Capítulo DOCE
Dormir había sido tan complicado como lo fue respirar y vivir todos estos solsticios. Mi mente estaba abarrotada de pensamientos indeseables. Mi imaginación no me dejaba en paz, me torturaba con imágenes de Erin e Ilmaku, y era incapaz de ignorar cada uno de ellos. Solo logré dormir debido al cansancio, me recosté junto a Uri y lo abracé, inspirando su aroma a bebé.
Había días donde Uri olía a leche materna, y días como este que por estar alejado de su madre olía a brasas y madera. Olía a selva y, también, un poco a mí. Pasé los dedos entre su cabello con pequeñas ondas, le estaba creciendo muy rápido y tal vez pronto podría recogérselo en una pequeña coleta como hacíamos en el clan. Me pregunté qué pensaría Erin al respecto, si acaso le molestaría que le diera a su hijo algo de mi cultura.
Por la mañana, con Uri colgado de la bandolera en mi espalda, pescamos juntos en el río. Había keies allí, pero se alejaron al instante de sentir mi aroma así que tuvimos un momento de tranquilidad. A veces aparecía algún que otro iwase al descubrir que no había keies. Algunos de ellos se sobresaltaban al verme y otros, los que ya me conocían, solo asentian con respeto, bebían agua y se alejaban en silencio.
Desde que tomé este territorio jamás me metí con los iwase, y tampoco en todo el tiempo antes de eso. Los respetaba como seres pensantes y con una cultura atractiva e interesante. Eran un poco más conservadores que los koatá, pero no tanto como los kei o mi clan.
—Toma…
Dirigí la mirada hacia la joven iwase que se había detenido a recolectar agua no muy lejos de nosotros. Me extendía una pequeña canasta con frutas verdes, algo extrañas. No sé qué mirada le habré dirigido, porque dio un salto hacia atrás muy asustada. Quizá ser un nawel ya daba miedo de por sí.
—¡Es para el niño! —chilló con las manos en alto y una expresión de horror—. Pensé que te lo comerías pero te vi darle agua y…
—No como niños —dije en un gruñido—. Ni seres hablantes. ¿No te lo dijo tu gente? Estás en el límite de mi territorio paseando como si nada, ¿y no sabes algo tan básico?
—Este es territorio kei… —balbuceó.
—Lo es —dije y señalé los árboles tras nosotros—. A partir de ahí comienza mi territorio. No como niños, hembras encinta ni seres hablantes.
Me gustaba el acento de los iwase. Tenían mi misma lengua pero hablaban un poco diferente, como un pequeño canto.
—Es el hijo de una amiga, lo estoy cuidando hasta su regreso. Puedes quedarte tranquila —dije y miré la canasta con frutas—. ¿Qué es eso?
—Son guanábanas, las recolecté para mi gente pero tú eres un nawel y ese es un bebé humano.
La miré con confusión.
—¿Cómo sabes que se llaman humanos?
Ella parpadeó. Sus ojos eran grandes y negros, resaltaban en su piel rojiza.
—Los iwase nos llevamos bien con todos, incluyendo los humanos. Hay algunos muy amables al otro lado de nuestro territorio.
Pensé en los humanos salvajes que creí tontos y sin lengua, pero también pensé en Erin, su madre y aquellos dos machos que venían del pasado como ella. La miré fijamente y comencé a sentir el aroma del miedo, pero intentó disimularlo al mantenerse firme ante mí.
—Esos humanos que dices ¿hablan como tú y como yo?
—Sí, están al otro lado, pasando los pantanos de mi clan.
Observé sus largas extremidades. Los iwase eran sin duda asquerosos en sus formas, tan alargados y delgados, apenas con un poco de caderas y muslos. Sus pieles eran rojizas como la arcilla del río, pero no tan bonitos como Erin, y tenían manchas blancas en algunas partes. Lo único bonito de sus hembras era ese cabello rojizo que danzaba con la brisa, por el resto eran las criaturas más horrorosas existentes.
Miré la canasta con frutas y luego a ella otra vez.
—Te lo agradezco. Sé recolectar frutas, aprendí para cuidar de él, pero me facilita el trabajo —dije y noté el leve temblar de sus piernas—. No te acerques así a un nawel, ni siquiera si ves que no se come a un niño. No todos son como yo. Mejor dicho, no hay otro como yo. Soy el único que no te devorará, así que si ves a uno de los míos es mejor que huyas antes de que te huelan.
