Capítulo CATORCE
Me desperté con los rayos del sol en la mañana que acariciaban mi rostro. Cuando abrí los ojos tuve la hermosa imagen del rostro de Knox allí a mi lado, me hacía caricias en la mejilla mientras me miraba con la sonrisa más dulce del mundo.
Hacía ya una semana que éramos compañeros. Con Ilmaku rompimos frente a todos, e hice que él me acusara de infidelidad para que todo fuera incluso más creíble. Cuando se supiera que estaba con Knox, cosa que era un secreto, nadie se atrevería a decir nada. Shali ya no era juzgada, e Ilmaku era libre de estar con quien deseara.
Había decidido ocultarlo de mamá por un tiempo, pues no estaba segura de cómo podría tomar esto. No hacía preguntas las veces que le preguntaba si podía cuidar de Uri, solo aceptaba con una enorme sonrisa y salía de paseo con mi pequeño. Decía, con una risita, que lo iba a convertir en un gran cazador.
Mi casita aún seguía en arreglos, pero ya veníamos aquí para estar a solas. La excusa de tener que armar los muebles, pintar y decorar era suficiente como para que Knox y yo tuviéramos privacidad por unas horas.
—¿Tienes hambre, mi preciosa y perfecta compañera? —ronroneó contra mi cuello, lo que me hizo erizar la piel.
—Depende, ¿de qué estamos hablando? —dije con la mirada fija en sus bellos ojos dorados.
—Uhm... —ronroneó nuevamente—, qué insaciable que eres, y qué suerte que tienes a tu lado a alguien con tanta energía.
Diciendo eso comenzó a besar lentamente toda la extensión de mi cuello, pero luego de unos instantes se alejó paga ponerse de pie.
—Pero es importante saciar las otras hambres también. Te traeré algunas frutas.
Hice un falso puchero que lo hizo sonreír, pero me besó la frente con cariño antes de ir en busca de alimento para mí. Aún cuando su alimentación solo se basaba en carne cruda, se preocupaba siempre en que Uri y yo pudiéramos tener una alimentación balanceada.
Él me hacía sentir sexy, hermosa y muy deseada, y también más amada que nunca. Todo el amor que jamás sentí de nadie se multiplicó para poder recibirlo solo de él.
Knox había instalado unas estanterías en la que sería nuestra habitación, así que mientras él estaba fuera me entretuve acomodando las canastas que me dio Yoyo en esos estantes. Había colocado ropa de ambos, algunos elementos de higiene y, también, unos paños limpios para mi periodo debido a que había vuelto a sangrar luego de mi embarazo. Mi cuerpo parecía estar volviendo a la normalidad.
Teníamos cuencos de barro, ollas de hierro fundido y vajilla hermosa. El suelo era de arcilla y era tan suave que parecía el fino trabajo de un profesional de porcelanato. Brillaba con algo que Knox le había puesto, y no sabía qué era, pero mi casa se veía hermosa, y se sentía acogedora.
Me dirigí a la habitación de Uri, Knox le había armado una cama flotante para cuando mi pequeño creciera, pero por el momento era más bien un cuarto de juegos. Acomodé todos los juguetes que le talló en madera, pintados con tanto cariño. También los tristes muñecos de tela que cosí para él. Algo de su ropa en unas canastas y muchos, muchos pañales.
Cuando Knox regresó almorzamos juntos, yo comía mis frutas sentada en el suelo mientras que él un ave, aunque por respeto a mí se enjuagó muy bien la boca y limpió sus dientes y colmillos antes de besarme. Siempre lo hacía.
Ese beso se volvió poco a poco más pasional, un gran fuego, y muy pronto me encontré lamiendo y rozando con mis labios esa gran y potente erección. Me gustaba esa textura que tenía, que se sentía tan bien al hacer el amor. Y mientras disfrutaba de oír sus suspiros, gruñidos y gemidos de placer, le demostré mi gran talento para el sexo oral hasta dejarlo deshecho en la cama. Él se estremecía y suspiraba, murmurando mi nombre en medio de su éxtasis, hasta que ya no pudo más.
