Capítulo [IX]:|maratón 1/5
Para horarios de la cena, Thomas y Teresa convencen a Newt de salir del cuarto. Los señores Caine no pueden sospechar nada acerca de lo que ocurre. Bueno, más bien, no deben notar comportamientos extraños, y el cuerpo de Teresa ha faltado a las comidas de todo el día, se ha mantenido escondido entre cuatro paredes y no ha querido ver a nadie, algo que para nada es usual en la verdadera novia de Thomas, y sus suegros ya están preocupados, por lo que los jóvenes resuelven que lo mejor es forzar más naturalidad en sus rutinas pertinentes. Los chicos deben actuar con normalidad hasta que todo se solucione porque a ninguno de los tres le gustaría que a los mayores les diera por hacer preguntas. Estarían en el horno de ser así, Thomas ni siquiera puede pensar en las consecuencias que podría acarrear que sus padres se enteren del pequeño incidente que han tenido tras escaparse de casa la noche anterior.
El ex-rubio tiene ganas de patear las paredes al escuchar a Thomas decirle que deben esperar una semana más para encontrar a la bruja que arruinó su vida y, aunque nota el nerviosismo del castaño cuando le dice que eso es todo lo que han conseguido en la visita a la feria maldita y pese a que también tiene un terrible presentimiento respecto a eso, no dice nada. Luego, de muy mala gana, sale del cuarto, siendo seguido al instante por sus dos amigos.
Newt arrastra sus pies hasta la sala de estar, donde una gran parte funciona como comedor y también play room, con televisor, equipos de sonido y hermosas consolas, delante de las cuales debió haber estado la noche anterior en lugar de ir de parranda con esos larchos inconscientes. La historia sería muy distinta si todo hubiera pasado de esa forma; quizá la bruja sólo habría cambiado de cuerpo a la pareja y no a él con Teresa. «Oh, shuck», no a él con la jodida novia de su maldito mejor amigo, Newt estaría entre sus propias costillas y todo estaría bien.
Pero no. La vida se larchó en él y ahora nada está bien.
El mejor amigo de Thomas suspira al llegar frente a sus segundos padres; saluda, sonriendo a medias, y casi se asfixia un poco cuando la amorosa señora Caine se abalanza hacia él con un abrazo cargado de sofocante cariño. Por un momento, por la sorpresa, se olvida cómo es rodear con sus brazos a alguien pero el shock dura apenas dos segundos. También, desde su propio cuerpo, ocurren esas situaciones (aunque no tan seguido ni de manera tan intensa), así que no le cuesta mucho corresponder al gesto de esa agradable señora.
Al alejarse de los amorosos brazos de la mujer adulta, Newt toma asiendo justo al lado de ella, lo que a todos en la mesa les resulta extraño, mas nadie se atreve a decir nada.
Toda la cena transcurre envuelta en un poco de silencio pero no deja de parecer normal, común y corriente, a excepción del aire incómodo entre los tres menores, las miradas asesinas de los ojos azules de Teresa hacia los ojos marrones de Newt, que ahora ya no les corresponden; Thomas tratando de que no se echen a pelear sobre la mesa; una Teresa que por instantes se olvida de que ahora está en el cuerpo del mejor amigo de su novio y que debería actuar como tal; patadas disimuladas bajo la mesa; miradas cómplices; ojos filosos; un fácilmente irritable Newt, que cuenta con paciencia cero y muerde el tenedor para no saltar encima de Teresa cada vez que sonríe como si todo estuviera perfectamente bien en su mundo; un Thomas que no sabe donde esconder su enrojecida cara de garlopo cada vez que la mano de Newt le toca la pierna bajo el mantel de flores de la señora Caine y una Teresa que no toma muy en serio la vena que se infla en su propio cuello, del otro lado de la mesa...
Dentro de todo, lo están controlando bastante bien. La situación es como un entretiempo en medio de una batalla explosiva que los tres jóvenes saben que va a desatarse sin tregua al encontrarse a solas otra vez. Hay un millón de puntos por aclarar y los tres tienen formas muy distintas de ver las cosas, deben llegar a un acuerdo, piensan, de lo contrario, la convivencia será insostenible.
