Capítulo OCHO

Marcelo había cazado un capibara para que pudiera hacer una deliciosa comida con eso, y aunque le agradecí y no dudé en cocinar para todos, extrañaba que Knox me trajera carne. Hacía unos días que no estaba viniendo a verme, por lo que supuse que estaría ocupado con los problemáticos kei o incluso con los otros naweles de su clan.

Serví la carne marinada en especias, acompañadas de una ensalada de raíces, y cuando le pasé un cuenco a la madre de Ren, ella chasqueó la lengua y se negó a tomarlo. Ninguno de los nativos de la selva lo aceptó, mucho menos Ren.

Sentí un nudo en la garganta y en la boca del estómago, ni siquiera pude disfrutar de la comida. Entre que extrañaba a Knox y lo mucho que me dolían esos desprecios, me sentía en verdad muy triste.

Mi relación con Ren empeoró más y más desde que pareció contarle a su familia que me le insinué, por lo que cada vez que pasaba murmuraban algo entre ellos. Traté de ignorarlos, concentrada en la crianza de mi hijo. Veía a Uri rodar en su manta en el suelo mientras cosía unos muñecos para él. No era muy buena costurera, pero al menos podía hacerle algo lo suficiente decente.

—¿Te hacen sentir incómoda? —me preguntó mamá una tarde mientras bebíamos jugo de frutas en el exterior.

Estábamos juntas, observando a Marcelo ir y venir por entre los árboles, mientras que Daniel conversaba con el hermano mayor de Ren, con quien parecía entenderse bien.

—¿Dan y Marc? No, me caen muy bien. Ojalá pudiéramos encontrar el búnker de su esposa —suspiré.

—No, me refería a los nativos —dijo y me miró de reojo—. Siempre te alejas de ellos, te mantienes distante. ¿Te hacen sentir incómoda?

—Le coqueteé a Ren y al parecer a sus ojos soy una puta asquerosa —dije con un suspiro.

—Le cortaré la verga —gruñó mamá.

—Da igual, má. Tal vez me quede sola por siempre, o tal vez me vaya con un koatá. ¿Te enojarías si lo hago?

La miré de reojo con algo de miedo, porque mamá siempre había sido fría conmigo, nunca fue muy afectuosa, aunque con Uri era todo lo amable y cariñosa que jamás fue conmigo.

Me miró con atención, quizá buscaba saber si hablaba en serio o era una broma.

—Y bueno, cuando el cuerpo pide y no hay muchos hombres disponibles, supongo que un hombre mono puede servir —dijo y luego comenzó a reírse.

La vi recostarse en el suelo con sus manos tras la nuca. No perdía su buen físico y sus músculos de soldado, porque continuaba haciendo ejercicio y trabajo forzoso, aunque su cabello había crecido. Se veía corto y castaño dorado, tan bonito.

—¿Y a ti tu cuerpo te pide? —bromeé.

—¿Qué cosa le preguntas a tu madre, Erin? —se rió.

—Estamos en un nuevo mundo, las reglas del anterior ya no sirven.

Se quedó en silencio por unos momentos, mirando a Uri que sacudía en su mano el muñeco que le había cosido.

—Se siente raro hablar de esto contigo, pero… No tengo un orgasmo hace varios años —admitió mamá en un suspiro—. Siempre estaba trabajando. La guerra, las misiones, las terapias por estrés postraumático. Mi cuerpo musculoso tampoco ayuda mucho.

Me recosté de perfil para verla mejor. Siempre la había visto como una guerrera, la fuerte e indomable coronel Petra Norry que casi nunca estaba en casa. Recordaba haber visto un solo novio, uno al que ella misma echó a patadas de su vida. Y ahí, escuchándola, pude entender más su actitud, su forma de ser y también sus miedos.

—¿Sabes? Mekaal también lleva solo un buen tiempo —dije con una sonrisa torcida—. Y se de una muy confiable fuente que ellos tienen una sexualidad interesante.

