Capítulo DIEZ
Por varios días me quedé junto a Knox hasta que él consiguió hacer todo por sí mismo. Quería quedarme con él más tiempo, pero Knox parecía incómodo de compartir un espacio conmigo. Él, después de todo, no dormía con hembras y estaba haciendo una gran excepción por mí.
Le hice jurar que no se alejaría, que se quedaría cerca y vendría a verme. Y le juré que yo iría a verlo también, todo el tiempo.
Él volvió a tomar su forma salvaje, y volvió a cazar y vigilar su gran territorio, como si nada hubiera pasado. Como si pasear junto a la muerte fuera lo habitual.
Había descubierto tantas cosas. Había descubierto que Knox me gustaba, y que me estaba enamorando de él. ¿Cómo pudo pasar? Me sentía tan mal, tan culpable por ello. Él estaba atravesando todo su dolor, su luto, ¿cómo podía mirarlo y pensar en esas cosas?
Mamá había estado muy preocupada, pero Marcelo le había asegurado que estaba bien. Me lo había cruzado en la selva cuando cazaba para Knox y le pedí que le dijera a mamá que estaba bien. Aunque ni así ella se tranquilizó.
Decidí ir a ver a Yoyo. Necesitaba hablar con él, y también con Shali, aunque mi querida amiga estaba ocupada con su trabajo de sanadora.
Yoyo me había hecho subir hasta su hogar, a su casita de soltero que era muy parecida a la de Shali, aunque con muchas más canastas. Allí bebimos jugo de frutas mientras lo puse al día con todo. Con el rechazo de Ilmaku, del que él ya estaba enterado –obviamente, su amigo no se lo iba a esconder–, sobre lo sucedido con Knox en el solsticio, quería decirle que me estaba enamorando de él. Sin embargo al oír lo que le decía él abrió tanto los ojos que parecía que iban a salirse, y estaba pálido mientras se sujetaba el pecho.
—A ver… —dijo al aclarar su garganta—. Repítelo. ¿Hiciste qué en el solsticio?
—Ya te dije, me quedé dos días con Knox porque no estaba bien —resoplé.
—¡Eso no, cabeza de uva! —gritó—. ¡¿Cazaste para él?!
—¡Y sí, si no podía ni moverse!
Uri comenzó a llorar, allí sentados sobre una alfombra tejida con diseños de enredaderas, así que lo acomodé en mi pecho para amamantarlo.
—¿Cazaste para él? —repitió y comenzó a refregarse el rostro—. ¿Y qué más hiciste, se lo pusiste en las manos?
—En la boca, en realidad. Le di de comer.
Lanzó un chillido tan fuerte que tuve que taparme un oído.
—¡¿Hiciste qué?! ¡¿Sabes lo que hiciste?!
—Evitar que muera de hambre.
—¡Cortejarlo! —chilló—. ¡Para los naweles que una hembra cace para ellos y le entregue su presa en las manos es un cortejo! ¡Literalmente le dijiste a Knox que lo quieres en tu cama!
Alcé la mirada hacia él, con mis ojos abiertos de par en par y el calor que me hacía arder las mejillas.
—¡¿Hice qué cosa?! —chillé.
—¡Y encima se lo diste en la boca! ¡Erin, por la diosa! —su voz se volvió más aguda—. ¡No solo le diste una invitación a la cama, sino que le diste a entender que quieres que sea tu compañero!
El calor no solo invadió mi cara, sino mi cuerpo entero. Me ardían las orejas y las mejillas, toda la piel en realidad. Sabía y era consciente de que Knox me gustaba, de que me había enamorado de él, pero… aunque es sexy, muy sexy, creo que jamás me puse a pensar en realmente tener sexo con él.
Lo vi desnudo, no era tan distinto a un humano, era musculoso y muy sexy, y tan grande como para aplastarme, y su... pene no se veía tan diferente tampoco. Dios, ahora no podía quitarme de la cabeza la imagen de Knox con su forma real sobre mi cuerpo, besando cada tramo de piel en mí, rodeando mi cabeza con sus brazos mientras me embestía, con esos gruñidos tan seductores. Maldita sea, no había pensado en eso antes. ¡Estúpido Yoyo!
Apreté los muslos para que mi amigo no notara que me calentaba la idea, se burlaría de solo saberlo.