Sólo será una semana más, pero deben aprender a comportarse.
El estómago de Thomas se encuentra temporalmente cerrado; en su plato se alza una de sus comidas favoritas pero no halla el apetito por ninguna parte. Sus tripas se retuercen cada vez que recuerda que los ojos azules de su novia ahora le pertenecen a su mejor amigo, el vacío de su vientre se transforma en un hoyo negro al reparar en que los labios rojos, que antes le besaban todos los días, ahora ya ni siquiera le hablan con amabilidad, ya no le sonríen ni le llaman con dulzura y, por mucho que intenta concentrarse en cosas más relevantes, no tener cerca a su novia es lo que más le está afectando. Ni siquiera el hecho de que sus amigos podrían jamás volver a sus respectivos cuerpos logra igual el temor que siente al pensar en que tal vez jamás vuelva a abrazar a Teresa de la misma forma que antes o que ya no podrá hablar con Newt tan cómodamente como solía hacerlo hasta hace dos días.
Quiere ir al baño, hincarse de rodillas frente al váter y vomitar cada cosa que ingirió durante el día al acordarse que todo ese cuadro continuará de la misma forma hasta que el estúpido chico de la maldita feria se digne a encontrar a la endemoniada tarotista que les jodió la existencia por pura diversión.
Newt está igual o más desencajado con todo; delante suyo se encuentran su cuerpo y su mejor amigo como si nada malo hubiese pasado la noche anterior. Él en serio la está pasando muy mal desde que salió de aquella carpa embrujada dentro del cuerpo de una maldita chica. La incomodidad de dormir junto a su amigo es casi inaguantable por el simple hecho de que ahora habita entre los huesos de, nada más y nada menos, que su novia, le ha dolido el estómago como mil infiernos desde que despertó esa mañana, los repetitivos cambios de humor lo están volviendo loco, ni hablar de la pérdida constante de fluido rojizo que sufre inmerecidamente por estar dentro de ese maldito cuerpo femenino, y ahora mismo no sabe qué encantamiento echarle a la comida de su plato para que se esfume de su vista, pues lo último que ansía en este preciso momento es comer. Le gustaría poder calcinar cosas con la mirada; miraría intensamente ese montón de puré de papas y lo haría desaparecer con sólo fijar sus ojos sobre él, así no tendría que obligarse a tragar todo eso. Luego elevaría la vista hacia la novia de su mejor amigo y le quemaría la lengua sin piedad por todas las veces que ha osado de usar su voz para llamar a Thomas por apodos bonitos frente a los señores Caine sin su consentimiento, como si tratarse de 'bebé' o 'homie' entre amigos fuera lo más natural del mundo. Dentro de todo lo malo que le ocurre, ese último punto es el que más le molesta, por alguna extraña razón en la que prefiere no indagar.
La novia de Thomas parece ser la que mejor está tomando todo el asunto, cualquiera diría que en realidad se está divirtiendo mucho. Ya ha acabado casi la mitad de su comida y hasta habla animadamente con sus suegros cada que éstos mencionan algo al azar, a veces ignorando el hecho de que debe fingir que es Newt, pues la cabellera rubia de su cabeza es algo difícil de encubrir. Ella está casi alegre, las razones podrían ser una y miles: se ha salvado de la regla que la persigue todos los meses desde los trece años y todos los malestares que ella representa, también le resulta divertido estar en la piel de un chico, algo que, de hecho, siempre le supo interesante. Para su buena suerte, el rubio, amigo de su novio, tiene un cuerpo atlético y bonito, se ha visto al espejo sin camiseta en la mañana y estar bajo la piel de Newt no está tan mal, debe admitir. Incomodar a Thomas se ha vuelto un pasatiempo muy divertido con el transcurrir de las horas y, sobre todo, le entretiene mucho ver a Newt pasándola tan mal. No es que lo odie, ella dice, pero no puede negar que disfruta mucho verle pasar malos ratos y, en realidad, no siente la necesidad de esconder el sentimiento, por lo que no se priva de hacer ciertas cosas apropósito sólo para molestarlo.
