Prólogo 💮

La gente caminaba con emoción por las pequeñas calles de Konoha, entrando y saliendo de las tiendas y comprando en los puestos de comida casi de la misma forma, algo que a Madara Uchiha le pareció bastante sospechoso, o más bien extraño. ¿A qué se debía tanto movimiento?

El hombre de cabellos oscuros transitaba junto a Hashirama Senju por una de esas calles, en un ambiente rodeado por el aroma de la madera, mientras observaba todo aquel ajetreo que se formaba a esas horas del anochecer sin mucha justificación, curioso por saber a qué se debía exactamente. Sin embargo, al cabo de unos minutos llegó a la simplona conclusión de que la gente había enloquecido de "felicidad", como si una horrible epidemia generada por la sonrisa irritante del Senju se hubiese expandido por toda la aldea y que, por cosas de la vida, él era el único inmune.

¿Quién diría que el Hokage tendría tal impacto sobre la población del lugar? Era increíble, lo adoraban como a un dios, y Madara sintió que vomitaría antes de tiempo gracias a las empalagosas imágenes del susodicho.

    — ¡Vamos, Madara! Sonríe un poco, la gente está feliz de verte —comentó el moreno mientras saludaba a varias personas por el camino.

    — Felices por verte a ti querrás decir —insinuó el otro con cierta apatía—. ¿No pudimos tomar simplemente en un lugar más privado? La gente nos mira mucho aquí.

    — ¡Claro que nos miran! Somos los fundadores de esta linda villa, ¿cómo no lo harían?

    — ¡Lo sé! No tienes por qué repetirlo siempre, es sólo que... ¿No pudimos quedarnos en la oficina del Hokage?

    — ¡Oye! Paso todo el día dentro de esa oficina haciendo papeleos por cada minúscula cosa ¿No crees que merezco salir un rato de esa cueva y tomar unos rayos de sol?

    — ¿Para qué? Si ya estás bastante tostado —soltó el Uchiha con sorna.

Hashirama sintió una nube negra posarse sobre su cabeza, agachando su vista hacia el suelo dispuesto a entrar en un cuadro depresivo, no obstante, una zancada originada por el pie ajeno lo hizo regresar de su inminente estado, haciéndolo tropezar sin mesura.

    — ¡¿Quieres matarme acaso?! —cuestionó éste un tanto avergonzado, aunque la pequeña risa del contrario le golpeó el corazón, calmándolo.

    — No estaría nada mal, probablemente bailaría en tu tumba con gusto —sonrió el Uchiha divertido—. Todos los días...

    — Qué cruel —se limitó a decir, mientras reanudaban el paso—. Al menos irás "todos los días".

Madara volvió a sonreír, y al cabo de unos largos minutos de caminata llegaron al bar más famoso de Konoha, ubicado en uno de los mejores puntos estratégicos de la villa, comercialmente hablando. Hashirama ingresó primero y saludó a todos en el recinto recibiendo una cálida bienvenida de parte de los comensales y meseros, aunque su acompañante se congeló por un momento frente a la entrada, dudando profundamente de si debía o no hacer acto de presencia allí.

Al final optó por hacerlo, ingresando después que el Hokage.

Se sintió un poco incómodo con el ambiente tan festivo que allí reinaba. Los hombres y mujeres que ahí estaban hacían del lugar un verdadero jolgorio, pero los ignoró y se sentó con parsimonia junto al moreno en una mesa alejada del resto, reservada especialmente para ellos, sin darle mayor importancia a las personas que lo miraban con un toque de asombro y respeto.

De todos los días, ¿por qué justo en ese las personas se dignaban a salir? ¿Acaso sabían por "arte de magia" que el Hokage llegaría a ese sector de la aldea? ¿Acaso se trataba de un maquiavélico plan ideado por el fastidioso de Tobirama? ¿O era obra del maldito destino? Cualquiera de las tres opciones era una mierda, y no le extrañaría que todo aquello fuese una artimaña de la rata blanca de laboratorio, pues sus jugarretas siempre buscaban algo, desde causarle unas indescriptibles migrañas hasta romperle algún hueso.

Sin embargo, él no era para nada inocente en aquel juego, ya que le devolvía sus movimientos de una manera dos o tres veces peor. Era Madara Uchiha, ¡no podía quedarse de brazos cruzados! Menos con un Senju.