Lo noté muy nervioso y avergonzado cuando llegó al orgasmo, y más avergonzado lo vi cuando con la lengua me relamí los labios.
—¡Erin! —chilló.
Sin embargo me tomó de la cintura para recostarme y ser él esta vez quien me devorase a mí. Con su lengua lograba llevarme al cielo ida y vuelta, era delicado y muy atento, y siempre prestaba atención a mis reacciones para saber qué hacer. Y aunque me encantaba lo que hacía, yo quería más, mucho más, por eso lo tomé del cabello y lo insté a montarme. Lo quería en mí en ese mismo instante, y él, dócil y obediente, acudió a mi ruego.
Knox intentaba ser suave conmigo, lo veía resistir sus salvajes impulsos, pero a mí me gustaba brusco. Y, cuando se lo demostré, él me embistió con fuerza al sujetarme con sus manos de la cadera. Clavó sus garras allí hasta producirme un delicioso escozor.
Hicimos el amor hasta quedar satisfechos, una y dos veces. Hasta ser solo dos gelatinas temblorosas en la cama con una enorme sonrisa en el rostro. Él besó las marcas de garras en mis muslos y caderas, las lamió con cariño hasta eliminar la sangre, pero aunque ardía un poco me sentía realmente bien y satisfecha.
—Perdón —dijo y volvió a besar las marcas.
—Mañana el que va a quedar con marcas en la espalda vas a ser tú —amenacé con una sonrisa libidinosa.
Él hizo ese ronroneo profundo que tanto me encantaba y me abrazó con cariño.
Sin embargo, aunque queríamos seguir recostados y remolonear todo el día, teníamos muchas cosas por hacer. Él quería finalizar de pulir los detalles del cuarto de baño, y yo debía regresar con Uri y tal vez hablar con mi madre de esto.
Ella le tenía cariño a Knox, estaba segura de que aceptaría mi relación con él, pero aún así me daba algo de miedo. Siempre me daba un baño en el lago para tratar de borrar su aroma lo más posible, por si justo estaba Yoyo allí y hacía algún comentario indebido.
Me limpié muy bien los muslos pegajosos y me vestí, con un bonito vestido verde que ajustaba un poco mis curvas.
—Te acompañaré —dijo con lanza en mano.
—No, debes terminar esto. Además no te gusta que nadie vea tu forma real, solo iré a recolectar algunas plantas e iré a ver a Uri.
Él resopló.
—No vayas al lago, no sin mí, ¿de acuerdo?
—No iré hacia allí, a esta hora Yoyo trabaja así que no habrá problema con mi aroma. Solo juntaré algunas plantas medicinales e iré al búnker. ¿Te veo allí más tarde?
Él asintió y me tomó de las mejillas para besarme, profundamente hasta quitarme el aliento. Luego me fui con una risita, con una lanza en la mano y un cuchillo, solo por precaución.
Estaba tan feliz, tanto que era imposible borrar la sonrisa en mi rostro. Más allá del grandioso sexo me sentía en verdad comprendida por él, valorada y amada. Me reí como una tonta enamorada mientras caminaba por la vegetación de la selva, para poder recolectar algunos hongos y plantas medicinales. Si iba a vivir en mi nueva casita necesitaba mi propia ración de medicinas.
Tarareé canciones mientras juntaba esas plantas medicinales en una pequeña canastita que tenía un lazo anaranjado, al menos hasta que oí un crujido cercano que me puso en alerta. Me quedé quieta para asegurarme de que no fuera un pájaro, o Yoyo jugándome una mala broma.
—¿Yoyo? —pregunté al mirar hacia los árboles.
No hubo respuesta, pero sentí algo extraño y noté los vellos de mi brazo erizarse. Bajé lentamente la canasta con plantas y hongos al suelo, y me aferré a la lanza mientras vigilaba los árboles y toda la vegetación.