—No me molestaría… —admití en un susurro.
—¿Perdón?
—Eso —dije y alcé la vista para verlo, avergonzada pero decidida a decírselo—. Siéntate bien, Yoyo, antes de que te desmayes.
—¿Por qué presiento que necesitaré mucha cerveza?
—Quiero estar con él —dije con decisión—. Quiero que sea mi compañero.
Aunque pensé que él volvería a chillar lo vi muy serio y asintió varias veces. Respiró hondo y se dejó caer sobre las mullidas almohadas tras él, boca arriba. Miraba hacia el techo de la choza, así que yo también miré hacia allí. Piedritas brillantes colgaban en bellos adornos, que creaban reflejos luminosos alrededor.
—Bueno, Knox es el nawel más fuerte. Hijo de la gran Kira, la hembra más feroz que ha habitado la selva, y el gran Okanno, el macho más fuerte que ha existido —dijo con un largo suspiro—. Él puede protegerte y también a Uri.
—No lo estás entendiendo —suspiré y cambié a Uri de seno—. Me gusta Knox, mucho. Estoy enamorada de él.
Yoyo inspiró con los ojos cerrados y luego dejó ir todo el aire, como si estuviera viendo un gran problema en vez de la posibilidad de hacer chistes. Se cubrió el rostro con su brazo, lanzando un fuerte resoplido.
—Por la diosa, Gusanito. De todos los clanes ¿tuviste que enamorarte de un nawel? Ellos son tan conservadores, no se mezclan con otros clanes, odian a todos —dijo y resopló nuevamente, luego descubrió su rostro para verme—. ¿En verdad lo amas o solo te hace sentir a salvo?
—Me siento a salvo contigo y no por eso quiero ser tu compañera, Yoyo.
—Buen punto.
Se quedó recostado allí sobre las almohadas, que tenían bonitos y delicados bordados amarillos y anaranjados. Seguro eran regalo de su madre, o tal vez de Shali.
—Ya estoy lo suficiente estresado y preocupado, así que lo próximo que digas ya no va a lograr alterarme más. ¿Hiciste alguna otra cosa?
Me quedé pensativa por un momento. Había cazado para Knox, lo que era un cortejo, se lo había dado de comer en la boca, le había peinado el cabello y también bañado. Recordé lo incómodo que se sintió Knox ante eso y abrí los ojos con consternación.
—Dime que bañarlo no significa nada raro.
—¡¿Que hiciste qué?! —chilló.
Se sentó tan rápido que fue un milagro que no se mareara. Tenía los ojos abiertos de par en par y sus fosas nasales más extendidas.
—Erin, ¿por qué no me preguntas las cosas primero? Yo te habría dicho que no hicieras todo eso.
—¡No iba a dejarlo solo en un momento así, qué iba a imaginarme que tenían tantas cosas en código! —grité.
Yoyo dejó ir un largo suspiro y se puso de pie para poder tomar una jarra cercana. Rellenó mi vaso con jugo, pero él se sirvió cerveza. Claramente sí había espacio para más estrés en su día.
—Los naweles se toman el baño muy en serio, para nosotros solo es higiene, para ellos es algo más. Es la limpieza del alma —explicó y sorbió un trago de cerveza—. Que una persona bañe a otra tiene un fuerte significado. No solo implica devoción por el otro, adoración, sino que también es para ellos un juego erótico. Es como para nosotros la cola.
—¿La cola? —repetí.
—No puedes tocar la cola de otro koatá, pero las parejas enredan sus colas por todo lo que simboliza. Es amor, es algo íntimo —dijo, moviendo su cola para mí—. Algo así es para los naweles el baño. Es algo muy íntimo, ¿entiendes? Y puede ser hasta un juego erótico en algunas ocasiones.
Bajé a Uri para que pudiera recostarse sobre la alfombra, guardando mi seno al instante. Necesitaba beber un trago de cerveza también, pero resistí el impulso por el bien de mi hijo.
—De acuerdo, hice muchas estupideces sin saberlo y eso explica por qué Knox estaba tan incómodo, y comenzó a llorar y a gritar —dije muy rápido, pisando mis propias palabras.
—Erin.
Sentí la mano de Yoyo posarse en mi pierna, así que alcé la mirada para verlo.
