Capitulo 10

El silencio en el lugar era absoluto. Después de que Satoru desatara su Rojo, lo único que quedó fue destrucción. Claro, él se había contenido para no matar a nadie; en todo caso, solo tendrían unos huesos rotos. Y si alguno llegaba a morir... bueno, no era su problema. Él se había contenido, después de todo.

Nami solo miraba el desastre que había dejado ese pequeño orbe. Juraba que aquella esfera roja había sido más poderosa que las balas Buggy, y la facilidad con la que Satoru había arrasado con todo le helaba la sangre. Sin embargo, sacudió la cabeza, tratando de despejar sus pensamientos.

Nami: (Tal vez... tal vez pueda...) —una idea comenzó a tomar forma en su cabeza, una idea peligrosa. Pero tan rápido como vino, la apartó con fuerza.— (No, no es asunto suyo. Es mi problema. Además... estoy cerca. Solo un poco más...)

Mientras Nami luchaba con sus propios pensamientos, Satoru le daba la espalda, pero su mente también trabajaba. Conocía a Nami, sabía quién era. La Gata Ladrona no dejaría pasar la oportunidad de zafarse de él y seguir con su meta: reunir suficientes berries para comprar Cocoyashi Village.

Una pequeña sonrisa se formó en el rostro de Satoru.

Satoru: (Je... ¿Así que así es? Bueno, veamos qué haces, Nami.)

No le importaba que intentara escaparse. De hecho, le daría la oportunidad de hacerlo. Solo para tener la excusa perfecta de atraparla otra vez... y hacerle todas las preguntas que tenía en mente cuando la volviera a encontrar.

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Satoru: Nami, adelántate al barco. —Dijo de repente, arrojándole todo el tesoro de Buggy.— Voy a explorar el lugar, tal vez encuentre algo… o a alguien.

Los ojos de Nami se abrieron levemente ante sus palabras. ¿Adelantarse al barco? Era perfecto. Si Satoru se ponía a explorar la isla, ella podía irse antes de que se diera cuenta. Podría llevarse el barco y todos los tesoros sin que él pudiera detenerla. Una sonrisa cruzó su rostro mientras asentía con naturalidad.

Nami: Está bien, Satoru. Me adelantaré y te esperaré en el barco. —Respondió con dulzura, mientras cargaba con el tesoro. Oro, joyas, riquezas... era un verdadero botín.

Satoru: Chido.

Sin decir nada más, Satoru se giró y comenzó a caminar hacia un destino desconocido. Nami no tenía idea de a quién o qué buscaba, pero eso no le importaba. Lo único que tenía en mente era llegar al barco lo más rápido posible.

Cuanto más rápido llegara, más rápido podría irse.

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Tiempo después…

De pie sobre una roca, con las manos en los bolsillos y una sonrisa despreocupada, Satoru observaba cómo el barco ya había zarpado.

Satoru: Perfecto. Todo salió como lo planeé.

Su mirada se mantuvo fija en la embarcación que se alejaba en el horizonte. Para cualquier otra persona, alcanzarlo sería imposible... pero él no era cualquier persona.

Con un suspiro relajado, flexionó levemente los dedos. No le preocupaba alcanzarlo.

Si quería, podía teletransportarse en un instante con Azul, desplazarse a una velocidad absurda o incluso simplemente caminar sobre el agua si tenía ganas de presumir. Eso era lo increíble de Azul.

Aún tenía muchos usos por descubrir, y este viaje apenas comenzaba. Satoru se estiró un poco mientras sonreía con total confianza.

Satoru: Muy bien, a trabajar. —dijo con una sonrisa antes de activar Azul para impulsarse a toda velocidad.

A simple vista, podría parecer extraño que Azul le ayudara a moverse más rápido, pero la lógica detrás era bastante sencilla. Uno de los efectos de Azul era la atracción de la materia, así que Satoru utilizaba esa fuerza a su favor. Aplicando su técnica correctamente, podía atraer su propio cuerpo hacia un punto en el espacio, permitiéndole moverse con una velocidad increíble.

