Capítulo [XII]:|maratón 4/5

Pasan dos días y los Cielos se abren para Thomas, la luz en el oscuro túnel por el que él transita se presenta chispeante y prometedora en forma de mensaje de texto en el celular rosa que ahora manejan las grandes manos del cuerpo de Newt.

"Rubiecito, acabo de encontrar algo grande" —lee la chica dentro de las costillas del rubio, aprovechando que Newt se ha ido al baño. El mensaje y más su remitente hacen a su novio fruncir el ceño—. ¿Algo grande? —Teresa pregunta, releyendo una vez más.

Ellos han estado intercambiando mensajes desde esa tarde en que se conocieron, hace días atrás, pero nada de noticias. Que tan de pronto aparezca un mensaje con ese entusiasmo, a Thomas sólo le revuelve el estómago y a su novia la inquieta en demasía, aunque ella lo sabe disimular mucho mejor que el castaño.

—No lo sé, y no confío en ese tipo —murmura Thomas, mirando constantemente hacia donde el cuerpo de Teresa se hubo borrado con intensiones de ir al baño unos minutos atrás—. No... no creo que haya encontrado a la vidente. Su mensaje habría sido... diferente, no lo sé. No creo que debamos fiarnos de ese idiota.

Teresa, por su parte, sólo rueda los ojos. Mientras contesta el inesperado mensaje del asiático, se pregunta por qué Thomas desconfía tanto de ese chico llamado Minho. En realidad sí es un poco insoportable y arrogante, pero sólo los está ayudando y, hasta el momento, lo está haciendo completamente gratis, lo que es un verdadero alivio. Darle "su número" ha sido de las cosas más fáciles e inofensivas que ha hecho y, además, el ser de la chica que fluye entre las venas del cuerpo masculino, realmente necesita al asiático para alejar, al menos un poco, a Newt de su novio. Si todo sale como planea, pronto, ese rubio ya no será un problema en su relación.
En buena hora se vino a aparecer, ella piensa, mientras espera que el chico asiático conteste su mensaje. Sólo debe jugar un poco con él y el resto lo hará la adorable cabellera dorada del mejor amigo de su pareja.

—Dice que no ha encontrado a la señora Beatríz pero que ha conseguido un "recluta" que podría ayudarnos —Teresa habla luego de leer la rápida respuesta de Minho. «Newt sí que lo trae loco», la ex-azabache piensa, el chico le ha contestado en un segundo—. Nos espera en la feria antes del anochecer.

Thomas parece pensarlo demasiado. Su respuesta no llega ni en el momento, ni luego de un minuto. ¿Volver a ese sitio? Parece una decisión terriblemente estúpida. Por alguna extraña razón, el hecho de saber que no ha encontrado a la maldita bruja, le alivia. Sí quiere resolver las cosas y traer a sus amigos a sus respectivos cuerpos otra vez, pero le tiembla el corazón de sólo volver a aquel lugar. Encima de todo esos malos presentimientos, está el extraño mensaje de ese coreano presumido. «¿Qué podría significar "algo grande "?», se pregunta, angustiado, casi sujetando su rostro entre sus manos. El mareo de confusión le está robando también el aliento, de no estar sentado seguramente perdería el equilibro. «¿Un recluta? ¿A qué le llama un maldito 'recluta'? ¡Ni siquiera suena a algo seguro, por Ganesh!», bocifera en su alborotada cabeza y cuándo está a punto de enloquecer, escucha la voz de Newt llamándolo incansablemente.

—Okay, sí —se rinde el castaño, tras los gritos de Teresa. Ha estado buscando una excusa para no tener que acercarse a la feria maldita y no se le ha ocurrido absolutamente nada—. Pero iremos solos, Teresa. No hay que decirle a Newt, él no...

—¿Qué no deben decirme? —pregunta el ex-rubio, llegando de pronto hasta ellos. Thomas hubo dejado de mirar hacia la casa en medio del trance, se ha descuidado y ahora tendría que estar inventando algo para salir de ese aprieto.

Pero a su mente no llega una sola idea. Ir con Newt a la feria podría traerles consecuencias horribles, otro ataque de ansiedad o incluso un ataque de furia al ver a un maldito asiático coqueteando con su cuerpo. Ellos son demasiado jóvenes para morir, Thomas piensa.

