Capítulo [XIII]:|maratón 5/5

—¿Hipnoti...? ¡¿Qué?! —Thomas es el primero en expresar el desconcierto que, en realidad, invade a los tres citadinos por igual.

Newt, encapsulado entre los huesos de Teresa, simplemente no puede dar crédito a lo que el chico dice. Para empezar, se pregunta en qué podría ayudarles un tonto juego de sugestión y, para terminar, él no sólo está en contra de esas prácticas improbables, sino que no confía en ellas. ¿Cómo un niño menor que todos ellos podría meterse a hurgar en sus cabezas así como así? Es insólito y, por demás, ridículo pensar que un chiquillo que ni siquiera puede contra un asiático trastornado tenga la capacidad intelectual de jugar con esos fenómenos mentales.
No se atreve a expresar sus verdaderos pensamientos respecto al asunto pero supone que deberá hacerlo si a Thomas le da por creer y ceder a las vagas tonterías de ese larcho.

Teresa, por su parte, pese a no comprender del todo la situación, se encuentra más curiosa que confundida o temerosa. No es noticia para nadie que a ella le fascinan los trucos mentales y, aún más, la hipnosis, que es algo que siempre le ha llamado la atención. La chica no es incrédula como su novio y el ex-ricitos de oro, le basta mirar el cuerpo que ahora posee para creer en cosas sobrenaturales. Claro que podría tener sus dudas respecto al asunto; ni siquiera conoce al chiquillo que intentará meterse en su cabeza y tampoco entiende qué ganaría con ello, entre otras cuestiones. Le gustaría preguntarle qué pretende hacer puntualmente en medio de la sesión y por qué tendrían que confiar en él, pero su novio se le adelanta por una fracción de segundo.

—Espera. Espérate, shank —habla Thomas, sacudiendo frenéticamente su cabeza, como si necesitara restaurarse para comprender mejor lo que trama el joven brujo—. ¿¡Vas a hipnotizarnos!? ¿de verdad puedes hacerlo? —le pregunta casi exaltado. Más que incrédulo luce realmente alarmado y al borde de un ataque. Aris sólo asiente con aburrimiento; no parece estarse tomando muy en serio el problema de los citadinos, y eso no deja precisamente tranquilo al castaño—. ¿Y eso cómo...? ¿por qué deberíamos confiar en que...? ¡Oh, shuck! Yo no...

Aris suspira y vuelve a tomar aire mientras ve a Thomas a punto de entrar en pánico. El jovencito parece estar recaudando toda la paciencia que queda en su sistema a través de constantes respiraciones y un análisis silencioso e interno de la actual situación. Trata de ponerse en el complicadísimo lugar de esos tres chicos de ciudad perdidos; por un lado, el castaño que parece a punto de perder los estribos por alguna razón, luego la chica encerrada dentro del cuerpo masculino, más calmada que el resto pero con evidente curiosidad, y, por último, el joven preso bajo el bonito rostro de una muchacha realmente hermosa pero que no deja de fruncir el ceño.
Aris realmente está dispuesto, mas no puede ayudarlos si ellos dudan de cada cosa que él dice.

—La sugestión razonada es segura —explica sin muchos ánimos el proyecto de brujo; no parece estar hablando de invadir la mente de un desconocido, más bien lo expresa como si se tratara de la venta de gomitas en un supermercado—. Sólo trataré de averiguar lo que ustedes no están viendo, eso que los ha metido en este lío —insiste, ahora intentando convencerlos de ceder a sus métodos, aunque no ve resultados muy favorables—. No leeré sus pensamientos, lo prometo. Sus inconscientes contestarán mis preguntas, nada más. Soy bastante bueno con la clarividencia —alardea con una sonrisa pintada.

Al terminar de hablar, pese a no recibir ningún tipo de respuesta, el rubio rebusca entre sus bolsillos algo que nadie sabe qué es y que a nadie parece interesarle. Los tres chicos, envueltos en un diabólico problema fantasioso, parecen estar inmersos en una guerra interna entre ceder o definitivamente no a los juegos endemoniados de ese prototipo de mentalista. Hasta donde saben, una sesión podría poner todo su mundo patas arriba en un segundo.