—¿Qué?
—Todo está bien —Lo pronunció con tanta suavidad que no entendí por qué de repente me trataba tan bien—. Knox sabe que no eres una nawel, sabe que no lo hiciste con esas intenciones. ¿Sí? Tranquila.
—Estoy tranquila.
—Erin —Sobó con suavidad su mano en mi pierna—. Estás llorando.
Llevé las manos hacia mi rostro. Sentí la humedad de mis lágrimas, y entonces el dolor en mi pecho fue insoportable. Comencé a sentirme culpable por haberle hecho pensar cosas tristes a Knox, seguro le hice recordar a Thara, a los momentos a su lado, o quién sabe qué cosa.
—Él se quiere morir, Yoyo —gimoteé, secándome las lágrimas—. Él se quiere morir, intentó suicidarse. ¿Qué voy a hacer si muere? ¿Qué mierda voy a hacer si lo pierdo para siempre? Ya perdí a Lían, a mis abuelos, a la gente que quiero, ¿qué mierda hago si lo pierdo también a él?
De repente Yoyo me abrazó y me hundí en su pecho. Sentí sus brazos envolverme, era fuerte y cálido, y ayudaba a sentirme mejor. Su pecho pareció vibrar cuando dijo:
—Él no va a morir. Todo va a estar bien.
—¿Cómo lo sabes? —sollocé y él me aferró más.
—Porque lleva años intentándolo, y cuando iba a verlo se le pasaba. Knox no quiere morir, Erin, solo quiere dejar de sentir dolor —Su voz era tan suave que se sentía como una caricia—. Hacernos amigos le ayudó a no estar solo todo el tiempo, a reírse, aunque a veces seguro quiso matarme por ser tan molesto, pero lo hacía reír, Erin. Y ahora están Uri y tú, que lo hacen reír de verdad. No por un chiste malo sobre frutas pasadas, no por anécdotas graciosas de Mekaal y mi padre, sino porque es en verdad feliz.
Lloré muchísimo, pero Yoyo no se quejó por ello. Me abrazó en todo momento diciéndome cosas bonitas. Incluso vigilaba a Uri sin soltarme, quien jugaba con unas pelotas pequeñas que Yoyo tenía por allí.
Luego de unos minutos comencé a respirar mejor, con más normalidad. Sentía los ojos más pesados, tal vez porque él era calentito, o porque sus brazos y pecho se sentían bien, o solo porque era el mejor amigo del mundo.
—Yoyo... —Él me miró con sus grandes ojos marrones—, no eres un mono feo.
Sonrió y sus colmillos resaltaron allí, entonces depositó un beso en mi frente.
—Y tú no eres una cosa fea y deforme, Erin.
Me sentía tan cansada. Mis párpados pesaban de tanto llorar como una estúpida. Quería mantenerlos abiertos pero me era imposible, y hubo un pequeño instante donde incluso sentí flotar. Todo a mi alrededor se sentía suave y cómodo, así que supuse que estaba sobre esas delicadas almohadas.
—Descansa, Gusanito.
~ • ~
Cuando abrí los ojos me sentí mareada y desorientada, pero reconocí las piedritas colgando del techo de Yoyo. Mis ojos ardían y seguía sintiéndome muy cansada por el llanto, pero me senté, preocupada por Uri. Sin embargo allí estaba él, sentado sobre las piernas de Ilmaku que, con una sonrisa feliz, le daba de comer pequeños trozos de fruta.
—¿Ilmaku?
Él dirigió su mirada hacia mí. Parecía algo avergonzado, pero al instante volvió a concentrarse en alimentar a Uri.
—Lo siento, no pienses que estaba haciendo algo malo. Yoyo se fue a buscar raíces y papas para hacer una ensalada para ti, y yo me ofrecí a cuidar de Uri mientras tanto, porque Sha-sha está muy agotada —dijo sin mirarme.
Uri prácticamente se abalanzaba sobre él para quitarle los trozos de mango como si fuera una piraña, y eso hacía reír a Ilmaku, que con su otra mano le acariciaba la cabecita.
Habría sido un gran compañero. Habría sido un gran padre para Uri, de no ser por lo que sentía por Knox, aunque fuera algo imposible. Sabía muy bien que los naweles no se mezclaban.
