Capítulo CINCO | parte 3

El sonido de la tormenta era aterrador. Los truenos, los árboles que se balanceaban, la luz de los relámpagos que iluminaban la curva cada algunos minutos. Todo era aterrador, especialmente la soledad. Sin embargo traté de estar tranquila. Me mantuve calentita junto al fuego, y por lo que pude notar mi ropa ya estaba prácticamente seca.

Pensé en Uri, que se encontraba a salvo en el búnker. Sabía que mamá lo protegería con su vida, y que no tenía nada que temer si ella estaba ahí. Uri tenía ya cuatro meses, y dentro de poco podría comenzar a darle de comer. Mi pequeño hombrecito, mi querido bebé de piel trigueña, la perfecta mezcla entre mi piel tostada y la blanca de su padre.

Pensé mucho mientras estuve a solas. Pensé en Knox y su deseo de morir, y supe que si yo perdiera a Uri ya no tendría nada más en el mundo. Si perdiera a mi hijo con él se iría mi alma entera.

Knox odiaba a los humanos por lo que le hicieron a su familia, y yo... ahora viviría con más humanos. Escondí el rostro entre mis rodillas, porque no quería que él se alejara de mí. Quería ayudarle, darle mi apoyo. Quería poder ser una amiga para él, pese a ser una de esos humanos que tanto odiaba.

Traté de no pensar mucho en la familia de Knox, ni en la posibilidad de que él se alejara de mí. Todos esos pensamientos me producían tristeza, y necesitaba estar tranquila.

Debía concentrarme en el futuro, y el futuro implicaba que debía, sí o sí, conseguir un maldito compañero. Ahora que habían hombres en el búnker podría intentarlo con alguno de ellos.

Cuando la ropa se secó me vestí. Luego comencé a peinarme el cabello con los dedos, para después trenzarlo y dar una imagen más pulcra y atractiva. Después de todo, al regresar al búnker tendría que conocer a los hombres allí. Mis esperanzas estaban depositadas en alguno de ellos.

No me sentía animada con la idea de volver a coquetear con hombres, pero si Yoyo y Knox insistían tanto en la importancia de tener uno debía lograrlo por el bien de mi hijo.

No les había prestado demasiada atención, así que no recordaba si alguno de ellos era de mi edad, o mínimamente atractivo. Supongo que para los koatá y los naweles carecía de importancia el aspecto físico en estos casos, pero... Ya de por sí estaba obligada a hacer toda esta mierda, lo mínimo que podía desear era que uno fuera solo un poco atractivo.

Dejé ir un largo suspiro justo cuando oí a Knox regresar, llegó con una canasta colgada de su boca y eso me sorprendió. Fui a ayudarle, pues al no salir de su forma salvaje no podía utilizar manos.

—Creí que irías a cazar —dije con sorpresa.

—Lo hice —dijo.

En la canasta había dos aves grandes, pero también, alejado de la carne por una división, había frutas y una extraña tela.

—Estás comiendo demasiada carne roja y recuerdo que dijiste que tu dieta era variada —dijo y miró la canasta—. Yo puedo comer aves y peces también. Y sé que te gustan las frutas.

—¿De dónde sacaste la canasta? —pregunté con curiosidad.

—De mi guarida.

De las aves solo tomé las patas para poder cocinar en el fuego, le dejaría a él, que era mucho más grande, el resto de la carne. Luego de poner a cocinar mis patas enjuagué en el arroyo las frutas, y mordisqueé una de ellas porque tenía bastante hambre.

—¿Y esa tela rara? —pregunté.

—Es una capa, para ti —dijo y comenzó a comer su ave—. Tal vez no desees usarla por ser piel de kei, pero evitará que te mojes cuando te lleve de regreso a tu hogar.

Me daba un poco de asco saber que estaba hecha de un ser humanoide que era capaz de hablar, pero considerando que ellos se comían a mi especie… Bueno, supongo que no estaría tan mal que lo use.

