Parte única

A sus veintiséis años de edad, nadie había advertido a Chifuyu Matsuno sobre la cantidad de horas que podías pasar sin probar un solo bocado cuando eras un adulto.

No es como si se hubiera dado cuenta de ello. Estaba tan enfrascado en los animalitos de su tienda —dando leche a los gatitos que le dejaron en una caja mojada sobre la puerta, preparando el mix de vegetales para los conejos, limpiando las peceras, luchando con los energéticos cachorros que le llevaron para un baño y corte de pelo— que no fue hasta que Kazutora mencionó su estómago gruñendo que se dio cuenta del asunto.

—¿Eso fue tu estómago, o es que de repente adoptamos un dragón en esta tienda? —preguntó, entre sorprendido de forma fingida y también divirtiéndose del asunto.

—Cállate —Chifuyu intentó amenazar, pero no era fácil lucir terrorífico cuando tenías un gatito blanco con manchas negras entre los brazos. Le depositó un beso entre las orejas antes de devolverlo a una de las espaciadas jaulas—. Todavía no acaba el turno. Es tu trasero flojo el que nos tiene más lentos. Encárgate de cuidar al conejito que tiene la pata dañada.

Kazutora soltó una risilla cuando el conejito cojo fue mencionado.

—¿Sabes? Me recuerda a cuando apalearon a Takemichi y no pudo caminar como por un mes. ¡Y quedó rengo como por otros dos!

—No te burles de Floppy —Chifuyu mencionó al conejo—. Y ya te dije que no recuerdo ni la mitad de cosas que mencionas. Estoy seguro que te inventaste la mayoría, Tora.

—¡No es cierto! ¡Todas pasaron de verdad! —Kazutora exclamó con intensidad—. Es solo que tu cabecita olvidó muchas cosas porque no pudiste soportar que las buenas épocas se nos habían terminado.

Basta —masculló Chifuyu—. ¡Ya ponte a trabajar, holgazán!

Tanto Kazutora como Chifuyu sabían que solo lo estaba molestando —no podría haber pedido un asistente más eficiente que Kazutora.

Su compañero —y también amigo—, se acomodó uno de sus largos y suaves mechones con una mano; la otra la usaba para limpiar la popó de los cobayos con una palita rosada.

No es como si Chifuyu estuviera en mejor posición. Su cabello se esponjaba seguido por la humedad del local, y no había rincón de su ropa que estuviera sin pelos de todas las tonalidades.

—Hueles a perro mojado —agregó Kazutora casi como si pudiera leerle la mente—. Asqueroso.

—¡N-no huelo a perro mojado! —replicó Chifuyu, pero por su balbuceo se dio cuenta que ni él mismo estaba seguro—. Es porque todavía tengo el pelo húmedo.

Ya.

Kazutora se mordió el interior de las mejillas, aunque Chifuyu ignoró mirarle para no sentir que había perdido. Se acercó otra vez hasta el estanque de las tortugas, sacando un bote de alimento balanceado del bolsillo de su delantal.

Las tres tortugas acuáticas se agolparon en una esquina en cuanto escucharon el traqueteo de los granos de alimento removiéndose entre sí. Chifuyu decidió enfocarse en hacer más ruido para tapar otro rugido de su estómago.

Pero Kazutora no era sordo, ni tampoco idiota. Zumbó hasta su lado, posando el mentón sobre su hombro para intentar sacarle el frasco.

—¡Oye! —masculló Chifuyu en cuanto se lo arrebataron de las manos.

—Ve a almorzar. Ahora.

—Tora...

—Sin peros, Fuyu —Kazutora alzó el dedo índice por encima del rostro de Chifuyu, y usó su cuerpo para hacer de escudo a los intentos de que le quitaran el frasco—. ¿Siquiera desayunaste...?

—Claro que sí desayuné —contestó Chifuyu con los brazos cruzados contra el pecho.

—Déjame parafrasear —Kazutora carraspeó—. ¿Siquiera desayunaste...? ¿Hoy?

Chifuyu abrió y cerró la boca varias veces. No era común en él comportarse tan cascarrabias —no cuando la tienda no estaba atestada de turnos o animales chillando, ni tampoco cuando había tenido todas sus horas de sueño.