—¿Y...? —insiste la voz de la chica, Newt en realidad no parece enojado pero Thomas lo conoce muy bien como para cometer la semejante estupidez de bajar la guardia.

Teresa traga saliva, la nuez de Adán en el cuello del rubio sube y vuelve a bajar con dificultad. Aunque le importan una mierda las razones, ella tampoco quiere que el mejor amigo de su novio los acompañe. La ex-azabache en realidad no soporta su compañía. Cuando el chico atrapado dentro del cuerpo femenino está presente, Teresa no se siente precisamente libre. Se ha hecho la tonta todo ese tiempo, pero ha notado que, si Newt no está cerca, Thomas no sólo no le recrimina absolutamente nada, sino que hasta le sigue el juego, justo como la tarde anterior, cuando se metieron al agua a jugar como solían hacerlo antes del pequeño incidente dentro de la tienda de la vidente. No pretende que Thomas ahora la vea como su novia aún estando en el cuerpo de su mejor amigo, pero al menos ella quiere tratarlo como si se siguieran amando, porque lo siguen haciendo, y con Newt encima eso es imposible.

—Iremos a la feria. No encontramos a la bruja miertera pero... tenemos un contacto que nos está ayudando —murmura Thomas, rascándose la nuca. El ex-rubio luce muy curioso pero más aterrado. Recordando el ataque de pánico y su disgusto para con esas cosas de brujería, el castaño tiene la esperanza de que su amigo se niegue por sí solo. Por qué querría ir, después de todo.

Newt escucha con cuidado. El cabello de Teresa lo está volviendo loco, su melena amarilla no es tan rebelde como esa. Le gustaría ir hasta la cocina, conseguir una tijera y solucionar el problema.
Pero sabe que no puede. Y odia ese maldito cuerpo. Le aterra en lo más profundo de los huesos volver a la feria; palidece de solo imaginar volver a entrar a aquella horrible tienda llena de velas olorosas y la sensación de que se transportaron a otra espantosa dimensión. La última vez que accedió ir a un sitio pese a no estar seguro, terminó encerrado entre las costillas de una maldita chica y el mal presentimiento de esa noche se reaviva cuando mira los suplicantes ojos castaños de su mejor amigo. Newt traga saliva y duda hasta de su nombre. Es la primera vez que no sabe si Thomas le está pidiendo que los acompañe o que no se atreva a acceder por nada del mundo. Es la primera vez que no logra leer sus expresiones y le aterra equivocarse.

Pero no pasa mucho más para resolver que le importa una mierda. «¿Podría existir consecuencias peores?» se pregunta; está encarcelado bajo la piel de la novia de su mejor amigo, orina sangre hace días y siente que se está muriendo cada vez que duerme junto a Tommy. Nada peor que eso podría ocurrirle, así que se determina por lo que parece una valiente y muy estúpida decisión:

—Iré —accede, la voz de Teresa se oye más temerosa de lo que a Newt le gustaría transmitir—. Quiero ir y... solucionar las cosas.

«¡Mierda!» piensa la pareja al mismo tiempo. Thomas sabe que puede hacerle cambiar de opinión en un segundo, bastaría tomarle del brazo y apartarlo de Teresa un momento, meterle a la mente algunas dudas. Pero en realidad no está muy seguro de qué inventarle, mentirle a su mejor amigo no es algo que le agrade demasiado y él realmente está harto de las mentiras.
Puede ver en los ojos oscuros de Newt la irritabilidad palpable de la chica que se halla encerrada en esas pupilas, y le tiembla el pulso. Está casi a punto de sugerir que será él quien se quedará a esperar en casa y que ellos dos deben ir juntos por sus respuestas, después de todo, son sus amigos los que están en problemas, no él.

Pero suena estúpido aún en su mente. El castaño ya no tolera la situación y desea apartarse de ella tanto como le sea posible, pero dejar las cosas en las manos maliciosas de Teresa o en la inexperiencia del ingenuo Newt son burradas que él no está dispuesto a cometer. Además, nada le asegura que estén a salvo y él odiaría que algo malo les ocurriera en aquella asquerosa feria.

Asi que, ignorando el rechinar de los dientes del rubio, asiente hacia el chico preso en el cuerpo de su novia y se levanta de la silla playera donde antes estuvo sentado. Ni siquiera sabe lo que le dirá a sus padres para utilizar el Wrangler otra vez sin levantar sospechas pero supone que deberá hacer uso de sus encantos de hijo y mentirles nuevamente justo como hace tres días.

