4. El Llamado de la Culpa

Sus ojos juiciosos se posaron sobre mí pues lo único que motivaba aquella mirada era un odio desmesurado. No recordaba haber visto a este anciano antes, no recordaba siquiera que hubiera visto algún humano antes de empezar mi travesía por los avernos. Sin embargo, el malgenio de esta persona asentaba las memorias que lograron compenetrarse y resguardarse en su mente. No solo recordaba el nombre de aquella civilización, también conocía cada aspecto de su vida e, impresionantemente también, acontecimientos importantes de mi vida.

-Leander... no esperaba volver a encontrarte. -Dijo con una voz ronca y cansada. -El Averno parece atormentarme con mis memorias pasadas. El peor de los tormentos son los castigos que vivimos en vida y desembocan en las peores situaciones.-

-¿Me conoces?- Pregunté alarmado.

Aquella pregunta se tradujo en una grosería para aquel individuo quien me amenazaba con su lenguaje corporal. 

-Por supuesto que te conozco, pero tu mente sigue siendo tan débil como en vida, el haber olvidado quien eres me lo demuestra.-

Insistí con mis preguntas, sin embargo, a pesar de estar condenados, nuestra funesta situación en común no parecía aflorar sus fríos sentimientos. Mi perseverancia, por suerte, terminó desembocando en respuestas más que satisfactorias.

-¿Qué creías que pasaría luego de la batalla, Leander? Tras haber caído en los brazos de la muerte ¿Esperabas una redención en el más allá?-

-No te entiendo, anciano...-

-Nos vendiste, Leander, a todos nosotros.- Respondió lleno de ira. -Partimos al son de una causa perdida... nuestras espadas danzaron por los pastizales de Raldaram mientras la sangre y muerte corría por nuestros dedos. Yo luché a tu lado, luché como tu mano derecha aún intuyendo nuestro horrible final ¿Tu débil mente mortal sigue sin encontrar la humanidad durmiente en tu interior?-

Sus palabras lograron impactar como un vago sueño en mi nublado intelecto. Aquellos detalles se dibujaron en un melancólico boceto trazado con pena y dolor. Nuestros sables reflejaron los rayos de un torpe patriotismo en contra de aquella lejana civilización, Soriuus. Luchamos por Raldaram, pero las patrias no luchan por su gente, dimos nuestra vida por un concepto tan difuso como absurdo. Nos superaron en número, en estrategia, en espíritu; éramos, sin saberlo, los tontos peones de un pequeño reino frustrado. A pesar de aquel pequeño retoño de humanidad que se formaba en mi cabeza, mis dudas crecían en paralelo a los recuerdos.

-Pudimos habernos rendido, pudimos morir con dignidad, pero tú querías más ¿No es así? No pudiste aceptar los brazos fríos y cariñosos de la muerte... no, tu cobardía se antepuso ante la poca dignidad que te quedaba.-

-Te lo imploro, habla sobre aquello que hice.-

-Nos vendiste... vendiste nuestras almas junto a la tuya.- Respondió resignado. -La batalla estaba perdida, lo estuvo desde un principio, pero fuiste testarudo y posiblemente, no podías vivir con tu fracaso. Al filo de un hacha de combate, su muerte se encontraba vigente, pero rompiste el ciclo natural y, en un medroso alarido, llamaste al ser más oscuro de estos parajes y sellaste un trato tan indigno como cuestionable. La guerra solo trajo muerte pues en la guerra, no hay ganadores. El Oscuro consumió la vida de las tropas enemigas, nuestro hogar estaba a salvo, pero no volveríamos a ver la luz del día tras su aparición. Nuestro despertar fue a las bocas de esta caverna y nuestras almas, encadenadas a la imprudente decisión que tomaste por nosotros.-

Y ahí recordé los ojos de aquel que llora en los avernos y entendí que su sola presencia en la naturaleza va en contra de toda nuestra capacidad mortal, de aquello que nos hace humanos. No recuerdo quien fui o que hacía en aquel lugar, pero mi castigo era, por más inhumano que fuera, completamente justificado.

-Debemos luchar, no podemos quedarnos en este infierno.- 

-¡¿Luchar?!- Se indignó ante aquello. -¿No has aprendido nada en tu travesía? Nuestra rebeldía nos condujo a este laberinto lleno de horrores inenarrables. Aprende a rendirte con dignidad, Leander, y tal vez los avernos se vuelvan un poco más llevaderos.-

-¿Cómo puedes resignarte a esto? Esto no es vida.-

-No hay vida, insolente, nuestra forma física escapa al entendimiento de esta dimensión.- Y tras eso, sus ojos se concentraron en su tarea anterior. -Por más que insistas, hay realidades que no pueden ser cambiadas, nosotros estamos muertos y no volveremos a la vida pues en la muerte solo hay vacío.-

Sus palabras me indignaron y, aunque pudieran estar llenas de verdad, mi pequeña esperanza no iba a extinguirse en la negrura del tártaro, no dejaría que ocurriera. 

-Encontraré al Oscuro, ayúdame a encontrarlo pues su llamado puede llevarnos a un mejor final.- Le propuse, pero mis palabras solo derivaron en una agresión verbal.

-¿Te estás escuchando? Aquel ser es todo lo contrario a la humanidad, es el ser de la naturaleza más turbia y criptica que existe. -Me contestó mientras sostenía el primitivo pico que utilizaba para excavar. -Si su nombre te deleita al punto de querer buscarlo, tal vez tu nombre sí esta compenetrado con este sufrimiento.-

Sus palabras degeneraron en un ataque y, en consecuencia, una patética pelea. Nuestros lánguidos cuerpos realizaban una ridícula coreografía de golpes e insultos vacíos. Sostuve su herramienta y traté de detener el absurdo conflicto, pero el odio dominaba los sentidos del anciano. A pesar de ser el último rasgo de humanidad que se encontraba en los avernos, a pesar de que era mi única enciclopedia de respuestas a lo que fui en una vida pasada, lo empujé contra la roca escavada y, tras un pequeño derrumbe, las grandes piedras cayeron sobre su cuerpo. Sigo sin comprender la muerte dentro del vacío del infierno, pero la vida de aquella alma en pena, no volvería a su débil y anciano cuerpo. 

Había cerrado la puerta a cualquier respuesta sobre mi vida mortal, me alejé de un posible guía y, para aumentar mi tormento, debía continuar en mi senda con el dolor de conocer la verdad, que mi alma, había sido condenada por mi culpa y que mi castigo, fue bien concedido... yo había vendido mi alma. 

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