Capítulo [IV]:
Thomas queda pasmado al escuchar aquellas palabras, la confusión va representándose claramente en su rostro a medida que él procesa lo que acaba de escuchar, y habla:
—¿Qué? ¿Cóm...? ¿¡Qué!? —pregunta aturdido. No puede unir las piezas de los acontecimientos y lo recién oído. Quizá oyó mal—. Teresa, ¿qué intent...?
—Que no soy Teresa —repite la de ojos azules, ya sin mucha calma en la voz: después de las primeras palabras, su mutismo ha disminuido considerablemente. Pero la tensión en el auto sigue siendo la misma y de a poco comienza a asfixiarles a ambos, la oscuridad de la noche es casi tangible ahí dentro, como si se tratara de una manta que los abraza y les roba el aire—. No sé qué pasó o qué garlopa nos ha hecho aquella maldita vieja de mierda pero no soy ella, Tommy. Soy Newt —explica con desasimilada consternación, las palabras tiemblan al salir de aquella boca pero extrañamente se oyen como una auténtica verdad.
—¿Cómo 'Newt'? Yo no... —se corta a sí mismo, las palabras que pronuncia parecen más bien un balbuceo desatinado que apenas se comprende—. No entiendo. ¿Cómo es posible que...?
—¡No lo sé!
Son sus legítimos ojos celestes, es su genuino aroma, su innegable esencia, es la inconfundible voz de Teresa y es el maldito cuerpo de su novia pero está diciendo que no es ella. Thomas no entiende nada, no lo digiere, siquiera es capaz de considerar creer aquel desvarío que parece más digno de películas o cuentos infantiles que de la vida real. Varios de los hechos ocurridos recientemente —entre ellos el último beso de la pareja— cobran sentido ahora, mas el castaño sigue completamente desorientado y ajeno al tiempo presente. Lo que Teresa está diciendo no tiene lógica alguna y, además, él no cree en esas cosas. Ha visto películas y ha leído historias ficticias compartiendo el mismo caso, pero no le cabe en la cabeza que eso realmente pueda ocurrir en la vida real. Como fantasía suena incluso entretenido, pero en carne propia es simplemente inadmisible.
Entretanto Thomas batalla en su mente por acomodarlo todo, su novia, —o quien dice manejar el cuerpo de ella—, sale del auto. El chico puede ver como sus delicadas manos tiemblan al abrir la puerta del coche y la manera en la que sale al exterior es tan retraída, que Thomas piensa que caerá de bruces al suelo por tanta oscilación y desconcierto, de hecho, choca contra la puerta al salir, no logra cerrarla como corresponde y sus piernas también tiemblan como mil demonios cuando sus zapatillas ya están sobre la arena de la playa. Si no ha caído al suelo aún, es sólo por un milagro.
—¿A-dónde vas? —le pregunta, desconcertado, preocupado sobre todo. No recibe respuesta alguna más que el silencio de la zona mientras la chica camina lejos de él—. Hey, ¡espera!
Thomas va tras ella, que se dirige a Newt.
El rubio, que instantes atrás hubo estado a orillas del mar, ahora se encamina hacia ellos dos con un paso misteriosamente firme. El conocido ruido sordo de las olas del mar que llega a sus oídos es el mismo que escuchó antes de salir con el Jeep rumbo a la feria, la arena inestable que sus pies pisan también son exactamente idénticas a las que pisó antes de salir de casa, el viento, la playa, el cielo, la noche, él: todo es igual, nada más parece haber cambiado por ahí.
Pero entonces sus ojos reparan en el rubio que camina hacia ellos; un impetuoso aire de superioridad le embarga al caminar y sus brazos tensos demuestran que algo lo tiene preocupado, la luz débil de la luna y algunos faroles que están cerca iluminan un rostro circunspecto y tenaz que no existía antes de llegar a la feria. Se ve igual que hace unas horas pero con un aura perturbadoramente distinto al de siempre.
El castaño se pregunta vagamente si Newt es Teresa, así como Teresa dice ser Newt.