Oí un gruñido muy diferente al de un nawel, sin la profundidad y la elegancia de estos. El gruñido me hizo la piel de gallina, era como un eco salido del inframundo. Una criatura distinta.
Podía gritar y llamar a Knox, él podrá escucharme pese a la distancia, pero supe que al hacerlo probablemente entraría en pánico. Recordaría lo sucedido con Thara y Mashalweni, y no pensaba revivir sus miedos. Por fin había superado la culpa por su pérdida, y no quería revivir las cenizas del dolor.
Él me había preparado para este momento, me había enseñado a usar la lanza correctamente, a luchar y defenderme. Mi madre también lo había hecho.
Mis extremidades temblaban, pero supe que huir sería muy difícil.
—¡Sal de ahí, bestia inmunda! ¡Enfréntame si te animas! —grité al aire.
Oí su risa, con un extraño y profundo eco, tan grave y rasposa que una gota de sudor frío recorrió mi espina dorsal. Y entonces salió un hombre caimán, un kei de piel escamosa entre negro y café oscuro. Su cuerpo era musculoso, casi tanto como Knox pero más bajo de estatura. Tenía una larga cola gruesa y filosas garras en sus cinco dedos con membrana. Apretaba una lanza en la mano mientras clavaba en mí esos grandes ojos dorados de pupila vertical.
—Una hembra de esos estúpidos animales, qué novedad —dijo y su voz al hablar era incluso más tenebrosa que al gruñir, grave y salida del inframundo.
Me puse en posición defensiva, afianzando mis pies a la tierra tal y como Knox me había enseñado. Mis piernas separadas y firmes, una más adelantada que la otra. Apoyé entonces la base de la lanza en mi cadera, para poder moverla con la columna y así aplicar más fuerza, aún cuando estaba aterrada. Era un maldito monstruo, un caimán humano de cuerpo musculoso y colmillos en su boca.
—Tu carne debe ser más suave que la de los machos —dijo y se acomodó en posición de cacería.
Y yo, por supuesto, era una presa fácil. Respiré hondo y observé sus movimientos, tratando de controlar mi pulso acelerado. Si pude herir a un nawel, podía herir a un kei que es más débil que ellos… creo.
Hice el primer movimiento y se sorprendió cuando pude defender y atacar a la vez. Nuestras lanzas forcejeaban, pero lo miré fijo a los ojos dorados.
—Te llevaré viva, servirás de práctica para las crías —dijo con los colmillos filosos muy notorios por sus gestos.
Retrocedí, porque él tenía más fuerza física y debía tener cuidado, pero atacó con más fuerza hasta hacerme caer al suelo. Parecía sorprendido de que no había caído luego de sus intentos, e hizo un profundo sonido de placer ante, supuse, la idea de enfrentarse a una presa que se resiste.
Olfateó en el aire cuando acercó la boca hacia mi rostro, y sus ojos se entrecerraron con un gesto que no pude comprender. Sus gestos divertidos por jugar conmigo se transformaron en furia, y entonces clavó las garras en mis hombros hasta hacerme gritar por el dolor.
—¡Hueles al mataniños! —gruñó, con los colmillos que amenazaba con tragarse mi cabeza de un bocado—. ¡Hueles a ese maldito!
Tuve más miedo que antes.
—¡Knox! —grité con fuerza.
—¡¿Por qué hueles a él, hembra inmunda?!
Estaba asustada, muy asustada, pero intenté mantenerme tranquila para poder pensar.
—No sé… no sé de qué hablas —dije con un tartamudeo—. Solo buscaba plantas medicinales, déjame ir. Déjame ir, por favor. Si él te encuentra te matará, pero si me sueltas te dejará ir.
—Oh, un animal que habla. ¡Ese asesino se acostó contigo, un maldito animal! —gruñó con sus colmillos amenazantes—. ¡Huelo su aroma asqueroso muy intenso en ti!