La tela era más bien como un cuero rugoso y de un color oscuro, entre negro y amarronado.

Comí las patas cuando estuvieron listas, y me dio gracia la expresión asqueada que Knox me dirigía cada vez que comía algo cocido al fuego.

—Sigo sin poder creer que ustedes no cocinen la carne —dije con la boca llena.

—Yo sigo sin poder creer que ustedes la cocinen —Torció sus gestos en uno mucho más asqueado—. Le quitan todos los nutrientes, todo lo bueno.

—Mi estómago es distinto, Knox. El tuyo debe ser mucho más fuerte. Es mas probable que me agarre parásitos o una bacteria si como carne cruda —soplé con cuidado la otra pata para poder comerla.

—No tengo ni idea de lo que estás hablando.

No tenía ánimos de explicar, así que solo me encogí de hombros y continué con mi desayuno, que a esa hora era más un almuerzo.

Lo miré comer. Seguía dándome asco pero poco a poco me estaba acostumbrado a ello. Knox apretaba con su pata una parte de la ave para poder devorar la otra. Su mandíbula era tan fuerte que estaba segura de que podría destrozar mi cabeza de una sola mordida.

Cuando terminamos de comer volvimos a hablar, pues habíamos estado en silencio por largos minutos.

—Knox, lo que preguntaré tal vez sea muy tonto pero es que yo no entiendo bien las relaciones de este mundo —dije con una mueca torcida.

Él dirigió sus brillantes ojos hacia mí, recostado en el suelo con comodidad, con su cola que se balanceaba.

—Hay cinco hombres humanos ahora, y tanto tú como Yoyo viven diciendo que necesito un compañero que cace para mí —suspiré—. De esos cinco, dos son de mi mundo y los otros son de esos machos «salvajes».

—Uhm, ya veo. ¿Quieres un consejo de cómo fornicar con ellos?

Sentí mi rostro arder.

—¡No! Sé muy bien cómo coger, Knox, y soy muy buena en lo que hago —chillé—. Sé cómo coquetear con esos dos hombres que salieron de la cápsula, no sé cómo hacerlo con los que se criaron en la selva.

Knox hizo un largo ronroneo pensativo, con su cola aún balanceándose.

—Eres la primera hembra humana que conocí, así que no sé cómo se relacionan los humanos. Puedo decirte qué nos atrae a los naweles o los koatá de las hembras, si te sirve.

—Cualquier cosa que no me haga quedar como una idiota me sirve.

—Sé que a los koatá les gustan las hembras delicadas, que inspiren una buena imagen de madre de crías. Amables, bondadosas y tranquilas.

—¿Y los naweles?

—Depende, están los que piensan igual que los koatá y los que prefieren hembras fuertes que tengan carácter combativo, porque significa que siempre protegerá a la cría —dijo y me miró fijo—. No necesitas amor, Erin. Solo necesitas que uno se interese en ti. Simplemente intenta fornicar con alguno y el resto sucederá solo.

Quería preguntarle en cuál de esas opciones estaba él. Supuse que la primera si consideraba que su compañera fue una costurera y no una guerrera, pero no era educado preguntar.

—Eso pensando solo en reproducción, por instinto —dijo de repente—. El asunto cambia si es por amor, y como tú amaste a un humano antes sabrás que es un proceso que no se da de un día para otro. ¿Quieres amar a uno de esos machos o solo quieres un protector para tu cría?

—No quiero amor —suspiré y me recosté en el suelo para ver el techo de esa oscura cueva, iluminada solo por la fogata—. Supongo que tendré que hacer un sacrificio y acostarme con uno de ellos. Siento que es jugar sucio, que es como manipularlos para que se hagan cargo de mí…

Me mantuve en silencio por largos minutos. No me gustaba nada la idea, no me parecía digno, pero era un esfuerzo que debía hacer por el bien de mi hijo.

Prefería estar sola, pero debía prepararme para la idea de ser la pareja de un desconocido. Y, por lo tanto, entregar mi cuerpo...

