34 Cuatro

Después de una breve mirada volvieron a centrar su atención a sus cosas, ignorándome completamente. Yo me acerqué a mi mesa buscando los materiales que supuestamente tenía que usar de apoyo. Un libro sobre psicología, otro sobre táctica militar, ejercicio físico y otro sobre literatura. Bueno, aquel último puede que tuviera algo interesante que decir. Lo abrí y en la primera página empezaba con "La mayoría de los libros son inmorales o perniciosos para la fe; intentan manipular a los jovenes que todavía son maleables y vulnerables..." Lo volví a cerrar porque no me serviría para nada en ese momento, pero pensé que nos vendría bien leer los libros para entender mejor lo que querían de los niños o para qué los estaban preparando.

Me senté encima de mi mesa y permanecí unos instantes observándolos. Parecía que me ignoraban completamente.

El niño que estaba más cerca, era el más callado y tranquilo. No interactuaba con nadie y estaba muy concentrado dibujando en su cuaderno. Esa calma fue la que me invitó a hablar primero con él.

—Hola, ¿qué estás dibujando? — pregunté desde mi mesa.

El niño no contestó, me dio la sensación de que ni siquiera me había oído. Sin embargo capté la atención de los demás. Los tres que parecían terremotos habían parado en seco y estaban mirándome fijamente. Eran solo niños, pero podía ver ira y odio en su mirada. Fue en parte intimidante.

—¿Queréis que os ayude en alguna tarea?—pregunté hacia el grupo intentando sonar autoritaria y segura—¿Hablamos de algo?

En cuanto formulé la primera pregunta volvieron a centrar su atención en otra cosa, era como si yo ya no importara. No entendí la razón hasta que me levanté y di unos pasos hacía el niño que estaba dibujando.

Se pusieron rápidamente de pie y corrieron delante de su mesa, donde permanecía tranquilo y sin parar de dibujar. Como leonas protegiendo a sus cachorros, pero en este caso eran solo los cachorros que habían aprendido a sobrevivir solos.

Una de las niñas, la más bajita, se puso delante de mí intentando parecer peligrosa y violenta. Tenía un pelo muy liso y oscuro que parecía se había cortado ella misma de manera muy caótica. Su expresión era de pura irá, nunca me había imaginado verla dibujada en la cara de una niña.

Estaban inquietos, se miraban entre sí. No se fiaban de mi, tampoco podía culparlos, yo tampoco me fiaría si fuera uno de ellos.

—¡Déjale en paz! —gritó mirándome con furia.

—No iba a hacerle nada, iba a ver lo que estaba dibujando. Si no os gusta que me acerque...— dije con las manos levantadas y dando unos pasos hacia atrás —. Me sentaré en mi mesa sin acercarme, pero solo si me dais algo a cambio.

—¿El qué? — preguntó la misma niña que parecía la cabecilla.

—Vuestros nombres — contesté sonriéndoles e intentando ganarme su confianza.

En un primer momento vi cruzar ápices de confusión por las expresiones de los cuatro niños. Incluso el que no había levantado su mirada del papel en el que dibujaba, ahora estaba mirándome perplejo.

La pequeña con el pelo caótico se relajó de pronto y me devolvió la sonrisa. Aunque no era exactamente un gesto de complicidad.

—Me llamo Sara —dijo y se acercó a mi tendiéndome la mano como lo haría un adulto.

Los demás se relajaron y al ver que Sara había hablado también lo hicieron.

—Zoy Tomáz — dijo el niño artista con un suave hilo de voz y me regaló una dulce sonrisa amistosa. Supuse que se llamaba Tomás y que el niño ceceaba, pero al no haberlo oído hablar más que al decir su nombre, no lo tuve claro.

—Marco.

—Yo Ana — contestó la niña con los ojos rasgados y tras una breve pausa siguió todavía con cierto reparo — ¿Y quién eres tú?

—Soy Beth y quiero ayudaros.

—¿Ayudarnos? ¿Cómo?—preguntó Sara con cara de incredulidad.

—No lo sé, todavía.