Solo había un puñado de cosas que enojaban a Chifuyu Matsuno; y dado que no era ninguna de las demás opciones... tenía que tratarse del hambre que se negaba a aceptar que lo azotaba.

Su estómago gruñó de nuevo ante el simple pensamiento de «comer».

Apuñaló a la parte de su cabeza que empezó a fantasear con jugosos, crujientes y sabrosos platillos de todo tipo. Podría haberse comido una pierna entera en ese momento. En especial si esa pierna era de un pesado como Kazutora.

—Anda, anda —Kazutora le dio varias palmadas en la espalda en dirección hacia la puerta—. Vete a conseguir algo. No quiero ver tu cara hasta que te hayas comido un buen plato de comida. ¡Y no...! ¡Un tubo de papitas sabor cebolla y crema no cuentan!

Bah —Chifuyu rodó los ojos mientras se reía, quitándose poco a poco el delantal y revisando que la billetera estaba en su bolsillo trasero—. Eso es trampa, Tora.

Kazutora continuó empujándolo hasta que prácticamente lo dejó con el trasero en la vereda. Cerró la puerta del local justo en frente de sus narices de un portazo que hizo tintinear la campanilla durante varios segundos.

Chifuyu se quedó procesando toda la situación, pero no tenía mucho tiempo para permanecer pasmado. La única razón por la que aceptaba aquel desplante de su asistente era porque no quería quedarse peleando toda la mañana y perdiendo valioso tiempo de trabajo...

Su estómago gruñó. Y, por supuesto, porque tenía hambre.

Dio largas zancadas hasta el mini market de tres calles hacia atrás. Chifuyu solía parar allí de camino a casa al anochecer para comprar unas galletitas, una lata de Pepsi y cualquier otro snack insano que apareciera por su campo de visión.

Sí, no era la dieta más sana. No, no es que Chifuyu fuera flojo. Bueno, quizá solo un poco...

La verdad era que su tienda de mascotas ni siquiera tenía un año de inaugurada. Y, ser un joven adulto manejando un negocio completo no era tarea sencilla. Todavía tenía cuentas que saldar, publicidad que manejar, instrumentos en los que invertir, honorarios que pagar —y no, no solo a Kazutora; sino también a quien les ayudaba con la limpieza y también al veterinario certificado que trabajaba tres veces a la semana con ellos—, entre tantas otras cosas...

La cabeza de Chifuyu solo iba a mucha velocidad. Su tienda era su vida. Ni siquiera tenía tiempo para pensar en otras cosas efímeras en las que se enfocaban los humanos...

Como el amor. O pagar impuestos. Ambas eran desagradables.

—En realidad, ni siquiera tengo tiempo para quejarme del amor —suspiró Chifuyu—. Mucho trabajo y yo tan solito haciendo todo.

Chifuyu no era el más cariñoso, pero sí le gustaba el afecto y el contacto humano. Valoraba los abrazos de su mejor amigo Hanagaki Takemichi, así como era muy feliz viendo el amor de este con su prometida, Tachibana Hinata.

No había que malinterpretarlo. Le gustaba el amor. Admiraba el romance. Lo apreciaba en las ridículas novelas turcas con las que se enganchaba a las tres de la madrugada cuando no podía conciliar el sueño.

Pero era simplemente que no tenía tiempo para su propia historia de amor.

La única trama romántica a la que podía aspirar era a sí mismo rodeado de cinco gatos callejeros adoptados y durmiendo a sus pies. Y dos perros. Y tal vez una tortuga...

Se detuvo cuando casi estampó su nariz contra la puerta de entrada del mini market. Estaba tan ensimismado en sí mismo que ni siquiera notó que, de forma inconsciente, había llegado.

Su estómago volvió a rugir, y lo hizo todavía más cuando observó una de las publicidades pegadas sobre el cristal: un humeante contenedor con suaves y blancuzcos fideos sobre un colchón de salsa rojiza.

Tuvo que morderse el labio inferior para no relamerse. Era su preciado peyoung yakisoba.

¿Qué era el peyoung yakisoba? Pues uno de los platillos instantáneos más nobles y deliciosos de todo el mercado japonés.

Chifuyu casi podía saborear la mezcla de intensos sabores en su paladar.

Zumbó entre los pasillos de la tienda. Podía olisquear el aroma a bollos de pan recién horneados, pero no quería ponerse intenso. Con un paquete de yakisoba debería alcanzarle para engañar al estómago hasta regresar a su hogar y cocinarse un plato más suculento.