Y así pasa la eterna hora que dura la segunda cena bajo el techo de la casa de verano de los Caine, quienes, al parecer, no alcanzan a captar la incomodidad que inunda a los muchachos desde la mañana y no preguntan nada cuando los tres chicos dicen estar demasiado cansados como para sostener una noche de películas de terror y palomitas. Pese a que el rechazo es particularmente cuestionable, los mayores dejan que se esfumen sin hacer preguntas y los adolescentes sólo se retiran hacia sus correspondientes cuartos. Thomas y el cuerpo de su novia desaparecen entre la oscuridad del pasillo mientras la voz más agradable de Newt se disculpa por no ayudar a lavar los platos como lo hizo en el almuerzo, para después dejar un beso en la mejilla de la mamá Caine y luego alejarse a su pertinente habitación.
—Perdón por haber estado enojado todo el día —es lo primero que Newt dice al volver a salir del cuarto de baño, ya vestido con su pijama para dormir—. Ser chica es horrible —murmura con cansancio y evidente frustración, aunque en su mente más bien vocifera un 'ser tu novia es una maldita pesadilla'.
—Está bien —habla Thomas, su voz apacible denota que en realidad no tiene problemas con su mejor amigo—. Puedo entender que estés así, sólo no te enojes tanto conmigo, Newtie. Yo no te he hecho nada —dice, riendo un poco mientras termina de quitarse los pantalones para luego lanzarlos junto a su camiseta en una silla al costado de la habitación.
—Lo siento. —Newt agacha la cabeza. Los cabellos oscuros de Teresa casi le tapan el rostro por completo cuando la mirada celeste cae al suelo en una viva expresión de arrepentimiento—. Yo no... realmente no quise...
—Hey, tranquilo —Thomas se apresura a decir mientras se acerca al cuerpo de su chica, intentando muy fuerte recordar que en realidad es Newt y que debe moderarse—. No pasa nada —murmura, levantándole el rostro para que lo mire, para que le crea.
Thomas sabe que no es su novia quien se esconde detrás de esos ojos color cielo pero, por mucho que lo busca, no puede, no consigue mantenerse indiferente a la situación y a esa extraña manifestación de pena. La mirada azulada de su princesa está aguada y las ganas de abrazarla le arrebatan el juicio cabal, no puede ni pensar en ganar la batalla contra la lógica está vez, es como enfrentarse a un embravecido huracán siendo apenas un diente de león.
Ni siquiera le importa que Newt trate de evitarlo, el castaño rodea ese delgado cuerpo con sus brazos y le dice en voz baja que todo está bien, que él no está enojado y que todo volverá a la normalidad pronto, que aguante un poco más, que no se atreva a llorar.
Newt tarda más de lo normal en corresponder al, no estaría de más aclarar, extrañamente cariñoso abrazo de su mejor amigo. No agrega comentarios pero en realidad sí nota —y bastante— la tajante diferencia entre el acto de abrazar y las palabras amigables que el castaño le susurra casi al oído. La confusión le invade cada célula del cuerpo mientras pierde el aliento entre los brazos del castaño y, aunque no hace nada más que devolver el afectuoso gesto, le cuesta sostener el inexplicable ardor de su pecho en absoluto silencio, apenas si continúa respirando.
El ex-rubio sólo aprieta a su mejor amigo contra sí porque tal vez, —sólo tal vez—, el calor de Thomas logre apagar su cerebro hasta el día siguiente y lo libere de la tensión por el resto de la noche. Es lo único que necesita.
Pero cuando la lava interna sólo aumenta su sofoco y su mente, por el contrario de no pensar, comienza a maquinar otras mil cosas, Newt sabe que fundirse en un abrazo con el menor no fue la mejor de las ideas y decide cortarlo, aunque su castaño amigo no piensa igual y lo mantiene cerca todo el tiempo.