Mamá comenzó a reírse, primero suave y luego a carcajadas. Me dio un empujón y también me reí, porque era la primera vez en muchos años que la veía reír así. No recordaba haberla visto feliz antes.

—Tonta, Mekaal es un amigo —dijo, aún con esa sonrisa.

—Te he visto reír con él, y jamás ríes, má.

Ella dejó ir un largo suspiro.

—Tienes una imaginación muy poderosa —murmuró con los ojos cerrados.

La miré en silencio y tomé a Uri en mis brazos, para poder amamantarlo. Me gustaba llenarlo de besos, hacerle caricias en el rostro y murmurarle cuánto lo amaba. No quería que mi hijo se sintiera como yo. No quería que creciera preguntándose si acaso su madre lo quería, si era deseado, o si por el contrario siempre había sido una desgracia.

Alcé la mirada para verla. Mamá seguía con sus ojos cerrados y los brazos tras la nuca. Dejé a Uri acomodado sobre su manta y, aunque tuve miedo, me animé a enfrentarla.

—¿Tú me amas? —pregunté luego de unos instantes de silencio.

Ella abrió los ojos y me miró con sorpresa, como si acabara de preguntar la estupidez más grande del universo. No tardó en sentarse rápidamente.

—Erin, la cápsula que usaste era para un biólogo al que debía proteger, me deshice de él y usé la cápsula en ti porque no existe en ningún mundo nadie que sea más importante para mí que tú —dijo con su rostro serio—. Sé que soy muy dura y estricta, y que no siempre te trato con la amabilidad que debería. ¿Crees en serio que no te amo? Mataría a todo el mundo si con eso sé que estarás a salvo.

Me mordí los labios con las lágrimas que rodeaban mis mejillas, y ella envolvió mi rostro entre sus manos, mirándome fijo a los ojos.

—Sé que no fui una buena madre, pero tú lo dijiste, estamos en un nuevo mundo y las reglas del anterior ya no sirven —dijo con una voz tan suave que hasta me acarició el alma—. Tal vez sea tarde para ser una buena mamá, pero déjame intentarlo, y déjame reparar mis errores al ser una buena abuela.

Me abrazó con fuerza y me hundí en su pecho al llorar, porque no recordaba haber sido abrazada por ella desde que era una niña.

—Creí que no me querías —sollocé—, porque me parezco a mi padre.

—Te pareces a ese hijo de puta —dijo y se alejó para acunar mi rostro—, pero eres mil veces más hermosa, más amable, y te amo un millón de veces más.

Sorbí por la nariz y miré a Uri, que comenzaba a parecerse más a Lian que a mí, aunque su tez era la perfecta mezcla entre ambos. Trigueña, hermosa, y con mis ojos verdes.

—Sé que papá se fue con otra mujer, pero... No sé nada más, no recuerdo nada —dije y me mordí los labios.

Sentí el pulgar de mamá en mi pómulo.

—Me estaba muriendo en un hospital por un disparo que me perforó el pulmón —Los ojos verdes de mamá se veían tristes, pero contenían también mucha fortaleza en ellos—. Y él jamás fue a verme, ni siquiera cuando me dieron el alta y pude volver a casa. Fue mi padre, Uri, quien me buscó al hospital, y fue así que me enteré que hacía cinco meses que te había dejado en la casa de mis padres con una muda de ropa.

Abrí los ojos con sorpresa y mis ojos se llenaron incluso de más lágrimas.

—¿Me abandonó? —balbuceé.

—Me abandonó a mí para meter en mi casa a esa mujer, y ella no te quería a ti —gruñó—. Fui a enfrentarlo, dispuesta a matarlos a los dos por haberte sacado de tu propia casa. Lo eché. Jamás volvió.

Apreté los labios porque mamá se veía tan triste.

—Desde un principio fuiste mi prioridad, hija. Lamento no haber sido la mejor madre, lamento no ser tan amable o cariñosa como debería —Parpadeó, pues sus ojos se habían empañados—. Pero te amo tanto, mi vida. Hice todo esto por ti, me metí en ese proyecto por ti. Pasé esos meses encerrada e incomunicada del mundo por ti. Todo en mi vida es por ti. No tengo vida si tú no estás, hija.