Tembló nuevamente y liberó más aroma a miedo.
—Y controla tu aroma. Apestas a miedo y eso te hace más deseable. ¿Qué edad tienes, niña?
Corrió un mechón de cabello castaño rojizo hacia atrás de su oreja levemente en punta, como si tratara de verse natural y confiada, aún cuando su aroma la delataba.
—No soy una niña —balbuceó—. Tengo veinte solsticios…
A esa edad ya tenía a Mashalweni, así que ciertamente ya no era una niña pese a su apariencia.
—Entonces eres lo suficiente mayor para saber que no debes acercarte a un nawel, ni siquiera a mí. Tu gente sabe que no los como y aún así me esquivan por precaución.
Se encogió de hombros con algo de vergüenza, pero al menos ya no apestaba a presa temerosa.
—Lo tendré en cuenta —carraspeó y señaló la canasta—. Quítale las semillas y la fibra para evitar que se ahogue. Puedes hacer puré o jugo, a los niños les gusta en jugo.
Asentí porque ya no tenía deseos de hablar con ella. Solo deseaba que se largara de una vez para poder irnos con Uri a cocinar esos pescados.
—Toma tu agua y vete de una vez, niña. No quiero volver a verte sola. De haber estado los keies aquí, ya estarías muerta.
Ella no respondió, pero le dirigió una sonrisa a Uri al saludarlo con un movimiento de mano. Tomó un jarrón con agua que sostuvo al costado de su cadera y se largó de allí sin decir nada más.
Dejé ir un largo suspiro, porque detestaba hablar con desconocidos, especialmente con gente que podría ser una presa. Se aterraban de sobremanera al verme y su aroma se volvía insoportable. Yoyo había sido tan insistente día tras día que terminé por tomarle cariño, y Erin… supongo que desde un principio fui yo quien se acercó a ella.
Volvimos a mi guarida, donde limpié los pescados para Uri y también un fuego donde asarlos. Lo dejé gatear por allí, lejos de la posibilidad de quemarse. Había terminado un par de juguetes tallados así que se entretuvo con eso. No dormir me había servido para finalizarlos de una vez por todas y reemplazar las porquerías de Ilmaku.
Traté de no pensar nuevamente en Erin, pues mi corazón danzaba de una forma incesante y molesta cada vez que lo hacía. Pensé, en su lugar, en las palabras de esa joven iwase. Pensé en los humanos pasando los pantanos, muy lejos de aquí. Allí estaría el resto de la gente de Erin, y eso, aunque no quise, me llevó a pensar en ella…
Si Petra encontraba a esos humanos, ¿Erin se iría con uno de ellos? Buscaba compañero aún, un humano sería la mejor opción. Podrían reproducirse con facilidad y compartir también tradiciones y cultura.
Solo pensar en eso me producía un molesto retorcer en el estómago. Mi mandíbula se apretó con molestia y mis garras salieron, libres, de solo imaginarme esa asquerosa posibilidad.
Luego de alimentar a Uri le di un pequeño baño para refrescarlo, pues el pobre niño sudaba mucho por el calor. Era un niño tan tranquilo, lloraba lo necesario, se quejaba lo suficiente, pero era dulce y cariñoso, y muy juguetón. Extremadamente juguetón. Nos entretuvimos jugando con los nuevos muñecos y sonajas, mientras lo oía balbucear su tierno «bababá» que muy pronto se convirtió, simplemente, en «babá». Me tironeaba de la cola y me extendía los brazos para ser alzado con una sonrisa, al sonido de «babá, babá».
—Babá para ti también, pequeño —le dije y deposité un beso en su cabeza con mucho cariño.
Le di nuevamente frutas con los consejos de la iwase, hasta que Uri comenzó a dormitar en mis brazos y debí recostarlo en la cama. Lo observé dormir, su pecho se levantaba ante cada respirar, sus labios estaban apenas entreabiertos mientras apretaba en sus manitos un muñeco de tela que le había hecho Erin. Pasé mis dedos por su cabello, sintiendo mi corazón encenderse y mis ojos inundarse solo de la emoción de verlo dormir con tanta paz.