—¡¿Qué mierda te importa?! —grité, con la ilusión de que alguien pudiera oírme—. ¡Déjame ir! Déjame ir, por favor. No tengo ningún problema contigo, puedes cazar otros animales. Por favor, tengo un bebé…
Mi corazón latía a gran velocidad por el miedo, con las lágrimas que recorrían mis mejillas, e incluso así lo miré fijo. Era el único foco de mis ojos, porque mirar cualquier otra cosa o solo parpadear acarreaba mi muerte.
—¿Qué hay de nuestros bebés? ¿Qué hay del mataniños con el que te acuestas?
Clavó más sus garras en mis hombros y tomé entonces el filoso cuchillo de soldado en mi vestido. Mi madre también me había enseñado a luchar, a usar la fuerza de mi rival. Si él iba a matarme por tener sexo con Knox, su enemigo, me lo llevaría conmigo a la tumba.
Le hice un largo corte en el rostro, a la vez que él me rasgó el pecho. La sangre no tardó en brotar en ambos y el escozor era realmente molesto, pero estaba muy enfadada y asustada a la vez.
—¡Maldita hembra! —gritó al sujetarse el rostro con una mano.
Le apuñalé el lomo pero era increíblemente duro, por lo que él retuvo mis brazos con sus garras, con la boca abierta frente a mi rostro para enseñarme esos colmillos que podían destrozarme el cráneo.
—¡Suéltame! —grité, con lágrimas en los ojos por el dolor de esas garras clavadas en mis brazos—. ¡Suéltame, bestia asquerosa!
—Cambié de opinión, te llevaré muerta.
Hizo ademán de morder mi cabeza, justo cuando alguien se lanzó desde el árbol sobre él y vi unos brazos aferrarlo del cuello para estrangularlo. Al instante me arrastré hacia atrás, jadeante y asustada.
Creí que era Knox, pero me di cuenta de mi error. Allí no estaba mi perfecto compañero, sino un gran y fuerte koatá que retenía con sus musculosos brazos al kei, y era realmente fuerte.
—¡Erin, vete, corre hacia Petra o hacia Knox! —gritó Mekaal.
—¡Pero tú…!
—Yo llevé a tres naweles a la tumba y me gané mis cicatrices al luchar contra la gran Kira, la madre de Knox —dijo y lo vi tomar un cuchillo de guerra, el de mi madre—. Un kei no es nada en comparación.
Mientras retrocedía lentamente vi al kei mucho más furioso que antes. Logró liberarse del agarre de Mekaal y le hizo una herida con sus garras en el cuello, pero él no se inmutó.
—¡Tú también hueles a esos asquerosos animales! —gruñó, más furioso que antes—. ¡Están enfermos, fornicando con animales!
¿De qué...?
—¡Erin!
No tuve tiempo de ponerme a pensar. Comencé a correr lejos de ellos, en dirección a Knox. Giré solo para poder ver a Mekaal porque temía que pudiera morir allí, pero el gran líder de los koatá parecía confiado y luchaba con bravura. Corrí entonces con rapidez hacia la casita que había construido junto a Knox, con la sangre que chorreaba de mis brazos y podría atraer a más depredadores.
~ • ~
Estaba finalizando con lo que Erin llamaba «el jacuzzi sin burbujas», lo que sea eso. Para mí solo era el falso lago de baño, y mientras pulía cada detalle con cuidado, el olor a sangre llegó a mis fosas nasales. No era cualquier olor a sangre, era el olor de Erin.
Salí corriendo al instante y me adentré en la selva, a gran velocidad en mi forma salvaje, pues era más rápido así. El olor de hizo más persistente, y como estaba en forma salvaje también pude oír otros sonidos y distinguir más aromas. Había un invasor a lo lejos.
Entonces la vi correr entre los árboles hacia mí.
—¡Estoy bien, Knox, estoy bien! —fue lo primero que brotó de sus hermosos labios—. ¡Mekaal está peleando con un kei!
—¡¿Un kei?! —gruñí con asco, con mis músculos tensos—. ¡Invadió mi territorio y atacó a mi compañera!
