Hace mucho, mucho tiempo. . .

Tres seres de cabello blanco llegaron a la tierra, con un objetivo en mente. Sus nombres eran Kaguya, Isshiki y Erasshiki Ōtsutsuki, siendo los dos últimos hermanos.

—Me parece un lugar encantador— dijo Erasshiki desde que pisó la tierra, con una enorme sonrisa adornando su rostro.

Isshiki simplemente lo miró. Su hermano tenía una personalidad muy peculiar y aunque lo apreciara mucho, a veces le resultaba insoportable ver su forma de actuar tan despreocupada.

Erasshiki tenía una perspectiva totalmente distinta. Su hermano siempre había sido quien demostrara la ambición de poder, él se había convertido en alguien que Erasshiki admiraba y apreciaba más que a nada, más que a nadie.

Kaguya e Isshiki fueron los que idearon el plan de ir a la tierra, de plantar el árbol Dios y cosechar su fruto para ingerirlo. Erasshiki solo iba como un acompañante más, quien tenía la intención de explorar ese planeta por diversión.

Pero las cosas no salieron como estaban planeadas. La gran diosa conejo traicionó a Isshiki, dejándolo al borde de la muerte. Aprovechó su guardia baja y la ausencia de Erasshiki para poder ejecutar su plan, y ser ella quien comiera únicamente de aquel fruto.

Cuando Erasshiki se enteró de lo sucedido, ya era demasiado tarde. Isshiki había sido dado por muerto, y Kaguya había establecido su reinado. Lleno de dolor y coraje, el Ōtsutsuki colaboró junto a los hijos de la diosa para poder vencerla. Sin embargo era tal su poder, que no les quedó de otra más que sellarla. Debilitados y ahora con una gran responsabilidad en sus manos, los tres hombres tomaron la decisión de dividirse.

Hamura y Erasshiki se marcharán a la luna y Hagoromo se quedaría en la tierra. Y fue así como lo hicieron.

Los años pasaron, Hamura tuvo su descendencia y falleció. Hagoromo también murió, dejando 9 bestias con poderes inmensos. Erasshiki viajó entre los planetas hasta encontrarse con Momoshiki y Kinshiki, quienes accedieron a compartir con él su Shinju, para poder prolongar su vida.

Pero el hermano de Isshiki con el paso del tiempo sentía que algo le faltaba. Dentro de sí, un enorme vacío comenzó a formarse, y parecía amenazar con consumirlo. Así fue como Erasshiki comenzó a soñar despierto con la idea de volver a la tierra. Viviría sus últimos años vagando en el planeta que vio a su querido hermano hermano morir. Eso quizá calmaría su consciencia, y le daría algo de paz antes de partir al plano espiritual.

Y así fue como lo hizo. Se despidió de Momoshiki y Kinshiki y emprendió su camino. Mientras viajaba, reflexionó sobre su vida y llegó a la conclusión de que no le molestaba ese final que se había planteado. Podía vivir tranquilamente en una casa alejada de todas las cosas, y de todos los humanos. Honraría la memoria de su hermano y la traición que cometió contra él al dejarlo morir de esa forma. Es lo menos que se merecía.

Una vez en la tierra, encontró una pequeña casa abandonada en la aldea cuyo nombre era Kirigakure y comenzó a vivir ahí. Esperando que la muerte tocara su puerta. Solo que, la vez que tocaron su puerta no era quien él esperaba. No era su fin, no. Era una mujer de cabellos castaños, voz dulce y mirada decidida. Era una nueva oportunidad que le había dado la vida, para disfrutar de todo lo que tenía para ofrecerle.

Erasshiki recordaba su historia mientras se encontraba recostado en el futón de su hija. Su mano derecha la usaba para apoyar su cabeza, y la izquierda acariciaba con cariño el cabello de ____, la cual se encontraba dormida.

—Mi pequeña— murmuró, mientras observaba a la peliblanca —. Prometo que Isshiki no pondrá un dedo sobre ti, estoy dispuesto a luchar hasta mi último aliento para protegerte. Es lo que le prometí a tu madre antes de partir, y es lo que me prometí a mi mismo. Haré que tengas una larga vida junto a Sasuke y mis nietos— afirmó, sonriendo.

En algún lugar, donde las almas descansan tras su estancia en la tierra, una energía femenina brillaba con fuerza mientras observaba a su esposo reunido con su amado retoño, después de tanto tiempo.