«Debería ser así, ¿no? No pueden haber dos Newts, ¿o sí?».
La cabeza de Thomas da mil vueltas ahora mismo, está muy confundido y la incredulidad pretende ganar la batalla que se lleva a cabo en sus pensamientos. Le duele la cabeza. Ni siquiera tiene sentido lo que está debatiendo en las profundidades de su mente y es extraño, no entiende por qué siquiera lo está analizando. Es completamente ridículo. Esas cosas no tienen lugar en la realidad; no es posible, es improbable y, por demás, absurdo.
Todo parece más una tonta broma, tan sólo un invento estúpido de sus amigos. Aunque Thomas considera por sobre todas las cosas el hecho de que a Newt jamás le ha gustado gastar bromas, de hecho, está totalmente en contra de ellas. Es demasiado serio y reservado, no haría algo así nunca. Pero Teresa sí. Ella es una maldita desgraciada cuando se trata de bromas, y más si estamos hablando de chistes de mal gusto. Teresa tiene la mente retorcida y se la juega demasiado, le gusta divertirse a costa de los malos ratos ajenos, podría actuar perfectamente bien y engañar a Thomas muy fácilmente.
Mas el castaño conoce a Newt; podría apostar su brazo izquierdo a que él no se prestaría para una broma de aquel índole; por una infinidad de cuestiones, ni por ningún tipo de beneficio propio por muy bueno que luzca y mucho menos si para ello debe aliarse a Teresa.
Definitivamente, no se trata de un truco de sus amigos. Newt no lo haría ni aunque Teresa le pagase por ello. Es imposible.
—¡Tom! —es la voz de Newt gritando a pocos centímetros de su cara—. ¿Siquiera me estás oyendo?
—Ugh... Eh, ¿qué? —pregunta Thomas, desorientado, apenas ha logrando soltarse de la burbuja de pensamientos y bajar a la realidad con sus amigos, haber oído algo aspira a un nivel superior al de sus actuales capacidades.
Teresa y Newt están frente a él: el rubio casi enojado, visiblemente irritado, tratando de llamar su atención con gritos y ademanes, y la chica nerviosa, moviendo sus pies de un lado al otro y jugando con sus manos, sus ojos miran hacia ningún lugar en particular y se nota malditamente turbada, a un lado, tal vez, librando en absoluta soledad alguna contienda desarrollada en el interior de su cabeza.
—¿Newt? —le pregunta Thomas al rostro embravecido del rubio, por alguna insólita razón, temiéndole demasiado a la respuesta que éste podría dar.
El de hebras más claras le mira, sus ojos cambian súbitamente del intenso enfado y, de pronto, se muestran aburridos de la situación, como si el aludido llevara horas explicando algo que el castaño no entiende y él tuviese que volver a repetirlo todo de nuevo y desde el principio.
Newt le toma del hombro, extrañamente, su agarre es fuerte, firme y casi bruto, se inclina un poco para mirarle a los ojos, pues es unos cuantos centímetros más alto que Thomas, y le habla muy claro;
—No soy Newt —le dice, su voz es potente, ronca porque es de madrugada y está fastidiado—. Soy Teresa.
Thomas traga saliva y aparta su mirada de él, —o ella, el castaño ya no sabe—. Aquellos ojos oscuros son los de Newt pero no se parecen a él, no tienen aquella timidez que caracteriza al chico. Estos orbes pardos son afilados, intimidantes y activos. Newt siempre es el primero en apartar la mirada cuando la conexión rebasa el medio minuto, porque es demasiado acomplejado como para soportar que la gente lo mire, pero ahora ha sido Thomas el que no ha tolerado la intensidad de aquellos faroles marrones que, aún bajo la luz de la luna y las estrellas, se ven totalmente negros.
—Tom —le llama. A Thomas le cuesta demasiado escuchar ese apodo en voz de Newt—. Debemos volver. Ahora.