El cual, por supuesto, nunca hacía. Todas las mañanas se prometía a sí mismo que comería algo más nutritivo, pero llegaba siempre tan cansado que era imposible no vivir a base de chatarras o alguna ensalada. Ese día sería diferente. Lo prometía. O no.

Llegó a los trompicones al pasillo que se conocía de memoria. Había muchos paquetes rectangulares y de distintos sabores: curry, mitad picante, extra picante, de camarón, de carne de res, de wasabi, con tocino, e incluso de sabores más exóticos como cangrejo.

Pero a Chifuyu le gustaba su peyoung yakisoba clásico; sin ningún agregado estrambótico que contaminara su paladar de otros sabores innecesarios.

Sus ojos encontraron casi automáticamente el paquetito blanco. Podía escuchar en su mente el suave desliz de los fideos entre sus palillos metálicos que siempre cargaba en la mochila por higiene —y, más importante, el de su lengua probando aquella comida que tanto le gustaba.

—Son míos —musitó entre dientes para sí, y una sonrisa se le escapó—. Kazutora dice que está todo bien, pero no quiero dejarlo solo mucho tiempo...

Estiró los dedos para alcanzar el paquete —el cual estaba en un estante tan alto que debía ponerse en puntitas para llegar—, pero todo sucedió tan rápido que no tuvo tiempo de procesarlo de inmediato.

Otra mano había aparecido como ladrón fantasma y le arrebató el último paquete de fideos que ya casi rozaba con la yema de los dedos. Chifuyu dio un brinco por la sorpresa, y se volteó para buscar al ladrón que acababa de robarle el almuerzo.

Esperaba encontrarse con algún delincuente juvenil —de aquellos en los que se metió cuando era muchísimo más joven— pero le sorprendió que fuera un muchacho apenas más grande que él, cabello largo y recogido, y sacándole la lengua como si fuera un niño pequeño.

Chifuyu dio otro respingo por la segunda sorpresa de esa imagen. Aunque era una persona medianamente extrovertida, nunca estaba muy seguro de cómo reaccionar a ese tipo de situaciones.

—Lo siento, parece que es el último —El muchacho se encogió de hombros como si lo lamentara; era una mentira. Podía verlo en sus ojos y sus pies ansiosos que no dejaban de moverse—. Podemos compartirlo si lo deseas.

A Chifuyu no le agradó nada toda aquella burla. El tipo parecía simplemente estar mofándose de él, y no le gustaba que se metieran con su almuerzo una vez que se había propuesto comer.

Podría haber comprado otro sabor —el de curry no era nada desagradable—, pero todo eso ya se sentía personal.

—Yo estaba a punto de agarrarlo —logró decir Chifuyu con solemnidad—. No había nadie a mi lado cuando me estiré. Lo vi primero, por ende, es mío.

Cuando notó el brillo malicioso en los ojos del extraño, Chifuyu se dio cuenta que todo aquello era una inmadurez bestial. ¿Estaba peleando por un paquete de fideos instantáneos con un posible hippie que no conocía...?

Pero no lucía peligroso. Solo molesto. Chifuyu no sabía si era porque parecía conocerlo de algún lado, o quizá que era bastante guapo, pero no se sentía en disgusto...

Excepto por el hecho de que le había robado los fideos de los dedos.

El chico lo agitó en frente de sus narices. Chifuyu gruñó ya cansado.

—No pasa nada —dijo, e intentó ser el adulto maduro—. Me llevaré otro sabor...

Cuando giró sobre sus talones para alejarse del pasillo —y esperar a que el tipo desapareciera para que no lo viera abatido elegir otro paquete—, escuchó unos pasos persiguiéndole.

—¡Eh! —exclamó el otro—. ¡No te mentía acerca de compartirlo!

Chifuyu se volteó con una ceja arqueada. ¿Le estaba viendo la cara de estúpido?

—¿Estás vacilándome? —inquirió; y ya no lucía tan como un adulto maduro—. No soy tonto...

El chico se irguió casi a la defensiva, pero no lucía ofendido. Amplió su sonrisa hacia uno de los costados de su cara.

