Capítulo 8

El rubio abrió sus ojos con terror, salió del agua llevando al mayor con él, colocó su chamarra naranja sobre la roca y lo recostó sobre ella -¿te encuentras bien Itachi? -el mayor negó con debilidad, tenía tiempo sin sufrir una crisis, desde que llegó el rubio sólo en dos ocasiones las había tenido y había sido por la noche, estaba seguro que tarde o temprano ocurriría nuevamente y Naruto se daría cuenta -estoy muriendo -el rubio abrió sus ojos con miedo y dolor -pe… pero ¿estabas bien? -Itachi sonrió ante su nerviosismo y preocupación, se sentía bien importarle a alguien -no, no recuerdo, pero cuando me rescataron, ya tenía un gran avance en mi enfermedad, los doctores dijeron que debí morir hace tiempo, en cualquier momento lo haré, lo lamento -el rubio tenía sus ojos enormes llenos de lágrimas a punto de derramarse, sus labios se movían en un puchero tratando de contenerse -¿me… me vas a dejar? -el Uchiha abrió sus nublados ojos con sorpresa ante esa pregunta, comenzó a sentir como gotas tibias caían en su pecho, se sintió mal, levantó su mano y localizó el rostro del rubio, con su pulgar comenzó a limpiar las lágrimas de sus mejillas, pudo darse cuenta que su rostro era pequeño, su nariz respingona y sus labios eran gorditos. Naruto atrapó su mano, recostó su rostro en ella, movía su mano suavemente queriendo sentir un caricia del mayor -no quiero, no quiero que me dejes -el Uchiha cerró sus ojos imaginando su pequeño rostro, podía sentir su suave piel y eso le agradaba, no sabía cómo decirle que iba a pasar, su final no estaba lejos -lo lamento-

El Uzumaki comenzó a llorar quedito en su mano -no quiero, no quiero perderte -Itachi sonrió con tristeza, con su otra mano jaló de su pequeño cuerpo recostándolo en su pecho, lo abrazó comenzando a  sobar su delgada espalda suavemente. Naruto podía escuchar el corazón del azabache, se aferró a su cuerpo mientras lloraba y suspiraba -no dejaré que mueras Itachi, te lo prometo -el Uchiha abrió sus ojos con sorpresa -no hagas promesas de ese tipo pequeño, te agradezco tu intención, pero ya es tarde, he sido muy feliz desde que llegaste a mi solitaria vida -el rubio absorbió su delicioso aroma, no quería soltarlo, quería seguir así, pero estaba seguro de que lo incomodaba.

El azabache disfrutaba su calor y la sensación de su piel lo tenían algo perdido, ninguno hacía por moverse, al cual más, las manos del Uchiha lo habían abrazado por completo acariciando la suave piel acanelada del pequeño, Naruto se perdía en sus caricias, enterró su rostro en su fuerte pecho, con descaro absorbía su aroma. La respiración del rubio en su piel había erizado el cuerpo del azabache, era una sensación agradable.

El Uzumaki sintió como su cuerpo despertaba, lentamente se separó del mayor bastante avergonzado, tomó la ropa del Uchiha y comenzó a vestirlo, estaba débil, tenía que descansar, el mayor sintió frío cuando el pequeño se alejó de su cuerpo, sintió un poco de decepción, quería tenerlo un poco más así, abrió sus ojos con sorpresa cuando empezó a secar su cuerpo y cambiarlo, el rubio se había dado cuenta de su debilidad -vamos un poco al campo para secarnos bien, te dará el sol y te sentirás mejor, ¿bien? -el azabache asintió débilmente, cuando llegaron al lugar, Naruto sentó al mayor en el campo, tomó su lugar a su lado, lo acostó en sus piernas, comenzó a peinar su cabello suavemente. Itachi se dejaba hacer, sabía que el rubio estaba triste y era una manera de demostrar su aprecio -me dejarás peinar tu cabello a diario, me lo debes por no contarme nada -el azabache sonrió divertido con debilidad -bien-

El rubio creía que Itachi debía ver a su hermano antes de morir, pero también pensaba en lo triste que Sasuke se pondría y toda esa creencia se eliminaba, además, se sentía egoísta, no quería compartir el tiempo de Itachi con nadie, quería toda su atención para él, desde su Ero-sennin nadie le había dedicado tanto tiempo y dedicación, nadie había puesto tanta atención en él como el azabache hacía, sabía que era por las circunstancias, pero no le importaba, no quería perderlo, quería estar a su lado, no quería dejarlo ir, se agachó, lo abrazó con fuerza, demostrándole cuanto deseaba que no lo dejara. El azabache se sorprendió, pero se dejó hacer, podía sentir su delgado cuello en su rostro, ese aroma a vainilla que tanto le gustaba del pequeño entró en su nariz con fuerza, movió su rostro un poco acariciando suavemente con su nariz su cuello. Ambos se sentían cómodos de esa manera.

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