2. Las Bóvedas Oscuras
Emprendí en una marcha llena de miseria por los agónicos pasadizos del averno, guiado por una leve señal de humanidad. Mi eje se alineaba con aquel balbuceo pues era mi única pista hacia un recuerdo lejano. Traté de recordar en mi fúnebre caminar, alguna visión de aquel lejano reino mortal, pero mi memoria seguía fijada en El Oscuro. Mi mente y sentidos no podían cambiar sus temerosas convulsiones de terror que emanaba ese nombre. Por lo tanto, me centré en lo tangible, en aquello que era presumiblemente una amenaza para mí, los demonios.
Estos seres eran de una categoría misteriosa pues no lograba decodificar sus maléficos comportamientos y valores. Consumían las almas de los mortales y se regocijaban en los llantos de lamentos que surcaban por este infierno, pero desconozco el porqué de aquella conducta. Al principio se me vino a la mente el pensar que se debía a una suerte de alimento, que nuestra esencia era del más alto deleite para las criaturas que moran por el tártaro, sin embargo, nada más lejos de la realidad. El fantasear con las diferentes respuestas a este inútil estudio encadenaba mi cordura a mi lado y evitaba que me sumergiera en la deprimente locura.
Volviendo a mi misión principal, esta debía de enfrentar los horrores de parajes desorbitantemente catastróficos. Los caminos de huesos me llevaron a los cuartos inferiores, aquellos donde las depravaciones más terrenales protagonizaban las escenas más desagradables que experimenté en mi existencia. Los compañeros huecos que me seguían en las torturas del averno, vagaban de un lado a otro aceptando los abusos de las criaturas que albergaban estos paisajes. Los monstruos de estas bóvedas carecían de todo rastro de raciocinio por lo que sus motivaciones eran guiadas por los instintos más básicos de los seres vivos. Sus extrañas bocas engullían la sangre que se escurría por las paredes y sus garras atravesaban delicadamente los cuerpos de aquellos desafortunados que tropezaban con sus espinosos cuerpos. A pesar de la oscura naturaleza de estos infernales cuartos, una extraña calma mermaba la caótica atmósfera del infierno. Esta sección se componía de una enorme soledad y tristeza pues ni las almas ni las criaturas se esforzaban en despellejarse o escapar, simplemente existían en las ruinas de un templo demoníaco.
Di unos pocos pasos en los aposentos de lo que denomine "perros infernales" cuidándome de tropezar con sus largas colas de réptil. Caminé junto a las almas en pena que preferían el vago caminar al deprimente estado estático que habitualmente adquirían. Aquello no resultó en una salvación para estos seres huecos pues su caminar era tan torpe, que caían a las fauces de las bestias de las bóvedas. Uno a uno eran canibalizados en un espectáculo sangriento que adornaba, en una ridícula estética, las paredes de estos cuartos. Viseras por los suelos, sangre en las paredes y el chasquear de los dientes demoníacos; desarrollaban una especie de culto de la más oscura índole. De igual manera, las deprimentes estatuas y ruinas que adornaban los parajes me hablaban de una posible civilización infernal, una organización demoníaca o un intento de arte endiablado ¿Sería posible entonces, que estos viles personajes tuvieran algún rastro de ordenamiento? En otras palabras ¿Sus tortuosos medios carecían de aleatoriedad y, en cambio, derivaban de algún origen desconocido? Vuelvo a desvariar, pero las estúpidas especulaciones me deleitan en un refugio para la poca sensatez que me queda. Admito que caminé más de lo debido por sus fauces, pero las bóvedas inferiores me abrazaban en una cautivadora oscuridad y calma.
Finalmente, me adentré en las bóvedas oscuras de los festines más recalcitrantes jamás vistos. La melodía de tripas mordisqueadas alimentaban mis oídos maltratados por las temibles orquestas del averno. Las almas continuamos en una marcha absurda hasta que mi poca sensatez me obligó a despertar mi sentido más primitivo de supervivencia. Me oculté en las sombras de la caverna pues los demonios que nos recibían nos conducían a sus insaciables estómagos engulléndonos en una grotesca demostración. Sus deformes cuerpos de obesidades desproporcionales digerían los chillidos de los desafortunados mortales.