Thomas, algo insensato, se pregunta con temor si realmente quiere enterarse de lo que se esconde en su cabeza. «¿Será cierto?», duda respecto a lo que su mente oculta sin darle autorización para ver. «¿Qué puede ser tan terrible que nos haya llevado a esta garlopa miertera?», gruñe con su voz interior, apretando los dientes. Todo se pinta desalentador y le aterra pensar en las posibles respuestas que pueden hallar, peor aún, que Aris sólo sea un maldito charlatán y que no consiga averiguar absolutamente nada. A esas alturas ya no sabe si enterarse de los secretos ocultos de su mente es igual o peor que vivir en la ignorancia de ellos. Pensar tanto está empezando a darle jaqueca.

Mientras Newt duda de absolutamente todo, frunciendo el entrecejo de Teresa como si con esa acción pudiera volver todas las cosas a la normalidad, la chica envuelta en piel masculina se admite que muere de curiosidad. Necesita saber qué diablos ocurre con ellos; por qué aquella bruja mal nacida los hechizó con esa mierda y, por encima de todo, le urge enterarse de aquello que 'ni siquiera ellos logran ver'. Debe ser respecto a Newt, tiene que. Curiosamente, todos sus males tienen que ver con ese rubio.
Realmente le enferma saber que Newt está metido en la ecuación; su estómago se revuelve de sólo imaginar el centenar de ideas que se le cruzan por la cabeza respecto a ese condenado rubio y a su novio. Debería existir alguna razón para que esté incrustado en su relación como una astilla en la palma de un carpintero, así de agobiante y así de sutil. A Teresa le urge saber.

—Yo quiero hacerlo —dice la chica, decidida, cuando Aris encuentra lo que ha estado buscando a lo largo del último minuto—. Puedes empezar conmigo —propone con una sonrisa firme y escalofriante a los ojos de los demás. El rostro de Newt se ve rudo y autosuficiente, con demasiada confianza, algo que resulta alarmante para Thomas, que no sabe qué bicho le picó.

—No, tú no —niega Aris, toqueteando un reloj de bolsillo, lo que todos suponen que es el objeto que utilizará para hipnotizarlos—. Eres muy fuerte y yo soy algo nuevo en esto. No quiero quedar como un idiota al no conseguir nada contigo —explica el chico rápidamente para luego mirar a Teresa, comandada ahora por Newt—: Tú... eres demasiado reservado y a la vez muy histérico —murmura, apretando sus labios en una fina línea dubitativa—. Así que tú tampoco. No vas a relajarte ni aunque te desmayaras ahora mismo —sentencia, saltando su mirada a la tercera y última opción que le queda; Thomas—. Entonces sólo me quedas tú —susurra, mirándolo con cuidado—. Te tiemblan las manos pero no estás asustado. Ni siquiera crees que voy a entrar a tu cabeza —comenta, por alguna razón, sonriendo—, y está bien, no es lo que haré. Sólo cantarás como un gallito al bajar la guardia.

Ninguno parece insistir en otro veredicto; en realidad son muy conscientes de que tiene razón respecto a lo deducido y que, de alguna manera, ahora están en manos de ese chico y sus, aún improbables, poderes de sugestión, por lo que aceptar sus condiciones es la única alternativa que les queda.

Mientras el joven hace que Thomas se siente en el desvencijado sofá del compartimiento para estar más cómodo, ya que precisa que se relaje, Teresa y Newt observan con atención cada cosa a la vista. Aris parece saber perfectamente lo que hace; Thomas sigue plenamente consciente y aún así el chico se atreve a ordenarle cosas, como que relaje los músculos o le preste atención únicamente a él.
Thomas, por su parte, sigue las instrucciones del joven brujo, aunque internamente duda de todo ese circo. Aris ha dicho que es nuevo en el tema, lo que hace suponer al castaño que la sesión podría prolongarse un poco más de lo esperado o incluso puede que no se logre el cometido.
Al respirar como Aris le ordena, Thomas sólo trata de no pensar que afuera ya se hace de noche y que deben volver a casa antes de preocupar a sus padres y meterse en nuevos problemas. Lo último que necesita ahora mismo es ponerse nervioso por temas externos a ese lío embrujado, así que debe dejar su mente en blanco. Piensa que quizá sea bueno ceder a la sugestión del chico, después de todo, es para beneficio suyo. ¿Qué más podría salir mal?

Pero Thomas ya comienza a sudar frío cuando Aris se acomoda de cuclillas frente a él con el reloj dorado frente a su rostro. Por un lado, no cree que eso verdaderamente funcione y, por otro, ansía que nada ocurra cuando la sesión comience. Ni siquiera está completamente seguro de querer hacerlo, pero negarse atraería de mala manera la atención de Newt y su novia, algo que, definitivamente, no le conviene para nada.
Cuando el joven brujo le toca el hombro y comienza a mover el reloj de un lado al otro, Thomas traga saliva y ya no quiere hacer nada. Realmente no sabe si en verdad quiere saber la razón por la que aquella vieja loca hizo lo que hizo, no debe ser algo muy grato de saber. Pese a que la curiosidad le cala en el centro de los huesos, la duda parece mejor que la verdad en ese asunto.