[...]

Cuando el sol empieza a suavizar la intensidad de sus rayos y el ocaso está pronto a aparecer en el horizonte del mar, los tres jóvenes les regalan sus mejores y más inocentes sonrisas a los señores Caine para que no hagan preguntas acerca del "pequeño viaje" que harán a una "estación de servicio" inexistente "para comprar papitas" que se le antojan a "Teresa".
Thomas apenas se cree que los mayores se hayan tragado semejante estupidez, pero se siente aliviado al tener las llaves del auto en las manos.

Apenas a los cinco kilómetros de trayecto, Thomas realmente ya quiere parar en la orilla de la carretera para vomitar toda la tensión que se consume dentro del Jeep. Piensa que, desde un principio, debió haberse negado a que su mejor amigo los acompañara. Ahora que lo piensa mejor; a Newt no le hará mucha gracia conocer a Minho, no. Ese irritante coreano altanero y...
El castaño aprieta el volante al pensar en la remotísima posibilidad de que ocurra todo lo contrario. «¿Y si le gusta? ¿y si por alguna estúpida razón se interesa en él también se pregunta Thomas, intranquilo. No sabe por qué, pero lo último que quiere en el mundo es que Newt consiga pareja, ya no quiere a su mejor amigo envuelto con chicos locos, menos si se trata de ese asiático insoportable.
A Thomas le duele el estómago y sólo enciende la radio para callar sus pensamientos porque se siente muy egoísta al pensar así. Él tiene novia y tampoco es la chica más normal del planeta, así que no debería involucrarse en los asuntos sentimentales de su amigo, «¡pero Teresa tampoco!», ruge en su mente, recordando las oscuras intenciones de su novia. Le da jaqueca pensar en todo ese lío.

Por su parte, Newt no había estado muy seguro cuando dijo que quería ir con sus amigos a la feria, y ahora se confirma que haber accedido fue impulsivo y torpe, que realmente habría sido mejor quedarse a salvo en la habitación de Thomas. La ansiedad ya lo embarga como pirañas a un trozo de carne y eso que ni siquiera han llegado.
Aunque tenga ganas de regresar a su pálido cuerpo, volver a la feria maldita sin ningún plan suena a una idea terriblemente precipitada y estúpida, en aquel lugar podrían pasar cosas peores, tal vez tocar la estabilidad de Thomas ahora que ya ha arruinado su vida y la de Teresa.
Mientras el ex-rubio mira el bosque al costado de la ruta, piensa que debió haber dejado que sus amigos fueran solos, que se metieran en líos ellos solos, ya que ni siquiera han encontrado a la bruja que los hechizó. ¿Qué contacto tendrán? «¿Tan complicado es hallar a una vieja garlopa con olor a cementerio?», Newt se pregunta, rogando a los Cielos que una rueda del Wrangler se pinche o que se abra un hoyo en medio del asfalto y el auto caída dentro. Le cuesta ordenar sus pensamientos con tantos nervioso encima; la ansiedad se mezcla con la curiosidad, el terror con el enojo, ya no sabe si quiere ahorcar con sus propias manos a esa mujer del demonio o si prefiere no volver a verla en todo lo que le resta de vida.

Para desgracia de los chicos y fortuna de la ansiosa chica, más valiente que cualquiera, el camino a la feria resulta ser relativamente corto y la tensión no se queda en el auto cuando los tres jóvenes bajan del Wrangler y se abren paso hacia ese escalofriante tramo de la playa, que se admira tan vano y espeluznante como la última vez que Thomas y su novia estuvieron allí y tan ridículamente pernicioso como Newt lo recuerda.

Como Teresa y Minho acordaron por mensajes, deben ir hasta la casa azul del extremo Este de la feria, por lo que no pierden tiempo en avanzar hasta ella.
A mitad de camino, cuando ya no pueden con la ansiedad y la arena que se cuela en sus zapatos apenas los deja caminar, la belleza morena, bautizada como Brenda, los intercepta antes de tiempo:

—Llegan tarde —habla la chica de cabellos oscuros, sólo saluda a Thomas con un beso en la mejilla, ignora la figura de Newt mientras el ser dentro ese cuerpo la ignora a ella por igual, y sólo mira a Teresa con curiosidad, tal vez preguntándose quién demonios es ella, (aunque no puede imaginarse que "ella" en realidad es él)—. Minho está empezando a hacer tonterías, deberían apresurarse.