Pero tenía que admitirlo, a veces se sentía solo en esa contienda contra el mundo rosa del Senju mayor y su mundo de matices oscuras. Si su hermano Izuna siguiera vivo la situación sería diferente, era muy probable que él hiciera las mismas cosas que Tobirama hacía para molestarlo en sus breves instantes de paz, haciendo la competencia un poco más justa en ese sentido, porque en vez de ser su objetivo principal sería el secundario. Suficiente tenía ya con Hashirama como para que el otro Senju se metiese en su vida, aunque el sentimiento de repugnancia era mutuo.

Si se topaban en el palacio del Hokage, las constantes miradas acusatorias volvían tenso el ambiente, sobre todo en las reuniones. Si Tobirama entraba en la oficina de su hermano y se encontraba con Madara en ella, éste era capaz de botar grandes cantidades de espuma por su boca. Si se encontraban en la calle los gestos obscenos no se hacían esperar, y así sucesivamente.

Una sonrisa de satisfacción se dibujó en la boca del joven guerrero, una que pronto se borraría al recordar otra cosa.

A Hashirama también le gustaba molestar a su propio hermano de vez en cuando, y en muchas oportunidades se aprovechó de la engorrosa situación para avivarla aún más, molestando a Madara en el proceso. Dos pájaros de un tiro, según el moreno. Fue así que, en más de una ocasión, le robó unos besos al Uchiha de modo veloz, rozando con sutileza sus húmedos labios para después mirarlo con dulzura, generando convulsiones en el albino y la furia roja del otro, aunque éste último solía disfrutarlo muy en el fondo, como si se tratara de una forma descarada, paulatina pero muy eficaz de desencadenar sin problemas la muerte del Senju menor.

Era feliz con esa imagen, y sería capaz de besar una y mil veces los labios de Hashirama con tal de que la rata muriera pronto de una aneurisma. Pero ese pensamiento hizo que un rubor bastante sutil se presentara en las mejillas del hombre más temible de todos, avergonzándolo por completo.

    — ¿En qué piensas, Madara? —preguntó sin anestesia el Hokage.

    — Nada que te importe —contestó el susodicho, desviando la mirada lo más lejos posible de aquel hermoso rostro—. Quiero tomar algo fuerte, necesito olvidarme de ciertas cosas.

    — Bueno, lo ideal sería que no perdieras la memoria ahora. —Madara regresó su vista a los ojos ajenos—. Hay algo que todavía quiero saber.

    — No jodas ¿Aún sigues con esa idea loca?

A Madara le resultaba difícil asimilar aquello. Él sabía mejor que nadie que por la cabeza de Hashirama pasaban muchas cosas excéntricas, algunas con más o menos sentido que las otras, y eso le provocaba un sin fin de sentimientos extraños, contradictorios.

Estaba loco, pero de cierto modo le gustaba. Nunca se sabía con certeza lo que pensaba hacer o cuál sería la próxima idea que brotaría de su mente perturbada. ¿Cómo era posible que siguiera siendo amigo de la persona menos estable emocionalmente? Se sorprendió de su capacidad de aguante, pero más le asombró la respuesta que él mismo se dio por un segundo.

"Porque también le quiero".

"¡Deshonor!" pensó muy inquieto.

Un escalofrío le recorrió toda la espina dorsal mientras su boca se secaba. Hacía mucho que empezó a percibir algo distinto entre los dos, pero no sabía qué era con exactitud hasta la semana pasada, luego de horas y horas de meditación en su alcoba.

En esos dos meses en los que permaneció al lado del moreno mientras construían la aldea, comenzó a darse cuenta de sus asquerosos sentimientos y comprendió que la compañía del otro le hizo mucha falta en esos extensos años de guerra.

Le extrañó, pero se obligó a sí mismo a enterrar ese pasado que fue bello mientras duró, por una cuestión bastante obvia. Ahora que tenían la oportunidad de recuperar todo ese tiempo perdido, Madara se negaba a aceptar el cariño de Hashirama tratando de poner una barrera entre él y el moreno, atormentado un poco por los fantasmas del pasado.

    — ¿Dime si no suena bonito? —continuó Hashirama, interrumpiendo sus pensamientos—. Madara Uchiha, el amante del primer Hokage.