—No tiene sentido lo mucho que te amo, Uri —susurré y pasé mis dedos por su cabello por última vez, antes de alejarme.
Salí de la guarida para poder poner algo de orden afuera. No quería que Erin encontrara el lugar hecho un desastre y pensara mal de mí, así que traté de tener todo en orden para que viera lo muy capaz que era de cuidar a su hijo. Tal vez así se daría cuenta que irse con Ilmaku no valía la pena, estando yo aquí.
Comencé a sentir en el aire el aroma dulce de las frutas y, seguido de este, el atrapante aroma de Erin. Volteé enseguida, porque poco a poco me acostumbraba a estar en mi forma real y era más capaz de diferenciar aromas.
Erin estaba allí cerca, con una canasta en sus manos y una enorme sonrisa en el rostro. Me miraba con timidez, como si tuviera miedo de acercarse a mí. Podía soportar que todo el mundo me temiera. Podía soportar infundir terror en todas las criaturas, pero jamás en ella.
—Erin… —murmuré y me acerqué lentamente hacia ella.
No debía acercarme a ella. No debía hacerlo. Ella había estado en la misma cama que Ilmaku. Y… sin embargo di un paso hacia adelante, y otro más, y otro.
Su cabello estaba suelto, danzaba en bellas ondas en el aire a causa de la brisa. Su cuerpo estaba envuelto en un vestido verde clásico de los koatá, que en ella se veía deslumbrante. Observé su sonrisa vergonzosa y algo apenada, y me perdí en sus ojos verdes. ¿Cómo podía ser una humana y ser, a la vez, el ser más hermoso y perfecto del mundo? ¿Cómo podía verse tan hermosa solo estando de pie allí? El sol la iluminaba de la forma más majestuosa posible, como si la mismísima diosa la estuviera bendiciendo.
El aroma de Ilmaku se sentía en ella en todas partes, en su cuello, su cabello, sus labios, sus piernas, su busto. En todas partes. Apreté la mandíbula para no pensar en que quizá fornicaron y me obligué a creer que solo era el aroma por haber dormido en su cama…
No es como si eso lo mejorara.
Mi mandíbula estaba tensa por la furia, al igual que mis músculos. Estaba enojado porque la idea de ella e Ilmaku juntos me desgarraba por dentro, y quería evitar tocarla. No quería hacerlo, y aún así no era capaz de dejar de mirarla, como si la estuviera viendo por primera vez. La miré, profundamente, hacia el alma y el corazón. La observé con los ojos abiertos, como si hubiera despertado por fin de un largo sueño. Era la criatura más hermosa del mundo, ni siquiera intentando enojarme con ella podía dejar de mirarla así. Por la diosa, ¿es que acaso me hechizó?
—¿Estás enojado conmigo? No quiero que me odies —dijo con sus ojos llenos de lágrimas—. Te juro que no pasó nada, o sea sí lo besé por el show y funcionó bien, ya no necesitamos seguir fingiendo porque…
—No me importa.
Parpadeó rápidamente, con confusión.
—¿Qué?
—Me importa una mierda, Erin. No me interesa si fornicaron, si no lo hicieron —dije casi en un jadeó. ¿Por qué me costaba respirar?—. Solo dime que estás bien. Dime si te ha hecho daño. Dime si se aprovechó de ti. Dime, y lo mataré, pero no te atrevas siquiera a pensar que yo podría odiarte alguna vez.
Parpadeó nuevamente, esta vez para intentar ocultar esas lágrimas en sus preciosos ojos.
—Estoy bien, Knox. Ilmaku es una buena persona, de verdad. Él jamás haría nada para dañar a otra persona, ni se aprovecharía de una chica.
Apreté la mandíbula y los puños porque odiaba oírla defenderlo. Odiaba cómo se oía ese nombre en sus labios.
—¿Ya no debes fingir más?
Ella negó con un movimiento de cabeza que sacudió sus ondas negras.
—No. Lo hicimos muy creíble y ya todos creen que es real, y también creen que pronto vamos a romper. No necesitamos más. Es la primera y última vez que duermo en su cama.
Asentí, aún con mi corazón latiendo de forma incontrolable. Aún con mis músculos tensos, pero con el ferviente deseo de acercarme a ella y tocarla de una vez por todas.
