Capítulo CINCO

Durante un mes y medio Knox me trajo carne porque, según sus palabras, le daba pena que yo no tuviera un compañero que cazara para mí. No es que Knox cazara específicamente para mí, pero cuando tomaba las presas para su propia alimentación me guardaba un poco. Siempre se preocupaba de quitarle el cuero para que yo no tuviera que hacerlo, porque gruñía con molestia cuando notaba lo mucho que me costaba.

Knox jamás dijo nada, pero seguro pensaba que era una completa inútil. Daba igual, estaba acostumbrada a que pensaran eso de mí.

Los primeros días en que vino a verme fueron muy incómodos, pero intenté ser amable y agradecida con él, aunque poco a poco comencé a acostumbrarme a su presencia. Y con las visitas de Shali y Knox me sentí menos sola.

No se quedaba conmigo todo el tiempo, solo me traía su cacería, comíamos juntos al mediodía y volvía a irse. Luego regresaba a cenar a la noche, conversábamos bajo un árbol y volvía a perderse entre la vegetación.

Knox era bastante callado, se recostaba en el suelo o en una rama en lo alto y admiraba las copas de los árboles, el canto de las aves y, a veces, solo el crujir de las hojas. Así que, aunque conversábamos, no nos decíamos nada personal por el momento. Hablábamos de la selva, de Yoyo y Shali, y también de Uri.

Era muy dulce con Uri. Era bonito ver cómo le hablaba, acariciaba o reía con él. Se recostaba a su lado y le hacía caricias con su cola. Y aunque en un principio me aterró la idea de que estuviera cerca de mi bebé, ahora me enternecía admirarlos juntos.

Él estaba muy interesado por el mundo anterior, y yo estaba muy interesada en la cultura actual de todos ellos, así que eso también era parte de nuestras conversaciones habituales.

—Entonces ustedes creen venir de la luz de esa diosa —dije y mordisqueé una fruta.

El cielo se veía tormentoso, y la humedad se podía olfatear. En cualquier momento comenzaría a llover.

—Exacto, la diosa derribó todo el mundo para crearlo de nuevo con su luz, y de ahí nacimos todos nosotros —explicó Knox, mordisqueando su carne.

Seguro se referían a las bombas nucleares y su explosión, algún animal sobreviviente habrá visto la luz, luego las mutaciones, y creyó que se trataba de una diosa limpiando la tierra. Por supuesto que no me metería con la creencia de las bestias, aunque yo sabía bien que eran producto de la radioactividad.

Ahora tenía una explicación a su religión, solo me faltaba una explicación a por qué los humanos perdieron el habla. Aún no había visto a ninguno, pero tenía muchas dudas sobre eso. ¿Realmente habían perdido el habla, o tal vez hablaban una lengua distinta y las bestias no se daban cuenta? ¿Si no tienen lengua, es porque del holocausto sobrevivieron solo niños pequeños? Aunque traté de dar con una respuesta, cada duda crecía aún más.

A mi lado Knox continuaba devorando su gran trozo de carne, mientras que yo dejaba algunas frutas en su canasta, pues ya me había saciado.

—Erin —dijo con su voz grave y se relamió, para luego reposar su cabeza en las patas cruzadas al frente—. Llevamos cuarenta y cinco noches hablando. ¿Puedo hacerte una pregunta?

Dejé ir un largo suspiro, porque suponía cuál era su duda.

—Está bien.

—Tu compañero, el padre de Uri, ¿es un salvaje de este tiempo o un macho del pasado?

—Desperté en este mundo ya embarazada —admití con una sonrisa triste—. No sé nada sobre él, no sé si murió en los bombardeos, si llegó a esconderse, si tal vez está por aquí y con… con otra mujer…

Aunque quise evitarlo comencé a llorar. Intenté dejar de hacerlo pero hacía tanto que no hablaba de Lían. A mi madre no le importaba, Yoyo seguro haría bromas. Era yo sola con mi dolor, uno que no le importaba a nadie.

—¿Es muy cruel si admito que prefiero que esté muerto a saber que vive y está con otra? —gimoteé y aferré a Uri—. Si vive y está con otra no sabe que tenemos un hijo. No sabe que estoy sola, o tal vez no le importa, y yo no podría soportarlo.

—Erin…

Dirigí mi mirada hacia Knox, que se limpiaba la sangre, quizá para no intimidarme.