—No dije que lo seas —carraspeó—. Tú quieres peyoung yakisoba. Yo quiero peyoung yakisoba. Y solamente hay uno...

Oh por dios, pensó Chifuyu. Hay solo un peyoung yakisoba.

—Ya te dije que puedo llevarme otro. No es ningún problema para mí —Chifuyu tragó saliva, y amagó una vez más con girarse—. Que disfrutes el tuyo...

Insisto —pidió el muchacho—. Digo... puedes comprar otro si quieres. Pero, al menos, almuerza conmigo. Podemos comer mitad y mitad.

Chifuyu se mordió el interior de la mejilla para no gritar. ¿Ese loco extraño se pensaba que aceptaría un almuerzo con un desconocido que además le birló sus fideos?

Pues pensaba exactamente bien.

Porque no sabía qué clase de espíritu le acababa de poseer —seguramente el espíritu de las malas decisiones—, ya que acabó encogiendo los hombros de forma desinteresada.

—Okay —contestó como si nada—. Pero yo racionaré las porciones.

¿Se pensaba que iba a dejarse estafar otra vez? ¡Ni hablar!

El chico sonrió antes de encaminarse a la caja registradora. Casi como si hubiera estado esperando que le dijera algo como eso.

Cuando pasó por su lado, todos los nervios de Chifuyu temblaron con la estela de aroma que dejó a su paso. Olía increíblemente bien. A shampoo de lavanda, limón y algo más. A ropa recién planchada y almidonada. A persona limpia. Para su sorpresa.

—Soy Baji —fue todo lo que dijo el chico, sonriendo con sus dientes que eran tan filosos como los colmillos de algún vampiro de novela.

—Chifuyu —atinó a decir tragando a saliva—. Es un placer, Baji-san.

El chico no dejó de sonreír mientras se alejaba, e incluso comenzó a silbar alguna canción que se le hacía conocida.

Chifuyu tuvo que sacudir la cabeza para salir del ensimismamiento en que su colonia le dejó. Debió apresurarse para seguirle el paso ya que no quería quedarse atrás.

* * * *

Cada vez se confirmaba más que el tal Baji quería verle la cara de tonto.

En la caja registradora usó una excusa pobrísima acerca de tener que sacar dinero del cajero automático, ya que estaba corto de cambio: hizo a Chifuyu pagar por él, y que luego del almuerzo le acompañara al banco a retirar algunos yenes.

Al menos, Baji ofreció su termo para llenarlo de agua caliente para el paquete de fideos. ¡Qué considerado de su parte!

No tuvo idea de por qué aceptó a esa estupidez. O por qué le siguió de camino a algún lugar que no conocía. El hecho de que Baji no saliera corriendo con ambos paquetes de fideos le hizo pensar que no era del todo un ladrón...

Podía ser un vendedor de drogas.

O un asesino a sueldo.

¡O tal vez era un traficante de órganos!

Se llevó inconsciente una mano a su riñón izquierdo. Le gustaba tenerlo exactamente en donde estaba.

—No tienes que preocuparte por eso —canturreó Baji, que venía silbando y caminando por el borde de un cantero antes de trastabillar—. No soy un tipo ilegal. ¡Al menos, ya no lo soy! Soy un trabajador muy serio y honrado del correo postal

Chifuyu arqueó una ceja con desconfianza ante aquello último, pero tampoco podía darse el lujo de desconfiar. No es como si él hubiera sido la galletita más dulce en sus años de juventud.

Para ser sincero, Chifuyu había sido un pandillero. ¡Nada grave o digno de caer preso! Algunas peleas en grupo, amenazas, disturbio público, graffiti...

En sus cortos meses con la pandilla ToMan, la Tokyo Manji Gang, Chifuyu había vivido la mayor euforia de su vida. Se hizo amigos, entre ellos Kazutora y Takemichi —recordaba con cariño los días de libertad y juventud.

Pero que su pasado pandillero estuviera del lado liviano no significaba que Baji fuera igual. Chifuyu era muy consciente de que no todas —por no decir la gran mayoría— las pandillas eran como la ToMan. No todos tenían a Manjiro Sano como líder.

Sin embargo, Baji no parecía querer darle más cuerda al asunto. Se bajó de un salto cuando llegaron a la ribera del río de la ciudad. Chifuyu se quedó de piedra observando a Baji depositar la bolsa, el termo de agua caliente y su mochila sobre el césped para recostarse cómodamente como si fuera un día de picnic.

