1. El Descenso

Aquello era una oscuridad infinita pues los rayos de luz no atravesaban en los rincones de la muerte. Su frío aliento me helaba la repulsión que me generaba el morir. Jamás sabré como llegué a sus fauces, pero el averno me recibía con una cautivadora ruina y mi alma, era reclamada por aquel que lloraba. Nadie lo conocía debido a que su sola presencia era el sinónimo del fin, pero todos lo recordábamos de alguna parte. Su vago recuerdo nos hacía temblar a algunos mientras a que a mí, me animaba a continuar.

Su recuerdo era difuso, solo podía reconocer su mirada hueca que penetraba en los abismos más profundos de mi ser. Me llamaba, conocía perfectamente mi nombre, pero jamás se presentó ante mí, aunque lo reconocí como "El Oscuro" o "Aquel que Llora". Sus lágrimas oscuras me cautivaban a pesar de su inclemente maldad. Nunca supe si sus lágrimas eran productos de una súplica absurda o si su orgullo había sido perjudicado en un pasado, pero él formaba parte de mí... o yo formaba parte de él. 

Dejé mi esperanza en la balanza porque su peso permitía la entrada a mi descenso. Esperé un levantamiento, las manos misericordiosas de su luz abrasadora, pero las zarpas de las sombras me reclamaron hace mucho tiempo. Pediré siempre que sus ojos me busquen en las sombras más insondables del averno, pero sé que mi lugar es aquí en esta oscura caverna donde el fuego es inhalado por mis fosas nasales. 

Mi descenso fue atroz, sin embargo, las puertas de este fúnebre reino seguían requiriendo mi ayuda. Me resigné a mi destino y las empujé lentamente, hasta que la penumbra de la fosa me abarcaba nuevamente. Mi corazón ya no latía y mis ojos habían perdido todo su brillo con los pasos que daba en lo desconocido. Me adapté extrañamente a la oscuridad, solo para observar las fosas de sufrimiento llenas almas trituradas por criaturas indescriptibles. La maldad que escupían en sus tediosas torturas me animaban a retroceder por donde vine ¿Pero a dónde podía ir? Como dije, el tiempo, espacio o incluso lugar, eran términos que escapaban a las propiedades de este paraje. Por otro lado, las almas destrozadas eran condenadas a servir a estos amos infernales que recolectaban su poca humanidad como un granjero cosechaba su alimento. Por supuesto que sus miradas se posaron sobre mí en más de una ocasión, asechándome en mi temeroso caminar sobre el sendero de huesos bajo mis pies en el cual, con cada crujir, experimentaba el duelo de las personas que pasaron por estos pasillos antes que yo. 

Mis recuerdos sobre la humanidad y mi vida eran muy difusos todavía y aunque sienta que debo relacionar mi sufrimiento con mis actos, por más que intente, se me imposibilita hacerlo. De igual manera, el odio, el amor o tristeza que pude experimentar hacia mis compañeros de condena se encontraban perdidos en un frondoso bosque de desconocimiento. Todo aquello que me hacía humano había huido al entrar aquí. 

Al caminar, mi marcha golpeó la aplastante incertidumbre de no ir a ninguna parte. El Averno era un descontrol y desconocimiento constante, no se sabía que hacer o a donde ir, por lo que las almas solo se retorcían en el suelo a esperar su siguiente tortura. Tal era la situación que al pasar por sus cercanías, solo agonizaban sin hacerme realmente caso. Sus ojos blancos y lechosos giraban por las paredes viscerales de las fosas comunes. Traté en más de una ocasión de encender una pequeña llama de vida en sus corazones, pero sus pechos estaban vacíos siendo condenados a una no- existencia hueca e inhumana. Desconozco el porqué mis motivaciones no terminaban de flaquear junto a mi esperanza, pero no iba a dejar que esta tenue llama se viera envuelta tinieblas. 

De entre los muchos balbuceos que se escucharon en las cavidades del tártaro, los tartajeos de una civilización antigua resonaron en mis oídos, el nombre de Soriius amaneció en mi ser. Recuerdo no recordar ese nombre y mi memoria sabe que se olvidó de este, aunque reconozco que aquello fue un reino en alguna parte de no sé dónde. No conozco el nivel de importancia de este nombre, pero sí descubrí que no toda humanidad había sido olvidada en esta constante oscuridad. Sin embargo, el origen del balbuceo resonó en las paredes del cuarto en un unísono misterioso. No tenía un trazo definido de la ubicación de este hermoso pero extraño cantar, a pesar de ello, debía buscar a su autor. 

Su hermoso cántico fue acompañado por los coros de los demonios que buscaban una cosecha de alma en las fosas donde me encontraba, por lo que me escondí en un tenebroso juego de escondidas donde la derrota me llevaría a una perdición eterna. Los demonios cabalgaban en un vaivén insoportable atormentando la cordura de las almas en pena. Mantuve la calma escondiéndome entre los restos de cuerpos masacrados.  Tras unos minutos insoportables adornados de apoteósicos gritos y muerte, la habitación quedó sumergida en un vacío total. La muerte se había llevado a las víctimas de estas criaturas, algo nada tranquilizador para los desgraciados de estos aposentos. Las almas en este lugar eran etéreas e inmateriales, por lo que su sufrimiento sería eterno. Los mortales en esta dimensión podíamos sufrir y resurgir en un eterno espiral de malicia y dolor. Aquello era enervante para las ánimas humanas, pero para mí era una oportunidad eterna que me permitiría caer y levantarme hasta llegar a mi incierto destino. 

Salí de mi escondrijo, pero el hermoso canto de Soriius se silenció con el despertar de mi cobardía. Pienso que mi tortura era el desconocer lo que me depararía en mi senda por las tinieblas, por lo que estaba dispuesto a sufrir hasta llegar a lo que alguna vez fui. Aquel que Llora en los rincones del Averno seguro me llevaría a mi final, a la destrucción definitiva de mi ser o la posibilidad de salir a un placentero atardecer en las colinas del mundo. Mi camino estaba firmado con sangre y mi fortuna dependería de las negras lágrimas del Oscuro.

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