—Tú tranquilo, Thomas —Aris casi pregunta su nombre, pues apenas lo recuerda, pero se oye bastante seguro al hablar—. Sólo escucha mi voz... Relájate y despreocúpate —susurra en un tono de voz muy particular, entre autoritario y cortés, mientras comienza a mover el reloj frente a sus ojos con suavidad y lenta constancia—. El detonante será un beso de tu novia, ¿okay? —informa, en realidad no tuvo mucho tiempo para pensar en algo mejor.

—¿Qué? ¿Por qué no un chasquido o un buen golpe en su cara miertera? —pregunta Newt, irritado. Aún no cree que Thomas realmente ha aceptado hacer esa idiotez.

—Porque eso es de manual y yo soy un mentalista muy original —Aris responde simplemente, sonriendo suficiente—. ¡Y shh! ¡No interrumpas! —le gruñe al chico encarcelado en esa bonita muchacha—. Necesito concentración.

Dicho eso, Aris olvida que hay dos personas más en el compartimiento, aparte de Thomas y él, y comienza a invertir toda su paciencia y voluntad en desarticular la mente de ese castaño. El sueño hipnótico no se alcanza fácilmente y menos si un tercero se encuentra hablando estupideces a un costado, por lo que su aguda mirada advierte en silencio que nadie mueva un solo músculo mientras él hace su trabajo.
Los citadinos parecen comprender y lo último que el chico logra vislumbrar antes de enfocarse de lleno en el castaño, es una callada maldición por parte de la voz femenina.

«Trabaja con calma, paciencia y perseverancia...», se repite Aris interiormente cuando pasan alrededor de cinco minutos y Thomas no presenta signos de fascinación. El rubio piensa que ese castaño realmente tiene el perfil de un ser asequible y manipulable aunque trate de combatirlo. Ahora parece resistirse al imperioso tono de su voz y es algo natural, mas no lo desalienta, sólo le genera algo de ansiedad.
No debería costarle tanto ingresar a su mente, pero supone que el citadino aún no está seguro de abrirle las puertas de su inconsciente.

—No apartes la mirada del reloj, Thomas —Aris le murmura al castaño cuando nota sus pupilas dubitativas entre el objeto y su cara—. Concéntrate. Piensa en algo que te tranquilice... en alguien... en lo que quieras... —sugiere, disfrazando su orden directa con una acogedora voz de almidón.

Insiste con frases similares por otro rato, intentando percibir el primer rastro de ensoñación en la mirada parda de Thomas. Aris no deja de mover el reloj como un incesante juego mecánico, de un lado al otro, paciente, esperando atrapar a su sujeto. Las pupilas del castaño se admiran cada vez más dilatadas, pero siempre de forma lenta. Parece oponerse a la sugestión con silenciosa negación pese a ya haber dado su consentimiento. Es normal, el joven brujo piensa sin perder la concentración, está angustiado y confundido, su novia está metida en su maldito mejor amigo y eso debe significar un buen dolor de cabeza. Aris también puede sentir sus nervios soplando contra su cara; esa es la barrera más dura hacia el campo de sugestión, según su Maestro. Sólo debe tratar un poco más, ya casi consigue liberar a Thomas de su personalidad, de su voluntad y de su criterio propio, ya casi.

Newt, por fin en silencio, desde un lado del sofa, observa con cuidado a su mejor amigo. Lo conoce tan bien, pero tan bien, que puede oler su nerviosismo esparcido por el aire, sabe que está ansioso y, a la vez, harto de aquella situación. Sus puños ceñidos sobre sus piernas insinúan que no está tan tranquilo como Aris se lo está pidiendo desde que ha iniciado la sesión, pero también puede ver cómo, poco a poco, va bajando la guardia conforme la imperiosa voz del brujo rubio se cuela en su cabeza. El ex-rubio supone que Thomas sólo está cediendo porque es necesario, deben saber por qué se han metido en ese maldito embrollo, aunque todavía sigue dudando de que ese niño lo logre.

—No está funcionando —Thomas dice en un susurro agitado—. Yo no...