Así de fácil.

Satoru desapareció en un parpadeo, dejando atrás a la hisla Orange.

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Mientras tanto, en el barco, Nami estaba apoyada en la barandilla, contemplando el mar. El suave sonido de las olas llenaba el aire, creando un ambiente tranquilo. Soltó un leve suspiro, su mirada fija en el horizonte.

Nami: Con los tesoros de este barco, más el de Buggy, ahora estoy más cerca de mi objetivo. Solo un poco más, solo un poco más...

Una pequeña sonrisa, teñida de tristeza, se formó en sus labios mientras se apartaba de la orilla.

Sin que Nami lo supiera, Satoru ya había llegado al barco. Estaba sentado de manera casual sobre una de las cajas de carga, observándola con una sonrisa divertida. Su habilidad y percepción le permitían entender perfectamente lo que pasaba por la mente de la navegante.

Satoru entrecerró los ojos, apoyando un brazo sobre su rodilla mientras la miraba en silencio.

Satoru: Nami-chan, qué mala eres... —dijo de manera juguetona, mientras sus ojos brillaban con una chispa traviesa. La expresión de su rostro no dejaba lugar a dudas: él disfrutaba de la situación.

Nami se quedó inmóvil, como una estatua de piedra, al escuchar su voz. Sus pensamientos se detuvieron por un instante.

Al volverse lentamente, sus ojos se encontraron con la figura de Satoru, sentado de manera completamente relajada en el borde del barco. Su postura era desenfadada, como si hubiera estado allí todo el tiempo. La sonrisa en su rostro se mantenía constante, y los ojos azules, vibrantes como el océano, brillaban con una intensidad que no podía ignorarse.

El corazón de Nami comenzó a latir más rápido. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Cómo Satoru había aparecido en el barco? Ella había estado completamente segura de que lo había dejado en la ciudad de Orange. Pero ahora él estaba allí, como si nada, observándola con esa sonrisa de confianza absoluta.

Nami tragó saliva con fuerza, un nudo de nervios en su garganta. De repente, su boca se secó y la sensación de pánico comenzó a apoderarse de ella. Respiró hondo, tratando de mantener la calma. No, soy Nami, la gata ladrona. He engañado a muchos piratas, no dejaré que alguien como Satoru me haga sentir insegura.

Nami: Satoru, yo... —pero antes de que pudiera continuar, él levantó una mano con gesto relajado, interrumpiéndola con suavidad.

Satoru: Basta de juegos, Nami. Dime, ¿por qué me querías dejar tirado en esa isla? Y no quiero mentiras. Quiero la verdad.

Satoru se levantó suavemente y, como si la situación fuera aún más tranquila, deshizo la venda negra que cubría sus ojos, dejándolos al descubierto. Sus ojos azules, profundamente intensos, reflejaban un cielo tan profundo y vasto que casi era imposible desviar la mirada.

Nami se quedó sin aliento por un momento, sus ojos fijos en los de Satoru. Sus ojos, esas profundidades cristalinas, parecían contener la misma esencia del cielo. Era como si no solo mirara, sino que viera a través de ella, atravesando cualquier intento de ocultar sus pensamientos. La presencia de Satoru, tranquila pero apabullante, hacía que fuera casi imposible pensar con claridad.

Por un segundo, el aire entre ellos se volvió denso, cargado de una tensión palpable. Nami no podía evitar sentirse pequeña bajo esa mirada que parecía ver todo.

Satoru: Quiero la verdad, Nami. Basta de juegos. —por primera vez, la voz de Satoru perdió su tono juguetón. La seriedad en su mirada dejó claro que no estaba dispuesto a seguir jugando.

Nami tragó saliva, su garganta seca, y, por un instante, no pudo soportar la intensidad de esos ojos. Bajó la mirada, sin atreverse a enfrentarse a ellos. Esos ojos que parecían atravesar cualquier intento de esconder algo, que parecían leer cada uno de sus pensamientos.