La abracé y ella respondió el abrazo, hundiéndome en su fuerte pecho.

—Lamento lo de Lían —susurró.

—Da igual. Me duele, pero ya no lo amo.

Me aferré a ella y me sentí tan amada en sus brazos. Al fin tenía a mi lado la mamá que siempre deseé.

Conversamos mucho, me escuchó hablar de mis miedos en la selva, del futuro de Uri y, también, de mi futuro. No hizo ningún comentario ácido, ni sarcástico, ni siseos fastidiados, aunque a veces sí torcía sus labios en gestos molestos que trataba de disimular. Lo hacía, en especial, cada vez que decía algo sobre Lían.

Mamá nunca fue muy conversadora, siempre fue callada y gruñona, pero se estaba esforzando en mejorar nuestros lazos. Tal vez por eso me contó sobre su amistad con Dan y Marc, diciendo sentir a Marc como a un hermanito menor. Y, también, habló de su amistad con Mekaal.

—Los dos son igual de gruñones, ¿de qué hablan? —pregunté con curiosidad.

Mamá tomó un juguete de Uri y comenzó a hacerlo bailar para que él se riera, con una gran sonrisa feliz.

—No te intere... —se mordió los labios y dejó ir un suspiro, como si ser amable fuera el trabajo más duro en su vida—. Hablamos de la guerra. Él comenzó una guerra por la muerte de su esposa, y la ganó.

—¿La guerra con los naweles? —pregunté con sorpresa.

Ella asintió y tomó otro muñequito de tela para jugar con Uri.

—Luchó contra la madre de Knox. Mekaal y Lumen me dijeron que era temible. ¿Knox no te contó?

—No habla mucho de sus padres —suspiré.

Levantó la vista para verme.

—También hablamos de Ilmaku, y de ti —dijo casi en un susurro, como si le diera vergüenza admitirlo—. Y de Uri. Hablamos mucho de Uri.

Oí un chillido aterrado proveniente de los nativos, y sin siquiera mirar supe que se trataba de Knox. Alcé la mirada con una enorme sonrisa al verlo caminar hacia mí entre los árboles. Era tan grande e intimidante, y a la vez me hacía tan feliz verlo. Corrí hacia él para abrazarlo, con mi corazón bombeando velozmente, pues lo había extrañado mucho.

Knox ronroneó de esa forma profunda, como siempre solía hacer.

—Te extrañé, pensé que no volverías —confesé aferrada a él.

Knox refregó su cabeza contra mí en una caricia, con esos ronroneos que me erizaban la piel.

—También te extrañé, Erin. A ambos.

Se alejó solo para poder caminar hacia Uri, que seguía sentado en su manta con un juguete de tela, junto a mamá. Uri comenzó a reírse al verlo, pues lo reconocía fácilmente. Knox se acomodó en el suelo y permitió que mi bebé lo abrazara de la cabeza. Solo pude sonreír ante esa bella imagen que me iluminaba el corazón.

—Bababa —balbuceaba Uri al aferrar sus manitos al inmenso nawel.

—Bababa para ti también, pequeño —dijo Knox con voz suave y alzó la mirada para ver a mi madre—. Buen día, Petra. ¿Han estado bien? ¿Consiguieron carne? No he venido por un tiempo.

—Todo bien, Knox. Marc y yo cazamos, pero al parecer mi hija prefiere la carne que tú le traes —dijo mamá y posó su mano en la cabeza de Knox, como si fuera un gatito y no un peligroso jaguar.

Noté la incomodidad de los demás ante la presencia de mi amigo. Los únicos que no le temían eran mamá y Marc, Daniel le tenía mucho respeto, el respeto que produce el miedo. Los nativos se aterraban cada vez que lo veían, y Knox nunca ayudaba a disminuir sus miedos, pues les gruñía a los hombres en todo momento.

—Knox, ¿quieres pasear conmigo? He estado quieta por demasiado tiempo.