—Sí está funcionando —Aris le contradice con potencia pero sin sonar dominante, más bien trata de demostrar su optimismo y voluntad—. Relájate un poco más —le pide, observando con atención a su contrario, notando que sólo le falta un empujón más para caer de bruces en la palma de su mano—. Te pesarán los párpados en tres segundos... Uno... dos... tres... —Thomas pestañea como si se tratara del forzoso aleteo de una enorme mariposa en el espacio exterior.

—Ese reloj es aburrido —menciona Thomas a la defensiva, procurando ajustar su vista al objeto que no para de moverse frente a su mirada. Con la poca consciencia que aún le queda, se pregunta si es normal de pronto ya no entender la mayoría de sus pensamientos.

—De acuerdo... —murmura Aris, sonriendo a medias, observando el vacío en los avellanados ojos del sugestionado—. Cuando el reloj deje de moverse, vas a mirarme a los ojos... sólo a mí —ordena entre cortés y déspota. La cara inexpresiva del castaño al asentir sin reclamos hace casi ladrar la sonrisa del joven brujo. Thomas ni siquiera lo ha notado, simplemente ha empezado a caer en espiral hacia el dominio del chico.

En el conteo perezoso de cinco segundos, Aris cesa de mover el reloj y lo vuelve a guardar en su bolsillo. Al instante, justo como se lo hubo pedido, Thomas se concentra en el claro de sus ojos.
Con una mirada castaña potente y magnética, de alguna extraña manera, Aris doblega los sentidos de su sugestionado y, más pronto de lo esperado, Thomas se olvida de sí mismo para ser una marioneta del mentalista. El joven brujo puede sentir la quietud en la mente del castaño y sabe que ya puede manejarlo a su antojo.

—Estás muy sereno, casi dopado —murmura Aris, tocándole el hombro para estabilizarlo. La sugestión mantiene a Thomas sin sus sentidos activos pero no debe dejar que se duerma—. Tus últimos pensamientos fueron de quien siempre guarda tu tranquilidad, ¿me dices su nombre?

Newt.

Hasta el ser dentro del cuerpo femenino se sorprende de la estricta respuesta de su mejor amigo. Él no podría explicar por qué, pero un fuego bonito se prende en su estómago y casi sonríe, pero quien ahora maneja su propio cuerpo contrapone sus emociones e intenta darlos a conocer, callada al instante por la mano dictatorial del brujo.

—¡Shh! Empezará a hablar —avisa Aris por lo bajo, mandando a callar a todo aquel que ose interrumpir su sesión. Podrá tener por las riendas a Thomas, pero definitivamente no es la misma historia con sus amigos y debe poner orden—. ¿Quieren saber qué ocurre o no? —pregunta irritado, apretando cada palabra entre sus dientes. Nadie contesta pero tanto Newt como Teresa suspiran con resignación.

Teresa, apagando el fuego ardiente de su mirada, se guarda las preguntas que quiere hacerle a su novio y se plantea simplemente escuchar. Supone que, al volver a casa, podrá hablar con él con más libertad. Aún sin el encantamiento hipnótico encima, Thomas debe serle honesto, ella piensa. Por el momento, sólo espera que Aris sepa hacerle las preguntas correctas, al menos para calmar su curiosidad.

—¿Quién es Newt? —el joven brujo pregunta, sujetando el rostro de Thomas para que mantenga la mirada fija en él—. No te duermas y contéstame; ¿quién es Newt? —reitera, ahora usando su voz más potente.

—Mi mejor amigo —contesta Thomas. Aunque el rostro del castaño carezca de expresiones, sus pensamientos serán como un libro abierto a las demandas del sugestionador.

—Bien, ¿y quién es Teresa? —Aris le pregunta y Thomas contesta con una sonrisa que es su novia—. ¿Por qué pensaste en Newt para tranquilizarte y no en ella? —Incluso en la voz calmada del sugestionador existe la clara duda que embarga a todos en el garaje.

—Él es... —Thomas deja de hablar y aprieta los dientes, casi cerrando los ojos. Aris sabe que eso sucede cuando el inconsciente oculta algunas cosas que ni el propio sujeto conoce—. Él siempre me tranquiliza.

—¿Qué ibas a decir antes de eso? —pregunta el mentalista, mirando a Thomas y leyendo cada mancha manifestada en sus iris—. Conoces todos tus pensamientos y puedes expresarlos con facilidad. Dime qué ibas a decir —exige.