Se estremeció al recordar el poder de Satoru, lo que había hecho con Buggy y su tripulación. Sabía que Satoru no era alguien con quien pudiera jugar, y el miedo se instaló en su pecho. Se mordió el labio inferior, consciente de que no tenía ninguna oportunidad si se trataba de un enfrentamiento directo. Podía sentirlo: Satoru podría acabar con ella en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo...

Nami: No es asunto tuyo, Satoru... —su voz vaciló, pero intentó mantenerse firme.— Tengo mis motivos, pero no te los diré. Y a ti no te debe importar.

Satoru: Nami... —dijo, esta vez con un tono más suave, pero no menos serio. Satoru empezó a caminar hacia ella, lo que hizo que Nami retrocediera un paso, instintivamente.

Antes de que pudiera dar otro paso atrás, Satoru apareció frente a ella en un abrir y cerrar de ojos. La abrazó con una rapidez que la sorprendió por completo. Nami se quedó inmóvil, sin saber cómo reaccionar. No esperaba que Satoru fuera a abrazarla de esa forma.

Pero lo que realmente la desconcertó fue la sensación de la manga de su camisa levantándose, justo sobre el hombro donde se encontraba el tatuaje de los piratas de Arlong. La mano de Satoru, suave pero firme, la levantó con delicadeza, como si estuviera buscando algo en particular.

El contacto, que hasta ese momento parecía protectivo, pronto se tornó como una invasión a su espacio, algo más intrusivo. Nami no sabía qué pensar, el abrazo de Satoru no era como cualquier otro, y el hecho de que tocara el tatuaje la dejó inquieta.

Satoru: Así que era esto... eres de los piratas de Arlong. —dijo Satoru, mientras sus dedos recorrían el tatuaje en el hombro de Nami, reconociendo al instante la marca de su pasado.

Nami, de inmediato, apartó su cuerpo del abrazo de Satoru, cubriendo el tatuaje con su mano, como si intentara ocultar algo más que solo una simple marca. Satoru pudo ver claramente el dolor en sus ojos, una mezcla de tristeza, rabia y desagrado hacia lo que representaba ese tatuaje. Era como si cada centímetro de su piel le trajera recuerdos que no quería revivir.

Nami: ¡No hables de cosas que no sabes! ¡Este tatuaje no significa nada! ¡Solo es un recordatorio de lo que he tenido que vivir! —su voz temblaba, llena de emoción, pero fue la siguiente parte la que la hizo quebrarse— Yo, yo...

Las palabras de Nami se cortaron. Su garganta parecía cerrarse mientras los recuerdos de su pasado volvían con fuerza, recuerdos que había intentado ahogar una y otra vez. Su respiración se agitaba, el dolor acumulado durante años finalmente tomando su toll. Las lágrimas comenzaron a brotar sin que pudiera detenerlas. Siempre había mantenido el control, había evitado llorar, pero ahora, en ese instante, ya no podía más. El peso de todo lo que había sufrido la aplastaba, y Satoru pudo ver cómo su fortaleza se desmoronaba, así que nuevamente la abrazo.

Nami no dijo nada más. Simplemente lloró, sintiendo que el dolor se desbordaba. Las lágrimas mojaban su rostro y empapaban la camisa de Satoru, pero él no la apartó. En lugar de eso, la rodeó con sus brazos, suavemente, como si intentara ofrecerle algo que el mundo nunca le dio: consuelo.

Satoru: Ya, ya, tranquila. —dijo Satoru con calma, acariciando suavemente el cabello naranja de Nami— Sabes, Nami, a veces las personas no lloran porque sean débiles... A veces lloran porque han sido fuertes por demasiado tiempo.

Esas palabras calaron hondo en Nami. Le llegaban a un lugar profundo en su corazón, a un rincón que nunca había querido abrir, pero que de alguna manera, Satoru lo había tocado. Ya no pudo contenerse más. Se aferró a él, abrazándolo con fuerza, como si su único refugio en el mundo fuera ese. Las lágrimas seguían cayendo, sollozando sin cesar en su pecho.