—Uri está bien, está dormido. Lo cuidé bien, Erin —dije casi en un susurro.
Ella sonrío con dulzura.
—Lo sé. Sé que lo cuidaste bien.
Y con esa sonrisa no pude resistir más, me acerqué hacia ella hasta sentir el calor que desprendía su piel. Sentí incluso su aliento contra mi pecho, debido a nuestra diferencia de tamaños. Entonces la abracé, aspirando su delicioso aroma que me llevaba a la locura. Su olor, lamentablemente, estaba contaminado por el hedor de Ilmaku, por lo que la abracé sin dudar. La envolví en mis brazos y enredé esas gruesas hebras de cabello entre mis dedos.
—¿Knox, estás bien?
Su aroma me estaba volviendo loco, me nublaba la mente. Y ese asqueroso hedor estaba contaminando su piel en todas partes. Mis instintos me gritaban que fuera hacia la aldea koatá para desgarrarlo en cientos de partes, pero también me gritaba que la tomara entre mis brazos para jamás soltarla.
Pasé mis dedos por su espalda, sintiendo la textura del vestido, la suavidad de la tela, al menos hasta que llegué a su piel. Con lentitud rocé toda su nuca hasta que la piel se le erizó.
—Knox… —suspiró y sentí sus dedos apretarse en mi espalda.
—Hueles a él —dije en un gruñido bajo que le erizó la piel mucho más—. Odio sentir su olor en ti.
—Me bañé, puedo bañarme otra vez.
Pasé mis dedos por sus brazos, recorriendo toda su longitud, y rocé también mi mejilla en la suya al agacharme solo un poco. Nuestras narices se encontraron y la miré fijo a los ojos que me miraban con anhelo. Estaba jadeante al igual que yo, y pasé mis dedos por su cuello, subiendo lentamente hasta sus carnosos labios.
—Quiero borrar todo rastro de su asqueroso olor en ti. Quiero que tu piel se impregne de mi aroma. Quiero que solo huelas a mí —dije sin dejar de mirarla fijo.
Erin suspiró y volví a abrazarla, para que su pecho quedara pegado a mi cuerpo y así transferirle mi aroma. Recorrí toda su espalda con mis manos, con suavidad y delicadeza, con miedo a rasguñarla. Quería recorrerla entera, quería conocer su cuerpo con mis manos. Quería tocarla en todas partes, y quería, por sobre todas las cosas, presionar ese trasero tan delicioso entre mis manos.
Comencé a sentir su aroma cambiar, fue muy notorio. Olía a mí, poco a poco, y también olía a deseo. Su aroma era de atracción y lujuria, y eso me obligó a morderme los labios mientras continuaba acariciando su cuello y espalda. Comencé a sentir la tensión y el calor creciente en mis pantalones mientras más lujuria olía en ella. Sentí el aroma a humedad entre sus piernas y fue inevitable pegarme más. Quería más. Quería estar tan cerca de ella como para ser uno solo.
Y el calor en mi cuerpo creció más. Sentí la sangre acumularse y la tensión crecer más y más. Estaba pegado a ella, así que era probable que Erin también pudiera sentir la gran erección en mis pantalones.
Su aroma me estaba embriagando, necesitaba más. Quería desnudarla y besarla en todas partes, borrar cada huella de otro macho en ella. Necesitaba, con urgencia, recostarla en el suelo y meterme entre sus piernas para sentir esa humedad y calor envolverme.
Y entonces me di cuenta de todo lo que estaba pensando, y sintiendo, y en todo ese calor que me recorría como hacía tantas lunas y solsticios que no me pasaba.
Entonces me alejé rápidamente porque estaba mal. Estaba muy mal. ¿Erin se sentía atraída por mí? ¿Su aroma había cambiado por mí, esa deliciosa humedad era también por mí? No era posible, eso no… tenía sentido. Como tampoco tenía sentido todo lo que el cuerpo me rogaba, con urgencia.
—Uri está bien, debo irme —balbuceé y comencé a alejarme.
—Knox, yo…
No le di tiempo a decir nada, tomé al instante la forma salvaje y salí huyendo de allí. Me introduje entre el espeso follaje para escapar de ella, de ese aroma y de todo lo que me hacía sentir.