—Newt es mi paz —contesta el castaño. La sugestión le impide oír el rechinar de los dientes de Teresa y ver la grata sorpresa en las pupilas que ahora maneja su mejor amigo, pero aún si estuviera consciente, quizás también preferiría evitarlo.

Aris parece pensarlo un poco; supone que se trata de una amistad casi de hermanos y por eso las respuestas del castaño involucran a Newt de manera tan íntima. Pero hay algo más, él piensa, para que Madame Beatríz haya usado sus dotes de manera tan brutal en ellos, debe existir algo enorme que están dejando pasar. Está tan oculto, que Thomas todavía no lo ha dejado escapar de su boca aún preso de la sugestión, quizás la confusión también juega sus cartas en la mente del chico. Pero Aris es bueno en lo que hace, no por nada es el número uno entre los seguidores del Maestro Lawrence.

—Haremos un juego, Thomas —Aris le dice, tranquilo, le tiene mucha fe a su idea. Sus ocurrencias generalmente llegan a buen puerto—: Tu mano izquierda representarán los puntos de tu novia y tu mano derecha los aciertos de tu mejor amigole explica con paciencia, cerrándole los puños de manera que puedan iniciar el experimento—. No vas a dudar una sola vez —ordena y el castaño asiente.

Newt sabe que puede tener mucho que ver en el problema, después de todo, no es algo nuevo. Aún recuerda el estremecimiento de sus huesos cuando la tarotista lo llamó para unirse a la sesión de la pareja. Pero este brujo intenta algo muy rebuscado, la mente de garlopo de su mejor amigo no cuenta con el intelecto necesario para darles porcentajes coherentes a Teresa y a él. El ex-rubio sabe que a veces Thomas lo necesita a él y otras veces no puede estar sin Teresa. Ambos comparten al castaño de esa forma porque no pueden llevarse bien bajo ningún concepto, es la única verdad en todo el asunto.

Teresa mira algo irritada a su novio y trata de encontrar en su interior la razón por la que Thomas no se tranquilizó pensando en ella, sino en el histérico de Newt. Supone que debe ser normal, quizás, porque lo conoce desde siempre. No encuentra otra razón lógica, además, cada vez que ella trata de tranquilizarlo cuando algo anda mal, él termina prefiriendo estar solo. Ahora entiende por qué al final su 'solo' significa correr al hombro de Newt.

Thomas se asemeja a un crank cuando Aris le hace la primera pregunta y él, al instante, le da un punto a Teresa. No es cuestionable; 'a quién extraña más'. La segunda pregunta también le vale un punto más para su novia, y es que es ella con quien más se divierte.
El mentalista no abusa del tiempo y piensa rápidamente en otras preguntas. En los siguientes ítems: 'a quién más cuida', 'con quién más le gusta estar' y 'quién más le hace sonreír', quien se lleva los aciertos es Newt, que pasa a llevar la delantera. Aris piensa que está bien, porque teóricamente es su mejor amigo. Aunque sostiene que la chica debería tener todo a su favor por cuestiones obvias.
Poco a poco encuentra algunas piezas más para adherir a su atildada conclusión respecto al por qué del cambio de identidades. Aunque el trato con su tía Beatríz es limitado, la conoce. A veces sus soluciones son muy... literales.

—¿A quién celas más, astilla? —Aris pregunta, casi seguro de la respuesta. Pero le cuesta no expresa su consternación cuando agrega un punto más al ex-rubio. Sus ilaciones parecen estar de vacaciones esta tarde.

El Maestro siempre ha dicho que no debe mostrarse impresionado, que debe deducir todas las respuestas y acertar al menos en la mayoría. Pero con la mente tan particular de este castaño se está llevando muchas sorpresas y se le dificulta concentrarse en la imagen impecable que debe mostrar. «No te salgas del guión, Jones», se pide, blanqueando su mente. Tiene preguntas muy claves a las que le gustaría dar respuestas, pero cuando busca su reloj, vislumbra que ya no cuenta con tiempo para eso.

Algo dentro del mentalista y reflejado firmemente en las pupilas del chico frente a él, grita que entre esos dos chicos sucede algo más que la vana amistad que profesan, pero, de ser así debían haberlo comentado antes, Aris titubea.
Con la mente algo nublada por la ineludible perplejidad, el joven brujo decide acortar las cosas de manera directa y efectiva; la respuesta de Thomas atará todos lo cabos sueltos que aún quedan por ajustar al rompecabezas imaginario que su mente ha inventado al inicio de la sesión.

Y si la tierra debe temblar, que lo haga, él está preparado.