—Claro.

Tomé entonces a Uri en mis brazos y lo acomodé en su bandolera, para poder cargarlo en la selva y caminar junto a mi querido amigo. El día estaba caluroso, así que el aire era húmedo y difícil de respirar, pero quería alejarme de la entrada del búnker para evitar más fricciones con esa gente que ya de por sí me despreciaba.

—Me gustaría cargarlo —dijo Knox al ver a Uri en la bandolera, mientras caminábamos sobre la tierra musgosa.

—Si lo pongo en tu lomo puede caerse, ya se sienta pero aún le cuesta equilibrarse —suspiré.

Knox bajó la mirada, dando un largo suspiro.

—En verdad me gustaría cargarlo, Erin...

Me detuve para observarlo, los músculos de su espalda se tensaban ante cada movimiento, Uri podría caerse fácilmente. Pero se me ocurrió que tal vez podría colgar la bandolera de su cuello para que a su manera Knox pudiera llevarlo. Lo hice, acomodé a Uri en el cuello del gran nawel, y este hizo un largo ronroneo feliz de tenerlo tan cerca.

—Hola, pequeño —dijo con voz suave al verlo hacia abajo, donde Uri se balanceaba como si estuviera en una hamaca—. Quién diría que extrañaría tanto a un pequeño macho humano.

Sonreí, pues Knox iba hablándole a Uri durante toda la caminata, y él a su vez le respondía con balbuceos y risitas. A veces Uri intentaba tomarlo de los bigotes, otras veces solo lo acariciaba.

—No sé si esté bien preguntar, pero... ¿dónde estabas? —dije, mirándolo de soslayo.

—Cada algunas lunas debo cazar para el clan, así que me alejo mucho de esta zona —explicó y dirigió su mirada hacia mí—. Lo siento, Erin. Debía alejarme de ustedes un tiempo antes de volver al clan, no podía llegar con aroma humano. Pensé mucho en ti, también en Uri.

Divisé una de las guaridas de Knox, donde solíamos venir porque no estaba muy lejos del búnker. Supuse que me estaba guiando hacia allí. Entonces me quedé quieta por un momento y dirigí la mirada hacia él, sintiendo mi rostro arder.

—¿Dijiste que pensaste mucho en mí?

—Sí —dijo y empujó la puerta de la guarida para poder ingresar—. Mi clan es muy distinto al koatá, o incluso a tu gente. Supongo que me acostumbré tanto a ti que ahora hay cosas que me parecen extrañas de mi clan.

Se acomodó sobre una manta en el suelo, y con un delicado movimiento de cabeza se quitó la bandolera para poder liberar a Uri de ese infierno de telas. Me acerqué a ambos para poder sentarme justo en frente, y así pude ver cómo Knox le hacía caricias con su cabeza, con suaves ronroneos cargados de felicidad.

—¿Qué cosas te parecen extrañas de tu clan? —pregunté con curiosidad, acomodando la falda de mi vestido verde con delicados bordados de hojas y flores.

—El desprecio a otros clanes —dijo y alzó la mirada para verme con sus brillante ojos amarillos—. El desprecio a lo distinto. He pensado mucho en eso, en que podría existir un mundo en donde tú y yo no somos amigos.

Tragué saliva, porque la sola idea de no tenerlo a mi lado dolía una infinidad. Refregué las sudorosas manos en mi falda, con nervios, porque se sentía extraño que doliera tanto una posibilidad que ni siquiera era real.

—¿Me habrías comido, Knox? —pregunté en un susurro.

—De no haber sido criado por mis padres, tal vez lo habría hecho —dijo y dejó ir un suspiro—. Fueron ellos quienes me enseñaron a no cazar crías ni hembras encinta, aún cuando en el clan sí se hace.

—Pero yo no estaba embarazada, podías cazarme y dejar a Uri —murmuré, con la vista fija en mi pequeño bebé que jugueteaba con la cola de Knox.

—Entonces es bueno que yo sea el único nawel que no caza seres hablantes —dijo y balanceó su cola para hacer reír a Uri.