Estiró sus brazos y cerró los ojos. Aun así, no pasaron ni cinco segundos hasta que abrió un solo párpado para escrutar a Chifuyu.

—¿No te vas a sentar?

—Eh... supongo que sí —Chifuyu dio una gran bocanada de aire frío que le hizo doler el pecho—. Creí que elegiríamos un banquito...

—¡Bah! Pero así es más cómodo, ¿no? Nos da el sol en la cara, no se te congelan las nalgas...

Chifuyu rodó los ojos —pero estaba riéndose también— antes de acomodarse de piernas cruzadas junto a Baji. Verlo tan de cerca era más revelador: muy delgado, clavículas huesudas que se escapaban de su escote, su cabello de verdad era sedoso...

Había conocido varios greñudos en su época pandillera, pero pocos tan autosuficientes como parecía ser Baji.

—La vista está buena, ¿eh?

Chifuyu dio un saltito en su lugar. Baji estaba sonriendo con aquellos colmillos más afilados que los de un humano normal —nota mental: ¿podría ser un vampiro, y Chifuyu se convertiría en el protagonista de una novela dantesca?—, aunque sus ojos seguían cerrados.

Tal vez era Spiderman. Debía tener sentidos arácnidos.

—El río —completó Baji como si leyera su mente—. Se ve bonito, ¿cierto? Siempre que puedo venir a almorzar aquí, lo hago. Aunque a veces se me congelan hasta las ganas de vivir...

Chifuyu levantó las cejas sin saber qué decir. Él no era tan charlatán con extraños intimidantes. Por lo general, tenía amigos a los que dejaba hablar largo y tendido —Kazutora y Takemichi—, así que tendía a sonreír, asentir o dar sus humildes consejos cuando fuera requerido.

—Y tampoco es que siempre tenga buena compañía —agregó Baji como si nada.

Ah.

Fue lo único que atinó a decir. Esa timidez extrema no era tan propia de él, pero había algo en Baji que inhibía sus sentidos con solo un par de palabras.

Para su suerte, Baji no permitió que se hiciera un silencio incómodo. Se levantó de un sobresalto para comenzar a escarbar entre las bolsas. Chifuyu le observó mientras arrancaba las cintas de seguridad, vertía los fideos deshidratados en la parte correcta del paquete, y también le echaba el polvito que previamente cortó su paquete con los dientes.

El agua continuaba humeando cuando Baji la puso sobre el paquete. El estómago de Chifuyu rugió ruidosamente cuando comenzó a oler a su preciado peyoung yakisoba. Baji volvió a tapar el contenedor con el papel plastificado, y apoyó su teléfono móvil para hacer algo de peso.

—Ahora esperamos tres minutos y, ¡voilà! La cena estará servida, Monsieur.

—Los tres minutos más largos de la vida —intentó bromear Chifuyu para seguirle el juego.

A Baji pareció agradarle aquello puesto que sonrió de manera más ancha, hacia un solo costado como lo hacían los galanes de televisión.

—Te ves lindo cuando sonríes, ¿no te lo habían dicho?

Chifuyu sintió como si se le cerrara la garganta y sus orejas comenzaron a calentar.

¿Le había dicho...?

¡¿Ese extraño le había dicho lindo?!

Intentó balbucear algo, cualquier cosa, pero Baji era más rápido para cambiar de tema. No sabía si lo hacía para evitar la incomodidad de Chifuyu, o para hacerlo con la suya propia.

Tragó saliva luego de que Baji tomara el primer contenedor de yakisoba y se lo entregase a Chifuyu. Tomó el segundo entre sus dedos, y dio un gran sorbo a sus fideos ayudado por los palillos.

No importaba lo mucho que humeara o lo caliente que se sentía el paquete que sostenía Chifuyu. Baji no se quejó del calor en ningún momento; de hecho, soltó un suspiro de placer antes de continuar con su ardua tarea de devorar los fideos.

Chifuyu iba a reclamarle que ya podía calmarse. Que él también quería comer del yakisoba clásico. ¡No era justo que se lo quedara todo para él!

Enfurruñado, se quedó petrificado cuando dio su primer sorbo de fideos. La explosión de sabores en su boca era inconfundible.