Sin decir más, la muchacha gira sobre sus talones y camina de prisa, seguida al instante por los tres jóvenes citadinos; por delante Teresa, comandado con perfecta firmeza el cuerpo atlético de Newt, Thomas, tembloroso, en segundo lugar y, no muy seguro, el ex-rubio sólo imita a su mejor amigo.

Newt decide dejar pasar el hecho de que la chica ha actuado muy poco amable con ellos y también lo agradece un poco porque realmente no sabría cómo fingir ser una mujer frente a ella, apenas sabe caminar con esos shorts tan cortos y esa horrible blusa casi escotada, al menos Teresa no le obligó a usar bikini, la incomodidad podría ser peor.
Dejando de lado esos pensamientos poco naturales, el mayor de los chicos olvida que está atrapado en el cuerpo de la novia de su mejor amigo y se adentra al garaje de una casa azul, particularmente descuidada, justo detrás de Thomas.

Lo primero que llama la atención del grupo recién llegado es un singular asiático que se encuentra casi encima de otro chico, aparentemente, mucho menor que él.

—¡¿Qué demonios está pasando?! —grita Thomas cuando encuentra su voz entre toda la sorpresa—. ¡¿Quién narices es este tipo y por qué  lo estas golpeando, imbécil?!

El asiático ríe a medias al percatarse de las nuevas caras en el compartimiento, se abstiene de proporcionarle otro golpe al que parece ser su prisionero y se aleja de él para ir directo hacia el cuerpo de Newt, al que le acaricia el hombro con un suave apretón.
El joven sentado en la silla tiene las manos atadas y el labio partido, su cabello, pincelado de un rubio tramposo, se halla despeinado y desaseado, la ropa que viste está algo sucia y, a juzgar por el tamaño de su menuda anatomía, los chicos deducen que no puede ser mayor que ellos.

—Él es Aris —Minho responde con un leve tono acre. Newt, entre los huesos de Teresa, supone que el acto de 'saludar' no existe entre esa gente y sólo por eso decide que no le importa—. Vive en la mugrosa Zona B y es el maldito sobrino de la mujer a la que buscan.

Los ojos de los tres citadinos se abren por la sorpresa y una chispa de esperanza se enciende entusiasmada dentro de Thomas. Teresa simplemente parece bastante interesada en el nuevo integrante del problema; está atado a una silla, lo que no parece ser algo muy legal y, aunque debería inquietarle, en realidad sólo le produce más curiosidad. Newt, totalmente desactualizado de todo, no sabe quién es ese fortachón asiático, ni la chica morena que los interceptó afuera y, sobre todo, no tiene ni la más pálida idea de quién es el chico rubio, al parecer, privado de su libertad.

—¿No pudiste haberle pedido amablemente que viniera? —Thomas pregunta con obviedad y cierto enojo, observando el labio partido del joven que, podría apostar, es menor que él. Le aterra pensar en lo que la bruja les haría si llegara a enterarse de lo que le están haciendo a su... «¿sobrino ha dicho?»— Como sea —susurra en un suspiro, tal vez rindiéndose a las posibles consecuencias de aquella monumental estupidez—, ¿y qué hace aquí? ¿por qué no le sacaste alguna dirección y ya?

—Él no quiso hablar conmigo —se excusó el asiático.

—Nadie querría hablar contigo si lo primero que haces antes de presentarte es amenazar a todo el mundo con ese estúpido bate de béisbol —comenta la morena, Brenda, virando los ojos, a lo que su primo simplemente se encoge de hombros.

—A todo esto, ¿cómo nos ayudará este niño? —pregunta la voz potente de Newt. La chica dentro del cuerpo masculino es la única dispuesta a ir directo al grano, al parecer.

—No ha querido compartir ninguna información conmigo. Es su problema ahora —murmura el asiático, lavándose las manos del tema y tomando asiento en un destartalado sofá de cuero marrón a un costado de la estrecha cochera, indicándole, luego, a los citadinos que se hagan cargo de la situación.

