una guardia larga y está soltero.
Turha torció sus labios con asco al ver mis enormes senos y corrió la mirada para ver a Ilmaku.
—¿Entonces es cierto? ¿La escogiste a ella por sobre alguien de tu especie?
—La escogí a ella porque la quiero, Turha. No sabemos si nuestras diferencias vayan a ser un problema luego, pero por el momento lo estoy disfrutando. Si me disculpas, estoy muy agotado. Ha sido una noche larga y una mañana intensa, necesito descansar.
Asintió con respeto hacia ella y sin darle tiempo a réplicas cerró la puerta, pero no me miró. Lo vi hacer un movimiento de mano para que me vistiera, y con una risita animada volví a subirme el vestido.
—Ya está.
—Eres cruel —dijo con una risita nerviosa—. Ahora ya no habrá dudas, ya podemos relajarnos.
Diciendo eso se acercó a mí, aunque aún parecía evitar mirarme fijo. Se acomodó a mi lado y con suavidad me tomó de la mano para envolverla con cariño.
—Pronto fingiremos romper, con la excusa de que nuestras diferencias hacen que no encajemos pese a lo mucho que nos queremos. Será fácil de creer —Me dio una pequeña palmadita en el dorso de la mano, y entonces se animó a verme fijo—. Y quédate tranquila, Erin. Knox en verdad está loco por ti, tú solo siéntate y espera. Él irá hacia ti muy pronto.
—¿En verdad lo crees?
Tenía miedo de que no fuera así, de que esto con Ilmaku hiciera que Knox pensara mal y decidiera que no era una buena opción para él. Ilma, sin embargo, envolvió mi rostro con cariño.
—Todo va a estar bien, te lo aseguro. Pude ver el amor que siente por ti, solo falta que se dé cuenta, y ahora mismo debe estar en camino a eso.
Solo esperaba que fuera verdad. Que Knox me amara como yo lo hacía con él, y que decidiera llevar una vida a mi lado.
Hola, gente bella, no se olviden de dejar su voto y comentario que es lo que me anima a seguir adelante.
Lamento la tardanza y que actualice tan tarde, estoy teniendo problemas con mi teléfono (que es donde escribo) y me toma más de lo normal terminar los capítulos. Este iba a ser dividido en dos, pero opté por dejarlo como uno solo largo.
Tengo ganas también de hacer algunos otros dibujos, ¿qué les gustaría, alguna escena, algún personaje, algo en especial?
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