    — Querrás decir la puta —sugirió Madara, cruzándose de brazos—. ¿Sabes qué se vería realmente lindo? Tu cara estampada contra la pared.

Hashirama suspiró pesadamente. Él también conocía mejor que nadie las mañas de su amigo, y sabía perfectamente que el carácter arrogante y obstinado de Madara era complicado de llevar, pero aun así lo adoraba.

"Dos fuerzas opuestas" pensó el Shodaime. Un perfecto Yin y Yang, el equilibrio mismo. Nada mal. Eso le daba unas leves esperanzas de que tal vez, sólo tal vez, las cosas saldrían bien.

Mientras pensaba en aquello, un hombre que trabajaba en el bar se acercó a la mesa de ellos y dejó dos botellas del mejor sake de la región, deteniendo la pequeña conversación que había entre ambos, para después retirarse con una gran reverencia. Los dos se miraron una vez más y comenzaron a beber sin mayor tapujo, ignorando —a medias— el tema anterior.

Madara sirvió el primer trago de la botella de sake, y a las horas después lo hizo Hashirama con la segunda, en un acto algo formal para una simple reunión entre "amigos". Ambos realizaban aquello con tal benevolencia que más de un curioso se quedó mirando la escena, la cual era digna de una novela erótica de época que hablara sobre los amoríos secretos entre un emperador y su concubina favorita. Era coquetería pura pese a que no planeaba serlo, pues el modo en que se observaban mientras uno de los dos servía los respectivos tragos de alcohol en determinados momentos de la noche, hacía surgir la incógnita de si era deseo por beber el sake o algo mucho más indecoroso reflejado en esa simple acción.

Así eran las cosas entre los dos. De vez en cuando se lanzaban miradas o actuaban de una forma bastante íntima que lograba confundir a las personas y entregar una "información errónea" de su verdadera relación como amigos y autoridades de la aldea, pero poco le importaba a ellos. A veces Madara rozaba sutilmente su mano contra la mano del Hokage, como buscando de modo inconsciente más contacto con él. A veces Hashirama le acomodaba su flequillo rebelde y enredaba sus dedos en su larga cabellera para peinarla con delicadeza, o invadía su espacio personal bajo la mirada indiferente del otro, no obstante, eran cosas que ambos hacían y buscaban en secreto, aunque Hashirama lo realizaba con más libertad que Madara. Pero se sentían bien con ello, menos el ego del Uchiha.

Bebieron durante horas al compás de sus palabras mientras tocaban diversos temas en su plática, los cuales iban desde política, economía, educación hasta técnicas de combate, cuestiones personales a escándalos de otras aldeas, todo ello entre risas, cuchicheos y una que otra mirada sugestiva de parte de uno de ellos. Y si la conversación regresaba a la propuesta de Hashirama, Madara lograba desviarla con tal maestría que dejaba embobado al otro, esquivando victorioso la pregunta.

El moreno, sabiendo muy bien lo que buscaba su compañero, se dejaba llevar por su voz, ensimismado en sus facciones dignas de la belleza de un Uchiha como él. Su rostro joven, sus labios levemente gruesos, su cabello alocado pero suave como las más finas sedas del mundo, su tenue perfume a mirra —cortesía de él mismo—, sus manos escondidas dentro de los guantes que rara vez se quitaba, su ropa azul como la noche, sus ojos cansados, todo era digno de admirar a través de los cinco sentidos. Mientras más lo miraba, más se enamoraba.

    — Concédeme esta noche, Madara —interrumpió otra vez.

    — ¿A-ah? —El nombrado sintió su corazón explotar—. ¡¿Estás loco, Senju?!

    — Sí, por ti.

    — ¡¿Y me lo pides así?!

    — Madara...

    — Hashirama, yo...

    — Hablo en serio —soltó decidido—. Estoy loco por ti, y nada lo cambiará.

Sin rodeos.

Las palabras del Hokage salieron con tal firmeza de su boca que el corazón del Uchiha se detuvo por un instante y no supo qué hacer o decir. Madara estaba sin palabras, no sólo porque aquello había sido muy repentino y sin disimulo, sino porque caló profundo en él. Su pulso había aumentado muchísimo y no era por culpa del alcohol. Su rostro estaba caliente, y en su estómago ardía algo que lo inquietaba mucho. En cada nervio de su cuerpo pudo percibir un molesto cosquilleo que también le resultaba agradable, y su respiración perdió la calma al cabo de unos segundos.