Thomas le sube dos tonos a su nerviosismo. El chico preso en ese garaje no parece estar furioso, de hecho, para estar atado, luce bastante tranquilo y flemático. Ni siquiera ha dicho una sola palabra, aunque el castaño supone que puede ser por la sangre que aún brota del corte en su labio inferior, cortesía del imbécil asiático con complejo de sicario.
Luego de pensar y pensar, resuelve que debe tratar al chico con amabilidad, es lo mínimo que puede hacer para que, al salir de ahí, no vaya directo a la policía o, peor aún, a quejarse con su endemoniada tía.

—Okay —murmura el castaño, aún no muy seguro de cómo controlar la situación—. Necesitamos privacidad, es un asunto personal —comenta Thomas, mirando a la chica morena que se mantiene algo distante. Ella asiente y sin muchos rodeos se retira del garaje—. Lárgate —escupe luego, dirigiéndose a Minho, que sigue echado en el sofá como si sus palabras anteriores no hubieran existido. Thomas sólo piensa que ese imbécil no puede enterarse del verdadero problema por el que están atravesando.

—Quiero ver que me obligues —incita el asiático, haciendo uso de su voz más grave, a la vez que se levanta y se acerca al castaño que osa de enfrentarlo en su propio territorio.

—No se van a poner a pelear ahora —bufa la novia de Thomas, la irritación apretada entre los dientes ceñidos del pelirrubio.

—¡Estamos en mi Área! —recuerda el azabache de ojos rasgados, acercándose peligrosamente al citadino—. Yo mando aquí y exijo quedarme.

—Y yo exijo que desaparezcas de mi vista —contesta el castaño con el mismo tono de voz. Los pechos inflados de esos dos casi chocan por lo cerca que están—. No te quiero aquí. Esto no te incumbe. Esperarás afuera hasta que nosotros terminemos — concluye.

—Entonces el rubiecito se viene conmigo.

La sonrisa escalofriante y victoriosa que el asiático deja escapar de sus labios basta para helar los sentidos de Thomas. Ni siquiera nota lo fuerte que presiona sus puños a los costados de su cuerpo con el solo hecho de pensar en lo que ese condenado larcho puede intentar hacer estando a solas con el cuerpo de Newt y la mente perversa de Teresa. Después de conocer los desorbitados planes de su novia, ya no confía demasiado en el desenlace que puedan llegar a tener las cosas entre esos dos. No va a dejarlos solos, definitivamente no.

—Ni en tus sueños —gruñe el castaño, capturando la mano de Newt y ocultándolo detrás de su espalda—. Él se queda conmigo —sentencia, sintiendo como su novia, dentro del rubio, se pone ansiosa por alguna razón y, de soslayo, puede ver la cara de Teresa roja de confusión. Thomas se pregunta qué estará pensando su mejor amigo acerca de la situación; es raro que aún no haya dicho palabra alguna. Supone que tendrá que darle muchas explicaciones al salir de ese lugar si no quiere terminar con la cara destrozada.

Teresa se zafa del agarre de su novio y se acerca al asiático pocos segundos después, cualquiera con ojos podría ver que lo ha hecho de la manera más ladina y con intenciones para nada fiables, pero Minho no lo nota, se olvida del irritante castaño para posar sus particulares ojos rasgados sobre el atractivo rubio que le sonríe.

—Tú y yo hablaremos después, Min —susurran los provocativos labios de Newt al dominio absoluto de la avispada mente de Teresa—. Sal ahora, yo te explico luego.

Thomas hasta llega a creer que el muy idiota va a besar la boca de Newt después de oírle hablar tan cerca y tan íntimo, incluso está preparado para saltarle a la yugular en ese aberrante caso, pero el asiático sólo asiente y se retira del garaje, no sin antes dedicarle al castaño una mirada ácida, dejando en claro que obedece las palabras de 'Newt', no las demandas de él.

El verdadero Newt, encerrado entre las costillas de una chica, siente hervir la sangre que fluye por ese cuerpo femenino y aprieta los puños hasta que duelen, dispuesto a exigir explicaciones respecto a lo que acaba de pasar y que parece involucrar su imagen de una manera bastante comprometedora, pero quien ahora maneja su propio cuerpo lo calla antes de darle la posibilidad de decir alguna palabra.

—Hay cosas más importantes de las que ocuparnos —Teresa recuerda, mirando con firmeza a su perplejo novio y a un impotente Newt, que tiene ganas de descabellarla—. El fin justifica los medios, luego lo resuelvo —le resta importancia, haciendo un desinteresado ademán con las manos—. Ahora... veamos en qué puede ayudarnos ¿Aris?