Satoru no dijo más. No necesitaba hacerlo. Simplemente la sostuvo, permitiéndole llorar todo lo que había guardado durante tanto tiempo. Su camisa se empapaba con las lágrimas de Nami, pero no importaba. En ese momento, lo único que importaba era que Nami tuviera un espacio seguro para soltar el dolor, para dejar salir todo lo que había estado reprimiendo.

Nami, entre sollozos, murmuraba palabras que Satoru no entendía. Pero eso no importaba. No necesitaba entender todo, solo necesitaba estar allí para ella. El sonido de su llanto llenaba el barco, cada sollozo un recordatorio del peso que llevaba consigo, y Satoru, aunque imperturbable por fuera, sentía una conexión genuina con ella en ese momento.

El pasado de Nami era un cúmulo de sufrimiento, de heridas profundas que nunca sanaban por completo. Satoru, con su capacidad de entender más allá de lo visible, sabía que la vida de Nami había sido devastadora. Desde una perspectiva como la suya, donde el dolor físico y emocional se atenuaba por su poder y su forma de ser, la realidad de lo que Nami había vivido era insoportable. No solo por el sufrimiento físico, sino por la tortura emocional que había tenido que soportar desde su niñez.

Nami había sido arrancada de su infancia, su vida nunca tuvo espacio para la diversión o el descanso. La tiranía de Arlong había marcado su existencia desde el principio. Fue forzada a crecer demasiado rápido, a adaptarse a un mundo cruel e implacable. Un niño normal hubiera jugado, aprendido, soñado; pero Nami, desde temprana edad, se vio obligada a sobrevivir en un ambiente de violencia y abuso.

Arlong, el monstruo que había asesinado a su madre Bell-Mère, se convirtió en su carcelero, y desde ese momento, Nami fue un prisionero, aunque con la apariencia de una niña que todavía crecía. La constante amenaza de la violencia, los golpes, la humillación, la tortura psicológica, todo eso la forzó a convertirse en lo que era ahora: una ladrona, una sobreviviente, alguien que ya no confiaba en nada ni en nadie. Robaba desde niña, porque no tenía más opción. No era un simple crimen, era la única manera de resistir, de rebelarse contra un mundo que la había despojado de su humanidad.

Lo peor de todo era que Nami no podía cambiar su realidad, no podía dejar de ver el sufrimiento de su gente, de su pueblo, su familia, por culpa de Arlong y su tiranía. Cocoyashi Village, su hogar, siempre había sido un campo de batalla, y ella, como niña, tuvo que enfrentarse a esa cruel verdad a diario. La soledad, el miedo, la tristeza... Eran sus compañeros constantes, la presencia de la muerte acechando en cada esquina.

Satoru entendía todo esto, de una manera que solo alguien con el poder de ver las entrañas del alma podía. No lo hacía con lástima, sino con una comprensión brutalmente clara de lo que Nami había tenido que atravesar. Sabía que no podía simplemente dejarla seguir con esa carga. Arlong, ese monstruo, debía pagar por lo que le hizo a Nami, a su madre, a su pueblo.

Por eso, Satoru ya había tomado una decisión. Ésto yá no era solo por las recompensas dél sistema o por la justicia. Lo que Nami había vivido era personal para él ahora. Él no dejaría que alguien como Arlong siguiera existiendo. Acabaría con él, y lo haría sin dudar.

Pero no iba a presionarla ahora. No iba a interrumpir el momento. Mientras Nami seguía llorando, dejándose llevar por el peso de los recuerdos y el dolor que la había marcado durante tantos tiempo, Satoru permaneció en silencio. A pesar de su exterior imperturbable y su naturaleza de ser tan increíblemente poderoso, había algo profundamente humano en su interior. Algo que podía entender, aunque solo fuera por un breve momento, lo que era sentir el dolor de alguien más. Y por esa razón, permitió que Nami siguiera llorando, liberando todo lo que había guardado durante años. Al final, ella también era humana, como él.










Fin dél capitulo

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