Baji se dio cuenta al instante, y sonrió con las mejillas infladas por la comida. Chifuyu era incapaz de dar su segundo bocado...

¡Baji le había dado el yakisoba clásico para él! ¡Y estaba terminándose el suyo sin pedir ni un poco a Chifuyu!

Tragó con dificultad, preguntándose de qué iba todo aquello. Le invitaba a almorzar juntos, le decía lindo, le daba el yakisoba que justo él quería...

¿A qué jugaba Baji Keisuke?

¿Quién era en realidad?

—¿Trabajas con animales? —inquirió de repente mientras volvía a sorber sus fideos.

—Okay, ya suéltalo —Chifuyu dijo apoyando el contenedor de fideos contra sus rodillas—. ¿Acaso me espías o algo? ¿Quién diablos eres?

—Lo decía porque tienes mucho pelo por toda la ropa. Y hueles a perro mojado y a aserrín para conejos —Baji se encogió de hombros—. O eres veterinario, o tienes un zoológico en tu casa.

Chifuyu resopló. Se sentía un poco avergonzado.

—Ni una ni la otra. Tengo una tienda de animales, pero no soy veterinario...

—¿Por qué? —preguntó Baji limpiándose las manos tras haber comido todos sus fideos. Se apoyó sobre su costado para mirar a Chifuyu mientras hablaba—. ¿Un pasado trágico que no te permitió ir a la universidad?

—Solo no me gusta mucho estudiar —contestó Chifuyu restándole importancia—. Le pago a un veterinario para que vaya varias veces a la semana. Más que nada, mi amigo Kazutora y yo nos dedicamos a bañar a los animales, vacunarlos, quitarles las pulgas o garrapatas, peinarlos, vender accesorios...

—¡Oh! ¿Tienes de esas tiendas donde venden ridículos moños rosados y llenos de brillos en forma de mariposa?

Chifuyu giró la cabeza fingiendo estar ofendido. La verdad era que tenía exactamente un moño igual para ese.

—Vamos, vamos, ¡a mí me gustan esos tontos moños! De hecho, suelo ponerle uno a mi gata cada tanto. Solo que no dura demasiado tiempo...

—¿Te gustan los gatos, Baji-san? —preguntó Chifuyu con más interés.

—¡Claro! Tendría diecisiete si el espacio en mi apartamento me lo permitiera. Pequeñas bolas de pelo cargadas de violencia doméstica. ¡Los amo!

—¿Por qué diecisiete exactamente?

—Me gusta el número diecisiete.

Chifuyu se mordió la lengua para no reírse. Dio otro sorbo de sus fideos, y le ofreció un poco a Baji haciendo un gesto con la cabeza. Este se negó.

—Sí te diste cuenta que me diste los peyoung yakisoba clásicos, ¿verdad?

Baji no dijo mucho. Se limitó a escarbar en su mochila hasta que encontró dos latas de refresco: una de uva, otra de naranja. Las alzó ambas en el aire para preguntarle a Chifuyu cuál prefería.

Este eligió la de uva, y Baji se la lanzó dramáticamente. Apenas pudo atraparla en el aire.

—Así que Chifuyu Matsuno, dueño de una tienda de mascotas, veterinario en proceso, fan del sabor artificial de uva, tan olvidadizo que a veces no recuerda desayunar, le gusta tanto el peyoung yakisoba que mataría a su colega por uno...

—Ya te dije que no soy veterinario —recalcó Chifuyu—. ¿A qué viene toda esta biografía que te armaste de mí en tu cabeza?

Baji abrió la lata de refresco de naranja de manera ruidosa. Dio un largo trago que movió su nuez de Adán mientras el líquido bajaba por su garganta.

No es que Chifuyu estuviera observándolo deliberadamente. ¡Solo quería saber a qué iba con todo esto!

—Oh, no es nada —Baji apoyó la lata a su costado para volver a recostarse—. Solo estaba haciendo una tabla de comparaciones.

—¿Una tabla de comparaciones? —inquirió Chifuyu—. Pero, ¿con qué o quién ibas a compararlo? «Baji Keisuke, trabajador del correo, ex pandillero a tiempo complete, increpa a jovencitos en el supermercado, te roba los fideos de las manos, le gusta invitar a extraños a almorzar cerca del río»...