—¡Te juro que no me acerqué al lago, estaba muy dentro de estas tierras! —chilló con lágrimas en los ojos.
—Te creo, mi amor. Te creo.
La hice subir a mi lomo para poder correr lo más rápido posible hacia allí. Erin fue explicándome lo sucedido. Olía a miedo y sangre, y sollozó al pedirme disculpas por todo, como si ella tuviera la culpa de algo. Era el dueño de todo este inmenso territorio y ella era mi compañera. Todo lo que nos rodeaba, la inmensa selva hasta los límites koatá, kei e iwase me pertenecía. Le pertenecía. Porque todo lo mío es suyo, y debería poder pasear sin miedos en sus propias tierras.
Solo eso me hizo odiar incluso más a ese clan inmundo.
—¡Debiste haber pedido ayuda! ¡Debiste llamarme!
—¡No quería que entraras en pánico! —sollozó.
—¡Olvídate de lo de Thara! ¡Si estás en peligro me llamas, porque si te pierdo sin siquiera saberlo sería peor que llegar tarde!
El olor a sangre se sentía más cerca, también podía oír los gritos de pelea de Mekaal y ese kei al que ya había enfrentado antes. Y, de forma sorpresiva, podía sentir también el aroma de Petra allí.
Cuando llegamos bajé a Erin de mi espalda y la dejé alejada de la pelea. El kei se veía agotado, sin embargo Mekaal parecía igual de serio y fuerte que siempre. Ni los años le quitaban su habilidad guerrera. Era fuerte, ágil y hacía honor a su título de líder.
Me acerqué despacio hacia ellos. El aroma de Petra se sentía en el aire pero bastó una mirada para descubrir que ella no estaba en ninguna parte, y fue así que me di cuenta que el aroma provenía de Mekaal. De todo él, de sus labios y cuerpo entero.
Lamentablemente descubrimos el secreto del otro en un mal momento como este.
—¡Mekaal! —grité—. Ve con Erin, yo me encargo.
Él se alejó lentamente y escupió sangre en el suelo, sin quitar los ojos de encima de ese guerrero kei. De soslayo lo vi acercarse a Erin y, en contra de la voluntad de mi preciosa compañera, él la subió sobre su hombro para comenzar a balancearse entre los árboles.
El kei estaba herido, con su piel podría hacerle otra capa a Erin.
—¡¿Ahora duermes con animales, mataniños?! —gruñó, moviéndose lentamente porque sabía muy bien que nunca podría contra mí.
—¡Donde meta la verga no te interesa!
Comenzamos a pelear, porque tal vez fui demasiado blando estos años con estos imbéciles al estar sumido en la miseria. Clavé mis garras a profundidad en su rostro y la sangre no tardó en salpicar el suelo. Él hizo lo mismo conmigo e intentó morderme, pero yo lo hice primero.
Estaba decidido a matarme, pero yo no iba a morir. Ya no.
Nos revolcamos por todo el suelo, pero él estaba más debilitado por haber luchado contra un fuerte guerrero como Mekaal, y yo estaba bien descansado por haber vuelto a usar mi forma real. Por eso pude clavar mis colmillos en uno de sus brazos cuando desgarró mi lomo, y con un fuerte impulso se lo arranqué desde abajo del hombro. La carne se abrió, desgarrandose poco a poco en jirones de hilos y sangre. El grito que lanzó hizo volar a las aves cercanas. La sangre comenzó a caer como una cascada y él se sujetó el hombro sin brazo con dolor, con guturales alaridos.
La mitad de su brazo se encontraba, ahora, en mi boca. Lo escupí al suelo con asco y tomé mi verdadera forma para acercarme a él, oyendo sus incesantes insultos por haber matado a tantos de los suyos.
Estaba perdiendo mucha sangre, y él ya no tenía suficiente fuerza para luchar aunque quisiera. Había atacado a mi compañera, quiso arrebatármela, así que no le daría el gusto de una muerte rápida. Se moriría allí desangrado y deshonrado.