Necesitaba estar lejos de Erin, porque esto no estaba bien. Nada estaba bien. ¿Fue acaso por sentir su aroma lo que me hizo reaccionar así? ¿Fue acaso el calor de su cuerpo?
Nada tenía sentido.
Necesitaba alejarme de Erin.
~ • ~
Gracias al show que hicimos con Ilmaku, a esos apasionados besos que daban promesas y a mi desnudez en su cama, que daban claras señales de un post coito, ya no fue necesario seguir con la farsa. Ya no tuve que volver a dormir en su cama mientras él iba a sus guardias, ni besarnos frente a nadie. Los rumores habían corrido rápido, y también habían comenzado a correr los rumores sobre nuestras diferencias culturales. Las mujeres hacían apuestas, pues aseguraban que romperíamos pronto debido a esas diferencias. Todo esto era útil para nosotros.
Shali ya no era molestada y podía pasear por la aldea con libertad. Los machos que falsamente la buscaron habían perdido el interés con la misma rapidez. Me apenaba mucho que no hubiera uno solo capaz de apreciarla y respetarla, pero al menos mi querida amiga se sentía en paz de no tener que soportar sus mentiras y falsas promesas.
Estaba sentada en la entrada del búnker con Uri en mis brazos y Yoyo a un lado. Veíamos a mamá entrenar con fiereza junto a Marcelo. Trataban de hacer que el cuerpo de Dan fuera más atlético, pero el doctor se agotaba demasiado rápido y, también igual de rápido, se iba a beber la cerveza que hacía Polu, el hermano de Ren. Oí a mamá quejarse por ser un perezoso, pues prefería beber hasta embriagarse con su amigo antes que entrenar.
—Petra, querida, para ti tal vez esta vida sea de ensueños pero para mí es una puta mierda —dijo Dan y sorbió un trago de cerveza junto a Polu—. Me prometieron un mundo que no existe, no tengo nada que hacer aquí. Mi único momento de felicidad es beber con Polu.
—¿Y yo qué? —se quejó Marc con los brazos cruzados y el sudor que le recorría el torso desnudo.
—Estoy cansado de oírte hablar de tu perfecta esposa. Ya ha pasado más de un año, supérala y búscate otra mujer —siseó Dan.
Yoyo, a mi lado, me dio un pequeño golpecito en la pierna para llamar mi atención.
—Tú te adaptaste bien, Gusanito —dijo en voz baja—. Tu madre y ese guerrero también, pero el otro no. Parece reacio a la idea.
Era entendible, Dan no podría tener pareja en la selva porque los pocos humanos eran heterosexuales. Los únicos gays estaban en la aldea koatá, y él había jurado que prefería morir antes de estar con una bestia. No tenía familia y sus únicos amigos eran Marc, mamá y Polu. Aquí sus conocimientos medicinales quedaban obsoletos junto a los selváticos de Shana y Shali, que conocían de ungüentos y medicinas naturales.
—Es difícil para él. No solo es doctor, es un cirujano —suspiré. Ya le había explicado a mi amigo todo lo que significaba—. No tiene más por hacer, ni motivaciones. Creo que solo está aquí porque Marc lo mantiene con vida.
Yoyo hizo un largo y profundo sonido al pensar.
—Es bueno entonces que hayas tenido a Uri, que me tengas a mi, a mi hermana y también a Knox. No me gustaría que te vieras como él.
Dan estaba más delgado, sus mejillas más hundidas y con notorias ojeras bajo los ojos azules. Comía poco y solo porque Marc lo obligaba. Era claro que estaba atravesando una depresión, pero tampoco aceptaba recibir ayuda de nadie.
Pensar en la depresión de Dan me llevó a pensar en Knox y sus tristezas. Desde el solsticio ya no me había vuelto a hablar de muerte, pero ahora llevaba un par de semanas sin aparecer y eso me tenía histérica.
El día en que regresé, luego de dormir en lo de Ilma por primera y única vez, Knox se portó tan extraño conmigo, tanto que llegué incluso a pensar que tal vez Ilma tenía razón, y que me amaba tanto como yo a él. Me había abrazado con fuerza. Había pasado sus manos y mejillas por todo mi rostro y espalda.