—Te aseguro que es preferible que esté con otra hembra pero saber que está vivo, a vivir con el dolor de saber que lo perdiste para siempre —dijo con un tono de voz comprensivo—. Créeme. No es mejor que esté muerto.

—No lo sé —sollocé y comencé a secarme las lágrimas—. Perdón, no quería llorar frente a ti.

—Está bien, ven.

Hizo una seña con la cabeza para que me acercara a él. Lo vi enjuagarse la boca con el cuenco de agua a un lado, y entonces me acerqué lentamente a él junto con Uri. Traté de mantener distancia, pero Knox se acomodó de tal forma que yo pudiera recostarme contra él. Su piel era cálida y muy suave, y su lomo se levantaba ante cada exhalación.

—No te disculpes por llorar —dijo y me miró de reojo—. Estás sola en un mundo desconocido, rodeada de seres extraños y sin tu amado compañero.

Era la primera vez donde hablábamos de cosas personales, donde hablé de Lían con alguien de este mundo. Traté de dejar de llorar, pero era como intentar frenar un río que se desbordaba por la tormenta, fuera de control. Mi cuerpo temblaba por los espasmos y Uri también comenzó a llorar, porque su tonta madre no conseguía quedarse tranquila.

—Dámelo —ordenó Knox.

De forma sumisa recosté a mi bebé cerca de él, sin siquiera pensar en la posibilidad de que pudiera dañarlo. Estaba en shock, perdida en mi llanto y dolor, pero lo vi acercarlo más hacia sí y con su nariz hacerle caricias en la panza.

Uri, de forma extraña, comenzó a tranquilizarse ante esas caricias.

—¿Cómo sabes tranquilizarlo? —susurré con un pequeño espasmo.

—No sé cómo tranquilizar crías humanas —dijo y le hizo otras caricias—. Pero sí crías naweles.

No dije nada, estaba intentando respirar y dejar de llorar. Necesitaba estar tranquila para poder cuidar bien de mi bebé, en vez de pasarle mis tristezas y angustias.

—¿Quieres hablarme de tu compañero?

—¿No te molesta hablar? Yoyo dijo que prefieres el silencio —dije y respire hondo—. Y sé que es así porque casi no hablas.

—Me siento cómodo contigo, no eres tan habladora como él.

Sonreí y comencé a reírme, porque era cierto que Yoyo hablaba mucho, y eso lo volvía tan simpático y divertido.

—Conocí a Lían en la preparatoria —comencé a decir—, es un lugar donde van los jóvenes que recién entran en edad reproductiva para estudiar y aprender cosas útiles para la vida. Nos besamos por primera vez en la fiesta de graduación.

—¿Qué es una fiesta de graduación?

—Es un baile que se hace en honor a los que finalizaron de estudiar —expliqué—. Él era fuerte y divertido, y me hacía sentir hermosa. Estaba rodeado de las flores más bellas, pero para él yo era la más especial aunque estuviera rodeada de barro y espinas —sonreí con tristeza—. Comenzamos a ser «compañeros» dos años después de eso. Fuimos compañeros por tres solsticios de invierno, pero… en el primer solsticio comenzó la guerra, en el segundo las amenazas empeoraron. En el tercero, justo cuando quedé embarazada, fue el holocausto y… y lo perdí para siempre. Ni siquiera llegué a decirle que seríamos padres…

Comencé a llorar otra vez pero me sequé esas rebeldes lágrimas para no molestar al pobre nawel que tenía que escucharme lloriquear.

—Entiendo tu dolor —dijo él en un susurro y volvió a hacerle una caricia a Uri—. Yo también perdí a alguien.

Dirigí mi mirada hacia él y me acurruqué más contra su cuerpo, que emanaba una calidez muy placentera que ayudaba a tranquilizarme.

—¿Quieres hablar de ello?

—No.

Miró hacia otra parte, esquivando mi mirada. Aún así no me hizo a un lado, por lo que me quedé pegada hacia él porque su compañía se sentía bien. Era algo muy extraño porque, por ejemplo, no lo conocía tanto como a Yoyo. Sin embargo sentí que teníamos mucho en común, y que aunque él decía amar estar solo y en silencio, tal vez se sentía igual de solo que yo.

—¿Puedes quedarte conmigo esta noche? —pregunté en un susurro.

Knox dirigió sus brillantes ojos amarillos hacia mí y me miró con curiosidad.

—¿Qué pretendes?

—¿Qué pretendo con qué? —pregunté, bastante confundida.

—No duermo con hembras.