Me acerqué hacia el niño artista de nuevo, pero esta vez me permitieron hacerlo.

—¿Son dulces? — pregunté al ver sus dibujos que parecían diferentes tipos de postres.

—¡¡Zi!! — exclamó Tomás muy animado— Zon magdalenaz, galletaz y tartaz. Me acuerdo de ezo antez de llegar aquí. Eztaban riquízimaz.

—¿Qué dices? Si ni siquiera te acuerdas de haberte comido una mísera galleta —dijo Marco algo cortante.

—Zi que me acuerdo — siguió Tomás molesto.

Ana le dio un codazo a Marco para que no siguiera con el tema.

En ese momento se me ocurrió una manera de intentar ganarme la amistad de esos niños, aunque no sabía cómo de difícil iba a ser. En realidad no se me había ocurrido a mi, me lo había dicho Tomás. Prepararles unos postres. Lo primero que iba a hacer era intentar conseguir ingredientes: harina, azúcar, huevos, y por qué no un poquito de chocolate. ¿Sería posible todo eso en Eskola? Se me hizo la boca agua al pensarlo.

Después de las presentaciones intenté hablar un poco más con ellos, pero no pude conseguir mucho. Tenían entre 7 y 10 años. La más mayor era Sara, la niña que sin duda era la cabecilla y la que menos quería hablar conmigo.

Tomás me habló principalmente de galletas y tartas, que era lo que le conectaba con los momentos de felicidad que había vivido. Me pregunté si su padre o su madre habían sido reposteros, lo que me hizo sentir un nudo en la garganta.

Por lo que hablé con ellos me pareció que tenían ciertos recuerdos de antes de estar allí, así que no habrán sido bebés robado de Hope. Tenía que haber un sitio con bebés.

—¿Hay bebés aquí?— fue una pregunta arriesgada, pero aún así la hice.

—Sí, de vez en cuando traen niños nuevos. Aquí hay bebés de cero años. Esto es una especie de colegio-orfanato-prisión. ¿Por qué lo preguntas? ¿No deberías saber tú eso?— contestó Sara y me lanzó esas otras preguntas tan difíciles de responder.

Pero en ese momento me llamó la atención su respuesta, las palabras que había usado. Palabras como orfanato o prisión y pensé también en la palabra magdalena. No sé si tenía sentido, pero me pareció extraño que estando en un colegio como aquel supieran esas palabras siendo tan pequeños. Había visto como empezaba el libro de literatura y tenía la sensación de que en ese lugar la misión era adoctrinar y no me cuadraban esas palabras en niños que prácticamente no recuerdan interaccionar con otros adultos que no fueran los profesores de ESKOLA.

—¿Quién es vuestro profesor o profesora favorita? —pregunté intentando descubrir si había alguien que pudiera ser nuestro aliado.

Los niños se miraron entre sí confusos.

—No tenemoz de ezo — contestó Tomás.

Me quedé pensando.

—¿Quién os ha enseñado la palabra orfanato?— insistí, sabía que había algo que descubrir.

—Nadie, Oliver Twizt —Tomás respondió con una sonrisa, pero los demás niños le comenzó a reprender por haber dicho eso.

—¿Has leído Oliver Twist? — estaba realmente sorprendida.

—Que va a leer eso, ni hablar — respondió Sara antes de que le diera tiempo a responder a Tomás.

—Me encanta Oliver Twist — dije.

Tomás se levantó y llamó a sus compañeros que le acompañaran al final de la clase. Al principio se negaron, pero tuvieron que ceder ante la insistencia de Tomás. Estuvieron discutiendo algo entre susurros. No pude oír mucho, estaban en desacuerdo. Tomás intentaba convencerles de algo pero pareció que no lo había logrado.

Después de la discusión volvieron a sus sitios y esperamos un rato más a que fuera la hora de irnos.

Todos se despidieron de mí con cierta calidez. Todos menos Sara, que salió del aula sin decir nada. Esa niña será un hueso más duro de roer.

Feliz viernes mis walkers!

¿Qué pensáis de estos cuatro niños? <3

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