3. El Rastro de Humanidad

La oscuridad había engendrado una hermosa amistad conmigo. Su presencia preservaba mi alma y mantenía mi ser alejado de aquel bruto carcelero. Lamentablemente, como había dicho con anterioridad, la senda de sangre que emanaba mi pie cercenado serviría de orientación para el demonio que me atormentaba con su lento caminar. Desconozco si había logrado esconderme con éxito o si mi tortura trascendería a un nivel psicológico, sin embargo, como dije, mi pequeño escondrijo no serviría de refugio por prolongadas horas. La herida pronunciada de mi pie y la cantidad de sangre escurrida me hubiera conducido a una agónica muerte por desangramiento, pero la muerte en este lugar funcionaba de maneras tan variadas como absurdas. El dolor y la inhalación constante de cenizas ardientes eran sensaciones propias de la estadía en los avernos y, al mismo tiempo, no eran perjudiciales para los mortales. Nuestros cuerpos desnutridos y desnudos podían ser destruidos hasta difusos límites antes de ser aniquilados por las adversidades de estos páramos. Concluyendo, el dolor, el desangre y la dificultad para caminar; serán factores que me servirán de compañía en mi sendero infernal.

Mi cabeza se sumergió en un tornado de pensamientos mientras los largos minutos en las celdas del averno me forzaban a decidir mi próximo acto. Por lo anterior dicho, tomé la difícil decisión de continuar a ciegas por los laberínticos pasadizos del lugar. Mis ojos no lograban visualizar más allá de mis pies, por lo que mis manos sirvieron como una torpe idea de lo que me depararía en mi camino. Mis temblorosos pasos salpicaban los senderos con sangre, entretanto los chasquidos de mi captor se acercaban desordenadamente a mi ubicación. Su torpeza al andar despertó dudas en mi mente quien me exigía responder su constante interrogante "¿Sabría aquella criatura mi ubicación o estaría jugando con mi delicada cordura?" Jamás me adaptaría a los inhumanos valores del averno y ,por ello,  ignoré la búsqueda de aquella respuesta y me centré en sobrevivir en mis ásperas condiciones. 

Pisada a pisada, mi juicio descendía por los escalones de la demencia mientras mi captor debía de hacerse una idea de mi ubicación. Me estaba hartando servir como la recreación de este depravado demonio, pero mi valentía se opacaba por una gran masa de temor. La paciencia de ambos parecía empezar a flaquear cuando sus lenta marcha evolucionaba velozmente en una apresurada carrera. El corazón vacío que reposaba en mi pecho comenzó a galopar mientras me desplazaba, entre ridículos cogeos, por las celdas de almas. Los pequeños saltos que realizaba resonaban por las paredes del tátaro brindando una clara ubicación de mi alma en las  tinieblas. Sabía que si entraba en el área de su visión no tendría tiempo de esconderme, por lo que debía idear alguna manera de escapar de esta oscura bóveda. Corrí despavorido a la máxima velocidad que mi cercenado pie me permitió, pero continuaba extraviado en el castigo del desconocimiento, el castigo más agónico e incorregible que se me pudo designar. Ahogue mis gritos en patéticos chillidos despertando una pequeña flama en los huecos mortales de las catacumbas. Sus absurdos alaridos lograban encubrir mi cobarde huida irritando los pasos de mi persecutor. Escuchaba las abanicadas de su mandoble chocando con las paredes de hueso que explotaban en trizas con cada golpetazo. 

Mis desgraciados acompañantes fueron silenciados paulatinamente abandonándome a mi suerte. Se me acababan las opciones y mi desesperación se inmiscuía en el control de mis movimientos, por lo que, a pesar de mi resistencia mental, mi mente me abandonaría al igual que los alaridos de las almas. A este punto, la caminata demoniaca se alineaba con mis pasos, estaba claro que mis posibilidades se encontraban en mi contra. Sin embargo, las esqueléticas manos de los torturados mortales se ramificaban en una arcaica pero útil distracción. Los residuos de humanidad que me quedaban debían atraer la atención de estos humanos perdidos. Sus lánguidos apéndices me halaban entorpeciendo mi camino, por lo que tuve que reptar para abrirme paso entre sus tirones. Podía escuchar los brazos siendo cortados con brutal malicia a medida que me desplazaba. Mi pesadilla terminó topándose con una protuberante pared. Mis manos temblorosas intentaban ayudarme a decodificar la imagen de lo que estaba frente a mí. Hurgaba en cada detalle de este muro percibiendo pequeñas bóvedas entre mis dedos, deduje entonces que aquello se trataba de una de las muchas celdas del lugar. Su longevidad era superior al de las demás, al menos dentro mi ignorancia, lo percibí de esa manera. Sus largos metros imposibilitaban mi caminar y me sumían en las visiones más depravadas de la locura absoluta.

Mis dedos se entrelazaron en aquellos orificios y tiraron frenéticamente con la esperanza de destruir aquella estructura ósea. No lograba vislumbrar los resultados de mi patética acción, pero el crujir de la estructura reflejaba un vago éxito en mi esfuerzo. Logré destruir una fracción de la muralla, pero las pisadas del demonio me estaban asediando, por lo que tuve que actuar rápido. Me escabullí por el borrascoso trabajo que había realizado pues aquel hoyo estaba repleto de enormes astillas. Me introduje en la celda rasgando despiadadamente mi pierna quedando empapado en sangre. Sofoqué mis gritos mientras el dolor carcomía mi cuerpo, sentía como mi piel había quedado completamente devastada pues mis dedos podían captar las longevas grietas producto de mi estrepitosa escapada.

El demonio se desplazó por mis cercanías, sin embargo, no reconoció mi patético estado o no se dignó a buscarme en aquella celda. Se alejó mientras mi vista se recomponía paulatinamente, ahora mis ojos podían horrorizarme con los pasillos de pesadilla que recorrí. Ahora podía detallar las agónicas caras de horror que portaban los condenados de estas bóvedas. Sus demacrados rostros carecían de humanidad, como de costumbre, pero se encontraban, a diferencias de las almas de las bóvedas anteriores, en una mueca de dolor eterno.

Permanecí unos minutos para reposar pues mi pierna se encontraba realmente mal. Las hendiduras que adornaban mi tez eran profundas y encallaban en un río de sangre. Intenté ponerme de pie, pero el dolor me obligaba a recaer. Honestamente desconozco el como continuaría, pero mi senda había encontrado su primer punto de control. Los murmullos de aquella civilización antigua volvieron a zumbar por mis oídos. El alma que me acompañaba en mi celda parecía preservar su humanidad como yo. Su balbuceo era inconfundible, era el mismo balbuceo que me condujo a esta misión, los murmullos de Soriius, el reino que se manifestaba en mi mente. Aquella alma en pena mostraba vitalidad y, lo más importante, una humanidad tranquilizadora. Se encontraba un anciano escavando una especie de túnel por la pared de roca y guijarros mientras cantaba el nombre de aquel lugar. Me acerqué temeroso hacia él, pero mi sola presencia despertó sus sentidos y, en un rápido giro, volteó a encararme.    

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top