Comencé a reírme, porque no sabía si estábamos hablando de lo mismo. ¿Se refería a dormir literalmente hablando, o a que no tenía sexo? Porque ni siquiera se me había cruzado esa idea por la cabeza, era un completo disparate.

—Si puedes quedarte cerca, hoy quiero dormir bajo los árboles y nunca lo hice —expliqué.

Hizo un largo sonido al pensar, ese ronroneo profundo que me gustaba.

—Me quedaré cerca, pero no duermo con hembras.

Bajé con Uri por las escaleras para buscar la canastita que había hecho mi madre como cuna. Podía ser una mujer fría y poco demostrativa, pero pese a su resistencia inicial quería mucho a su nieto. Me acomodé entonces en el musgo suave y coloqué a Uri a mi lado en su canastita, cubierto con un delicado tejido que evitaba que los mosquitos lo picaran. Se lo había regalado Shali, mientras que a mí Ilmaku me dio un repelente de mosquitos. Era un extraño bálsamo que olía a vainilla.

Knox cumplió su palabra de quedarse cerca, pero no junto a mí. Se acomodó en la fuerte rama de un árbol, justo el que estaba frente a nosotros. Desde allí me observaba con curiosidad con sus brillantes ojos, y balanceaba su cola. Le dirigí una sonrisa pero al instante corrió la mirada.

Me sentía cómoda con él, tal vez era extraño confiar en un depredador, pero me había encariñado con él. Era imposible no hacerlo, después de todo siempre era muy amable conmigo y con mi hijo.

Esa noche dormí allí entre la naturaleza por primera vez desde que desperté en ese nuevo mundo. El calor era abrumador, muy distinto al frío que hacía en el búnker, pero incluso así me sentí feliz de poder disfrutar de la naturaleza. Mantuve protegido a Uri y pude dormir tranquila, también, porque sabía que Knox estaba allí, cerca de nosotros. Y con él me sentía extrañamente en paz.

~ • ~

En la mañana me despertó el frío de las gruesas gotas de lluvia, por lo que tomé rápidamente a Uri para poder llevarlo al búnker. Vi a Knox recostado en una gran rama, como si la lluvia no fuera un impedimento para él. Me miraba con curiosidad mientras balanceaba su cola.

Amamanté primero a Uri y cambié su pañal, después lo recosté en su cunita y tomé un par de cubetas de acero para llevarlas al exterior y poder recolectar agua de lluvia. Knox seguía mirándome con curiosidad, tal vez por las cubetas.

—Iré a cazar —dijo y se lanzó del árbol para acercarse a mí—. ¿Quieres que te traiga algo?

—No, desayunaré frutas y me haré un té ahora que la temperatura bajó un poco —dije y sonreí al sentir esa lluvia acariciando mi piel—. Gracias de todas formas.

Él me observó por un instante más, pero cuando estaba por decir algo se puso en alerta, con sus músculos tensos y sus colmillos afuera cuando se puso frente a mí. Ví cómo sobresalían sus garras, listo para atacar y, solo unos minutos después, aparecieron mamá con su arco apuntado y Yoyo, y tras él había personas.

—¡Erin! —gritó mamá y la vi tensar la cuerda.

—¡No, no! —chillé y me coloqué frente a Knox—. ¡Es un amigo!

—No somos amigos —gruñó él.

—¿Quieres que mi madre te mate? —susurré al mirarlo por sobre el hombro—. ¡Es el protector de estas tierras! No es dañino.

Knox hizo nuevamente ese largo ronroneo bajo, lleno de desconfianza, con su mirada de depredador fijo en los machos humanos tras mamá.

Yoyo corrió hacia nosotros y se lanzó sobre Knox en un abrazo, aunque este parecía querer quitárselo de encima con molestia.

—¡Knoxie! —se rió Yoyo, sin soltarlo.

Me acerqué a mamá mientras que Yoyo distraía al feroz nawel. Ella aún lo apuntaba con su arco, y miraba también con desconfianza a Yoyo por abrazarlo.

—¡Mamá, él me salvó la vida! Caza y me trae comida todo el tiempo, ¡hasta me ayuda a cuidar de Uri! —chillé con los brazos extendidos, para evitar que matara a Knox.

Mi madre no parecía muy convencida, sus grandes músculos estaban tensos, pero aflojó la tensión de la cuerda y bajó la flecha, con su ceño fruncido.

—Me costó un montón convencer a esta gente de venir con nosotras, ¿y tú apareces con un jaguar? —siseó.