Por su parte, Thomas no puede entender cómo consigue separar mente y cuerpo de esa manera tan alarmante; su cabeza ha hilado palabras de aliento y tranquilidad a su buen amigo Newt, pero la sangre que circula por sus venas se ha sobrecalentado al sentir el cuerpo de su novia tan cerca de él por primera vez en todo el día.
Él piensa que es cierto, que la sangre tira, y tira más fuerte cuando es algo que realmente se desea. Sus labios anhelan posarse sobre los de su chica, él quiere sentirla más y más cerca, al menos una vez hoy, le encantaría cerrar sus ojos y cortar la poca distancia que los separa de un beso, quiere...
—Es extraño ser más bajo que tú —murmura de repente la voz de Teresa, dejando ver la primera casi-sonrisa del día.
—Y menor, pequeño... —Thomas contesta sólo para dejar de pensar en lo que ha estado maquinando con anterioridad. ¿Qué demonios le ocurre?
El castaño no le devuelve la sonrisa ni finge estar bien; luce francamente desilusionado y no está muy interesado en disimularlo. Por una ridícula fracción de segundo, mientras el avellana de los iris de Thomas se fundía en las aguas azuladas de la mirada contraria, él hubo imaginado que Newt podría estar pensando lo mismo, que dejaría de ser su mejor amigo por unos segundos y traería a su novia de regreso sólo para hacerlo sentir bien, porque se supone que le importa.
Pero no llegan a ser más que tonterías utópicas, que terminan de romperse un instante después, cuando el calor de los brazos de Teresa desaparece. La incomodidad que le genera la intensa y amarga mirada castaña hace que Newt se aleje sin previo aviso de él, saltando a la cama sólo por el afán de tener una excusa válida para no mirar los ojos desanimados de su mejor amigo.
El ex-rubio piensa que alguien debería entenderle también a él, que tendrían que ponerse en su lugar al menos por un segundo; no fue su culpa haber quedado encerrado entre las costillas de una chica, menos si esa muchacha resulta ser la mismísima novia de su maldito mejor amigo.
«No es así de sencillo», Newt se dice a sí mismo mientras palmea la almohada sobre la que pretende recargar su cabeza el resto de la noche, la pena va inflándose dentro suyo como una esponja que absorbe todo a su paso, pero la sensatez insiste en ganar terreno más deprisa. «No puedo plantar un beso en los labios de ese maldito larcho sólo para que cambie esa cara de shank depresivo, ¡no!», se grita interiormente, recuperando algo de cordura y, también, un poco harto de sus propios pensamientos que, aún sabiendo que no pueden ser una solución viable, se niegan a abandonarle.
«¡¿Cómo vas a mirarle a la maldita cara de garlopo que tiene luego de eso, Newton?! ¡Es tu estúpido mejor amigo, shuck! ¡Estuviste ahí cuando todavía se comía los jodidos mocos y se larchaba los pantalones! ¡Nadie besa a su mejor amigo para que se sienta mejor! ¡Eso no es normal, carajo!...»
Piensa, también, que ni siquiera es normal que lo esté considerando. La absurda pelea que encierra en su cabeza no tiene la menor pizca de lógica; bastaría ordenar algunas ideas más para notar el ridículo rumbo que están tomando sus pensamientos.
«¡Newt, no te vuelvas loco! Debe haber otra manera de ayudar, tal vez... ¡No! ¡Eso no!...»
Cuando los cabellos de Teresa se desparraman sobre la almohada, Newt sigue dando vueltas en la misma idea pero no puede admitirlo, eso no es posible, es inadmisible, tonto, exagerado, patético..., aterrador ante todo. ¿Por qué no puede dormir y ya? No se explica por qué siente culpa y a la vez anhela contención. Se pregunta si aquellos bruscos cambios de humor son consecuencias naturales del hechizo, si son por él o si el alboroto emocional tiene algo que ver con la actual secreción femenina. Quizás siente tantas contradicciones y alteraciones internas porque el cuerpo en el que se halla encerrado está atravesando días de tumulto hormonal por causa del ciclo mens...