Bajo rio entre dientes, divertido. Como si supiera algo que Chifuyu no. Lo cual era algo frustrante en aquella situación.

No porque Chifuyu fuera una persona que sobrepasaba los límites de una persona, sino porque en su estómago había un nudo porque no lograba comprender lo que sucedía del todo. ¿Por qué se sentía como si le falta alguna pieza a todo ese rompecabezas?

—No te comparaba conmigo, tontín —Baji dio unos golpecitos en su pierna con los nudillos—. Te estaba comparando con el Chifuyu del pasado.

—¿Eh?

Todos los sentidos de Chifuyu dejaron de funcionar en ese mismo momento.

¿Qué acababa de soltar Baji?

Sentía como si su propio corazón se le hubiera hundido hasta los pies. Tal vez estaba incluso más pálido. Baji solo parecía divertirse con toda la situación —como venía haciéndolo hasta ahora.

—No me recuerdas, ¿verdad? ¡Qué pena que te olvides de quien te salvó de esos tipos que querían apalear tu linda carita! Bueno, también estuvo Mitsuya... pero todos sabemos que fui yo el que llegó primero a salvar el día.

—¿Qué dices? —preguntó Chifuyu con un hilillo de voz y la garganta pastosa. Su corazón retumba ahora contra sus costillas—. ¿De qué estás hablando, Baji-san?

Las palabras de Kazutora aparecieron flotando al fondo de su cabeza. «Es solo que tu cabecita olvidó muchas cosas porque no pudiste soportar que las buenas épocas se nos habían terminado».

Era totalmente cierto que el terapeuta de Chifuyu le había dicho que su mente bloqueó muchos buenos recuerdos porque se negaba a recordarlos como algo del pasado. Nunca supo muy bien por qué le pasaban esas cosas —tampoco les daba importancia, porque Kazutora y Takemichi siempre estuvieron allí para narrar todas sus anécdotas con lujo de detalles.

Pero ahora algo burbujeaba en su interior. No sabía si fue la sonrisa de Baji la que lo detonó, o solo sus palabras y el regaño de Kazutora flotando en su mente.

O tal vez era el hecho de que Baji parecía tenerlo perfectamente estudiando. O la familiaridad con la que le trató desde un principio.

¿Había algo más oculto en su intento de robo del yakisoba? ¿Y la invitación repentina?

Baji se quedó allí, recostado. Tenía los brazos detrás de la cabeza y sus pestañas batiendo suavemente a causa del viento fresco.

—Es triste que no me recuerdes. ¡Comimos peyoung yakisoba un par de veces! Mikey solía tenerme demasiado ocupado con las misiones de espía o fuera de la ciudad, pero la verdad era que yo quería tener el tiempo de poder acercarme a ti.

La boca de Chifuyu se abrió ligeramente. ¿Ese greñudo extraño conocía a Mikey? ¿Manjiro Sano?

¿Acaso Baji...?

¿Fue parte de la Tokyo Manji Gang?

No sería un mentiroso que le estudió a fondo para secuestrarlo y llevarse sus órganos en cuanto se despistara, ¿verdad?

—Te me hacías muy interesante y agradable. Me hubiera gustado ser tu amigo, pero cuando regresé de forma permanente a la pandilla, tú ya no estabas —resopló Baji; se veía divertido y nostálgico a la vez—. En otra vida, quizás te hubiera hecho mi vice-capitán de la Primera División. Hubiéramos sido los más grandes compañeros de todos los tiempos.

—¿Q-qué cosas dices? —Chifuyu al fin fue capaz de articular alguna palabra—. ¡Hubiera sido un terrible vice-capitán...!

Hm, yo no creo eso —Baji encogió los hombros—. Veía un gran potencial en ti. Eras amable, dedicado, paciente. Y te gusta el yakisoba. Eras perfecto para mí.

El corazón de Chifuyu dio una voltereta mortal. Baji podía estar refiriéndose a una u otra cosa, pero su manera de armar las oraciones terminaba siendo muy particular.

—Por eso te acercaste en el supermercado —dijo Chifuyu—. Y por eso me invitaste a almorzar...

—¡Pensé que te darías cuenta! ¡O que solo estabas jugando! Ya sé que no fuimos los más unidos... pero encontré curioso que volviéramos a cruzar nuestros caminos. Fuera de las pandillas y las cosas ilegales, ya sabes. Siempre me llamaste la atención, Chifuyu.