—¿Cuál es tu nombre, kei? —pregunté con mi vista fija en él.
Me escupió sangre en el rostro y con su brazo bueno me desgarró un ojo con sus garras. Me alejé de un salto, y como aún podía ver supuse que no era tanto el daño como para perderlo.
—Dime tu nombre, kei. Si pones en peligro a mi compañera me veré en la obligación de deshacerme de ti y de todo aquel que lo intente —dije entre colmillos, con odio.
—¡Eres un asco! —escupió—. ¡Un asesino que duerme con animales!
—Y tú, ¿a cuántos humanos has matado? —me burlé al agacharme frente a él—. Para Erin, tú eres un asesino tanto como yo lo soy para tu gente.
Lo tomé del cuello con fuerza y clavé mis garras en su piel escamosa, para acercar mi rostro al suyo y gruñirle en la cara.
—No te mataré. Si tu gente te encuentra antes de morir diles que Knox los matará a todos si se acercan a mi territorio o a mi compañera. ¡Diles que será un placer llevarlos a la muerte!
—Así que tu nombre es Knox —dijo con asco—. Recuerda el mío, mataniños. Ruk del clan kei, y tu clan sabrá que traicionaste todos los valores. Me encargaré de que lo sepan.
Me reí.
—Si es que tu clan te permite vivir luego de haber pedido un brazo. ¿No es eso deshonroso para tu gente?
—¡Tanto como acostarse con otros clanes para el tuyo! ¡¿Cómo duermes en la noche, mataniños?! ¡¿Cómo no te pesa la conciencia?!
Le di la espalda para alejarme. Ese kei no podría moverse, había perdido mucha sangre y moriría pronto.
Que lo supiera su clan, que lo supiera el mío. Daba igual, los mataría a todos si se acercaban a mi familia.
~ • ~
Golpeé a Mekaal incansablemente en la espalda para que me bajara, pero él no lo hizo. No se detuvo sino hasta llegar al búnker. Allí afuera se encontraba mamá con Uri en sus brazos, a quien le estaba dando de comer. También Marcelo y Daniel, y los nativos más alejados.
—¡Erin! —chilló mamá al verme.
Cuando Mekaal me bajó, Daniel corrió hacia mí para atender las heridas en mi cuerpo, mientras que el gran líder de los koatá le explicaba a mamá lo que había sucedido.
Dirigí la mirada hacia ella, que estaba tratando las heridas de Mekaal. Los miré con curiosidad, porque aunque se comportaban igual que siempre y él parecía molesto de que «lo tratara como debilucho», el kei había dicho que él olía a humana. Olía, al igual que yo, a que se había acostado con otra especie.
Vi cómo mamá posó su mano en el rostro con cicatrices de Mekaal, con una mirada preocupada.
—Estoy bien, ese kei no es tan fuerte como los naweles con los que he luchado —siseó él.
Los miré con curiosidad, porque mi corazón aún estaba alterado y mis manos temblaban de forma incontrolable. Mamá y él hablaban igual que siempre, como los fríos seres que eran, y aún así... se veían distintos. Eran afectuosos entre sí, a su manera.
Tomé a Uri en mis brazos, le había pedido a Daniel que me dejara un seno sin cubrir para poder amamantarlo. Y mientras lo hacía, viendo el hermoso rostro de mi hijo aferrado a mi seno, no conseguía dejar de pensar en Knox. Temía perderlo justo cuando por fin éramos compañeros.
Con mi hombro y pecho vendado, mamá me abrazó, aliviada de que estuviera con vida.
—No vuelvas a andar sola por ahí —dijo, aferrada a mí—. Si algo te pasa mi vida acaba contigo.
—Erin, sé que no es el momento —dijo Dan de repente, así que dirigí la mirada hacia allí—, pero necesito hacerte un té con las hierbas que juntaste, ¿de casualidad lograste salvar algunas?