—¡¡¡Newt!!! —grita la voz de Thomas muy cerca de él; el castaño ya está acomodado a su lado para cuando Newt se digna a mirarlo y dejar de ignorar el hecho de que no se encuentra solo en la habitación.
—¿Uhm? —Lo cierto es que el ex-ricitos de oro no le ha estado prestado atención hace como cinco minutos y no puede ni siquiera intentar adivinar lo que el castaño le ha dicho en ese tiempo.
—Que qué tal lo estas llevando, cómo estás, ya sabes... ¿estás bien? —le pregunta. Newt puede leer en su cansado tono de voz que ya hace mucho rato ha estado preguntando lo mismo sin recibir respuestas.
—No. Quiero ir a un hospital —dice al instante, sin rodeos—. Voy a morir desangrado. No puede ser que esté orinando sangre todo el jodido día —se queja, la voz de Teresa es una mezcla escalofriante de terror, repulsión y hartazgo—. Hablo en serio. ¿Cómo es posible que...?
—Ya, tranquilízate. Es algo normal —Thomas dice, interrumpiéndole, le apena no poder brindar más consuelo que simples palabras en el aire, pero no cuenta con muchas alternativas—. Estarás bien. Teresa ha dicho que se te pasará en unos días, confía en eso, ¿sí?
—No. Ella sólo se ha estado riendo de mí desde que pasó —menciona Newt con un tonito lastimero que a Thomas le remueve el corazón; él tiene razón en ese punto, Teresa se está divirtiendo a costa suya como una maldita desgraciada.
—Lo sé, déjala. No le hagas caso —Thomas aconseja, en realidad es la única salida que le queda. Teresa se burlará de todos modos—. ¿Todavía te duele el estómago?
—No —contesta rápidamente—. Bueno, sí, por momentos, pero ya no tanto —aclara, mimando su vientre bajo, algo que a Thomas le roba la atención y le deja embobado por unos instantes que parecen eternos—. Teresa ha dicho que no debo tomar frío. No sé en qué ayude, yo me siento como la mierda igual... —comenta. Piensa que quizá, hablando normal, devolverá a Thomas a la Tierra con él.
—Oh... —es todo lo que consigue arrancar de los labios de su amigo. Newt levanta sus cejas para conseguir algo más, lo que llega varios segundos después—: ¿Quieres mantas, Newt? —pregunta Thomas.
«¡Newt, no!», el ex-rubio se reprende ante algunas ideas que cruzan por su cabeza, pero niega a la pregunta del castaño de todos modos.
No es momento de darle lugar a pensamientos estúpidos y sin sentidos, admite, pero aquellas ocurrencias son difíciles de ahogar. «¡Newton retráctate!», quiere obligarse mientras sigue negando. Debería cerrar los ojos y dormir de inmediato antes de darle rienda suelta a payasadas de las que podría arrepentirse luego.
—Puedo cerrar la ventana... —ofrece su Tommy, observando de reojo el ventanal entreabierto que deja pasar brisa fresca entre las cortinas. El ex-rubio vuelve a negar. «¡Newton!»—. ¿Una bolsa con agua calient...?
—No, Tommy —Newt le interrumpe, mirándole de una forma muy particular pero que Thomas no termina de comprender.
«Aún puedes retractarte, garlopo. Aún. Puedes...», su juicio insiste pobremente otra vez.
—¿Entonces, Newtie? —le pregunta Thomas confundido, casi riendo. Conoce a su amigo y, aunque no deja de ser extraño, puede leer la batalla interna en los ojos zafiros de su novia.
«¡No lo digas!»
—Calor corporal —Newt sugiere. «Idiota»—. 'Estar cerca'... ya- ya sabes... —Ríe. Ha sido un imbécil y ni siquiera le apetece ver la reacción de su mejor amigo, por lo que deja de mirarle al instante.
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