«Quiero borrar todo rastro de su asqueroso olor en ti. Quiero que tu piel se impregne de mi aroma. Quiero que solo huelas a mí» habían sido sus palabras. En ese momento me sentí extraña, feliz, ansiosa y a la vez muy excitada. Si me olió, no dijo nada, pero estoy segura de haber sentido lo mismo en él. Estoy segura de haberlo sentido excitado, pero… ¿Tal vez lo imaginé?
Me entregó a Uri bañado, limpito, bien comido y feliz, y solo se fue corriendo en su forma salvaje sin decir nada más. Se alejó por la espesa vegetación, como si huyera de mí, y no supe qué pensar al respecto.
Dejé ir un suspiro y reposé la cabeza en el hombro de Yoyo. Él, obviamente, estaba al tanto de todo. Para animarme hacía muchos más chistes de lo normal, y por alguna razón le gustaba bromear sobre los cuernos de los iwase. Yo solo los había visto de lejos, me parecieron majestuosos, pero no podía entender esos chistes. Me reí solo porque me daba gracia cómo movía las manos en exceso y chillaba mientras más se emocionaba al hablar.
—¿Tú sí lo has visto a Knox? —suspiré luego de un largo silencio entre nosotros.
Sentí la mano de Yoyo rascarme la cabeza, mientras que Uri se bajaba de mi regazo para gatear hacia mi madre. Él adoraba a su gruñona abuela, quien era el ser más amable y sonriente con su nieto.
—Lo vi, sí —dijo y carraspeó—. Me regañó por acercarme tanto a la zona de su clan, me dijo que la próxima vez iba a dejar que me devoren.
—Sabes que miente, ¿cierto? —dije con una risita.
Él comenzó a reírse.
—Lo sé, se hace el duro pero es tan suavecito como una flor —Volvió a rascarme la cabeza con cariño—. Él está bien, Erin. Un poco más callado de lo normal pero no lo vi triste, solo pensativo. Todo está bien, no tienes nada de qué preocuparte.
Vi a mamá alzar en sus brazos a Uri. Lo llenó de besos y su dulce carcajada me alegró el preocupado corazón. Mamá se veía más feliz los últimos tiempos, aunque no sabía por qué. Tampoco tenía la suficiente confianza y valentía como para preguntarle qué había pasado.
El cielo comenzó poco a poco a oscurecer, así que comencé con la preparación de la cena cuando Yoyo se despidió de mí. Gracias a que mamá se estaba haciendo cargo de mi bebé es que pude cocinar sin problemas. A veces se acercaba Ren para ayudarme, pese al odio que su madre me tenía.
Cociné en silencio, aún cuando Ren hacía sus intentos por hablar conmigo. Hablaba mucho mejor, aún le costaba bastante pero al menos ya no era un reto intentar comunicarnos. No me molestaba hablar con él, pero no podía dejar de pensar en Knox y en si estaría bien. Siempre que se iba por días sin decir nada mi corazón se encogía un poco más, dejándome una sensación de vacío inmensa.
Serví la cena en cuencos de barro que nos habían regalado los koatá, y cené en silencio viendo a Uri sentado sobre el regazo de mi madre. Ella le daba de comer con cuidado y cariño, y aunque ahora era mucho más cariñosa conmigo de lo que fue en toda mi vida, me pregunté si alguna vez me habría tratado así de pequeña. Tal vez antes de que mi padre nos abandonara y ella decidiera ocultar su dolor tras la guerra y el trabajo.
Mi padre me había abandonado, y tal vez ahora se sumaba Knox a la lista, porque no había vuelto a mí. Quizás olió mi atracción y le di asco. Quizá pensó que soy desagradable, porque soy humana.
Sentí la angustia en la garganta que me atormentaba con ferocidad, pero resistí el impulso de llorar. Él iba a regresar, estaba segura de eso. Él volvería a mí.
~ • ~
Vagué por la selva sin rumbo alguno. Me fui lo más lejos posible, hasta casi pisar el territorio de mi clan. Lejos, muy, muy lejos de Erin. Necesitaba pensar. Necesitaba entender qué mierda me estaba pasando.
Con mi forma salvaje cacé para alimentarme, divisé a algunos de mi pueblo que hacían lo mismo pero se mantenían alejados de mí, como si tuviera la peste. Y tal vez la tenía, porque había algo mal en mí.