El solo pensarlo me daba escalofríos. Era algo horrible.

«Tal vez los dos que salieron de cápsulas sean una mejor opción...»

Seguía siendo horrible, pero me tranquilizaba más esa posibilidad.

—Erin —Alcé la mirada para ver a Knox—. Tu cabello se ve bonito así.

Sonreí.

—¿Te gusta? —Llevé por instintos las manos hacia mi trenza.

—Sí, se ve bonito —Me miró fijo por un momento—. Si lo deseas podemos recolectar algunas flores cuando te lleve de regreso, si las usas como las koatá se verá mejor. Tal vez a esos machos les guste.

No estaba segura de cómo se cortejaban los humanos en este nuevo mundo, pero sí sabía bien cómo conquistar a aquellos salidos de la cápsula.

Me quité la camiseta por sobre la cabeza para poder rasgar un poco el escote. Le haría un pequeño nudo para simular un escote corazón, que a mí siempre me había quedado increíble.

—¿Qué haces, por qué te desnudas nuevamente si tu ropa está seca?

—Le hago modificaciones —expliqué—. En mi mundo los hombres nunca dejaban de mirarme las tetas, era muy incómodo y no me gustaba, pero... Supongo que ahora será útil.

—¿Los humanos ven atractivo los senos? —preguntó con incredulidad—. Si son para amamantar.

—Sí, no sé bien por qué —Volví a colocarme la blusa verde que me habían dado los koatá—. ¿A los machos de tu clan qué les atrae físicamente de las hembras?

Knox hizo ese largo ronroneo pensativo que tanto me gustaba.

—Hay un gusto generalizado por las piernas —dijo—. Y el aroma. El aroma dice mucho de una persona.

—¿Y a ti que te gusta?

—En este momento nada. No me atrae ninguna hembra ni tengo interés por nada de eso —dijo con molestia.

—Lo sé, Knox, pero antes... ¿qué te gustaba? ¿Qué hacía que voltearas a ver una mujer?

Me miró con los ojos entrecerrados, dudoso.

—Las piernas también, fuertes. El cabello largo y brillante —dijo y luego corrió la mirada—. Y me avergüenza admitir que un trasero igual de fuerte...

Sonreí y comencé a reírme porque él era tan correcto, se veía tan avergonzado que fue inevitable para mí sentir ternura.

—Está bien, es normal —dije con una risita porque me miró con fastidio por reír—. No te avergüences tanto.

—¿Y a ti que te gusta de los machos?

Bueno, claramente yo sí era una sinvergüenza, aunque ahora me daba pena decírselo a él que era tan... Uhm... Correcto.

—Siempre me gustaron los hombres más altos que yo y de músculos grandes —dije con una sonrisa pícara e hice una pose con los brazos—. Bien sexys y viriles, generalmente bronceados pero Lían fue una excepción a la regla. Y si tenían un trasero delicioso del cual poder agarrarme, mucho mejor.

—Te gustan los machos nawel entonces —dijo con una risita.

—Si no intentaran comerme, quizá. No tuve tiempo de apreciar si el que me atacó era sexy o no, estaba más preocupada por sobrevivir.

—¿Sabes que yo soy un nawel igual que Nohak, verdad? —dijo con un extraño tono de voz.

Dirigí la mirada hacia él.

—Lo sé, Knox, pero tú usas la forma salvaje. En esa forma eres un jaguar completo, uno muy enorme, pero jamás te he visto en otra forma. Mi única referencia es, entonces, ese tipo que quiso comerme.

Él miró hacia el fuego.

—Mejor que no te atraigan los de mi clase. Mi clan no se mezcla con otras —dijo, sin correr la mirada de las llamas danzarinas—. Las excepciones que lo hacen son exiliados y cazados.

—Bueno, es lo normal, supongo. Sería raro que las especies se mezclaran.

Knox no dijo nada, pero se puso de pie estirando sus músculos.