Como lo hubo esperado, los chicos no agregan nada más al asunto; la chica se acerca al recluta y se inclina hasta su altura. El joven, quizás de unos dieciséis años, se muestra adolorido pero no temeroso, pese a estar en evidente desventaja contra los citadinos. Tiene las consecuencias de lo que debió ser un buen golpe justo en su quijada y, a juzgar por las oscuras ojeras bajo sus ojos, parece terriblemente agotado.
Aris mira con rudeza directo a las pupilas del rubio, enfrentándole. Teresa, de alguna extraña manera, puede calibrar la curiosidad y la intimidación en los ojos oscuros de su huésped y sólo por eso es Aris quien habla primero.

—¿Quiénes son ustedes y por qué me tienen secuestrado? —pregunta el chico. Su voz es más gruesa y firme de lo que Thomas se hubo imaginado.

—'Secuestro' no es la palabra que usaríamos... —comenta el castaño, rascándose la nuca. Odia admitir que el muchacho podría tener razón.

—¿Ah, no? —interviene Newt, apuntando con su mirada irritada la cuerda que ata al chico a la silla. Tal vez esté pensando lo mismo que Thomas.

—De acuerdo —Teresa habla—. Pero eso no fue idea nuestra. El chico de ahí afuera no fue... muy ortodoxo —murmura, quizá pensando en si desatar al chico sería una buena o una estúpida idea—. Lamentamos eso, pero de verdad necesitamos tu ayuda.

—No les ayudaré en nada hasta que me digan quiénes son, qué ocurre y por qué estoy atado a esta estúpida silla —gruñe Aris.

—Lo último podemos solucionarlo —susurra Newt, oculto bajo la imagen de una inofensiva mirada azulada.

Las manos de Teresa van directo a la cuerda que mantiene preso al joven de oscurecidos cabellos rubios. Ninguno de los tres sabría decir si desasirlo es una buena idea o si el chico se echará a correr ni bien lo liberen, pero ya empezaron con un muy mal pie con él y en esas condiciones nadie ayudaría a nadie.

Contra todos los pronósticos, Aris sólo acaricia sus muñecas cuando el ex-rubio lo desata. No parece tener intensiones de correr, por lo que Thomas supone que es una buena señal para avanzar y terminar con todo el misterio.

—Minho nos ha dicho que eres sobrino de una br... tarotista llamada Beatríz —dice, a lo que Aris asiente lentamente—. Yo soy Thomas y... y tu tía hizo algo muy malo con mis amigos —confesó dudoso y alterado por igual.

—Mi tía hace cosas extrañas —comenta simplemente. Un "ya lo creo" aflora desde el interior del cuerpo de Teresa, pero nadie le contesta—. ¿Qué les ha hecho y yo que chingados tengo que ver?

Teresa suspira desde el cuerpo de Newt y toma asiento para explicar en breves palabras, pero sin omitir detalles, lo que la bruja les ha hecho. Si quieren que los ayude, la chica supone que deben empezar explicando lo que en verdad ocurre. Si es del entorno de esa mujer, puede que hasta sepa revertir las cosas y ellos no tendrían la necesidad de volver a ver a esa loca mujer.
Pese a la extraña situación y a los fantasiosos sucesos, el chico de hebras claras no se muestra sorprendido, por lo que Thomas y el resto suponen que no es la primera vez que aquella tarotista hace esas cosas del infierno.

—Eso suele durar apenas una sesión —Aris les explica, mirando a los ojos azules de Teresa más que a los marrones de Newt o a los avellanas del castaño—. ¿Salieron antes de que la sesión acabara, verdad? —pregunta, riendo, como si ya supiera la respuesta—. Entiendo... —murmura luego de observar a los chicos. Ninguno parece tener ni la más pálida idea de si el tipo está hablando en serio, si les cree o siquiera si puede ayudarlos de verdad. Pero, de momento, no les queda de otra más que confiar. Eso y poco menos es lo único que tienen.

—¿Puedes ayudarnos? —le pregunta Thomas, ignorando a duras penas que la sonrisa del chico parece más burlona que amigable. Le gustaría decirle que ellos son tres, más los dos jóvenes de afuera, y que él es sólo uno, así que debería dejar de jugar. Pero prefiere mantener la boca cerrada al menos un rato más. Si se deja llevar por la irritación, podría arruinarlo todo y nunca encontrar a aquella mujer.