—¿Quién besa mejor?

—¡¿Qué narices!? ¡Nosotros ni siquiera nos...! —la voz femenina, dominada por Newt, se corta cuando Thomas le da un nuevo punto y de pronto dos pares de ojos lo están cuestionando violentamente. Él traga saliva con dificultad—. Pu- puedo explicarlo...

—Cierra la boca —la chica le gruñe, apretando los dientes en cada sílaba. La furia arde en su interior pero es un tema que quiere discutir con su novio.

El mentalista mira al ex-rubio con ojos acusadores y le hace señas de que obedezca. Newt sólo bufa, harto, pensando en esa noche y en el horrible ataque de pánico que terminó en una recopilación de besos. No puede creer lo que Thomas acaba de hacer. Si Teresa lo odiaba, ahora es hombre muerto.
La expresión de la chica encerrada en Newt es un tétrico poema de terror, repulsión y odio, pero no dice nada más, lo que es peor a ponerse a gritar como una loca esquizofrénica.

Aris, tal vez un poco apenado por el desenlace de las cosas, carraspea la garganta con incomodidad y luego chequea los minutos transcurridos de la sesión. Después de las claras confesiones de Thomas, ya le queda sombra de duda; los muchachos han mezclado los conceptos de amor y amistad, desencadenando deseos inconscientes que su tía logró calibrar de una manera muy... tal vez demasiado literal.

La solución aún es una incógnita, pero eso ya no es asunto suyo. Tiene cosas más importantes que atender ahora mismo, debe despertar a Thomas antes de que sus amigos se maten uno al otro frente a él y también debe regresar a su casa.

Las preguntas acabaron; ahondar más en el tema sería meterse en serios problemas ajenos, Aris piensa, y no es lo que desea. Ya sabe lo que ocurre y casi quiere golpearse por no haberlo notado antes. En realidad, ahora que lo analiza mejor, ha sido bastante obvio todo este tiempo. Que los mimados citadinos no lo hayan descubierto por sí solos no es de espantar, pero que Aris Jones, el compañero, el aprendiz número uno del Maestro Lawrence haya tardado tanto en averiguarlo ha sido un fuerte golpe a su orgullo. Lo bueno del caso es que nadie está enterado de ese terrible descuido suyo, lo último que quiere es una mancha oscura en su impecable perfil de mentalista, pero sabrá guardar ese lamentable secreto.

—Muy bien, creo que... ya se dan una idea del porqué del hechizo. Ahora, hay que despertarlo.  El tiempo se agota —murmura el pelirrubio con supremacía luego de mirar su reloj otra vez. Los otros dos jóvenes han dejado de gruñirse pero el presagio de una guerra sigue vigente, así que tiene que apresurarse—. No debe entrar al sueño profundo porque me costará días sacarlo de ahí.

—¿Qué? ¿Sueño profundo? —pregunta Teresa, dejando un poco de lado el odio hacia Newt, para prestarle atención al mentalista—. ¿De qué estás hablando? —Ella suena levemente irritada al hablar pero nadie podría decir con exactitud que ese tono enojado se debe a las respuestas que obtuvieron de Thomas o a la razón por la que ahora se encuentra encerrada en el cuerpo de la persona que menos tolera en el mundo—. Sólo despiértalo —sugiere un momento después, cuando Aris, en lugar de responder, sólo observa los oscurecidos ojos de Thomas.

—Sí, lo sé —susurra el brujo—. El detonante —menciona indiferente, buscando al (ahora) dueño de la cabellera azabache—. Newt, tu turno. Despiértalo.

—¿Qué? ¿yo qué? —pregunta, perdido, la desconcertada voz femenina advierte a Aris que ha olvidado la condición del despertar de su mejor amigo.

—¡El detonante, astilla! —le grita el pelirrubio, algo alterado. El mentalista cortés, sereno y simpático ha quedado en la prehistoria—. Despiértalo antes de que ingrese al sueño profundo. En verdad, tardaré días en zafarlo de ahí, si es que puedo. Ahora, ¡hazlo!

—¡¿Hacer qué?! ¡Con una mierda! —Newt grita, espantando a todos, incluido Thomas, que hace aparecer en su inactiva expresión un ceño fruncido para luego cerrar sus ojos como si sintiera espinas incrustándose en su cuerpo.