Él tampoco había desviado sus ojos de Hashirama, casi todos sus sentidos estaban puestos sobre el moreno. Su rostro fresco como la brisa del mar, su cabello largo, liso y sedoso, sus ojos oscuros como la tierra mojada de las mañanas, su suave aroma a lavanda silvestre, su apetecible piel bronceada, sus ropas suaves y costosas, sus manos fuertes. Todo le encantaba, a excepción de su actitud depresiva que con el tiempo había aprendido a sobrellevar.

El Uchiha pronto se vio en una encrucijada complicada de resolver, pues él, quien tenía el don innato de la palabra, se había quedado sin ellas frente a esa persona que se encargaba de alterarle la vida sin proponérselo realmente. Se sentía torpe, abrumado e incluso desnudo frente a la mirada penetrante del otro, quien estaba muy decidido a diferencia de él.

Sus dudas lo carcomían. Le había costado aceptar sus sentimientos, lo había hecho, pero aun así se negaba a mostrarlos por temor a la debilidad, tenía un orgullo que proteger, y haberse "enamorado" de su mejor amigo y rival le dolía, en el ego únicamente.

Ese día en el monte pasó algo similar, salvo que el sitio donde ocurrió aquello era solitario y sólo se podía sentir la dulce melodía de las hojas mecerse con el viento en los alrededores, cuando Hashirama le propuso la indecorosa idea de ser amantes. Y claro, el sonido de sus corazones en sus propias cabezas. Madara en un inicio quiso gritar de espanto ante ello, pero de su garganta no salía ningún sonido, ni siquiera un jadeo. Estaba petrificado, como la cara del Hokage en ese lugar, y ni siquiera tenía la certeza de si estaba vivo o no, porque su pulso comenzó a fallarle así como todo su cuerpo.

Ya habían tenido un par de roces sutiles como los besos efímeros o las miradas dulces, a veces una caricia imperceptible, y de repente los golpes duros, pero... ¿algo más? Le pidió tiempo, dándole unas pequeñas esperanzas a Hashirama, quien sonrió ampliamente y lo abrazó con fuerza sin ningún cuidado. Madara estaba nervioso, enojado, feliz, etc., y también terminó abrazando al moreno, hundiendo su rostro en el pecho del mayor mientras se deleitaba con su perfume.

Ahora se sentía de la misma manera, pero seis veces peor. Estaba dispuesto a dar un paso más allá con él pese a que se moría de la vergüenza por dentro, tal y como un adolescente inexperto se sentiría en su lugar, pero eso le daba un poco de movimiento a su —a veces— monótona vida. Hashirama le entregaba ese toque sorpresa y hacía que sus días tuvieran algo de sentido ahora que la guerra había terminado y el puesto de Hokage arrebatado, y lo mismo podría decir de Tobirama pero en menor medida. Ahora sólo le quedaba su Clan y su puesto como líder del mismo, aunque a veces ejercía como consejero de Hashirama pese a las quejas del Senju menor.

¿Por qué no le daba la oportunidad y le abría su corazón blindado? ¿Por qué no se daba él la posibilidad de amar y ser amado como nunca antes lo había hecho? Además, tampoco le disgustaba que fuese Hashirama quien entrara en su vida de esa forma y no una hermosa mujer como lo habría esperado. Quizá no le gustara del todo la palabra "amantes" pero al menos le daba nombre a su "algo" y con eso le bastaba.

    — Ámame —dijo al fin.

Hashirama abrió sus ojos de par en par y Madara los bajó hacia su ochoko medio lleno. El corazón del moreno dio un brinco de felicidad pura y sonrió con ternura, quería acariciarle sus mejillas rojas pero se contuvo, ya que estaban en público y Madara posiblemente se enojaría por eso, quemándolo vivo con su Katon.

    — Ya lo hago, Madara —susurró.

*.:。✿*゚¨゚✎・ ✿.。.:* *.:。✿*゚¨゚✎・

Originalmente esto sería un OneShot, pero lo he dividido en dos partes y más porque el lemon es largo y sonaría algo contradictorio (?) 🌝

Así que, como dice en el título, consideren este capítulo como un prólogo

Eso, nos estamos leyendo 🙊
Bye! 🎉

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