7 Pasadizos de Hielo
La frialdad de los pasillos no se comparaba al enervante mirar de las criaturas del averno. De numerosos ojos algunos, otros de figuras más humanas; todos se paseaban por las sombras de la bóveda atormentándome con sus miradas de desprecio. Jamás sabré si las penas son compartidas en el averno, si mis pecados servían de fábulas para los habitantes de aquellos páramos; pero era seguro que eran unos expertos en el sufrimiento humano y que debían de poseer alguna vaga idea de mis desventuras. A pesar de estar pagando mi condena, no podía levantar la mirada luego del tan ruin acto que realicé. Había perdido todo rastro de humanidad y me había rebajado a una suerte de rata bípeda, moribunda y traicionera. Sabía que mi voluntad me mantenía de pie, pero en este punto no estoy tan seguro de su bondadosa ayuda o si lo que siento es realmente esperanza o mera ambición. Condené a mis compañeros a perecer en el infierno y volví a condenar sus almas a un suplicio tal vez igual de terrible, entonces ¿Por qué continúo en esta senda? ¿Por qué no parar cuando mi egoísmo me ha hecho sufrir a mí y a los míos?
Los pensamientos rondaban en una danza malsana por mi cabeza, mas mi prioridad estaba centrada en los demonios tan numerosos como variopintos que me animaban a retroceder. Era curioso el cómo los seres de tan baja calaña, no se atrevían a caminar por estos paisajes silenciosos testigos de posiblemente, numerosas historias inenarrables. Los valles inferiores del averno se caracterizaban por albergar un silencio único, un vacío semejante al de la muerte, pero, en contraste con esta, completamente antinatural. El tártaro era caótico y frenético, pero este tramo se jactaba de melancolía y soledad; sentimientos que nunca esperé ver en los infiernos.
Lentamente, los horribles acompañantes fueron dispersándose, dejándome completamente solo con mis reflexiones. Aquel fuego abrazador que me recibió en los cuartos superiores, fue cambiado por pacíficos ríos de kilométricas distancias; las rocas volcánicas que impedían mi paso, se transformaron en misteriosas plantas entrelazadas con raíces enrevesadas a la tierra muerta; y las espantosas salas de tortura, quedaron en el olvido ante una espesura llena de plantas luminiscentes. El averno había adquirido un color azulado con pinceladas de su característico negro y su clima se tornaba más frío con cada paso que daba a la deriva. Aquello era un limbo, un frenesí silencioso y, en un todo, un terror nuevo para mí.
Al adentrarme más en aquellos valles olvidados, pude perturbar mi mente con lo ilógico de mi paisaje. En los baldíos helados, la vida parecía haberse extinguido, mas aseguraría que ahí abajo se encontró, tiempo atrás, civilizaciones milenarias o algunas criaturas inteligentes. Habían vestigios de vidas pasadas, estructuras antinaturales que debieron ser víctimas de alguna intervención y grandes columnas de un material desconocido para mí.
Detuve mi marcha en ese momento pues las longevas columnas se perdían en el nublado cielo del tártaro. Carecían de propósito o razón, mas recuerdo que poseían detalles, tal vez sectarios, tal vez decorativos; que me animaban a fisgonear. Eran seis en total con formas similares y hechas del mismo material negro y membranosos. Adicional a aquello, al acercarse, emanaban un sonido casi imperceptible por mi oído. Susurros en lenguas inentendibles me tentaban a acercarme cada vez más. Titubeé en que aquello fuese la mejor idea, sin embargo, la caída hacia la tentación pudo manipularme hasta estar a centímetros de la primera columna.
Describirla es complicado pues, como dije, cada una de ellas poseía unas características tan similares como únicas. Admito que su imponencia me advertía de un peligro latente, más cuando los susurros se convertían en gritos de agonía. Era claro que fuese lo que fuese aquella estructura, mi alma mortal era incompatible con las ánimas atrapadas en esta. Retrocedí ante sus quejas y me aventuré a explorar las secciones más alejadas de las columnas. Muy para mi desgracia, no pude alejarme mucho de las protagonistas de la sección pues mi nuevo cuerpo exigía un prolongado descanso. Caminé hasta uno de los frondosos árboles brillantes a reponerme mientras observaba a unos metros, las longevas columnas. No recuerdo haberles quitado la mirada ni por un segundo pues mi fascinación por ellas no hacía más que aumentar. En contraparte, pensaba en qué historia podía contarme la naturaleza de mi extraña forma corpórea pues era claro que sus múltiples lesiones, no pertenecieron al fortuito encuentro con el íncubo. De igual modo ¿El alma de aquella mujer habrá sido consumida tras mi intrusión? ¿O mi alma había encontrado un cascarón sin vida en su búsqueda de sobrevivir? Prefería, de igual modo, no pensar en ello pues cada que debatía mis posibilidades, solo me decepcionaba de mis actos tan repulsivos.
Volviendo a mis meditaciones sin sentido, era en esos momentos que me preguntaba la naturaleza de los peligros anteriormente advertidos por mi captor pues, hasta ahora, la bóveda inferior no ha hecho más que sumergirme en una amarga soledad. Reforzando lo anterior, también era cierto que las criaturas que me asechaban decidieron abandonarme en este punto resaltando el peligro que sugiere este lugar. Por otro lado, las ya mencionadas columnas continuaban interrumpiendo mi calma, perturbaban mi alma y me sumergían en un extraño alboroto. No entendía si aquello era una trampa elaborada por un misterioso depredador o el resultado de mi ya extinguida cordura, pero mi tentación, tras prolongadas horas de resistencia, terminó poseyendo parte de mi ser.
Me levanté moribundo de mi letargo y caminé en una lenta y dudosa marcha hacia uno de los pilares. Como había mencionado, sus detalles, más a esa distancia, mostraban grabados de corte desconocido y significados crípticos. Recuerdo el vislumbrar, a pesar de lo ambiguo de su acabado, la figura de, lo que creo, una mujer de numerosos brazos. Desconozco su raza o si aquello si quiera era una humana, mas llegué a la conclusión de que su inclusión en el pilar debía de ser importante pues su ilustración, se encontraba repetida numerosas veces en la construcción. Hondando más en sus detalles, poseía largas orejas, espadas en algunas de sus manos y, lo que creo, debía de ser una ornamenta o especie de corona en su cabeza. A pesar de haber saciado mi curiosidad, fui tentado a acercar mi mano perturbando así, las misteriosas voces provenientes de la estructura. La membrana que conformaba el pilar comenzó a moverse en ese momento haciéndome dudar de mi acción, mas si aquello era una advertencia, la había ignorado por completo. Mi mano tocó el pilar entrelazándose en la membrana oscura y viscosa que lo recubría y por unos segundos, los alaridos cesaron.
El silencio reinó en esos instantes, un silencio incómodo que cuestionaba la decisión tan apresurada que había tomado. Es por ello que rápidamente, intenté alejar mi mano del pilar... pero fue demasiado tarde. Mi mano solo podía sumergirse en aquella abominable columna la cual me arrastraba lentamente hacia ella. Grité y maldije a medida que mi cuerpo era lentamente succionado, pero era en vano pues mi intercepción era intraficable en esos lares. A diferencia de las demás experiencias que viví hasta ese momento, la succión no era dolorosa, mas miento si digo que fue más placentera que las demás torturas que experimenté. Finalmente, mi cuerpo estaba siendo devorado por aquello hasta que mi rostro y, con lo mismo, mi visión, sucumbió a la oscuridad más profunda.
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