Chifuyu se encontraba alucinando en ese mismo momento. De verdad no lograba aferrarse a la idea de que Baji Keisuke —¡¿había dicho que era el mismísimo capitán de la Primera División de la ToMan?! ¿aquel por el que Takemichi siempre andaba lloriqueando porque decía que era un héroe?— fijó su atención en alguien como Chifuyu Matsuno.

No solo eso; sino que se le acercaba luego de... ¿Cuánto? ¿Una década?

Con el mismo brillo curioso y supuesto interés.

Había dicho que podrían haber sido amigos. Que Chifuyu tenía el potencial de ser su vice-capitán.

¿Por qué no podía recordarlo todo? ¿Cuántos momentos habría compartido con Baji, similares a ese mediodía fresco y con dos contenedores de fideos?

—Perdóname, es que tengo mala memoria —carraspeó Chifuyu—. Pero si eres quien creo que eres... todos te admiraban muchísimo. Mi amigo Takemichi te considera una leyenda.

—¡Ah! El pequeño héroe llorón de Takemitchy —Baji rio con ganas—. ¿Cómo está él? ¿Sigue con su noviecita guapa y poderosa?

Chifuyu sintió la nostalgia todavía mayor en su pecho. Por supuesto que Takemichi continuaba con Hina. Seguramente lo estarían para toda la vida.

Que Baji rememora todas esas cosas solo podía indicarle que no le estaba mintiendo en absoluto.

Pero aquella confirmación le generaba todavía más pena porque él mismo no podía recordar más que algunos flashes de su pasado pandillero en la gloriosa ToMan.

¿Su mente habría olvidado a Baji porque, quizá, Chifuyu también esperó algo que jamás se dio?

Sin embargo, ahí estaban los dos. De nada servía lloriquear por leche derramada. El pasado no podía regresar. No hasta que se inventaran los viajes en el tiempo, estaba eso claro.

Baji estaba allí. Chifuyu, también.

Solo esperaba que el mini market repusiera su stock de peyoung yakisoba cuanto antes. Había muchas horas que recuperar. Por lo menos, intentarlo.

—Dijiste que en nuestra otra vida pudimos haber sido grandes amigos y compañeros...

—¿Sí, Chifuyu? —Baji enarcó las cejas; el fantasma de una sonrisa quería asomarse por la comisura de sus labios.

Casi esperando que la conversación tomara cierto rumbo. Ansioso.

Chifuyu se relamió los labios secos. Toda la situación había alterado sus sentidos —y, más que nada, su corazón— pero tenía la ligera esperanza de que su mente no se estuviera equivocando con sus decisiones.

Ya era grande. Ya no dependía de una pandilla para crear vínculos. ToMan había sido grande, pero más grande fue la influencia que dejó en todos sus antiguos miembros.

—Te propongo ser tu amigo en esta vida —sonrió Chifuyu, y extendió la mano hacia Baji—. Podemos intentarlo ahora.

Baji inspeccionó esos largos dedos pálidos que se elevaban hasta él. Se levantó poco a poco, volviendo a acomodarse por encima de su codo. Estaba sonriendo y enseñándole a Chifuyu sus brillantes colmillos.

—Supongo que me veo orillado a aceptar —suspiró Baji, y también estiró su mano de dedos torcidos, con cicatrices, pero de piel suave—. Espero tu yo del futuro sea tan genial como tu yo del pasado.

Por alguna razón, Chifuyu le devolvió la sonrisa.

Estrecharon sus manos como una especie de promesa que no tenían intenciones de desperdiciar.

No esa vez.

No en aquella vida.


* * * *


Acá vengo yo con más oneshots de diferentes ships porque me encantan variar en esta vida (???

Espero les guste esta pequeña historia. Definitivamente es mi otp de Tokyo Revengers, y puede que algún día escriba una continuación de esto o quizás otra cosa... quien sabe?

Me alegra y me siento satisfecha conmigo misma al ver que voy escribiendo más y más. Ahora si el siguiente en la lista es una idea SakuAtsu wakbdcifkejdj

Muchísimas gracias de antemano a quienes vayan a leer esta historia ♥️ espero que la disfruten

¡Nos vemos muy pronto! Besitos ♥️

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