—Te ves bien con él —dije y me refregué los ojos, tratando de que el escozor menguara.
—Me gustan los niños. Sus risas me alegran la vida.
—Yoyo dice que su llanto le da deseos de arrancarse la cara —dije con una risita.
—Tal vez sea porque él tiene una hermana mayor y una menor, y yo no tengo a nadie más que a mi padre —suspiró.
Me acomodé mejor para poder estar más cerca de ambos. Se sentía algo incómodo estar junto a Ilmaku luego de que él me rechazara por haber notado lo que yo aún me negaba a admitir. En especial porque aún recordaba el sabor de sus labios o la sensación de su lengua cuando nos besamos.
—Ilma, lo siento —dije con auténtica tristeza y una sensación de culpa muy grande en mi pecho.
Volvió a mirarme y bajó a Uri para que intentara gatear hacia mí. Uri se esforzaba al intentarlo pero terminaba por caer de panza, así que volvía a levantarse y reptaba hacia mí. Lo alcé en mis brazos porque mi bebé quería estar con su mami.
—¿Por qué te disculpas? —me preguntó.
Bajé la mirada y sentí la angustia acumularse en mi garganta.
—Erin —Sentí sus dedos posarse en mi barbilla, y con un delicado movimiento me instó a mirarlo a los ojos avellana—. Quería ser tu compañero, sí. Queria regresar a casa y saber que tú estarías ahí, pero lo que más quería era saber que estarías a salvo junto con Uri. Knox es el ser más fuerte existente, es la unión de sus padres. Con nadie vas a estar mejor que con él.
—Pero él ni siquiera quiere tener compañera —susurré—. Y no quiero hacerte sentir mal a ti.
—Creo que olvidas que fui yo quien te rechazó a ti —dijo con una risita y me pellizcó la nariz con cariño—. Estoy bien, Erin. ¿Tú estás bien?
Me encogí de hombros porque no sabía si estaba bien, no sabía cómo sentirme. Al lado de Ilmaku habría tenido asegurado que estaríamos a salvo, habría tenido cariño, respeto y tal vez hasta buen sexo. Aún así... Aún así, aún sabiendo que Knox no quiere a nadie, que no duerme con hembras, que no quiere una mujer en su vida. Aún así lo quiero a él, y eso era tan egoísta. Era una maldita egoísta.
—Knox nunca me va a mirar, soy una asquerosa humana —dije con tristeza—. Y él sigue de luto.
—Entonces no me equivoqué al pensar que me recordaba a mi padre.
Ilmaku corrió la mirada para ver hacia la puerta. Tal vez porque oyó algo que yo no, o quizá porque no quería verme fijo. Quizá lo había hecho sentir mal al hablarle de mis sentimientos por Knox, como una tonta egoísta que solo piensa en sí misma.
—Yo conocí a Knox cuando era niño —dijo con la vista fija en la cortina de piedras en la ventana que se balanceaba con la brisa—. Fue el mismo día en que murió mi madre.
Abrí los ojos con consternación.
—Lo siento mucho, Ilmaku.
—Gracias, pero estoy bien. Ya ha pasado mucho tiempo —Me miró con atención. Sus ojos se veían apenas tristes, más bien notaba melancolía en ellos—. Vi a Knox solo una vez cuando ambos éramos niños, él es apenas un poco mayor que yo.
No sabía la edad de Knox, así que aclaré mi garganta antes de agregar:
—¿Qué edad tienes?
—Veinticinco solsticios —dijo y comenzó a reírse—. Se supone que a mi edad ya debería tener al menos uno o dos hijos, como la generación de mis padres.
—¿Se casaban jóvenes? —pregunté con curiosidad, acunando a Uri contra mí porque parecía estar cansado.
—Nací cuando mis padres tenían veinte solsticios. Lumen y Shana tuvieron a Gimi a los dieciocho, a los veinte a Yoyo y a los veintitrés a Shali. Era lo usual en aquella época, ahora nos parece raro a los de mi generación.
Apreté los labios, haciéndole caricias a Uri para ayudarle a dormir. Quería preguntarle por Knox, pero no era algo educado preguntar esa clase de cosas a un chico que gusta de ti.