La carcajada de mi hijo resonó en todo el lugar, y fue inevitable sonreír al oírlo.

—¿Pensaste alguna otra cosa de mí? —pregunté con curiosidad.

Él, sin embargo, no respondió. Tal vez no me había oído, pues estaba concentrado en jugar con mi hijo. O tal vez solo decidió ignorarme.

—Me dijo mamá que fue tu madre quien hirió a Mekaal —dije para cortar el silencio.

—Es cierto. Mi madre era la mejor cazadora del clan, la hembra más fuerte en toda nuestra historia. Era respetada y temida por su fortaleza, aunque despreciada por su piel —suspiró—. Al igual que yo. Nos amaban por lo que podíamos ofrecer al clan con nuestra fuerza, pero a nuestras espaldas decían toda clase de pestes por tener el color de la noche.

—Me parece una tontería que los desprecien por eso —resoplé—. Eres hermoso, Knox. Me gusta tu color.

Me estiré para poder posar mi mano en su mejilla, y con el pulgar rocé esas cicatrices que tenía en el lado izquierdo de los labios.

Comenzó a reírse y sus ojos se rasgaron un poco al hacerlo.

—No lo soy, pero me halaga que de todos los seres existentes, seas tú quien lo piense —dijo en un ronroneo feliz.

—¿Qué hay de tu padre?

—Era el mejor guerrero, el macho más fuerte de todos —me miró, de buen ánimo—. Se eligieron para procrear juntos a la cría más fuerte existente, o al menos ese era su plan.

—¿No crees ser el más fuerte existente?

Él se rió.

—Lo soy, pero no quería sonar engreído —Se alejó solo un poco de Uri para poder estar más cerca de mí, así que también me acerqué a él—. En mi clan hay dos tipos de uniones de compañeros: ante la luna, por amor, o solo una unión para protección mutua y así procrear crías fuertes.

Dirigió su mirada hacia mí y se acomodó mejor, con su cabeza reposada en mi regazo. Era pesado, bastante, pero se sentía cálido y lo había extrañado tanto que no me importó en lo absoluto. Comencé a hacerle caricias, mirándolo con una sonrisa en el rostro.

—¿Entonces ellos se unieron ante la luna?

—No —Cerró los ojos y ronroneó de satisfacción ante mis caricias—. Solo para tener una cría fuerte. Ellos no se amaban, Erin.

—Debe ser triste vivir con alguien, compartir la cama y un hijo, sin amarse —dije con un suspiro, viendo a Uri rotar en la manta. Ese, probablemente, sería mi futuro.

—No compartían cama, los tres teníamos habitaciones privadas. No fue triste, no para nosotros. Tal vez no se amaban pero sí se respetaban mucho, y se admiraban mutuamente. Aunque mi padre admiraba a mi madre mucho más —Refregó su cabeza en mi regazo—. Éramos felices, Erin, tal vez te cueste creerlo, pero mis padres se querían mucho, simplemente no se eligieron por amor.

Sonreí, porque aunque él jamás hablaba de sus padres tal vez visitar su clan le había despertado muchos recuerdos tristes. Continué pasando mis dedos por su suave piel negra y algo azulada, con pequeñas manchas de rosetas que apenas llegaban a verse.

—¿No compartían cama? Tal vez así sea más fácil —murmuré—. Podría hacer eso.

Él abrió los rojos y clavó en mí una mirada profunda que me erizó la piel.

—No te ilusiones. Mis padres tenían habitaciones privadas, pero a veces compartían cama —dijo con esa grave voz que me hacía vibrar el cuerpo—. De niño creía que lo hacían porque se sentían solos, ahora como adulto me doy cuenta de que fornicaban.

Lo miré en silencio, porque Knox tenía toda la apariencia física de un jaguar negro, solo que inmenso, mucho más grande que uno normal. Sin embargo era a la vez tan humano, tan... distinto, que ya ni siquiera lo veía como a una bestia, sino como a una persona a la que quería mucho.