—Verán, astillas —inicia Aris—. Madame Beatríz lo hace todo con un propósito; si cambiarlos de cuerpo fue su opción, sus razones tendrá y serán las correctas. —El chico se levanta y camina entre los tres jóvenes necesitados—: No puedo relevar el encantamiento de otro... brujo. Lo siento. Me largo, y que tengan buena suerte.

Los tres jóvenes se impactan ante aquellas desesperanzadas declaraciones, pero sólo Thomas reacciona antes de que el chico atraviese el garaje y llegue a la puerta.

—¿A dónde crees que vas, niño? —pregunta la voz malhumorada del castaño—. Tú te quedas. No tengo ningún maldito problema en volver a atarte a esa silla miertera.

Mientras sujeta al delgado jovencito, entiende con estremecedora comprensión por qué Minho quiso atarlo a una estúpida silla de madera. No tiene nada contra el chico, pero es el escapismo hecho humano y ellos lo necesitan ahí o, al menos, que les facilite alguna dirección.

—Debe haber algo que puedas hacer —le susurra la suave voz de Teresa, manejada por un desilusionado Newt. De los tres citadinos, él es el más interesado en volver a su, ahora, anhelado cuerpo masculino. Un día más con esa miertera regla lo volverá completamente loco.

Aris, luego de soltarse del fuerte y casi violento agarre del castaño, parece pensarlo mejor. Dejarle sin respuestas a esos chicos caprichosos parece un juego peligroso que podría poner en riesgo su escuálida integridad física, y él ya tiene demasiado con ese golpe que el asiático le regaló luego del escupitajo en su achinado rostro.

—Okay —se rinde el rubio—. No puedo deshacer un hechizo pero, en este caso, podría intentar averiguar la razón y, con ella, la solución al problema —explica Aris, arreglándose el cabello y observando a los tres chicos. Suena bastante convencido pero en realidad no está muy seguro—. ¿Por qué creen que mi tía los cambió de cuerpo?

—¿Porque es una vieja psicótica que quiso arruinarnos la vida? —responde Thomas a modo de pregunta. Aris niega, ni siquiera ha empezado y ya parece estar harto del asunto.

—¿Dijo algo en especifico? —pregunta el chico. Por alguna extraña razón que ninguno en la escena parece comprender, Aris parece estar haciendo preguntas de rutina; es un agente aburrido que reitera encuestas en un interrogatorio, como si fuera algo de todos los días enmendar los conjuros diabólicos de su tía—. ¿Recuerdan algo? —insiste cuando el silencio aburre; todos parecen estar pensando algo pero ninguno dice nada.

—Ella dijo... que ni siquiera nosotros podíamos verlo —murmura Newt con la vacilante voz de Teresa—. Ocurre algo que no podemos ver. No creo que tenga mucho sentido.

Aris, por el contrario de lo que todos pensaban, se queda analizando las palabras del chico cautivo en el cuerpo de la muchacha. Thomas sólo ruega en silencio que encuentre alguna idea que pueda ayudarlos; necesita que ese rubio sea su salvación, precisa urgentemente que todo vuelva a la normalidad. Ha puesto sus últimas fichas en ese jovencito; es sobrino de una bruja, debería tener el mismo linaje y los mismos poderes, ¿no?

—Creo que lo tengo —habla Aris, su tono de voz es muy bajo como para que sus palabras suenen fiables. Se mantiene unos segundos más en silencio, tal vez ultimando sus ideas—: Quizás no sean consecuentes pero... ya saben, el inconsciente humano es siempre honesto. Si pudiera leerlos, podríamos hallar la razón del hechizo, y ya la solución vendría por añadidura.

Los tres jóvenes entornan las miradas; es imposible que alguno haya entendido de qué demonios habla el sobrino de la bruja. Nuevamente, como un espeluznante déjà vu, afloran los mismos espasmos de aquella noche en la maldita tienda de la desquiciada tarotista. Esa gente parece hablar en otro idioma y los chicos no se sienten precisamente seguros.

—Explícate, que no te entiendo ni una plopus —exige Newt luego de analizar y no entender nada.

—Que voy a hipnotizarlos.

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