Caminé con la mayor cautela que mis temblorosas piernas me permitieron pues si quería preservar mi espíritu, debía aprender a sobrevivir en la roca ardiente. Mis pasos se encharcaron en ríos de sangre y órganos producto de las sobras de estos grotescos abortos de la naturaleza más depravada. Mi torpeza llamó en más de una ocasión, la atención de estas criaturas, pero mi suerte me permitió la huida tranquila de este pacífico abismo. No especularé si el desinterés que preservó mi vida fue producto de la nula agilidad de estos demonios o si mi poca valentía era poco apetecible, pero ser repudiado por estos seres debía de servir de idea de lo miserable que era mi estado actual.
Ensayé mis escapadas en caso de tener que huir de algún demonio más perspicaz, pero estaba claro que no se podía estar preparado para los horrores que me depararían en esta deprimente senda. Las prisiones del tártaro me invitaban a atravesar un sendero oscuro llena de almas enjauladas en cárceles de perdición. Los pasillos me envolvieron en una enervante penumbra donde la única fuente de luz era la poca fe que me quedaba. Mis ojos no quisieron familiarizarse con el entorno por lo que tuve que improvisar una antorcha con lo que deduje, era el fémur de algún ser vivo, introduciéndolo en las brazas más cercanas que encontré. Con la antorcha en alto, alumbré las fúnebres prisiones de aquellos abandonados por la esperanza. Mis dedos se entrelazaron, con cada paso, entre los huesos de desmembrados cadáveres. Anduve por aquel laberíntico camino de miseria hasta sumergirme en una agonizante incertidumbre. Volví a perderme o siempre estuve perdido pues como dije, mi castigo parecía ser el desconocimiento. Intenté guardar la calma, pero mis sentidos volvían a ser llamados por El Oscuro. Su llamado era incontrolable, me gritaba en sus llantos de lo que supuse, debía de ser dolor ¿Por qué lloraría aquel ser de cuernos descomunales? ¿Por qué mi conexión era tan diversa a la de mis compañeros? ¿Y por qué me animaba a seguir?
Ignoré estos pensamientos al escuchar las descomunales pisadas de un misterioso antagonista. Sus largas uñas chasqueaban a la par de un largo sonido metálico, como el que se genera al pasar un cuchillo por una superficie rugosa. Cambié mi marcha en dirección contraria con la suerte de perderlo, pero la luz de la antorcha debía de atraerlo hacia mí debido a ser esta, la única fuente de luz. Su hermoso brillar que alumbraba mi camino, me conduciría a un terror indescriptible si no me sometía a la oscuridad de las prisiones. Mi deseo de una tenue luz me aferraba a las llamas de este artefacto tan primitivo, pero el chasquear de las garras me obligaba a deshacerme de esa pequeña esperanza. Entre pequeños quejidos la arrojé lo más lejos que pude y su tenue llamarada terminó incendiando las débiles paredes de una celda a mis cercanías. Hui cobardemente de las cenizas arrastrándome como una rata miserable y entre aquel patético espectáculo... lo vi.
Lo que había vivido hasta ahora no sirvió de preámbulo para aquella visión espectral. Su deforme y desencajada mirada devoró la dignidad que reposaba atormentada en mi parálisis. Mis gritos se ahogaron en la colosal masa de carne que me saludaba con una enorme hoja de hierro negro. Su accidentada abanicada logró rebanar una fracción importante de mi pie lisonjeando la depravada mente de la criatura. No grité ante el abrumante dolor que me generó este encuentro, en cambio, decidí dirigir mis sentidos a la huida inmediata. Mi pie cercenado brindaba un rastro para mi captor que, a diferencia mía, estaba naturalizado con aquella insondable oscuridad. Corrí como pude y me escondí entre llantos, en algunas estructuras sectarias del paraje.
Es cuestión de tiempo para que me encuentre, puedo escuchar su depravada risa al son del tañido de su machete al pasar por el camino rugoso de la prisión. Estaré bañado en tinieblas, pero preservaré mi pequeño rastro de humanidad aunque me sea imposible.
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