Epílogo 💮

En la mañana sólo había paz.

Los pájaros cantaban y el viento fresco mecía con suavidad los árboles de la aldea, haciendo que sus hojas danzaran al ritmo de su melodía. Y en aquella habitación donde las pasiones se habían liberado, ahora sólo yacía el joven Uchiha durmiendo plácidamente como los dioses lo habían mandado al mundo.

Enredado en la calidez de las sábanas, no se había percatado de que el hombre culpable de su ligero dolor de espalda ya no se encontraba a su lado compartiendo lecho. Al parecer, cumplió con la "petición" que Madara le había dado antes de caer dormido presa del cansancio.

Hashirama, aparentemente, ya no estaba ahí.

En medio de ese silencioso despertar, el muchacho cuyos cabellos caían rebeldes sobre su frente y espalda se preguntó si, de verdad, el Senju se habría marchado al lugar donde siempre debió estar sin haberse despedido de él. Suspiró algo decepcionado, y de forma sigilosa buscó con la vista en los alrededores de su habitación alguna nota, carta, señal, etc., que pudiera darle alguna pista sobre su real paradero.

Nada.

No logró hallar nada fuera de lo común. El Hokage había desaparecido cuan fantasma en algún momento antes del alba, o quizás después, para evitar problemas con el dueño de casa, pues conociendo a Madara, éste probablemente habría armado un escándalo cuando notase su presencia merodeando por allí todavía. O quizás no...

Con la mirada perdida en la tenue luz que se adentraba en la pieza, el Uchiha se dejó llevar por un mar de suspiros mientras se hundía en la melancolía. En la soledad de su hogar se permitió extrañarlo un poco entre recuerdos de una noche que había sido por lejos placentera, única y especial. Nunca se imaginó sintiendo todas esas cosas por el hombre que, alguna vez hace años, juró asesinar a sangre fría en nombre de su clan.

    — ¿En qué piensas? —El moreno apareció cerca de la puerta con una bandeja entre las manos.

Sorprendido por la repentina presentación del otro tras creerlo muy lejos de ese lugar, Madara sintió un escalofrío e irguió el torso sintiendo un leve dolor recorrerle la espalda. Y dirigiéndole la mirada gritó:

    — ¡¿Qué?! ¿Qué haces aquí, Senju?  

    — Nunca me he ido, Uchiha —le respondió sonriente—. Te he dejado dormir tranquilamente hasta el mediodía como lo prometí.

    — ¡¿Que prometiste qué?! ¡¿Mediodía?!

    — Calma, estoy bromeando —rió el Hokage.

Colocó la bandeja con dos tazas de té y alimentos ligeros sobre las piernas de Madara con cuidado, pero éste le propinó un combo certero en el rostro que le hizo caer sobre el futón con dureza.

    — ¡Hey! ¿Qué haces...?

    — Gracias por ser tan considerado conmigo. —confesó el Uchiha después de aquello.

Hashirama estaba perdido, confundido, atontado, entre otras palabras y adjetivos, puesto a que no comprendía del todo la actitud que Madara a veces tenía para con él, aunque de todos modos le sonrió mientras se acariciaba la mejilla golpeada.

Vio cómo el hombre que aún permanecía desnudo de torso tomaba una taza y bebía del té con calma, sintiendo su dulce aroma en el proceso. También notó en el cuerpo ajeno las marcas de la locura de anoche como los mordiscos, agarrones y besos bruscos que habían hecho de las suyas en la piel blanca. Por suerte, Madara utilizaba la mayor parte del tiempo vestimentas que solían cubrir casi todo su cuerpo de las miradas curiosas, así que eso era un problema menos del que debía preocuparse.

Entonces Hashirama tomó la otra taza entre sus manos y acompañó a Madara en su improvisado desayuno sobre la cama, esperando a que el dolor del golpe recibido sin mucha justificación se fuera con el pasar de los minutos.

    — ¿Te gustaría acompañarme a dar una vuelta por la aldea hoy? —preguntó el Senju luego de darle un sorbo a su té.

    — ¿Y me llevarás al bar otra vez para que nos emborrachemos en medio de una fiesta? —inquirió Madara con cierto tono de picardía en su voz.

    — Parece que te gustó después de todo.

    — Para nada, odio los lugares muy concurridos y lo sabes.

    — ¿Qué te parece el monte? —propuso con una sonrisa.

    — ¿A ver tu cara tallada en la roca? No, gracias.

    — No seas así, Madara —carcajeó—. Te invito a ver la aldea desde el horizonte.

    — No te pongas cursi, por favor.

El de cabellera azabache sintió sus mejillas arder en vergüenza ante la mirada enternecida del hombre que, a diferencia suya, ya se encontraba aseado y vestido. Quiso alejarse de él o apartar los ojos hacia la pared de atrás para así evitar su molesta mirada, pero le fue casi imposible cuando notó que el moreno se acercó más, dándole un beso superficial en los labios.

    — Eres un... —masculló.

    — Lo sé, lo sé, pero aun así me amas, ¿no?

    — ¡¿Nunca dejas de sonreír, maldito?!  —se quejó, avergonzado.

    — No mientras te tenga a mi la...

Madara tapó la boca de Hashirama con la mano sin poder aguantar más sus melosas palabras.

    — Está bien, acepto tu invitación. —contestó al fin el Uchiha—. Sólo quiero una cosa...

    — Claro, te escucho.

    — Hashirama, yo no... Quiero decir... Es que...

Madara tenía un sinnúmero de cosas que decir, no obstante, las palabras se atoraban en su garganta sin compasión y se empujaban entre ellas, saliendo como simples balbuceos, hasta que guardó silencio para calmarse y decir algo coherente.

    — Sólo..., vamos con calma. Esto es algo nuevo para mí.

    — Por supuesto, también lo es en mi caso —Volvió a sonreír.

    — ¡Hashirama, no ayudas para nada!

Finalmente, entre risas sinceras y una amena conversación de por medio, ambos jóvenes se separaron momentáneamente después de aquel desayuno para iniciar sus labores por separado; y al atardecer se reencontrarían en el monte de Konohagakure donde—hacía años— se había iniciado de manera paulatina su peculiar historia de amistad y rivalidad. Ese romance secreto, pero difícilmente silencioso.

FIN

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