—La tormenta no va a parar por al menos dos lunas, así que te llevaré de regreso. Ponte la capa.

Con muchas dudas, y un notorio gesto asqueado, me puse esa capa hecha con piel de kei para poder protegerme de la lluvia. Luego de apagar el fuego me subí sobre el lomo de Knox y salimos de la cueva. La lluvia no pasaba a través de la capa, lo que era genial, asqueroso pero genial.

La tormenta me daba mucho miedo, y cada trueno me hacía aferrarme con mayor fuerza a Knox, quien dejaba ir una risita enternecida mientras corría por la selva.

—Agárrate con más fuerza, no me lastimarás con tus pequeñas manos humanas —dijo con esa risita.

Le di un golpe pero me aferré más, abrazándolo del cuello. Reposé mi rostro en su lomo, desde donde pude oír el acelerado latir de su corazón y la forma en que sus músculos se movían ante cada paso.

Nos detuvimos solo para recolectar un par de flores, él estaba seguro de que llevarlo al estilo koatá haría que los humanos me mirasen mucho más. Yo no estaba muy segura de ello.

Cuando llegamos al búnker me bajé de su lomo y lo miré a esos brillantes ojos amarillos que me observaban con atención, en silencio. Él parecía algo dudoso de irse, y también parecía querer decir algo.

—Supongo que no te veré por un tiempo —dije y acomodé mejor la capa sobre mi cabeza.

—Es poco probable que nos veamos durante el período de tormenta, estaré cazando y vigilando que mi gente no invada el territorio —dijo y dirigió su mirada hacia la puerta del búnker—. Tal vez en algún momento te traiga carne.

—No es necesario, Knox. Preocúpate por tu territorio.

—Es necesario. Sigues sin un compañero —Me miró con atención y luego se dio la vuelta—. Nos vemos pronto, Erin. Cuídate y no salgas durante el periodo de tormenta, es peligroso.

Lo observé alejarse, él se detuvo cerca de los árboles para asegurarse de que ingresaba al búnker, así que lo despedí con un alegre movimiento de mano y abrí la pesada puerta para poder entrar.

Si debía estar dos meses encerrada, extrañaría mucho a Yoyo y Shali, pero extrañaría mucho más a Knox.

~ • ~

Bajé con cuidado las escaleras, pues mis pies envueltos en botas a cordones estaban llenos de barro resbaloso. Me sostuve de la barandilla mientras bajaba, prestando suma atención a esas nuevas y desconocidas voces. No llegué ni a asomarme por la primera habitación que uno de esos hombres, vestido igual que mamá –como soldado– ya tenía preparado un cuchillo para matarme, de no ser porque mi madre posó la mano en su hombro de forma dominante.

—Es mi hija, teniente. Le advierto que si quiere vivir, entonces jamás apunte hacia mi hija —dijo mamá con una mirada de locura.

Él bajó el cuchillo y miró hacia mi madre.

—Lo siento, mi coronel. No volverá a suceder.

Mamá me llamó con su dedo índice para hablar en privado. Inspiré todo el aire posible para prepararme a oír sus reclamos, y no tardó mucho en regañarme por estar junto a un nawel. Debí explicar que Knox era ese nawel del que tanto nos hablaron los koatá, que no dañaba a seres hablantes y que protegía este territorio. Expliqué que cazaba para mí y nos cuidaba todo el tiempo. Ella pareció dudosa en un principio, pero terminó por suspirar al abrazarme.

—Temí que algo malo te hubiera sucedido mientras no estaba —susurró—. Ten cuidado, Erin.

—Knox es amable, má.

Me miró fijo con sus bonitos ojos verdes y entonces pasó su mano por mi cintura, para poder guiarme hacia los humanos. Estaban reunidos en la zona de cápsulas, los humanos salvajes parecían ya conocerlas porque estaban apoyados en ellas sin mayor interés. Tenían la piel curtida por el sol y llevaban ropas de cuero que apenas cubrían sus genitales y pechos, en el caso de las mujeres.