Ilmaku me miró, tal vez descifrando mi mirada o tensión, porque me dedicó una sonrisa amable y dijo:
—Mi madre murió cuando yo tenía cinco solsticios, Knox tenía tal vez unos siete u ocho, así que supongo que puedes hacer los cálculos.
Entonces... Knox debía tener unos veintisiete o veintiocho años, apenas cuatro años mayor que yo.
—¿Puedo saber qué sucedió con tu madre? —pregunté con algo de vergüenza, porque podía ser un tema difícil para él—. Lo único que sé es que tu padre fue a la guerra por ella.
Como Uri estaba comenzando a llorar por sueño, liberé uno de mis senos para amamantarlo. Ilmaku aprovechó ese momento para revisar las jarras de Yoyo en busca de agua, y sirvió un poco para ambos.
—Mi madre era recolectora, como Yoyo —comenzó a decir—, y en esa época no era muy seguro ser recolector porque allí atacaban los naweles al ocaso para expulsarnos de esta tierra. No nos cazaban para alimentarse, no en esa época, nos mataban para que nos fuéramos de aquí porque querían expandirse a nuestro territorio. Esa tarde fui con ella, porque yo también quería ser recolector en esa época.
Apretó los labios, y pensé en que él no era un recolector, sino un guerrero. Sus sueños habían cambiado. En sus ojos danzó una mezcla de ira y tristeza a la vez cuando dijo:
—Estaba embarazada de mi hermano o hermana cuando nos atacaron los naweles. Diez de ellos, peleando por una hembra koatá y un niño —dijo y tragué saliva, sintiendo mis ojos humedecerse de solo imaginar el terror que debió haber sentido—. Y entonces aparecieron ellos, un inmenso y fuerte nawel que comenzó a pelear contra su propia gente para salvar a mi madre, y una intimidante hembra que me juró que me protegería si confiaba en ella.
—¿Una nawel? —inquirí, con desconfianza.
—Tal vez pienses que es extraño confiar en una nawel, pero cuando la vi a los ojos amarillos solo vi a una mamá, igual que la mía. Ella era la gran Kira, y estaba junto a su pequeña cría, Knox, mientras que su compañero, el gran Okanno, luchaba contra su propia gente para intentar salvar a mi madre. Para cuando la recuperó fue demasiado tarde, ella ya había muerto, pero incluso así Okanno la tomó en sus brazos, Kira me alzó en los suyos y ambos vinieron hasta aquí para devolvernos.
Sorbió un poco de agua y volvió a mirar hacia la ventana.
—Mi padre fue a la guerra por ella, porque no soportaba el dolor de haberla perdido y también al bebé no nacido. No soportaba no haber estado allí, no haberlos protegido —Volvió a mirarme—. Ganó la guerra por ella, se enfrentó incluso a Kira y Okanno, que me habían salvado la vida, y perdió un ojo en el proceso. Mi padre antes era feliz, ¿sabes? Pero desde que murió mamá él se apagó.
—Debiste estar muy asustado —murmuré, con un deje de angustia en mi voz.
—Nunca tuve tanto miedo en mi vida como en ese momento. Ver cómo le desgarran la garganta a tu madre y cómo bromean con arrancarle el bebé del vientre —Los músculos de su mandíbula se tensaron—, no es el mejor recuerdo para un niño.
—Lo siento mucho, Ilma —Llevé mi mano hacia él y la apoyé con suavidad sobre la suya. Él la aceptó y aferró mi mano con seguridad.
—Supe que yo no debía ser recolector, y que debía ser fuerte para poder cuidar de mis seres queridos, así que me hice guerrero —dijo. Sus dedos se sentían ásperos al rozar los míos, pero ya me gustaba esa sensación—. Para cuidar de Yoyo y de Shali, para proteger a mis antiguas compañeras de cama y a sus crías, y ahora también de ti y de Uri. Por eso saber que tienes a Knox es un alivio enorme.
—Te pones mucha carga encima, Ilma. No se puede proteger a todo el mundo, no necesito que me protejas.
Él bajó la mirada y por primera vez vi sus ojos humedecerse, pero parpadeó muy rápido para deshacerse de esas lágrimas.