Con una sonrisa lo tomé de las mejillas para poder apoyar mi frente en la suya, con los ojos cerrados.

—¿Sigues creyendo que necesito un compañero, aún cuando mi vida podría ser como la de tus padres? —pregunté en un susurro, aún con los ojos cerrados.

—Sí, Erin. Necesitas un compañero que cuide de ti, de Uri, que cace para ustedes y los provea de todo lo que necesiten —dijo también en un susurro—. Estarás protegida siempre, y es todo lo que deseo para ti. Tiene que ser un macho fuerte y responsable, uno que no sea tonto. Uno que jamás... Jamás permitiría que les suceda nada.

Su voz se oía tan triste que abrí los ojos para verlo. Había visitado su clan, había visto seguramente al hermano de Thara. Habría revivido toda clase de recuerdos de su familia.

—Está bien, Knox. Estoy contigo —dije con voz suave—. Estoy aquí.

Bajó la cabeza y dirigió la mirada hacia Uri, tal vez para no hacer más contacto visual o por verdadero interés.

—Lo siento —dijo aún con voz triste—. Cuando estoy contigo es más fácil olvidar solo por un momento, pero en el clan... lejos de ti y de Uri, sin saber si están a salvo, si algo pudo sucederles. Por la diosa, Erin, ¿qué hago si al regresar ya no están?

Lo tomé nuevamente de las mejillas para poder instarlo a verme a los ojos. Quería que me viera fijo para poder mostrarle total seguridad.

—Estamos bien, estaremos bien, Knox. Conseguiré un compañero para que puedas quedarte tranquilo.

—Tiene que ser fuerte, y responsable —dijo muy rápido—. Y tiene que cazar para ustedes, carne, aves, pescado. Tiene que ser bueno, Erin. Tiene que ser bueno de verdad, y tratarlos bien. Tiene que amar a Uri, si no ama a Uri me veré obligado a matarlo, ¿lo entiendes? Tiene que ser bueno con él y amarlo con toda su alma porque es todo lo que este pequeño se merece. Si me entero que lo trata mal o no lo quiere, lo mataré.

Sus ojos amarillos se veían tristes, inseguros, no confiados y llenos de fortaleza como siempre. Se veía tan herido. Le hice caricias para reconfortarlo, tratando de que mi voz fuera suave y cálida.

—¿Crees que podré encontrar alguien así? —pregunté con una sonrisa.

—Creo que nadie podría cuidarlos de la forma en que yo deseo que sean cuidados —suspiró—. Pero espero que sí lo encuentres. Algún día dejaré este mundo y no podré seguir cuidando de ti, necesito saber que estarán bien.

Tragué saliva y parpadeé varias veces para evitar que las molestas lágrimas en mis ojos se derramaran. La sola idea de perderlo, de que él escogiera morir por fin para unirse a su familia, dolía más que nada en el mundo.

—Conseguiré el mejor compañero, Knox. Te lo prometo.

Volvió a acomodarse en el suelo pero esta vez con la cabeza descansando junto a Uri, a quien miraba con atención.

—Siempre odié a los humanos —dijo en voz baja—. Y los odié incluso más cuando me dijiste que podían hablar, que no eran animales tontos, que el daño que hicieron fue a consecuencia. Sin embargo... Jamás creí que podría encariñarme tanto con uno de ellos, con un pequeño hombrecito.

Su cola se balanceó con alegría, mientras lo observaba jugar con un muñeco de tela. Y yo solo los observé con una sonrisa. Observé cómo jugaban juntos, cómo se reían con tanta naturalidad. Uri lo adoraba, y por lo visto Knox lo adoraba a él.

Había defraudado a mi madre en muchas cosas a lo largo de mi vida, y no quería ahora defraudar a Knox. Por su paz mental, por su tranquilidad, conseguiría la mejor pareja del planeta.


Nuevamente traigo un par de dibujos que hice de los personajes. Los colocaré luego de los puntos para quien le interese, y así quienes no quieran verlos podrá evitarlo <3
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Knox en forma salvaje:


Erin:


Petra:

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