Aris pierde la paciencia que lo caracteriza y mira con ojos encendidos de furia hacia los ojos azulados que ahora domina el ex-rubio y luego, con su voz más ruda, lo dice por última vez:

—¡El detonante es un maldito beso, astilla torpe! ¡Que-lo-hagas! —ordena, cortando las palabras con una voz rasposa y agresiva.

Newt traga saliva con nerviosismo. Ya ha tenido suficiente protagonismo por hoy. ¿Por qué debe hacerlo él? Quizás los labios de Teresa son la clave, el chico piensa mientras ve a Thomas perdiéndose dentro de su propia mente y al brujo a punto de saltarle a matar si no lo obedece. El ex-rubio ni siquiera se atreve a mirar directamente a Teresa; si existe algo superior al odio, es justamente eso lo que ella está sintiendo por él.
«¡Shuck! ¡Un buen golpe en su espantosa cara de garlopo debía ser el maldito detonante, se lo dije!» lamenta, irritado e inseguro. Teresa va a hacerle algo muy malo si él accede a esa garlopa, la conoce y ese gesto torcido dibujado en su cara es la prueba cabal de que no se encuentra precisamente feliz de que él deba besar a su novio otra vez.

Pero los dientes del joven brujo ya rechinan cuando Newt vuelve a mirarlo. «¿Qué tan malo puede ser un sueño profundo?», el chico se pregunta, tal vez prefiriendo el enfado de Aris y definitivamente no el de Teresa. Mas, cuando el pelirrubio le amenaza con un dedo y la mirada más diabólica que él haya visto nunca, cede, y que sea lo que Dios quiera.

Newt estira uno de sus brazos, ahora muy femeninos, hasta alcanzar la nuca de Thomas y lo atrae a él en un instante. Sus bocas se impactan una a la otra casi violentas, Newt, inevitablemente y en contra de su voluntad, recuerda esos besos en el auto la noche de la tragedia embrujada y sabe que no es igual. Ahora ninguno ha separado los labios y Thomas sigue como dormido. El estúpido detonante no está funcionando.

—Así no. ¡Un verdadero beso, Newt! —ruge Aris al ver que su sugestionado sigue preso en la hipnosis y cada vez más cerca del temible sueño profundo al que no quiere que entre—. No estaba pensando en esa tontería cuando pacté un detonante —explica irritado, volviendo a mirar el reloj. El tiempo corre y, si Thomas no despierta, él estará en verdaderos problemas.

Newt gruñe enojado contra los labios de Thomas y cierra los ojos para luego abrir su boca; que el castaño no coopere hace al beso muy difícil e incómodo para él, y lo peor es que su mejor amigo ni siquiera parece espabilarse. Tal vez un metro lo separe de Teresa pero desde donde está puede sentir su enojo y oír el escalofriante rechinar de sus dientes, con cada segundo, se siente más y más cerca de la muerte.
Con los labios que ahora él maneja, abre la boca de Thomas y trata de olvidar que es la persona con la que prácticamente creció. Sólo es un beso, se dice; nada pasa, nada cambia.

«Nada de nada», Newt piensa, mordiendo a Thomas porque tal vez así logre despertarlo de esa miertera sugestión.

—Mierda, algo anda mal... —murmura Aris, notando que Newt ha devorado la boca de Thomas y ni así lo ha sacudido de la hipnosis. Él no ve a dos mejores amigos besándose, ve un botón descompuesto, pero la alteración que siente es la misma—. ¡Oh, joder! Esperen un momento —ruge, aturdido.

El joven brujo se aprieta el puente de la nariz y cierra los ojos. «¿Qué pudo haber fallado?», se pregunta, admirando la idea de salir corriendo de ese lugar antes de que la chica encerrado en ese alto rubio le parta la cara por haber hecho que su novio bese a otra persona. Pero no tarda en admitir que, aún si lograra evadir a Teresa, todavía tendría que intentar escapar del mastodonte asiático que lo secuestró, que seguro sigue afuera. «No, no...», piensa y vuelve a pensar. Debe estar olvidando algo...

—¡Lo tengo! —casi grita el brujo; sus ojos se iluminan como si la lamparita de las ideas fuera palpable y totalmente visible—. ¡Fue tan obvio desde un principio, joder! Me disculpo con ustedes, astillas —habla, sonriendo—. Tú eres su novia —se dirige a Teresa, presa entre las costillas de Newt—. Tú eres el detonante.

Teresa frunce el ceño, algo que siempre fue demasiado común en Newt, pero no tarda mucho en comprender lo que el pelirrubio trata de decir. Se siente un poco tonta porque, ahora que puede pensarlo mejor, sin tanto enojo, suena bastante lógico.