—La primera vez que te vi en la selva tenías tu vientre ya grande por el embarazo. Y volví a sentir ese terror que sentí en la infancia, de solo pensar que un nawel se cruzara en tu camino y te arrancara el bebé del vientre —Tragué saliva y él concentró su mirada en el contenido de su vaso—. No me gustabas en esa época, pero incluso así tuve miedo.
—Ilma...
—Me gusta que me llames así. De esa forma me llaman mis amigos —dijo y posó sus pequeños ojos avellana en mí, con una sonrisa—. Y quiero ser tu amigo, Erin. Quiero ayudarte a llegar hasta Knox. Quiero ayudarte a salvarlo.
Parpadeé rápidamente para borrar el empañe de mis ojos, pero fue en vano. Mis párpados hinchados continuaban ardiendo, y comenzaron a sentirse más pesados porque nuevamente quería llorar.
—¿Por qué eres tan bueno conmigo?
—Soy bueno con todos, aunque supongo que heredar la mirada de mi padre no ayuda mucho a que lo parezca —se rió y posó su mano en mi mejilla—. Porque eres buena, Erin, y estás en un mundo distinto, porque aún estás aprendiendo a sobrevivir aquí, y porque aunque tu corazón sea de otro quiero tener tu amistad.
Se oyó el sonido de la madera de los puentes chirriar, así que supuse que Yoyo ya estaba de regreso. La puerta se abrió y vi a mi amigo con una pequeña coleta en la cabeza, traía una canasta en su mano repleta de frutas y verduras, y me dirigió una cálida sonrisa.
—¿No estarás haciendo sentir incómoda a mi amiga, verdad? —Alzó una ceja al ver a Ilmaku, que aún tenía su mano en mi mejilla—. Te voy a cortar las bolas si lo haces.
—Solo hablamos —se defendió él.
—Solo hablamos, Yoyin —dije con una sonrisa y posé mi mano sobre la de Ilmaku, aún en mi mejilla—. Somos amigos.
De soslayo vi que Ilmaku sonreía. No estaba seguro de si era o no correcto que fuéramos amigos, sabiendo que le gustaba, pero tampoco quería perderme de tener a mi lado a una persona tan hermosa como él.
—Tú más vale que arregles los problemas con Shali —lo regañó, luego Yoyo me miró con atención—. ¿Estás mejor, Gusanito? Traje variedad de cosas para que comas. Quédate cuanto desees, puedes pasar la noche aquí si lo necesitas.
—¿Sigue enojada?
—Sigue enojada y está llorando, así que arréglalo o te patearé el culo.
—¿Qué le pasó a Shali? —pregunté, muy preocupada—. ¿Está bien? ¿Necesita que vaya a verla?
Yoyo dejó ir un largo suspiro y dirigí la mirada hacia Ilmaku, que estaba encogido de hombros.
—Verte seguro la hará sentirse mejor. Deja a Uri durmiendo aquí, es un niño tranquilo.
Miré a Uri dormido en mis brazos, con tanta paz. Corrí un mechón de cabello de su rostro y luego lo recosté sobre las alfombras y almohadas, para que estuviera cómodo.
—Dile a mi hermana que la espero para cenar todos juntos —dijo Yoyo y se acercó a nosotros, para dejarse caer en el suelo con la canasta frente a él—. Y tú, Ilma, vas a ayudarme a cocinar y vas a planear una forma de resolver este lío.
—Es que ya no sé qué más hacer.
Me alejé hacia la puerta, pero vi a Yoyo amenazar a su amigo con una banana en la mano, como si fuera una pistola. La imagen fue tan divertida que tuve que resistirme al instinto de reír a carcajadas.
—Cuiden de mi bebé, regreso para la cena.
Ilmaku me miró, mientras tomaba algunas verduras para lavarlas.
—¿Vas a poder cruzar los puentes sola?
Tragué saliva. Ya podía sentir mis piernas temblando.
—¿Para ayudar a una amiga? Por supuesto.
Y entonces salí de allí, rogando no caer por esos malditos puentes elevados.
No pensaba poner nada aquí, pero como se habló de los padres de Knox nuevamente pensé en dejar los dibujos que hice de ellos. Los dejaré luego de los puntos.
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Okanno y Kira.
Knox dice que sus padres no se amaban, que solo se respetaban mutuamente y se admiraban, pero que su padre aún así era muy devoto de ella.
¿Ustedes qué creen?
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