—Mekaal me tiró sobre su hombro y perdí todas —dije, y oí el chasquido de lengua del gran koatá.
—Debe ser tu forma de agradecer, supongo.
—Gracias, papi —dije con una sonrisa pícara y pude ver el momento exacto en que a él y a mamá les cambió la cara de color.
—Ven, idiota —Dan llamó con su mano a Marc—. Amas seguirme, sígueme y protégeme mientras busco esas medicinas.
Marc solo sonrió de costado y asintió para seguirlo. La herida me dolía un infierno, así que un té para el dolor me vendría muy bien.
No sé si mamá y Mekaal decidieron fingir que nada pasó, porque ignoraron mi comentario y se alejaron para debatir sobre lo que harían respecto al ataque kei.
Luego de un rato los nativos se alteraron y supe que mi amor estaba ahí. Alcé la mirada para ver a Knox que se acercaba a nosotros entre los árboles en su forma salvaje. Me puse de pie con Uri aún mamando mi pecho, preocupada de verlo herido, y él, con su rostro serio, tomó una manta del suelo que era de Daniel y comenzó a tomar su forma real.
Los nativos y también Daniel lanzaron un gran chillido al verlo convertirse en ese sexy humanoide que me volvía loca. Knox se estaba cubriendo los genitales con la manta, la cual envolvió en su cintura.
—¡Ah, carajo! —chilló mamá al verlo en su forma real—. ¡Knox! ¿En verdad eres tú?
—Soy yo —dijo y caminó hacia mí—. No creo que los kei se acerquen más, pero hay que estar alertas, la amenaza de ese kei debería ser tomada en cuenta. Necesitaré la ayuda de los koatá.
Miró hacia Mekaal.
—Necesitaré tu ayuda, gran Mekaal, cuando se corra la voz sobre Erin y mi clan me dé la espalda. Cuando decidan borrar mi existencia y tomar esta tierra como suya.
—Tienes mi ayuda, Knox —aseguró Mekaal y pasó su brazo por la cintura de mi madre hasta acercarla a él—. No puedo permitir que los kei y naweles ataquen a mi mujer.
Quise chillar de la felicidad, porque lo suponía desde hacía unas semanas, pero me dolía demasiado el cuerpo como para hacerlo.
Knox se detuvo frente a mí y depositó un beso en la cabecita de Uri, con cariño pero también como una promesa de mantenerlo a salvo. Luego me tomó del rostro para besarme frente a todos allí.
—Y yo no puedo permitir que le hagan daño a mi compañera, o a mi hijo.
El fuerte grito de los demás allí fue tan grande que tuve que cubrirme un oído.
—¡Erin! —chilló mamá al verme—. ¿Es cierto? Tú y Knox… ¿Son compañeros?
—Nos uniremos ante la luna —dijo Knox, sin dejar de mirarme a los ojos con amor, pero también con decisión—. Lo antes posible.
Pensé que mamá se enojaría por mi relación con Knox, como oía a los otros quejarse de lo asqueroso e inmoral que era, sin embargo ella sonrió.
—Felicidades, hija —dijo con una mirada orgullosa.
—Felicidades para ti también, mami —La miré con los ojos humedecidos en lágrimas, porque era la primera vez en toda mi vida que veía a mamá feliz, por lo que señalé a Mekaal con el dedo índice—. ¡Si le rompes el corazón a mamá, no sé cómo, pero juro que te mataré!
Él sonrió y luego comenzó a reírse, pero posó su pesada mano en mi cabeza.
—Y si él te lo rompe a ti, puedes saber que tu madre lo matará y que yo le ayudaré —dijo—. Felicidades, Erin. Déjame la fiesta a mí, los koatá nos haremos cargo de todo.
Comencé, uno a uno, a recibir felicitación. Dan y Marc ya no estaban, se habían ido hacia la selva en busca de esas plantas, pero hasta Ren me abrazó –pese al gruñido de Knox–.
Había estado al borde de la muerte, otra vez, y sin embargo me sentía más viva que nunca.
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