Aquella sugerencia impacta con violencia contra Thomas; él queda aún más aturdido de lo que ya estaba hace dos segundos. Le aterra profundamente volver a ver a esa señora tan rara, de hecho, le espanta demasiado tan sólo pensar en la posibilidad de regresar a aquella jodida feria. Minutos atrás incluso se hubo prometido no volver a pisar una feria en toda la maldita vida que le queda, considerar su regreso voluntario parece una estupidez ahora mismo.
Pero si las cosas están como están, entonces no hay más opción más que esa; volver allá y arreglar lo que sea que haya que reparar. Thomas aún no asimila que Teresa sea Newt y que Newt sea Teresa. Es difícil ver a su mejor amigo y a su novia en cuerpos tan malditamente distintos, y ni siquiera está pensando mucho en sus anatomías; sus actitudes tan brutalmente contrarias es lo que realmente le preocupa. Tomando en cuenta las mil y una imágenes y situaciones que pasan por su mente, Thomas no puede estar seguro de guardar la calma un rato más. De hecho, aún le parece raro no haber entrado en pánico por lo que está ocurriendo, cree que en cualquier momento se echará a correr por toda la playa hasta que las cosas se solucionen, hasta que Newt vuelva a ser Newt y Teresa su novia.
Las cosas así como están no son, ni de lejos, viables y Thomas perderá la cabeza si Newt sigue llamándolo 'Tom' y si Teresa no vuelve a besarlo.
«¡Maldición!» piensa de repente el castaño y una lamparita se enciende en la intensa oscuridad de sus pensamientos. La ficha le cae encima como un balde de agua helada justo sobre su espalda, como un golpe en medio del rostro o una espina filosa atravesando sin previo aviso su piel.
—Pero si yo... Tú y yo... —Thomas le da voz a sus conclusiones internas y mira a Teresa, que en realidad es Newt. El castaño se oye altamente perturbado al hablar—; Tú y yo... Nosotros nos... Yo... ¡Diablos, Newt! ¿¡Por qué no...!?
—¿Qué hacen aquí ustedes tres? —es el señor Caine quien les habla; su voz es potente, ronca y casi malhumorada viniendo desde atrás de ellos—. Thomas, creí que ya habíamos hablado de las salidas nocturnas.
Thomas voltea la cabeza y le mira. Su padre está justo detrás de ellos esperando una explicación y él de plano ha perdido la voz y el control original de su cuerpo. Su madre podría transigirle, incluso él podría mentirle y ella le creería sin dudar ni por un segundo, pero es su padre, es el maldito señor Caine quien le está pidiendo el esclarecimiento de las cosas con su voz fría, severa y con aquella mirada penetrante que parece capaz de leer la mente ajena si se le mira por mucho tiempo. Y Thomas no puede siquiera intentar inventar algo para salir de aquel apuro.
—Thomas, ¿no piensas contestar? —insiste su padre. Thomas sigue sin reaccionar, siquiera puede hilar alguna excusa en su mente para explicar por qué no están durmiendo dentro de la casa o qué hacen discutiendo bajo las sombras de la noche—. ¿Cuál de ustedes me va a contar qué hacían aquí? ¿Piensan ir a algún lugar o acaban de llegar?
Thomas cierra los ojos de súbito, como si de pronto algo hubiese caído desde el cielo directo a su cabeza, tal vez un aviso del destino que indica que viene una buena reprimenda por parte de su papá por haber salido de madrugada sin su autorización, a una feria a kilómetros de ahí y con el adorado vehículo de la familia sin dejar aviso de ningún tipo. Todo se ve cada vez peor a medida que lo piensa y entonces decide apagar sus cavilaciones; pasará lo que tenga que pasar y él está preparado para el eterno regaño que va a venir luego de que el conteste que hace minutos han llegado de una feria maldita y que visitaron a una bruja esquizofrénica que cambió de cuerpo a Teresa y a Newt.