Tiempo atrás la soledad había sido mi única amiga. La noche y la luna me acompañaban en mi miseria diaria, pero ahora… el silencio, la soledad, ya no me llenaban como antes. Me había acostumbrado a conversar con Erin. Me había acostumbrado a jugar con Uri. El silencio me parecía algo horrible, porque no estaba la risa de Erin, ni los balbuceos de Uri, ni siquiera las bromas de Yoyo. El silencio era el reflejo mismo de la miseria, y ya no quería sentirme así. Ya no me identificaba.
¿Y mis deseos de muerte? Pensar en muerte ya no llamaba mi atención. La tristeza y la culpa aún llenaban mi pecho, pero los pensamientos sobre la muerte poco a poco iban disminuyendo. Morir equivalía a no estar más junto a mis seres queridos. Morir era lastimarlos. Morir ya no me interesaba, cuando tenía tanto por ver, tanto por hacer, tanto por vivir.
Vivir… ¿Hacía cuánto que no pensaba en vivir?
Observé la luna y las hermosas estrellas. Busqué la más brillante, porque estaba seguro de que allí estaba Masha. La encontré tan hermosa y deslumbrante, como lo había sido en vida. El dolor aún estaba ahí, la garganta aún se comprimía de solo pensar en mi hijita, y sin embargo sentí que aún no debía morir.
—¿Me odias, hija? —dije al aire, con la vista fija en las estrellas—. ¿Me odias por haber sido un mal padre, por haberte regañado tanto como te he abrazado? ¿Me odias por no haberte protegido?
Por supuesto, no hubo respuesta. Tomé la forma real porque ya no me sentía sucio y asqueroso con ella. En esta forma concebí a mi hija. En esta forma conocí a su madre. En esta forma las despedí. ¿Por qué creí que estar en forma salvaje las honraba más que usar la que ellas habían amado y conocido?
Dejé mis piernas colgando en el risco y miré hacia el vacío. Podría arrojarme y morir, pero eso ya no me parecía llamativo. Alcé la vista para volver a ver esa estrella. Para ver a Masha directo a su brillo.
—¿Me odias, hija, por amar a Uri tanto como te amé a ti? ¿Me odias por darle amor a otro niño que no eres tú?
Se oía el sonido de las aves, insectos y otros animales nocturnos. La selva siempre era ruidosa, pero para mí equivalía a silencio, porque ya no había miles de pensamientos tortuosos en mi mente. Ya no oía las voces de Masha y Thara reclamándome por su muerte. Ya no oía mi propia voz cargada de insultos y culpas.
Observé las flores que crecían cerca del abismo. Observé su color rosado, el favorito de mi pequeña, y tomé una entre mis manos para poder acariciar sus suaves pétalos.
—¿Tu madre me odia por haberla olvidado? —murmuré—. ¿Me odia… por desear a otra hembra que no es ella?
Thara nunca me amó, solo me tuvo cariño y respeto porque la protegía, le daba todo lo que necesitaba y la mantenía con toda clase de lujos. Thara jamás me habría odiado por sentir atracción por otra hembra, porque tal vez incluso ella se sintió atraída por otro macho que no pudo ofrecerle todo lo que yo le ofrecí.
Pero… ¿de verdad me sentía atraído por Erin, o solo era una reacción instintiva ante su aroma? ¿Ella en verdad se sentía atraída por mí, o solo era la falta de costumbre a estar pegada a un macho?
Había tantas dudas. Tantas posibilidades.
Y pasaron días y noches donde recorrí toda clase de tierras lejanas, mientras pensaba y pensaba sin cesar. Cada noche observé la luna y las estrellas, y cada noche le pedí perdón a Thara y a Masha por haberles fallado.
Sentí el aroma dulce de Yoyo, pero no giré para verlo.
—Así que aquí estabas, tienes a Erin muy preocupada, ¿sabes?
—Estás demasiado cerca de mi clan, van a cazarte y no voy a hacer nada para evitarlo. Si mueres, mueres solo —siseé.
—Uhm, supongo que soy muy delicioso. Si me cazan puedes quedarte con una de mis piernas, están bien fibrosas, ¿eh?
No respondí a su broma y tampoco lo miré. Me quedé sentado con los pies dentro del lago, con el sol que me acariciaba el rostro.