—Hija, él es el teniente Marcelo Argel —dijo mamá y dirigí entonces la mirada hacia ese soldado.

Dios.

Mío.

Jesucristo sagrado.

Era el tipo más sexy que había visto alguna vez. De piel trigueña, cabello castaño oscuro y una barba apenas crecida que envolvía sus mejillas. Tenía unos ojos pequeños pero café, y un cuerpo trabajado y en forma que casi me hizo babear.

—Mucho... Mucho gusto —balbuceé al extender mi mano hacia él.

Él sonrió de costado y al hacerlo sus ojos se rasgaron un poco, por lo que se vio increíblemente más sexy que antes.

—Es un gusto, Erin. Tu madre ha hablado bien de ti. Soy Marcelo, puedes decirme Marc —dijo con una sonrisa y tomé su mano para estrecharla—. Él es Daniel, ignóralo, fingirá que no existes la mayor parte del tiempo.

El hombre a su lado, Daniel, le dio un golpe con el ceño fruncido.

—Un gusto, puedes llamarme Dan, soy doctor. Me dijo tu madre que estabas estudiando enfermería, puedo enseñarte lo suficiente para que adquieras el conocimiento que te hizo falta —dijo con una gran sonrisa—. Siempre será útil tener otra profesional de la salud.

Daniel era de piel clara y profundos ojos azules. Era delgado y algo desgarbado, a diferencia de su compañero tan musculoso.

—Ellos son Maki, Polu y Ren —dijo Marcelo al señalar a los tres hombres salvajes y temerosos, que se veían muy desconfiados. El primero parecía de unos cincuenta o sesenta años, el otro tendría tal vez treinta, y el último aparentaba mi edad—. Están aprendiendo a hablar nuestra lengua poco a poco, aún les cuesta.

—¿Nuestra lengua? —pregunté con sorpresa.

—Sí, claro. Ellos hablan, solo que no español —dijo Marcelo con confusión—. ¿Por qué la pregunta?

Pensé en los koatá o incluso Knox que los llamaban «salvajes sin habla», creí en verdad que no tenían lengua.

—Me dijeron que... Solo imitaban sonidos y hablaban con señas... —murmuré.

Marcelo sonrió.

—Oh, sí. Es cierto, pero esa es su lengua. Hacen chasquidos y chillidos de pájaros, y en su cultura se comunican mucho con las manos. Aún no estoy seguro de qué lengua es, supongo que alguna indigena.

Sentí mi rostro arder de vergüenza. Supongo que era una obviedad, es solo que creí... Debía decírselo con urgencia a Yoyo y Knox.

—Los encontramos cuando salimos de las cápsulas y desde entonces nos encargamos de ellos, son todos familia. Los metimos en nuestro búnker pero por un fallo dejamos de tener energía. Fue casi un milagro que tu madre nos encontrara y saber que ustedes sí tienen energía —agregó Daniel, colocando las manos en los bolsillos de su pantalón de lino claro.

—¿Y ellas? —giré para ver a las mujeres con una sonrisa amistosa, las saludé con un movimiento de mano en el aire—. Soy Erin, ¿sus nombres?

Se miraron entre sí y luego a mí, aunque la niña se escondió tras la que, supuse, sería su madre.

—Maha —dijo la mujer más mayor, que aparentaba unos cincuenta años, luego señaló a la otra mujer—, Miri —señaló entonces a la niña—. Lili.

—Es un gusto, espero podamos ser amigas —les dije con una sonrisa.

Mamá se quedó hablando con Marcelo y Daniel, mientras que yo me alejé para poder ver a Uri. Estaba dormido en su cunita hecha con una canasta. Revisé su pañal, estaba limpio y hasta su ropa cambiada. Mamá lo había cuidado bien en mi ausencia.

—¿Qué opinas, hijo? Tal vez mami consiga pronto un compañero que nos cuide a ambos —le susurré mientras acariciaba su cabello.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top