Dirigí mi mirada hacia las personas allí, eran cinco hombres, dos mujeres y una niña de al menos unos seis años. Dos de esos hombres vestían como nosotras cuando salimos de las cápsulas. Eran humanos de mi tiempo. Sin embargo los demás vestían distinto, con ropas de cuero. Parecían asustados y se comunicaban entre sí de distinta manera, mediante señas y sonidos.

Eran los humanos salvajes.

—Mamá, la niña no puede estar bajo la lluvia. Entren, luego te explico bien —dije con una mirada insistente.

A lo lejos, Yoyo y Knox parecían discutir. Los miré por sobre el hombro, necesitaba alejar al peligroso nawel de esos humanos recién llegados. Tal vez mamá entendió la situación, porque asintió con su rostro serio y comenzó a guiar a esa gente hacia el búnker. Aproveché entonces para acercarme a Yoyo y ese furioso nawel, que seguía tenso.

Oí a Yoyo pidiéndole que se tranquilice, hablaban del territorio, porque sabía que Knox odiaba a los hombres humanos y ahora tenía a cinco allí. Me miró con furia y me encogí de hombros porque no quería que se enfadara conmigo, cuando no fue idea mía traerlos hasta el búnker.

—Yoyo, ve a ver a tus hermanas —dije, sin dejar de mirar a Knox a los ojos amarillos.

—No, está enojado de verdad y podría lastimarte —se quejó mi querido amigo.

—Eres tío, Yoyo. Ve a abrazar a tu sobrino.

Abrió los ojos con sorpresa y curvó sus labios en una amplia sonrisa. Entonces me abrazó y me levantó con sus fuertes brazos, como si yo no pesara nada. Depositó en mi mejilla un cariñoso beso que me hizo reír y luego comenzó a alejarse hacia la espesura de la selva.

—¡Si la matas, enviaré a Mekaal tras de ti, y ya sabes lo que pasará! —gritó Yoyo y se subió en un árbol, para perderse entre las ramas.

Yo, sin embargo, no corrí la mirada de los ojos de Knox, porque además del fuego de la furia también podía ver en ellos miedo, y quizá tristeza. Di un paso hacia él y comencé a oír su gruñido, pero aun así di un paso más, y luego otro hasta quedar frente a él.

—Trajiste machos a mi tierra sin mi autorización —gruñó entre colmillos, con sus músculos aún tensos.

—Yo no los traje, he estado contigo todo el tiempo. Fue mi madre, y ella no te conoce, Knox —dije y levanté lentamente una mano—. ¿Qué sucede? ¿Por qué odias tanto a los hombres? Es una pobre familia y dos hombres que son como yo, que despertaron en este mundo desconocido.

—Ellos no son como tú —gruñó.

—¿Cómo lo sabes? No les has dado una oportunidad.

—¡Porque tú no sabes cazar, no sabes mantenerte firme frente a un depredador! —gritó—. ¡Incluso ahora, frente a mí, puedo oler tu miedo!

—No te tengo miedo, Knox. Tengo miedo de que te enfades conmigo y te alejes —admití con tristeza—. Sé que no somos amigos pero…

—Me iré a otra parte, tal vez regrese en unos días a vigilar que mis hermanos no invadan mi territorio, tal vez no regrese jamás y permita que los cacen —gruñó—. Si es la segunda opción, suerte, Erin.

Se alejó hacia los árboles, quise ir tras él pero escuché a mamá llamarme desde la entrada.

—¡Erin, ven aquí!

Pero yo no podía quitar la vista de ese gran jaguar que se alejaba tan rápido.

—¡Cuida a Uri, ya tomó el pecho y me extraje leche! —grité.

No le di tiempo a réplicas, comencé a correr tras el camino que había tomado Knox. Necesitaba tranquilizarlo, porque nuestra supervivencia dependía de que él protegiera esta zona. Y, también, porque me preocupaba por él.

Mis pies se hundían en el fango pegajoso y resbaloso, y el agua de la fuerte tormenta entraba en mis ojos, lo que me impedía ver correctamente. Lo llamé por su nombre a gritos, varias veces, pero no pude encontrarlo.

Los truenos y relámpagos me hacían sobresaltar, junto al vaivén de los árboles que se mecían ferozmente frente a mí. Intenté respirar, el aire era pesado pero con un delicioso aroma a tierra mojada.

Y Knox no estaba por ninguna parte.

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