«Espera, ¿qué? No voy a decirle nada de eso» él piensa, incluso casi suelta una carcajada por sus estúpidos pensamientos. Aquello ni siquiera suena real, es más bien patético y sin ningún sentido. El castaño apenas lo cree, si llegase a abrir la boca, su padre se echaría a reír delante de ellos y luego le castigaría el resto de las vacaciones. «¡Por Dios!» Prefiere decirle que han salido afuera para fumar hierba; eso podría tener menos consecuencias que decir la verdad. Al menos no le en cerrarían en un manicomio por andar imaginando cosas fantásticas.
—De a uno, chicos... —murmura el hombre mayor con ironía y tal vez empezando a enfadarse de verdad.
Thomas traga saliva y está a punto de inventar una mentira, pero quien está dentro del cuerpo de su mejor amigo se le adelanta;
—Sólo salimos un momento —le dice—. Teresa no se sentía bien. Necesitaba algo de aire fresco. Pero ya está mucho mejor y volveremos adentro, ¿verdad?
El señor Caine escucha a "Newt"; está un poco sorprendido por la firmeza y seguridad con la que ha hablado, hasta le ha mirado a la cara mientras contestaba, siendo que, a pesar de que el padre de Thomas quiere al rubio como su propio hijo y aún cuando ya hay excesiva confianza entre ellos, Newt siempre se ha mostrado tímido y cabizbajo, jamás elevando la voz y todo el tiempo esquivando la mirada del mayor hacia la de su hijo, en quien siempre busca complicidad en cualquier caso. Mas esta vez ha sido totalmente diferente y quien ha domado la situación no ha sido el castaño, sino el bonito rubio que hasta hace unas horas no era capaz de decir dos frases seguidas sin dudar de la estabilidad de su voz.
Thomas aún no cree que su padre se haya tragado ese tonto cuento pero cuando las manos del peli-rubio envuelven la espalda del señor Caine y le obliga a regresar a la casa, el castaño suspira levemente aliviado. En un instante más, todos vuelven hacia la cálida residencia de verano. Al castaño le cuesta caminar con la mente tan nublada de confusión; sus pasos son algo desatinados mientras avanza sobre la arena hasta acercarse a la casa. Trata a fuerzas no mirar hacia su costado y toparse con el rostro aún perturbado de su novia. Desea que todo sea una pesadilla. Él se encuentra terriblemente aturdido por todo lo que está pasando, no puede ni imaginarse el estado emocional de su mejor amigo. Mas igual intenta no taladrarse la cabeza con eso; primero debe asimilarlo él para luego poder ayudar a sus amigos, de lo contrario acabarían perdiendo la cabeza los tres.
—Teresa —el señor Caine le llama la atención a la azabache—. Ya le he dicho a Thomas que pueden compartir la habitación —le comunica con voz agradable, viendo como los pasos de la chica la llevan hacia la habitación que fue predestinada para Newt.
El ser dentro del cuerpo de la muchachita tarda más de lo debido en asimilar las palabras del mayor, y cuando lo hace, sus mejillas se tiñen de un carmín que no puede ser completamente apreciado por efecto de la luz baja de la única lámpara encendida de la sala. Instintivamente, los ojos azules, que ahora son manejados por Newt, se dirigen a Thomas; la mirada brillante le ruega en silencio que diga algo que cambie el veredicto de su padre y lo salve de una incómoda noche.
Pero el castaño parece no entender, o prefiere no acceder a las súplicas de su mejor amigo, entonces sólo asiente y, con un ademán de manos, le llama.
Teresa, ahora cautiva en el cuerpo de un rubio que casi no soporta, les mira con algo de confusión en la mirada, pero no dice nada más.
Thomas y Newt se despiden fugazmente del señor Caine y casi huyen de su presencia hacia su correspondiente habitación, mientras Teresa hace exactamente lo mismo pero sin tanta exasperación. De los tres jóvenes, ella parece saber controlar mejor la situación.
Pero Thomas no está pensando en nada mientras avanza hacia el cuarto; sólo quiere dormir y por la mañana descubrir que todo se hubo tratado de un mal sueño, que nada de eso fue real, que su mejor amigo sigue siendo su mejor amigo y que su novia es la misma de siempre.
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