—El tiempo corre, apresúrate —ordena Aris, volviendo a mirar el reloj, y los cabellos rubios de Newt se sacuden cuando Teresa asiente, parece más que dispuesta a hacerlo.

Aris al instante tiene que saltar encima de Newt para que no detenga a Teresa cuando ella se aproxima a Thomas para besarlo.
Sin muchos rodeos, las masculinas y fuertes manos de Newt sujetan el rostro del castaño y en dos segundos sus labios se unen.

Basta el simple tacto de sus bocas para que la oscuridad de las pupilas de Thomas desaparezcan y él abra los ojos.
Y lo primero que ve al volver al mundo de los conscientes, son los párpados caídos de su mejor amigo. Tarda un poco en notar lo que está ocurriendo; se siente lo suficientemente mareado como para precisar de sostenerse del cuerpo masculino frente a él pero también lo suficientemente consciente como para intentar evitarlo, aunque de todas formas termina aferrado a los costados del delgado torso de su mejor amigo.
Lo peor del caso es que, aún siendo plenamente consciente de la realidad, todavía no encuentra el dominio absoluto de su cuerpo, por lo que obedecer a las acciones que demanda su cerebro es una tarea irrealizable y la orden directa de su juicio, que exige que se aleje inmediatamente, es ignorada de manera automática.

La boca de Newt se mueve y, aunque Thomas trata de evitarlo, la suya también lo hace, correspondiendo. ¿Por qué lo está besando?, se pregunta, arrugando la camiseta que el cuerpo del rubio lleva puesta. Conoce esos movimientos, la astucia con la que mima cada centímetro de sus labios y la estratégica forma en la que sujeta su rostro, pero se siente diferente de alguna extraña manera; el sabor es indescriptible, nuevo, distinto, y él cierra los ojos porque quiere seguir un poco más, al menos hasta conseguir palabras más precisas para definirlo.

Los labios son suaves y persistentes, siente unos filosos dientes que amenazan constantemente con tocarlo y una lengua irrespetuosa lo asombra cuando no pide permiso para mimar la suya, que, ignorando lo que él ruega por dentro, corresponde; todo eso conforma un combo de cosas que le generan misteriosos cosquilleos en el estómago. El castaño trata de autoconvencerse de que aquel molesto hormigueo entre sus entrañas es por causa de su novia, el ser que domina cada movimiento de los labios que ahora mismo lo están besando, aunque una gran parte de su arrebatado subconsciente queda dubitativa, pensando que, quizás, besar a un chico no está tan mal.

Pero el beso acaba y nada queda aclarado en la alborotada mente de Thomas, cuando los dientes del rubio le muerden, él abre los ojos como platos y Teresa se separa.

—¿¡Pero... pero qué hicieron!? —es lo primero que Thomas escucha luego de los gritos ahogados e ininteligibles de su propia conciencia. Es Newt, completamente enojado—. ¡Shuck! ¡Garlopos, son unos...! —Aris le tapa la boca y calla palabras que el castaño al instante logra deducir.

—Okay, okay... Thomas, ¿ya estás aquí? —pregunta el pelirrubio y, aunque el aludido no contesta, el desconcierto en su rostro le responde que sí—. Bien, sesión acabada —comenta, soltando a un alterado Newt que quiere matar a Teresa por haber usado su boca sin preguntárselo y, encima de todo, para besar a su jodido mejor amigo—. Ya saben la razón de su... problema. Y, lo siento, pero no les puedo ayudar con el paradero de mi tía porque ni siquiera yo lo sé. Así que mi trabajo aquí ha terminado. No sé ustedes, pero yo me largo —avisa, arreglando su ropa y dirigiéndose a la puerta del garaje—. Hasta nunca, astillas irritantes.

Thomas quiere detenerlo pero el mareo fusionado con el, aún permanente, ensimismamiento no le permiten ni levantarse del sofa. Es Teresa quien, con ánimos renovados, interrumpe la huida del brujo para sacarle más información. No puede irse así como así.
El castaño deja de escuchar todas las voces luego de un momento, demasiado shockeado como para analizarlo todo tan de repente. Newt sigue maldiciendo entre dientes con la irritada voz de Teresa y Thomas ni siquiera se atreve a mirarlo. No recuerda absolutamente nada de la sesión pero aún no sabe si está preparado para enterarse de lo ocurrido. No puede pensar en nada, sólo el sabor de los labios de su rubio amigo queda insistiendo en su cabeza.

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