Yoyo se sentó a mi lado, y aunque esperé que hablara sin parar se quedó en silencio todo el tiempo que estuvo allí, hasta que el sol se puso y fue el momento de irse.
—Todo está bien, Knoxie.
Fue lo único que dijo antes de irse. No supe a qué se refería pero tampoco pregunté.
Volví a caminar por la selva, admirando las plantas, las aves y todas las criaturas que vivían por allí. Pensé en lo distintos que éramos todos y, a la vez, lo parecidos que éramos. No había diferencias entre nosotros los naweles, los koatá, los iwase, los kei o incluso los humanos, más allá de físico. Todos teníamos pensamientos, voz, cultura y sentimientos. Me pregunté si acaso los kei también sufrirían por la culpa, el deshonor y el amor. Me pregunté cómo sería para los iwase.
Me pregunté, también, cómo llevaría Erin todo esto. Qué pensaría de mí, qué pensaría de nosotros.
Nosotros…
¿Por qué pensar en nosotros se oía más real que cualquier otra cosa?
Pensar en Erin hacía bailar a mi corazón, sin control. Mis piernas temblaban de solo imaginarla en peligro, o con otro macho.
Cuando me empezó a gustar Thara también me sentí así. Recuerdo lo nervioso que me ponía cada vez que la veía hablar con otro, lo feliz que era cuando me dedicaba una sonrisa, y todo lo que sentí cuando la amé… era lo mismo que estaba sintiendo ahora al pensar en Erin. Y creo que ahora sentía incluso más.
Llevé una mano hacia mi pecho, para sentir esos acelerados latidos, y cerré los ojos. Mi mente se llenó de imágenes, de la primera vez que vi a Erin en la selva, huyendo de Nohak. De la vez que la llevé montando en mi espalda hasta el lago. Recordé cuando se arriesgó a correr en medio de la tormenta solo para no perderme, y fue cuando la vi desnuda por primera vez.
Recordé cómo era la forma de su cuerpo. La caída perfecta de sus grandes senos que ahora me parecían tan tentadores. Las marcas blancas en su abdomen, producto del parto que solo las humanas tenían y me parecían tan hermosas. Recordé sus curvas abundantes y tuve que tragar en seco, porque nuevamente mi cuerpo se llenaba de calor. Mi mente me traicionaba al superponer imágenes que no existen, como mis labios sobre los suyos, mis manos presionando su trasero, o mi lengua recorriendo cada tramo de su piel.
Me cubrí la entrepierna con vergüenza.
¿Esto estaba bien?
Ella es una humana. Yo soy un nawel. Mi clan estaría horrorizado de solo saber que me atraía otro ser distinto a nosotros. Mis padres se sentirían avergonzados y deshonrados.
Y aún así no me importaba.
Me miré las manos temblorosas y con sudor. Me concentré en esos feroces latidos, en la excitación de pensar en su cuerpo desnudo. En cómo su sonrisa llenaba mi corazón que creí vacío. Pensé en su risa tan encantadora, en la forma en que acunaba a Uri contra su pecho para hacerlo dormir. Pensé en lo mucho que ella me quería, y en lo mucho que yo la adoraba. Pensé, por sobre todas las cosas, en la paz que sentía a su lado y en cómo su presencia lograba silenciar las voces de culpa en mi mente.
Y todos mis miedos, todas mis dudas, toda niebla en mi mente se esfumó.
Miré el cielo nuevamente, miré a esa estrella que representaba a Mashalweni, y supe que el odio, el asco, la vergüenza, solo estaba en mis pensamientos. Ni Thara ni Masha me odiaban. Ninguna me odiaría por seguir viviendo, por intentar ser feliz.
Ellas ya no estaban, pero yo seguía aquí y debía vivir por ellas.
Ya no quiero morir. Quiero vivir, junto a Erin y Uri.
La amo.
La amo.
La amo.
Amo a una humana. Amo a Erin. La amo con cada fibra de mi ser.
Y creo que la he amado hace más tiempo del que soy capaz de recordar.
Buenas, gente bella. Les traigo este capítulo para que tengan unas felices fiestas <3
Los quiero mucho, siempre leo todos sus comentarios.
Dejo un dibujo de Knox y Uri luego de los puntos.
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Knox y Uri
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